Poemas de Wisława Szymborska
Nota y selección por Melissa Cobo Campo*
“Pude haber sido yo misma, pero sin que me sorprendiera,
lo que habría significado
ser alguien totalmente diferente”
A cuatro años de la partida de la poeta polaca Wislawa Szymborska (1923-2012), ganadora del premio Nobel de Literatura de 1996, presentamos una selección de poemas que, aunque son una pequeña muestra frente a la riqueza de su obra, logran transmitir la genialidad y la sorpresa presentes en versos de aparente sencillez, una de las principales características de su poética.
Wislawa invita a adoptar una mirada poco común sobre el mundo humano y no humano y descubrir en objetos cotidianos el milagro de la existencia. Se asombra frente a la cebolla -Desnuda repetidamente y similar hasta el fin-, frente a la indiferencia ante la muerte de un escarabajo, Parece que no le haya pasado nada importante. Lo importante está relacionado supuestamente con nosotros; y frente a la tormenta de aplausos en los circos en medio del sonido de los látigos Mucho me avergüenzo, yo, humano.
Igualmente interroga con minucia a la suerte, a los extraños caminos de la casualidad:
“A causa de, puesto que, sin embargo, pese a./ A saber qué hubiera ocurrido si la mano, si el pie,/ por un pelo, a un paso de una coincidencia.”
Sus poemas están llenos de preguntas, de suposiciones, de una curiosidad jamás satisfecha ¿Existe el amor a primera vista? ¿Dónde quedó la ira en las espadas de los museos? ¿Por qué en su familia nadie murió de amor? ¿Qué hicimos en un día que no recordamos? ¿De qué fue culpable Isaac ante los ojos de Abraham? ¿Por qué miró hacia atrás la mujer de Lot?¿Quién sonríe con dos sonrisas después de cruzar las bodas de oro?
Leerla es entrar en un juego constante de la palabra, es llegar a lugares que no existen: a la estación de la ciudad N donde no se encontraron los amantes o a un Himalaya sin luna y sin tierra; es tratar de sumergirse al interior de una piedra o caminar por los párpados del mundo. Su voz brillante, irónica, mantiene el suspenso en cada verso, trayéndonos el asombro al final de cada poesía.
Los siguientes poemas son tomados de los libros antológicos : Paisaje con grano de arena ( Jerzy Skvomirsky y Ana María Moix, 1997) y Poesía no completa (Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia, 2002).
LA ALEGRÍA DE ESCRIBIR
¿Hacia dónde corre por el bosque escrito la cierva escrita?
¿A saciar su sed a orillas del agua escrita
que le calcará el hocico cual hoja de papel carbón?
¿Por qué alza la cabeza?, ¿ha oído algo?
Sobre sus cuatro patas, prestadas por la realidad,
levanta la oreja bajo mis dedos.
Silencio —palabra que cruje en el papel
y separa las ramas que brotan de la palabra «bosque».
A punto de saltar sobre la página en blanco acechan
letras que acaso no congenien,
frases tan insistentes
que consumarán la invasión.
Una gota de tinta contiene una sólida reserva
de cazadores, apuntando con un ojo ya cerrado,
preparados para el descenso por la .pluma empinada,
para cercar la cierva y llevarse el fusil a la cara.
Olvidan que esto, lo de aquí, no es la vida.
Aquí, negro sobre blanco, rigen otras leyes.
Un abrir y cerrar de ojos durará cuanto yo quiera,
se dejará fraccionar en eternidades minúsculas
llenas de balas detenidas en pleno vuelo.
Nada sucederá si yo no lo ordeno.
Contra mi voluntad no caerá la hoja,
ni una brizna se inclinará bajo la pezuña del punto final.
¿Existe, pues, un mundo
cuyo destino regento con absoluta soberanía?
¿Un tiempo que retengo con cadenas de signos?
¿Un vivir que no cesa si éste es mi deseo?
Alegría de escribir.
Poder de eternizar.
Venganza de una mano mortal.
(De: ¡Qué monada! -1967)
VELADA POÉTICA
Ser, ¡oh, Musa!, boxeador o no ser nada.
Por nosotros nunca ruge el público enardecido.
Hay doce personas en la sala.
Nos instan a iniciar la velada.
La mitad está aquí porque fuera llueve,
el resto, ¡oh, Musa!, parientes.
Las mujeres al desmayo dispuestas
irán a ver cómo dos pesos gallo se arrancan las crestas.
Sólo el boxeo ofrece escenas dantescas.
Y la ascensión, ¡oh, Musa!, a los cielos.
No ser púgil, ser poeta,
vivir condenado a esproncedas forzados,
a falta de músculos exhibir al mundo
—¡en el mejor de los casos!— futuras lecturas escolares,
¡oh, Musa!, ¡oh, Pegaso, ángel acaballado!
En primera fila un viejecito en trance
sueña que su mujer, que en paz descanse,
resucita y le hace un pastel de chocolate.
Con fuego, pero lento, ¡que no se queme el pastel!,
comenzamos nosotros, ¡oh, Musa!, a leer.
(De Llamando al yeti - 1957)
ADIÓS A LAS VISTAS
No guardo rencor a la primavera
por haber vuelto.
No la culpo
de cumplir con sus deberes
año tras año.
Comprendo que mi tristeza
no detendrá el verdor.
Si la hierba vacila
se debe sólo al viento.
No me duele que los alisos
inclinados sobre el agua
vuelvan a tener con que susurrar.
Acepto de buen grado
que —como si aún vivieras-
la orilla de cierto lago
siga tan bella como antes.
No les reprocho a las vistas
las vistas a una bahía
deslumbrada por el sol.
Incluso soy capaz de imaginar
que unos no-nosotros
están en este momento sentados
en el tronco caído de un abedul.
Respeto su derecho
a la risa, al susurro
y al silencio feliz.
Incluso les supongo
por amor unidos,
y que él la rodea
con un brazo vivo.
Algo súbito, algo pajaril
cruje entre el juncal.
De corazón les deseo
que lo oigan.
No pido cambios
a las olas de la orilla,
ora ágiles, ora perezosas,
que, a mí, no me obedecen.
No exijo nada
del remanso del bosque,
ya esmeralda,
ya zafiro,
ya negro.
Sólo con un detalle no me conformo.
Con mi propio regreso al lugar.
Con el privilegio de la presencia.
Presento mi renuncia.
No he vivido más que tu,
sino sólo lo bastante
para pensar de lejos.
(De Fin y principio - 1993)
16 DE MAYO DE 1973
Una de tantas fechas
que ya nada me dicen.
Por dónde andaba aquel día,
qué hacía —no lo sé.
Si se hubiera cometido un crimen cerca,
no hubiera tenido coartada.
El sol brilló y se apagó
sin darme yo cuenta.
La tierra giró
sin registrarlo mi agenda.
Puedo imaginarme
como una muerta temporal,
pero me cuesta pensar que vivía
y nada recuerdo.
No era un fantasma,
respiraba, comía,
daba pasos
que se oían,
y las huellas de mis manos
quedaron sin duda en los pomos de las puertas.
Me reflejaba en el espejo.
Vestía alguna prenda de algún color.
Seguro que alguien me vio.
Quizá aquel día
encontré algo antes perdido.
O perdí algo que más tarde encontraría.
Rebosaba sensaciones y sentimientos.
Y ahora todo se reduce
a sólo tres puntos entre paréntesis.
¿Dónde me metí,
dónde me escondí?
No es mal truco:
a mí misma perderme de vista.
Sacudo mi memoria.
Quizá entre sus ramas algo
tantos años dormido
alce el vuelo con un batir de alas.
No.
Pido, es evidente, demasiado.
Nada menos que un segundo entero.
(De Fin y principio - 1993)
EL ÁLBUM
Nadie en mi familia murió de amor.
Romances sí hubo, no cosa seria.
¿Tísicos Romeos? ¿Julietas con difteria?
No. Alcanzaron la vejez en flor.
¡Ni uno murió de cartas sin respuesta,
con letra por las lágrimas borrosa!
Llegaban vecinos, traje de fiesta,
con anteojos, levita y una rosa.
Nadie se asfixió dentro de un armario
por huir de maridos de sus amantes.
Faralaes, mantillas ni volantes
echaron a nadie de la foto por falsario.
¡Cuán lejos sus almas del infierno del Bosco!
Sus pistolas no defendían amores furtivos.
(Morían a balazos, más por otros motivos,
en el frente, en un catre bien tosco.)
Ni la bella, la del moño vistoso,
con ojeras como de bacanal,
partió a vela en pos de un joven fogoso
por el mar de su hemorragia cerebral.
Antes del daguerrotipo quizás hubo amor de veras,
pero no en las fotos de mi familia.
Los días tenían tempo de vigilia
y ellos morían de gripe o de paperas.
(De: ¡Qué monada! -1967)
ESTACIÓN
Mi no llegada a la ciudad de N.
se efectúa puntualmente.
Te lo he comunicado
por carta no enviada.
Has tenido tiempo
para no llegar a la hora prevista.
El tren entra por la vía tres.
Se apea mucha gente.
La ausencia de mi persona
sigue a la multitud hacia la salida.
Deprisa
entre tanta prisa
varias mujeres ocupan mi vacío.
Un desconocido mío
da la bienvenida a una de ellas,
ella le reconoce
de inmediato.
Intercambian besos no nuestros,
y se extravía
una maleta no mía.
La estación de la ciudad de N.
ha aprobado el examen
de existencia objetiva.
El todo ha permanecido firme en su sitio.
Los detalles se han desplazado
por trayectorias calculadas.
Incluso ha tenido lugar
una cita concertada.
Fuera del alcance
de nuestra presencia.
En el paraíso perdido
de la probabilidad.
En otra parte.
En otra parte.
¡Sonora expresión!
(De ¡Qué monada! - 1967)
NOCHE
Y dijo Dios: “Toma ahora a tu hijo, el
único que tienes, al que tanto amas,
Isaac, y ve a la región de Moriah, y allí
lo ofrecerás en holocausto en un monte
que yo te indicaré”.
¿Pues qué habrá hecho Isaac?,
dígame, padre catequista.
¿Quizá rompió con su pelota el vidrio del vecino?
¿Quizá rasgó sus pantalones nuevos
al cruzar la cerca?
¿Tal vez robaba lápices?
¿Espantaba gallinas?
¿Soplaba en los exámenes?
Que los adultos
duerman su estúpido sueño,
yo esta noche
debo pasarla en vela.
Esta noche calla,
pero calla contra mí
y es negra
como el fervor de Abraham.
¿Dónde me ocultaré
cuando el bíblico ojo divino
se pose sobre mí
como se posó sobre Isaac?
Dios puede revivir, si quiere,
historias antiguas.
Por eso me oculto entre las mantas,
congelada de miedo.
Al poco tiempo, algo
blanquea tras la ventana,
un pájaro o el viento
comienza a susurrar por mi cuarto.
Pero no hay pájaros
con alas tan grandes,
ni viento
con un camisón tan largo.
Dios finge
que entró volando sin querer,
que no, que para nada es aquí,
y luego se lleva a papá hasta la cocina
para ponerse de acuerdo;
desde una gran trompa le sopla en el oído.
Y cuando mañana, apenas amanezca,
papá me lleve consigo,
iré, iré
negra de odio.
En ninguna bondad, en ningún amor
voy a creer,
más indefensa
que las hoja de noviembre.
Ni a confiar,
en nada vale la pena confiar.
Ni voy a amar,
a llevar el corazón vivo en el pecho.
Cuando suceda lo que ha de suceder,
cuando suceda,
me latirá un hongo seco
en lugar de corazón.
Y Dios espera,
y desde un balcón de nubes mira
si la hoguera prende
bien, parejo
pero va a ver
cómo se muere de despecho,
pues así voy a morir,
¡no dejaré que me salve!
Desde esa noche,
de un insomnio terrible,
desde esa noche,
de espantosa soledad,
comenzó Dios,
poco a poco,
día a día,
la mudanza
de lo literal
a lo figurado.
(De Llamando al yeti - 1957)
LA MUJER DE LOT
Tal vez miré hacia atrás por curiosidad.
Pero además de curiosidad pude tener otras razones.
Miré hacia atrás porque me dio tristeza la escudilla de plata.
Por distracción: amarrándome el cordón de la sandalia.
Para no mirar más la nuca justa
de mi marido, Lot.
Por la seguridad repentina de que si yo muriera,
él no se detendría.
Por la desobediencia natural de los humildes.
Escuchando cómo nos perseguían.
Conmovida por el silencio, pensando que Dios cambiaría
de idea.
Nuestras dos hijas se perdían ya tras la colina.
Sentí la vejez en mí. El alejamiento.
Lo inútil de viajar. Sueño.
Miré hacia atrás mientras ponía mi hatillo en el suelo.
Miré hacia atrás preocupada por el siguiente paso.
En mi camino aparecieron serpientes,
arañas, ratones de campo y polluelos de buitre.
Ni buenos, ni malos; simplemente lo vivo, todo,
brincaba y se arrastraba por un temor colectivo.
Miré hacia atrás por soledad.
Por la vergüenza de huir a escondidas.
Por las ganas de gritar, de regresar.
O porque justo entonces se soltó el viento,
desató mi pelo y me levantó el vestido.
Sentí que me veían desde los muros de Sodoma
y se morían de risa, una y otra vez.
Miré hacia atrás llena de rabia.
Para gozar plenamente su ruina.
Miré hacia atrás por todas las razones mencionadas.
Miré hacia atrás sin querer.
Fue sólo que una roca giró gruñendo bajo mis pies.
Que una grieta de pronto me cortó el paso.
En la orilla un hámster agitaba las patas delanteras.
Y entonces ambos miramos hacia atrás.
No, no. Yo seguí corriendo,
arrastrándome y trepando
hasta que la oscuridad cayó del cielo,
y con ella grava ardiendo y aves muertas.
Por falta de aliento varias veces perdí el equilibrio.
Si alguien me hubiera visto, pensaría que bailaba.
Es posible que haya tenido los ojos abiertos.
Que haya caído mirando hacia la ciudad.
(De El gran número - 1976)
ELEGÍA TURÍSTICA
Todo es mío y nada me pertenece,
nada pertenece a la memoria,
todo es mío mientras lo contemplo.
Las diosas, apenas recordadas,
corren el riesgo de perder sus cabezas.
De la ciudad de Samokov sólo queda la lluvia,
la lluvia y nada más.
Desde el Louvre hasta la uña
París se entela.
Del bulevar Saint-Martin queda una escalinata
que conduce a la difuminación,
y, de los puentes de Leningrado,
sólo, y con suerte, uno y medio.
¡Pobre Upsala,
con ese trocito de su imponente catedral!
Desdichado bailarín de Sofía,
cuerpo sin rostro.
Primero, su rostro sin ojos,
después, sus ojos sin pupilas,
y las pupilas de un gato, luego.
El águila caucasiana sobrevuela
un desfiladero reconstruido,
y el oro sin ley del sol
y las piedras falsificadas.
Todo es mío y nada me pertenece,
nada pertenece a la memoria,
todo es mío mientras lo contemplo.
Inagotables, inabarcables,
peculiares por una hebra,
un grano de arena, una gota de agua:
paisajes.
Imposible ni de una brizna retener
una imagen completa.
Un saludo y un adiós
en una sola mirada.
Y un solo movimiento del cuello
para lo que sobra y lo que falta.
(De Sal - 1972)
BODAS DE ORO
SEGURO QUE UNA VEZ fueron distintos,
fuego y agua, se distinguían violentamente,
se robaban y obsequiaban
en el deseo, en el asalto a la no semejanza.
Abrazados, se apropiaron y expropiaron
tanto tiempo
que en sus brazos sólo quedó un aire
transparente, después de que volaran los relámpagos.
Un día, la respuesta llegó antes que la pregunta.
Una noche, adivinaron la expresión de sus ojos
por el tipo de silencio, en la oscuridad.
El sexo se difumina, los secretos se marchitan,
las diferencias se encuentran en las semejanzas
como en el blanco todos los colores.
¿Cuál de ellos es doble y quién falta aquí?
¿Quién sonríe con dos sonrisas?
¿La voz de quién suena a dos voces?
¿En qué sentimiento se inclinan las cabezas?
¿De quién es el gesto que lleva las cucharas a la boca?
¿Quién le arrancó la piel a quién aquí?
¿Quién vive aquí y quién ha muerto
enredado en las líneas de la mano de quién?
Lentamente, de mirar fijamente nacen gemelos.
La familiaridad es la mejor de las madres:
no favorece a ninguno de sus hijos
y apenas si recuerda quién es quién.
En sus bodas de oro, en ese día solemne,
una paloma, vista idénticamente, se posó en la ventana.
(De Sal - 1972)
***
MELISSA COBO CAMPO - Bogotá, 1991. Graduada de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Colombia. Estudiante de Maestría en Educación, UPN. Integrante del taller de escrituras creativas IDARTES, Engativá 2015.