Animal de oscuros apetitos
Probablemente dos de los mejores y recientes libros de poesía publicados en Colombia sean Música lenta y Bajo el brillo de la luna del poeta tolimense Nelson Romero Guzmán (Ataco, 1962), cada uno merecedor del Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura y el Premio Casa de las Américas. Recientemente la Universidad del Externado publicó el libro Animal de oscuros apetitos (antología personal) en su colección “Un libro por centavos”.
Celebramos esta publicación; a nuestro parecer, la obra de Nelson Romero ha encontrado una nueva manera de relacionarse con el misterio de la poesía, marcando un derrotero particular y diferente a la tradición, lo cual la convierte en un referente indispensable en la poesía contemporánea latinoamericana.
Para confirmar nuestras afirmaciones leamos el poema “El retrato de K. Hamsum” perteneciente al libro Bajo el brillo de la luna y el poema, inédito hasta ahora, “Alabanza del cerdo”.
EL RETRATO DE K. HAMSUM
Un desconocido me robó las manos para pintar a K. Hamsun.
¿Qué podrá hacer un hombre con manos robadas?
Todo lo que ellas pinten son obras mías.
No importa que K. Hamsun haya quedado en el retrato sin manos, bizco, mirando una estrella que nace al otro lado de su mirada; no importa que el Autor le haya arruinado su mundo haciéndolo entrar a una carnicería donde mira con espanto sus propias entrañas frescas, sus hígados revoloteados por moscas y una flor disimulada saliéndole por uno de sus bolsillos al encuentro con la inocencia. No importa nada de esto, nada de esto importa.
Lo que sí importa es que K. Hamsun no sabe que está siendo dibujado por mis manos. En el cuadro él tampoco tiene manos. Eso es prodigioso. Si el ladrón se apareciera a devolverme las manos, ¿qué pasaría con K. Hamsun, recuperaría también sus miembros? No importa nada de esto, nada de esto importa. De todas maneras somos parte de un mundo donde robar es una de las Artes Mayores de la humanidad. El robo fue uno de los experimentos de Einstein para probar la Ley de la Relatividad y esto no lo cuentan los biógrafos, pero es obligación decirlo ahora: el físico-matemático robaba las manzanas que Newton cultivaba en el Paraíso y así demostró una de las más complicadas ecuaciones que ayudaron a explicar el universo: la llamada paradoja de los gemelos. En el Paraíso no había gravedad, hasta que Einstein entró a robar manzanas, y se produjo la Caída.
Así que estemos tranquilos K. Hamsun, quedémonos definitivamente sin manos, es más transparente la vida así, no nos culparán de nada. Nunca deshonrados como Galileo, ladrón de telescopios. Cuando miramos la luna nítida por la ventana, sus manchas no nos horrorizan. Esas manchas son las barbas de Galileo, el viejo perseguido por la Inquisición.
Mejor, amigo K. Hamsun, experimentemos con los juegos de la ciencia: tú desde adentro del cuadro me arrojas las manzanas que Newton dejó mordidas en el Paraíso; yo desde afuera te lanzo los telescopios de Galileo para que mires la luna dibujada. Cuando telescopios y manzanas se crucen en el punto cero del umbral, aparecerán nuestras manos. Si eso llegara a ocurrir, tú me ocultarías en una sombra dentro del cuadro; desde afuera, yo te borraré definitivamente, como quien se roba a sí mismo.
ALABANZA DEL CERDO
El cerdo es cortical, y a su vez cordial.
Todo él, del pozo del corazón a las orejas,
Nos heredó la capa grasosa del cielo.
Siempre, al filo de lo terrenal,
Se entrega sin remilgos a los cuchillos del carnicero.
El hocico es su órgano de conocimiento
Y sabe, mejor que los tratados, de las porquerías terrenales.
Para que los hombres lo comamos gustoso,
Todos los días purifica su carne en la charca con esta oración:
Oh, qué puro soy más allá de los pelos y el tocino,
No me le arrodillo a Dios para que me salve del carnicero
Sino que me ofrezco sin más a los cuchillos
Que ungen mi torrente de sangre
Para que mis bacterias alcancen la gloria
En el tripero insaciable del hombre, amén.
Su cuerpo es la más preciosa joya del martirio,
Es un San Sebastián provisto de rabo corto y de agudos colmillos,
Pero a la hora de morir no ruega a nadie por su salvación,
No posa nada pornográfico como el santo desnudo
Frente a las flechas que lo atravesarán.
Las orejas del cerdo tampoco guardan ninguna lógica
Con las mórbidas colgaduras de los ángeles,
Pero podría coincidir con las criaturas celestes
En el venturoso sabor de la carne y en el martirio filial de los olores
Todos sus órganos se vuelven funcionales a la hora de ser comidos,
Tan sabrosas sus glándulas que se diría que albergan
La dulzura de los proverbios y el agrio sabor de los pecados.
Hermano cerdo,
Gracias por volverme célebre
Frente a un plato repleto con tus costillas.
Entre las cosas hermosas al levantarme
Está el verte venir a trotecitos del corral, estoico y sucio,
Atravesando la niebla de los terrores humanos,
Pisando inocente el orégano que aderezará tus carnes.
Soy de los pocos que creen
Que Dios tomó barro de tu pocilga para hacer al hombre.
Gracias por haber alcanzado en las pinturas de El Bosco
Las más bellas imágenes de la Lujuria,
Sobre todo cuando abandonas de El Jardín de las Delicias
Untado de lodo y cielo.
Así ocupas no sólo el más alto lugar
En la escala de los apetitos, sino el más elevado pensamiento poético
Superior al que nos legó Octavio Paz en sus ensayos.
Lástima que termines vilmente en las recetas de cocina
Hecho bistec o solomillo.
Día tras día me crece la sospecha
De que eres Dios personificado
Haciéndose pasar por los inmaculados cuchillos
Quizá nosotros, por la desgracia de querer saberlo todo,
Ignoremos ver en tu hocico el instrumento de la divinidad
Hozando para encontrar el corazón del hombre.
Gracias hermano, Gracias,
Por darnos el placer terrenal de glorificarte en el trincho,
Porque igual de inmenso eres
Con un poco de sal o con arándanos.
Tú mereces estas Gracias, cerdo,
Te doy mis cerdas Gracias.