Revista Latinoemerica de Poesía

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Una casa de barro y silencio



Una casa de barro y silencio

Por Fabio Delgado Micán


Y aquí principia, en este torso de árbol,
en este umbral pulido por tantos pasos muertos,
la casa grande entre sus frescos ramos.
En sus rincones ángeles de sombra y de secreto.
Aurelio Arturo


He caminado dos geografías con Alejandro Velásquez, ninguna de las dos son mis calles o mi casa. Ambas tan ajenas a mis acostumbrados ojos a una montaña que se desmorona para hacerse arena.

Mientras iba reconociendo esos lugares, me asaltaron un montón de charlas a la deriva con el poeta de Santa Rosa de Cabal, hablamos sobre la realidad del país, sobre educación, política, cultura y por su puesto hablamos de poesía. En uno de los lugares estábamos ambos bajo el cielo extranjero, camino a escuchar múltiples voces de muchos lugares, poemas que nadarían en el ambiente y nos atravesarían la piel. La segunda vez que estuve caminando con él fue allá, en Santa Rosa de Cabal, me recibió la lluvia y un aroma montañoso entre la planta de borrachero y la tierra mojada. Me recibió él, con una sonrisa tranquila abriéndome las puertas a ese lugar de su geografía. Caminé mucho esos días por esas montañas, quizás pensando que así fueron alguna vez las mías, vi ese verde de todos los colores como decía Aurelio Arturo en morada al sur, de hecho al terminar de leer el poemario recordé esos paisajes que transité.

Bahareque es un poemario que me llena de nostalgia, siento que es el lugar que muchos que habitamos las ciudades hemos perdido y que buscamos en nuestros poemas una que otra vez, damos pincelados de melancolía describiendo espacios que alguna vez fueron así, “Estos son los cielos/ que se desprenden cada día. / El sol puesto entre la niebla. / Las montañas bajo el frio. / El lugar tejido con “el hilo umbilical del horizonte” pero que están expuestos en este poemario, en la mirada del poeta que le canta a ese horizonte que es su casa.

Pero no es solo eso, este poemario canta a las palabras como acción creadora, al lenguaje como la casa y de manera majestuosa, hay una especie de magia con las metáforas, como si los dioses de las montañas, del agua y las estrellas, giraran la mano en el cielo y todo se encendiera. Los ríos, los pueblos, el barro, todo como un motor del mundo sacudiera la realidad “Dibujando un mapa/ en la cima de un árbol antes/ de poner a girar el cielo”. Finalmente como en un ejercicio Kavafiano, si así se le puede decir, siento que esa casa de Bahareque de Alejandro Velásquez es una Ítaca donde caben los arrieros que vio crecer, su familia y las cosas que ama. Dejo acá una pequeña selección de sus poemas:

 

 


LEMBOS

Es difícil no imaginar
que, antes del pueblo,
alguien estuvo
en este mismo sitio
al final de una tarde
o una noche clara…
juntó estas laderas
en silencio…

Dibujando un mapa
en la cima de un árbol
antes
            de poner a girar el cielo.

 

 

 


INÉS

Mi abuela era ciega
y recorría mi cara con sus manos
como buscando un nombre
invisible,
entre la piel y la memoria.

Nunca sentí miedo
al encontrar sus ojos blancos en la noche.
Nunca hui del olor a tabaco que la precedía.
Nunca olvidé su rostro
que ahora es el mío frente al espejo.

Siempre escuché su voz
como un milagro,
cuando entre el asombro
predecía
las tormentas,
las fortunas,
la muerte.

Mi abuela era ciega
y desde pequeño entendí
que no necesitaba los ojos,
                        para saberlo todo.

 

 

 


FERMÍN

Con Bahareque
Construí las paredes de esta casa…

Tomé la forma de la tierra
para hacer
este sol
estas calles
estos recuerdos…

En el fondo del fuego
encontré el agua
para trazar el nombre de mis hijos.
Trozos de piedra y cal viva
Calando el frio que nace de la sombra.

Todo es mi heredad.

Las huellas que dejaron las mulas
haciendo las rutas del café.
Los cielos heridos por el humo
de un pueblo que arde desde los sueños.

Y entre los ríos tatué mis manos
con el olor de la madera.

Y entre la niebla
encontré el sabor de la noche y los espejos.

Nada hay bajo ese cielo
de las voces que aprendieron del Kumandai.
Nada hay de las estrellas
que alumbraron los caminos de la
sal.

Con bahareque
construí la memoria de esta casa…

Y solo dejé mi nombre escrito sobre la tierra
y una estatua que no es la mía,
                                 sobre una alta colina



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