Revista Latinoemerica de Poesía

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Floriano Martins en diálogo con Márcio Simões



   

Floriano Martins (Brasil, 1957) es uno de los poetas más interesantes actualmente en actividad en la escena cultural del país. Con un discurso consistente y amplia erudición, escapa de los lugares comunes y viene minando vicios reflexivos consolidados en nuestro panorama cultural. Siempre dispuesto al diálogo, no retrocedió cuando aproveché una de nuestros intercambios de mensajes electrónicos para acribillarlo a preguntas, con la esperanza de extraer un poco de ese oscuro oro incendiado que fluye de los manantiales poéticos de las existencias vívidas y líricamente definidas. [MS]

   

MS: Ante este panorama que usted lúcidamente señala (desigualdades sociales y culturales  determinantes, al lado de una masificación cabalmente realizada; torpeza en las relaciones humanas; necesidad de un conocimiento más plural y detallado del mundo y del propio país por parte de los escritores, etc.), ¿todavía es posible un papel en la “sociedad” para la poesía y el poeta? ¿Seria preciso o posible fomentar, aunque sea que en embrión, una “microsociedad” o “cultura” paralela, ajena al comercio y las vanidades literarias?

FM: Tal vez convenga rever los conceptos de “sociedad” y “poeta”, a ver si en el Brasil encajamos en algo que pueda llamarse así. La sociedad brasileña, desde el punto de vista cultural, está constituida de forma accidental e irregular. Sea por la perversión con que trazamos el mapa urbano del país, a lo largo de nuestra historia – el acentuado desprecio por el interior contrastando con la fascinación irreflexiva por el litoral –, sea por la manera despreciable con que prácticamente todos nuestros gobernantes trataron la educación. Por otro lado, nuestros poetas raramente reclamaron un papel para desempeñar en esa sociedad. Evidente que no me refiero a aquel equívoco papel que deforma la estética en nombre de una frustrante actuación política. El  lenguaje poético, por ejemplo, jamás fue pensado como un elemento constituyente de una sociedad, como un valor cultural capaz de enriquecer su formación. De manera que en medio del comercio de las vanidades, yo no sé si sobrevive algo de humano en la poesía o en la sociedad en el Brasil.

MS: Teniendo en mente algunas líneas de pensamiento corrientes, ¿usted piensa que la literatura, en una sociedad masificada, injusta y muy poco ética, viene corriendo el riesgo de tornarse, por un lado, sólo repetición, subproducto de esos factores y mera reproductora de los valores ostensivos del sistema vigente? Y, por otro, especie de “realismo” estilo “cloaca”, donde confluyen la expresión de los “resentimientos y pudriciones” de lo  humano?

FM: Pienso que hace mucho estamos produciendo una serie infinita y despreocupada de relanzamientos – y no me refiero aquí a reediciones sino al carácter reciclable de la escritura. No se trata de literatura, sino, antes,  de cultura de masas. Envuelve a las demás artes, colocándolas a todas en la condición de pasatiempo. Es muy curioso observar que los escritores siempre se sintieron una entidad aparte, y que ahora se encuentren, como artistas que son, porque al fin y al cabo lo que producimos todos – poetas, músicos, pintores, dramaturgos – es arte… Que ahora se encuentren, digo, todos reunidos por lo peor, como títeres de una industria cultural que subvierte la lógica, y que todos aceptemos tácitamente que no haya distinción entre producción artística y producción industrial; como si escribir una novela, por ejemplo, fuera una fase de un proceso industrial. El individuo desaparece doblemente, como creador y como especie humana.

MS: ¿Pero es viable un sentido de resistencia y de crítica en el trabajo literario, siendo que el propio poeta, para actuar y sobrevivir, está forzosamente inserto en esta estructura social?

FM: Este es uno de los argumentos más torpes a que alguien puede recurrir. Los artistas siempre comieron, se casaron, compraron instrumentos de trabajo y todos sobrevivieron y siguen sobreviviendo. Si unos fueron más felices o desafortunados que otros, creamos en el destino o no, esta balanza o embudo siempre fue parte de la vida de los creadores. En el caso de los escritores, la historia está repleta de los que trabajan en bancos, dan clases, recibieron herencias familiares, tuvieron libros adaptados al cine o simplemente recurrieron al más común de los trucos de supervivencia: buscaron una pareja que los mantuviera. Aquellos que se rindieron fácilmente que no me vengan con el argumento de que la sociedad los forzó a tanto. La vida nunca es fácil, por más que aparente serlo.

MS: Las ideas de rebeldía y transgresión, oriundas de la poesía, ¿se agotaron al volverse productos?  (tanto si pensamos en la industria de la música y en la moda  envolviendo  la cultura de las drogas, cada vez más alejada de cualquier sentido y valor, como en la “institucionalización” de esas actitudes, relacionadas a una franja etaria). ¿O todavía es posible una rebeldía y una transgresión auténticas como medios viables para lo poético, una vez que, según usted dice, “vivimos en una sociedad domesticada”?

FM: Es verdad, nos convertimos en un inmenso zoológico, que es el mejor ejemplo de sociedad domesticada. Ahora, las ideas se agotan y tal vez este sea uno de nuestros dilemas: el de querer aplicar al día de hoy ideas que fueron valiosas en otra circunstancia. A mí, sinceramente, no me gusta esa lectura del arte como fuente de rebeldía y transgresión, en la forma datada, como estos conceptos son interpretados. Es pura nostalgia. No tiene cabida querer poblar el siglo XXI con Baudelaire, Rimbaud, Artaud, Pasolini, Jim Morrison. Románticos, simbolistas, surrealistas, beatniks, tuvieron un papel inestimable y valen como balizas, como referentes sustanciales de la cultura. En uno de mis viajes al exterior, alguien preguntó sobre Paulo Coelho. Es común afuera ese tipo de pregunta-cliché: el sujeto viene del Brasil, tierra de samba, carnaval, fútbol, Paulo Coelho y corrupción. Yo estaba sin muchas ganas de polémica ese día y me salió la frase: Hubo una época en que Paulo Coelho era el mayor problema de la literatura brasileña; hoy es el menor. Después mastiqué bien lo que dije de repente y veo que es exactamente eso lo que pasa. Suerte para él que inventamos una tontería mayor. Todo gran creador, en cualquier tiempo, es naturalmente rebelde y rompe con las reglas características de su época.

MS: Usted  escribió que cree que “la realidad se expresa de manera más viva y desinhibida cuando más le permitimos multiplicarse en infinitas y desbordantes máscaras”. ¿En qué medida esa realidad de que usted habla se relaciona con la realidad construida y reafirmada cotidianamente por los medios de comunicación de masas, por ejemplo?

FM: La expresión está perfecta: “realidad construida”. Es otra forma de ficción, ¿verdad? El argentino Borges dijo cierta vez que no hay mejor ejemplo de literatura fantástica que la Biblia. La comunicación de masas  representa ese papel en nuestro tiempo: el de construcción de una realidad fantástica en sustitución  de la vida cotidiana. Y lo hace con tanta propiedad justamente anulando la diversidad. Y con tremendo sarcasmo se remite a algunos profetas de la ficción científica como pálpitos sin mayor expresión desde el punto de vista real. Volvemos al tema del arte convertida en pasatiempo

MS: Algo más sobre as “máscaras”: Octavio Paz afirmó que “si la ficción del poeta devora a la persona real, lo que queda es un personaje: la máscara devora el rostro. Si la persona real se sobrepone al poeta, la máscara se evapora y con ella el poema mismo, que deja de ser una obra para convertirse en documento. Esto es lo que ocurrió con gran parte de la poesía moderna”. Entendiendo que la afirmación de Paz es correcta para la mayor parte de la poesía que viene circulando en el Brasil, usted parece insertarse en otro polo, con una poesía que podríamos llamar  “dramática”, por la multiplicidad de voces y la ausencia de una única “persona poética” propia de la lírica tradicional. Usted también afirmó que “la literatura no es nada”, evocando “y el resto es literatura”, de Verlaine. Esto me lleva a una serie de reflexiones sobre las relaciones entre el poeta y la poesía, que sintetizo en las siguientes preguntas: ¿Cree que la poesía pierde cuando el poeta limita su expresión al universo de su persona social? ¿Cuál es su entendimiento de la poesía y de la relación de esta con la literatura? ¿Y cómo se relacionan para usted proyecto poético y proyecto de vida?

FM: Comienzo por el mexicano Octavio Paz, que curiosamente acabó por convertirse en un tipo repleto de los malos hábitos que siempre criticó en los otros. El poeta acabó devorado por una máscara que construyó: la soberbia con que se situó a sí mismo como figura magistral e insuperable en la lírica mexicana. Si no fuera por ese desliz de carácter, tendría hoy un lugar más tranquilo en la tradición poética de su país. Entre poetas portugueses, es común que conversemos sobre la presencia demasiado  fuerte de Fernando Pessoa en la lírica de Portugal, él, Pessoa, uno de esos monstruos sagrados que llegan a preocupar por el grado de influencia de su obra. En el caso del poeta mexicano, la influencia fue determinada por una cuestión de poder literario, lo que es muy distinto. No niego que abordó, en el ensayo literario, aspectos fundamentales para la lírica en nuestro tiempo, aunque sus ideas, más que autorales propiamente dichas, son las de quien mejor supo reunir lo que estaba en el aire.

Pero vamos a tus reflexiones. No creo que sea el caso de pérdida. El poeta sabe con qué elementos debe lidiar y la proporción con que debe situarlos en su obra. El resultado de esto será el que defina si hubo pérdida o no. Eso de querer inventar un mundo distinto, una querella entre poesía y literatura, es otra pequeña falacia. Yo no tengo mi vida ni un minuto fuera de lo que creo, querido. Insisto en el término creación porque es de esto que se trata. Trabajo con una buena variedad de pinceles que pasan por los asuntos literarios, pueden ofrecer dificultades para insertar una letra de canción popular, usar la fotografía como recurso plástico capaz de enriquecer un poema, frecuentar actividades intelectuales de traductor, ensayista, hacer incursiones periodísticas, etc. Mi proyecto, en rigor muy espontáneo, no es poético sino  intensamente visceral.

MS: Hoy parece ser imposible el trabajo poético sin un largo sustrato reflexivo. Sin embargo,  del modo en que usted ecuaciona la racionalización y la necesidad de entrega a los impulsos en el momento de la escritura ¿el poeta no puede reducirse al pensador? ¿Cómo se desarrolla su proceso creativo?

FM: Siempre fue. No se crea irreflexivamente, al mismo tiempo en que ninguna creación se debe limitar únicamente a los esbozos, a las anotaciones de intención. Es una tontería crear una imposibilidad de diálogo entre esas dos instancias. Yo podría simplemente decir que creo viviendo, que en el flujo diario de mi vida los poemas salen chorreando. No es del todo verdad. Busco cierta disciplina, permanezco atento a lecturas que se interrelacionan, como estar viendo una película y de repente aquello te empuja hacia un verso leído en un poema y este poema trae consigo el recuerdo de que fue leído sobre los senos de una mujer mientras el vino que tomaban era el mismo que por azar se menciona en la escena de la película. El trabajo fotográfico que vengo haciendo ahora – y adoro que una amiga, Tânia Tomé, poeta de Mozambique, lo haya percibido como “un entrañar de carnes entre los versos” – es una secuencia del verso, su desdoblamiento que podría ser en la forma de una película. Aprendí mucho de esto con la relación entre poema y collage que encontré en el chileno Ludwig Zeller. En rigor, el arte no se queda quieto. A veces, quien no sale del rincón es el artista.

MS: Pienso en una distinción en boga en la historiografía literaria, que propone la separación entre una poesía “cerebral”, “meditada”, y otra “de inspiración” y “entusiasmo” (en la cual se insertaría el surrealismo). ¿Tiene sentido la separación, o seria un mero maniqueísmo esquemático?

FM: No puede haber tontería más grande. Pero que agrada a los poetas, porque los sitúa en una condición superior. Lo que el surrealismo proponía era liberarse de los excesos de la razón, no establecer tal maniqueísmo.

MS: Usted ha sido uno de los responsables de la reformulación de lo que se entiende en la historiografía literaria por surrealismo, al mismo tiempo que apunta la “falacia conceptual” y el “derrocamiento del sentido” como elementos definidores de nuestro tiempo. ¿Cree que hay relación entre las dos cosas? ¿Cree que en medio de la confusión generalizada una voz coherente e independiente pueda ser más fácilmente oída? ¿Cuál es el papel de Internet en este contexto, una vez que sus acciones vienen ganando visibilidad por ese medio?

FM: Yo sinceramente creo que ese papel es todavía muy pequeño en esa relectura de la actuación del surrealismo en nuestro continente. No se trata propiamente de reformulación. Como dije hace poco en un seminario en la Universidad de Cincinnati (primer trimestre de 201o), y que consta en el libro que escribí y que sirvió de base para esas clases, el hecho de haber faltado un estudioso con buen criterio para observar los desdoblamientos del  surrealismo en todo el continente y  situar las perspectivas estéticas del movimiento, perjudicó la percepción de su real influencia en nuestra cultura. El surrealismo en el continente americano, en lugar de ser visto como un aspecto fundamental en la construcción de una vanguardia americana, se vio como  un mero amén al espíritu vanguardista europeo. Y ahora, el cuidado necesario es  evitar que el tema caiga en la red engañosa de la historia como algo que pertenece nada más que al pasado. Internet es todo un capítulo aparte, estamos apenas al principio de una impresionante expansión de medios y poco a poco nos vamos librando de la peor armadilla de cualquier innovación tecnológica aplicada al arte y a la cultura: la de confundir medio y mensaje.

MS: ¿Puede hablar un poco de su trayectoria? Usted comienza a publicar  precozmente, a los 21 años, en 1978, pero su poesía actual surge con el inicio de la década del 90. ¿Qué ocurrió en ese intervalo? Fueron años de maduración?

FM: La maduración no es una temporada de aguas medicinales. Está presente todo el tiempo. El agujero temporal entre 1978 y 1992 fue llenado por muchas cosas, inclusive la publicación de libros. Sí, libros en San Pablo, Río de Janeiro, Fortaleza… Acontece que un día me di cuenta de un detalle, el de que yo era un cronista, no un poeta, en el sentido en que me distanciaba de mi escritura, no me insertaba en ella, no participaba si no como observador. Una bella mañana y la conjunción de hechos así descritos: la visita al lecho de muerte de mi abuela materna, la canción “Guilty” en la histórica grabación de Joe Cocker, el libro La experiencia interior, de Georges Bataille, y un vino blanco de mala calidad me llevaron a la mesa de centro en la sala de mi casa, donde por tres mañanas viví un ritual que resultó en la escritura de Cinzas do Sol (Cenizas del Sol) –poema mágico que fue publicado en Brasil, Inglaterra, Costa Rica y Venezuela, en el cual se da justamente este surgimiento del autor como personaje de lo que escribe. Fue un cambio radical en mi poética, que antes no padecía de ausencia de voz propia, pero que ahora encontraba otra que le era más atractiva.

MS: Su poesía concentra su inventiva en el plano semántico y expresivo, mientras que sintáctica y morfológicamente parece ser más lineal, articulándose inclusive en torno del “tú”, prácticamente ausente del lenguaje oral en Brasil. ¿No hay ahí el riesgo de artificialidad del lenguaje, apartándolo de las modulaciones del portugués hablado en este rincón del mundo?

FM: Un poeta mexicano recientemente me dijo que era curioso ver a un tipo hablando de vanguardias,  destacándose como estudioso de las vanguardias, y al mismo tiempo escribiendo poemas formalmente más complejos. Yo no sé si el problema está en el lenguaje de la escritura o en su correspondencia cotidiana. Me acuerdo que  Henri Matisse cierta vez observó una cosa brillante, algo más o menos así: Si yo no puedo enriquecer el habla popular, ¿por qué tengo que empobrecerla? Creo que nosotros, los artistas, estamos caminando en un mundo muy curioso, que estima la pobreza espiritual, la pobreza estética, en fin, toda suerte de pobreza. Es lo que parece, que rendimos culto a la pobreza como la gran riqueza de nuestra época.

MS: En una entrevista, usted afirmó que “si no hay poesía, tenemos que entender que esto ocurre por la ausencia del elemento humano”. En ese sentido, su actuación ha sido caracterizada tanto por la práctica como por el reconocimiento de su “honestidad intelectual” por parte investigadores y escritores.  ¿Cree que valor humano y envergadura de pensamiento son, de manera general, factores desconsiderados en la apreciación actual de poesía?

FM: Sinceridad, sobre todo. Esa es la palabra temida. Claro, claro, no hay música o poema o teatro, sin la actuación de lo humano en su sentido radical, en la presencia sanguínea del creador. Ahora, inventamos una sociedad deshonesta en que los artistas no son víctimas sino parte de ella. Acabamos con todo, nuestra época es de pura prevaricación de mercado, agenda de pasatiempos, somos todos conniventes en ello. Mi antiguo compañero en la edición de Agulha – Revista de Cultura discordaba de mí cuando yo decía que somos todos responsables del estado actual de pobreza espiritual en que nos encontramos en el Brasil y que nos hace rehén de toda embestida vagabunda, sea en la política, en la cultura, ya no importa. Vamos a empeorar. Estamos a medio paso de un desastre. No se trata de campaña política, sino de la vergonzosa ausencia de un norte, de algo en que creer. Nunca la política y la cultura en el Brasil fueron tan buenos socios del mismo fraude de circunstancia.

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Márcio Simões (Brasil, 1979). Poeta y traductor. Publicó una plaqueta, O Pastoreio do Boi (XII Poemas, 2008). Tiene listo para editar el volumen Gregory Corso - Antologia Poética. Escribió Os Dias de Pólen (poemas), inédito. Contacto: mxsimoes@hotmail.com. Traducción al español por Marta Spagnuolo.



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