Recordando a Goethe
El arte es noble por sí; por eso el artista no teme a lo vulgar. Pues ya por el simple hecho de aceptarlo, lo ennoblece, y vemos así a los más grandes artistas ejercer con audacia su morbosidad.
La palabra y la imagen se buscan continuamente, según podemos observar con suficiente evidencia en las metáforas. Desde siempre, aquello que se le decía o cantaba al oído hacia dentro, debía también salir al encuentro del ojo. Y así vemos como ya la en la infancia de la humanidad la palabra y la imagen se equilibran todo el tiempo, ya sea en el libro de la ley o en la dogmática, en la Biblia o el abecedario. Cuando se expresaba con palabras lo que no podía representarse en imágenes, y se expresaba en imágenes lo que no podía expresarse con palabras, aquello era perfectamente válido; pero la gente acababa equivocándose muy a menudo y hablaba en vez de representar, dando origen a monstruos simbólicos, malignos.
Ya en el patíbulo, madame Roland pidió recado de escribir para anotar los extrañísimos pensamientos que la habían asaltado en su último camino. Lástima que se lo denegaran, pues a un espíritu sereno y resignado suelen venirle, al final de su vida, ideas hasta entonces impensables; son como demonios felices que se posan, radiantes, sobre las cumbres del pasado.
Así como en Roma había, aparte de los romanos, todo un pueblo de estatuas, así también, además de este mundo real, hay otro imaginario y casi más poderoso en el que vive la mayoría.
¿Qué tipo de educación se ha de tener por la mejor? Respuesta: la de los hidriotas. Como buenos insulanos y navegantes no tardan en embarcar con ellos a sus hijos varones y dejar que se curtan en el servicio. Cuando aportan algo, tienen participación de los beneficios; y así aprenden ya a preocuparse por el comercio, el trueque y el botín, y se van formando los marinos de cabotaje y navegantes más hábiles, los mercaderes más astutos y los piratas más osados. De esa masa pueden salir luego héroes capaces de arrojar con su propia mano el funesto fuego incendiario al buque insignia de la flota enemiga.
Todo amor guarda relación con la presencia. Aquello que estando presente me resulta agradable, y, ausente, vuelve una y otra vez a mi espíritu, suscitando continuamente el deseo de su renovada presencia y asociándose a un vivo deleite cuando se cumple este deseo, de suerte que al prolongarse esa dicha va acompañado de una gracia inalterable: aquello es lo que realmente amamos. De donde se sigue que podemos amar todo cuanto logre llegar a nuestra presencia; y digamos por último que el amor de lo divino aspira a tener presente lo supremo.
Soplar no es tocar la flauta. Hay que mover los dedos.
Shakespeare es una lectura peligrosa; nos impulsa a reproducirlo, y creemos que estamos produciendo algo propio.
La costumbre puede ocupar perfectamente el puesto de la pasión amorosa: exige una presencia no tanto agradable como cómoda, pero luego resulta invencible. Hacen falta muchas cosas para anular una relación habitual; persiste frente a cualquier obstáculo; el descontento, la indignación y la ira nada pueden contra ella, y sobrevive incluso al desprecio y al odio. Ignoro si algún novelista habrá logrado describir plenamente una situación de este tipo; en cualquier caso debería intentarlo solo de forma ocasional y episódica, pues una exposición detallada lo obligaría a luchar contra la inverosimilitud.
A cada edad del hombre le corresponde cierta filosofía. El niño se presenta como un realista, pues se halla tan convencido de la existencia de las peras y las manzanas como de la suya propia. El joven, asediado por pasiones internas, debe estar atento a sí mismo y sentir anticipadamente su propia importancia, por lo que se transforma en un idealista. El hombre adulto, en cambio, tiene toda suerte de razones para volverse un escéptico; hace bien en dudar de si el medio que ha elegido para lograr sus fines es el correcto. Antes de actuar y cuando actúa tiene razones de peso para mantener alerta su inteligencia y no tener que lamentar luego una elección equivocada. El anciano, a su vez, se decantará siempre hacia el misticismo. Ve que tantas cosas parecen depender del azar: lo irracional triunfa, lo racional fracasa. Dicha y desdicha se equilibran de un momento a otro, inesperadamente.
FAUSTO
LA PRIMERA.- Llevo el nombre de Angustia.
LA SEGUNDA.- A mí me dicen la Deuda.
LA TERCERA.- A mí me llaman Aflicción.
LA CUARTA.- Yo soy Necesidad.
TERCETO.- La puerta cerrada está y no entraremos; ahí vive un rico y no podemos entrar.
LA ANGUSTIA.- Yo me convierto en fantasma.
LA DEUDA.- Dejo de existir en ese lugar.
LA NECESIDAD.- Ahí la vista se aleja de mí.
EL CUIDADO.- No se atreven a entrar, hermanas mías; pero la Aflicción se sabe deslizar por el ojo de la llave.
(La Aflicción desaparece)
LA ANGUSTIA.- Mis tristes hermanas, retírense de aquí.
LA DEUDA.- Yo me uno a ti para no separarme nunca de tu lado.
LA NECESIDAD.- Pues yo también te acompaño para seguir tus pasos.
TERCETO.- Las nubes desaparecen, las estrellas se ocultan tras ellas y llegan de lejos, de muy lejos; también llega la Muerte, nuestra hermana.
FAUSTO.- He visto venir a cuatro y sólo regresan tres; en vano intento penetrar el sentido de tus palabras: pronunciaban las de Remordimiento y Aflicción. También he oído una rima sombría... la Muerte; palabra pronunciada con voz hueca y ahogada, como voz de espectro. ¡Oh, magia, cuánto daría por olvidar tus fórmulas! ¡Oh, naturaleza, que sólo sea un hombre en tu presencia, que no sea más que un hombre! Lo era antes de cruzar las tinieblas; lo era antes de blasfemar del mundo y de mí. Está ahora la atmósfera tan impregnada de nigromancia, que no queda ningún método de librarse de ella. Si viene a sonreímos un día radiante y sereno, no tarda en seguirle la noche para perdemos en triste laberinto de sueños. Si alegres penetramos en un florido prado, hay siempre en él un ave, cuyo triste canto nos anuncia la desgracia, haciéndonos caer en los lazos de la superstición, que fuerza a permanecer entre sus garras. La puerta rechina y nadie entra. (Con terror). ¿Hay alguien aquí?
LA AFLICCIÓN.- La pregunta me hace contestar un sí.
FAUSTO.- Habla, ¿quién eres?
LA AFLICCIÓN.- Aquí estoy.
FAUSTO.- Vete.
LA AFLICCIÓN.- Estoy en mi lugar.
FAUSTO, exaltado.- Entonces compórtate como es debido y no hables de magia.
LA AFLICCIÓN.- Aunque no quieran oírme, sé anunciarme a los corazones, gracias a las diversas formas que tengo para cumplir mi triste obligación; soy siempre compañera molesta que todos encuentran sin que nadie busque, viéndome a la vez halagada y maldecida. ¿Has conocido la Aflicción?
FAUSTO.- Me he limitado a cruzar el mundo, satisfaciendo en la medida de lo posible todos mis deseos y careciendo de todos los que no podían darme alegría sin ir en busca de los que no se me permitía tener. Deseé, conseguí y volví a desear, con frecuencia arrastrado por el torbellino de mi vida, antes tan activa y poderosa, como prudente ahora. Sé todo lo que puedo saber sobre el horizonte terrestre; sólo ignoro qué hay más allá. ¡Ay del insensato que en sus ensueños cree superar a los demás en el conocimiento de los cielos! ¿Qué necesidad tiene el hombre de recorrer los espacios eternos? Aquí abajo puede comprender todo lo que descubre y seguir su jornada sin trastornar nunca al espectro en su curso, pues si va más lejos, encontrará angustias y dicha, pero no la satisfacción a que aspira.
LA ANGUSTIA.- El mundo deja de existir para el que yo llego a poseer, siento cada vez más densas las tinieblas que le rodean; para él no sale ni se pone el sol. No sabe cómo gozar de sus tesoros; dicha y desgracia, todo le incomoda; hasta en la saciedad se horroriza por el hambre.
FAUSTO.- No esperes pillarme así; no tengo tiempo para escuchar necedades; vete, porque con tu cantilena sería suficiente para hacer perder la razón al más sensato.
LA ANGUSTIA.- ¿Si deberá proseguir o volver? La resolución le falta y he aquí que anda a tientas a la mitad de su carrera; a cada paso es mayor su extravío; es para sí y para los demás carga pesada; no ha muerto y carece de vida, por lo que es igualmente incapaz de desesperarse o de estar resignado. Se le ve presa a la vez de terrible agitación e insoportable indolencia, y de sueño fatídico que le hace temer el despertar y que le tiene clavado en el mismo sitio, haciéndole sufrir los horrores de un infierno.
FAUSTO.- Espectros malditos, que se complacen en torturar de mil maneras a la especie humana, sé muy bien que no es fácil librarse de ustedes, por ser el lazo indestructible, pero no esperes tú, Angustia cruel, por grande que sea tu poder, llegue yo a reconocerte nunca.
(La Angustia le sopla al rostro)
LA ANGUSTIA.- Pues bien, experiméntale en esta hora en que huyo de ti y te maldigo; ya que los hombres son ciegos toda la vida, sélo tú al fin de ella.
FAUSTO, ciego.- Es la noche cada vez más profunda, pero hay en mi interior una claridad pura que me conduce. Mi pensamiento quedará cumplido, porque la palabra del jefe es de algún peso. Vamos todos a la pala, al azadón, al mazo y no descuidar la obra para que nuestro plan se lleve a cabo, seguros de que no quedarán el orden y la actividad sin recompensa; cúmplase la obra más colosal del mundo, ya que basta una sola cabeza para dirigir mil pies.
EL REY DE LOS ELFOS
(Traducción de Nicolás Bayona Posada)
Van cabalgando en altas horas
entre la lluvia y el misterio,
y como el niño está miedoso
lo arrima el padre contra el pecho.
-¿Qué tienes, hijo, que así tiemblas?
-Al rey de los silfos contemplo
con cetro real y manto undívago.
-Solo son nieblas por el cielo.
-Vente conmigo, niño hermoso,
a mi palacio azul de ensueño;
Con trajes de oro y pedrería
en los pensiles jugaremos.
¿No sientes, padre, cuál me llama
con dulces voces en secreto?
Deja el temor. Lo que tú escuchas
son hojas secas en el suelo.
¿Por qué demoras? De mis hijas
tendrás los mimos y los besos,
y con sus cantos y sus danzas
te arrullarán entre tu lecho.
Del rey las hijas no contemplas
en la penumbra, a lo lejos?
-No llores más... Son lentos sauces
que se columpian en el viento.
-Si tú no vienes, a la fuerza
te tomaré porque te quiero.
-Me ahoga, padre, entre sus brazos
el rey de los silfos, violento...
Aguija entonces el caballo
y asiendo aún más al pequeñuelo
llega a su hogar... Cuando se apea
halla, oh dolor, que el niño ha muerto...
PRIMERA ELEGÍA ROMANA
Respondan piedras, o hablen, altos palacios.
Calles, digan una palabra.
Sí, todo está animado en tus santos muros,
eterna Roma, solo para mí calla aún todo tan callado.
¿Quién me susurra, en qué ventana veo una vez
la hermosa criatura que me abrasa y me anima?
¿No presiento aún los caminos por los que siempre, siempre
a ella yendo y viniendo sacrifico el tiempo valioso?
Aún contemplo palacios e iglesias, ruinas y columnas,
como un hombre pensativo en el viaje se comporta.
Pero enseguida se pasa, entonces un único templo
el del amor, será el que nos reciba.
Un mundo sin duda eres tú, Roma,
pero sin el amor el mundo no sería mundo
y Roma no sería Roma.
HOJA DE ÁRBOL
Hoja de árbol del este,
que crece en mi jardín,
tus secretos sentidos
son como el sabio que construye.
¿Eres un solo ser vivo
que en sí mismo se divide?
¿eres dos hojas, dos árboles que se han elegido
y que cada uno se reconoce?
Así como tú,
con todos mis sentidos
siente en mis canciones
que yo uno y doble soy.
TODO LO EFÍMERO
es un rápido mundo;
lo insuficiente
es un breve episodio;
lo nunca visto
ya está hecho;
lo eterno
nos llama adentro.
LIBRO DE LECTURA
El más hermoso libro de libros
es el libro del amor;
Por eso me pregunto
¿quién soluciona lo insolucionable?
Un libro
o los amantes al volver a encontrarse.