Expedientes de Fernando Pessoa
Nota y selección por Alejandro Cortés González
Su vida, por demás discreta, se movió entre las oficinas contables, la traducción de correspondencia comercial y la publicación en revistas literarias. Pero su verdadera vida, aquella que lo hizo trascender identidades y tiempos, sucedía al llegar a su casa, un segundo piso en la Calle de los Doradores en Lisboa, donde nacieron para la literatura Fernando Pessoa, Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos, Bernardo Soares y más de setenta heterónimos portugueses, ingleses y franceses, masculinos y femeninos. ¿Qué diferencia e identidad quiso dar el autor a cada uno de ellos? Acá están Pessoa y sus cuatro heterónimos predilectos, uno al lado del otro, tomando distancia y mezclándose… Expedientes imaginarios que el hombre de la Calle de los Doradores, archivó dentro del mismo baúl.
Fernando Pessoa
La obra ortónima de Pessoa (la escrita bajo el nombre propio del escritor que crea heterónimos) es considerada como simbolista y modernista, con una fuerte presencia de teosofía, masonería y patriotismo. En su primer libro de poemas, Antinous, escrito en inglés y publicado en 1918 en una revista, Pessoa representa la aflicción del emperador romano Adriano ante la muerte de su amado Antínoo. En su siguiente libro, Mensagem (Mensaje), única obra en portugués que publicó en vida en 1933, Pessoa exalta los símbolos, la historia y el mar de Portugal.
Autopsicografía
El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
Que hasta finge que es dolor
El dolor que de veras siente.
Y quienes leen lo que escribe,
Sienten, en el dolor leído,
No los dos que el poeta vive
Sino aquél que no han tenido.
Y así va por su camino,
Distrayendo a la razón,
Ese tren sin real destino
Que se llama corazón.
Versión de Santiago Kovadloff
Antínoo (Fragmento)
Aún seguía lloviendo. La noche entró con paso frío
cerrando los casados párpados de todo sentir.
Las mismas conciencias del Yo y del Alma
se oscurecieron como paisaje borrado por la lluvia.
Ahora el Emperador descansa en silencio, tan apacible,
que ha olvidado dónde yace, o de dónde
proviene la pena que aún sala sus labios.
Todo parece haber sucedido en tiempos remotos,
como un manuscrito que ha tiempo se ha enrollado.
Lo que sentía se semejaba al contorno de la aureola
que circunda la luna cuando la noche se lamenta.
Versión de Hernán Vargascarreño
Mar portugués (De Mensagem)
¡Oh mar salado, cuánta de tu sal
son lágrimas de Portugal!
¡Por cruzarte, cuántas madres lloraron,
Cuántos hijos en vano rezaron!
¡Cuántas novias quedaran por casar
Para que fueses nuestro, oh mar!
¿Valió la pena? Todo vale la pena
Si el alma no es pequeña
Quien quiere pasar más allá de Bojador
Tiene que pasar más allá del dolor.
Dios al mar el peligro y el abismo dio,
Mas en él es que espejó el cielo.
Llueve en silencio, que esta lluvia es muda
Llueve en silencio, que esta lluvia es muda
y no hace ruido sino con sosiego.
El cielo duerme. Cuando el alma es viuda
de algo que ignora, el sentimiento es ciego.
Llueve. De mí (de este que soy) reniego...
Tan dulce es esta lluvia de escuchar
(no parece de nubes) que parece
que no es lluvia, mas sólo un susurrar
que a sí mismo se olvida cuando crece.
Llueve. Nada apetece...
No pasa el viento, cielo no hay que sienta.
Llueve lejana e indistintamente,
como una cosa cierta que nos mienta,
como un deseo grande que nos miente.
Llueve. Nada en mí siente...
Versión de Santiago Kovadloff
Alberto Caeiro
Nació en abril de 1889 en Lisboa, pero vivió la mayor parte de su vida en una quinta en el Ribatejo, donde conoció a Álvaro de Campos. Murió de tuberculosis en 1915. Descrito por Pessoa como un poeta sensacionista (ver la realidad centrándose en las sensaciones que produce) y pagano, fue el maestro de Pessoa y de los demás heterónimos, a pesar de que su educación se limitó a la instrucción primaria. Debido a que pregonaba una «no filosofía» donde los seres simplemente son, fue conocido como el poeta filósofo. Él siempre rechazó ese título. Caeiro fue el único de los heterónimos que no escribió en prosa, porque argumentaba que solamente la poesía era capaz de dar cuenta de la realidad.
Si muero pronto
Si muero pronto,
Sin poder publicar ningún libro,
Sin ver la cara que tienen mis versos en letras de molde,
Ruego, si se afligen a causa de esto,
Que no se aflijan.
Si ocurre, era lo justo.
Aunque nadie imprima mis versos,
Si fueron bellos, tendrán hermosura.
Y si son bellos, serán publicados:
Las raíces viven soterradas
Pero las flores al aire libre y a la vista.
Así tiene que ser y nadie ha de impedirlo.
Si muero pronto, oigan esto:
No fui sino un niño que jugaba.
Fui idólatra como el sol y el agua,
Una religión que sólo los hombres ignoran.
Fui feliz porque no pedía nada
Ni nada busqué.
Y no encontré nada
Salvo que la palabra explicación no explica nada.
Mi deseo fue estar al sol o bajo la lluvia.
Al sol cuando había sol,
Cuando llovía bajo la lluvia
(Y nunca de otro modo),
Sentir calor y frío y viento
Y no ir más lejos.
Quise una vez, pensé que me amarían.
No me quisieron.
La única razón del desamor:
Así tenía que ser.
Me consolé en el sol y en la lluvia.
Me senté otra vez a la puerta de mi casa.
El campo, al fin de cuentas, no es tan verde
Para los que son amados como para los que no lo son:
Sentir es distraerse.
Versión de Octavio Paz
El guardador de rebaños
I
Yo nunca guardé rebaños,
pero es como si los guardara.
Mi alma es como un pastor,
conoce el viento y el sol
y anda de la mano de las Estaciones
siguiendo y mirando.
Toda la paz de la Naturaleza a solas
viene a sentarse a ni lado.
Pero permanezco triste, como un atardecer
para nuestra imaginación,
cuando refresca en el fondo de la planicie
y se siente que la noche ha entrado
como una mariposa por la ventana.
Pero mi tristeza es sosiego
porque es natural y justa
y es lo que debe haber en el alma
cuando piensa que ya existe
y las manos cogen flores sin darse cuenta.
Con un ruido de cencerros
más allá de la curva del camino
mis pensamientos están contentos.
Pensar molesta como andar bajo la lluvia
cuando el viento crece y parece que llueve más.
No tengo ambiciones ni deseos.
Ser poeta no es una ambición mía.
Es mi manera de estar solo.
V
Hay metafísica bastante en no pensar en nada.
¿Qué pienso yo del mundo?
¡Yo qué sé lo que pienso del mundo!
Si me enfermase pensaría en ello.
¿Qué idea tengo yo de las cosas?
¿Qué opinión tengo sobre las causas y los efectos?
¿Qué he meditado sobre Dios y el alma
y sobre la creación del Mundo?
No sé. Para mí pensar en eso es cerrar los ojos
y no pensar. Es correr las cortinas
de mi ventana (pero no tiene cortinas).
¿El misterio de las cosas? ¡Qué sé yo lo que es misterio!
El único misterio es que haya quien piense en el misterio.
Quien está al sol y cierra los ojos,
comienza a no saber lo que es el sol
y a pensar muchas cosas llenas de calor.
Pero si abre los ojos y ve el sol,
y ya no puede pensar en nada,
porque la luz del sol vale más que los pensamientos
de todos los filósofos y de todos los poetas.
La luz del sol no sabe lo que hace
y por eso no yerra y es común y buena.
¿Metafísica? ¿Qué metafísica tienen aquellos árboles?
La de ser verdes y copudos y de tener ramas
y la de dar fruto en su momento, que no nos hace pensar,
a nosotros, que no sabemos dar por ellos.
Pero ¿qué mejor metafísica que la suya
que es la de no saber para qué viven
ni saber que no lo saben?
“Constitución íntima de las cosas”…
“Sentido íntimo del Universo”…
Todo esto es falso, todo esto no quiere decir nada.
Es increíble que pueda pensarse en cosas de éstas.
Es como pensar en razones y fines
cuando el comienzo de la mañana está rayando y por los lados de los árboles
un vago oro brillante va perdiendo la oscuridad.
Pensar en el sentido íntimo de las cosas
es añadido, como pensar en la salud
o llevar un vaso al agua de las fuentes.
El único sentido íntimo de las cosas
es que no tengan sentido íntimo ninguno.
No creo en Dios porque nunca lo vi.
Si él quisiera que yo creyera en él
vendría sin duda a hablar conmigo
y entraría por mi puerta adentro
diciéndome ¡Aquí estoy!
(Tal vez esto es ridículo a los oídos
de quien, por no saber lo que es mirar las cosas,
no comprende a quien habla de ellas
con la forma de hablar que el observarlas enseña)
Pero si Dios es las flores y los árboles
y los montes y sol y la luna,
entonces creo en él,
entonces creo en él en todo instante,
y mi vida es toda una oración y una misa
y una comunión con los ojos y por los oídos.
Pero si Dios es los árboles y las flores
y los montes y la luna y el sol,
¿para qué le llamo Dios?
Le llamo flores y árboles y montes y sol y luna;
porque si él se hizo, para que le viera yo,
sol y luna y flores y árboles y montes,
si él se me aparece como árboles y montes
y luna y sol y flores,
es que quiere que le conozca
como árboles y montes y flores y luna y sol.
Y por eso yo le obedezco
(¿Qué más sé yo de Dios que Dios de sí mismo?),
le obedezco en vivir, espontáneamente,
como quien abre los ojos y ve,
y le llamo luna y sol y flores y árboles y montes,
y le amo sin pensar en él
y le pienso viendo y oyendo,
y ando siempre con él.
VII
Desde mi aldea veo cuanto de la tierra se puede ver del universo…
Por eso mi aldea es tan grande como otra tierra cualquiera,
porque yo soy del tamaño de lo que veo
y no del tamaño de mi altura…
En las ciudades la vida es más pequeña
que aquí en mi casa, en la cima de este otero.
En la ciudad las grandes casas cierran la vista con llave,
esconden el horizonte,
empujan nuestro mirar lejos de todo cielo,
nos vuelven pequeños porque nos quitan lo que nuestros ojos pueden darnos
y nos vuelven pobres porque nuestra única riqueza es ver.
Álvaro de Campos
Ingeniero portugués de educación inglesa; homosexual. Conservó la sensación constante de ser un extranjero en cualquier lugar. Comenzó su trayectoria como un decadentista (influenciado por el simbolismo), pero luego se adhirió al futurismo. Fue el único de los heterónimos en manifestar distintas fases poéticas a lo largo de su obra. Escribió Tabaquería, uno de los más conocidos poemas de la lengua portuguesa.
Todas las cartas de amor son ridículas
Todas las cartas de amor son
ridículas.
No serían cartas de amor si no fuesen
ridículas.
También escribí en mi tiempo cartas de amor,
como las demás,
ridículas.
Las cartas de amor, si hay amor,
tienen que ser
ridículas.
Pero, al fin y al cabo,
sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor
sí que son
ridículas.
Quién me diera el tiempo en que escribía
sin darme cuenta
cartas de amor
ridículas.
La verdad es que hoy mis recuerdos
de esas cartas de amor
sí que son
ridículos.
(Todas las palabras esdrújulas,
como los sentimientos esdrújulos,
son naturalmente
ridículas).
Versión de Miguel Ángel Flores
Tabaquería
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
A parte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.
Ventanas de mi cuarto,
De mi cuarto de uno de los millones en el mundo que nadie sabe
quién es
(Y si supiesen, ¿qué sabrían?),
Dais al misterio de una calle cruzada constantemente por gente,
A una calle inaccesible a todos los pensamientos,
Real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
Con el misterio de las cosas bajo las piedras y los seres,
Con la muerte que mancha de humedad las paredes y hace
blancos los cabellos de los hombres,
Con el Destino que conduce la carroza de todo por el camino de
nada.
Estoy hoy vencido, como si supiese la verdad.
Estoy hoy lúcido, como si estuviese por morir,
Y no tuviese más hermandad con las cosas
Que la de una despedida, tornándose esta casa a este lado de la
calle
La hilera de vagones de un tren, y el silbido de una partida
Dentro de mi cabeza,
Y una sacudida de mis nervios y un chirriar de huesos al arrancar.
Estoy hoy perplejo, como quien pensó y halló y olvidó.
Estoy hoy dividido entre la lealtad que debo
A la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
Y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.
Fallé en todo.
Como no hice ningún propósito, tal vez todo fuese nada.
El aprendizaje que me dieron,
Descendí por la ventana trasera de la casa.
Fui al campo con grandes propósitos.
Pero allí sólo encontré yerbas y árboles,
Y cuando había gente era igual a la otra.
Me retiro de la ventana y me siento en una silla. ¿En qué he de
pensar?
¿Qué sé yo lo que seré, yo, que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tanta cosa!
¡Y hay tantos que piensan ser la misma cosa que no puede haber
tantos!
¿Genio? En este momento
Cien mil cerebros se piensan en sueños genios como yo,
Y la historia no señalará, ¿quién sabe? ni a uno,
No habrá sino un muladar para tantas futuras conquistas.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay tantos locos deschavetados con
tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna certeza, ¿soy más cierto o menos cierto?
No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
No están en esta hora genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas—
Sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas—,
Y quién sabe si realizables,
¿Nunca verán la luz del sol real ni hallaran oídos de nadie?
El mundo es de quien nace para conquistarlo
Y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga
razón.
He soñado más que Napoleón.
He abrazado contra el pecho hipotético más humanidades que
Cristo.
Hice filosofías en secreto que ningún Kant escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
Aunque no viva en ella;
Seré siempre el que no nació para esto,
Seré siempre sólo el que tenía cualidades;
Seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie
de una pared sin puerta,
Y cantó la cantiga del Infinito en un gallinero,
Y escuchó la voz de Dios en un pozo cegado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Que me derrame la Naturaleza sobre la cabeza ardiente
Su sol, su lluvia, el viento que me despeina,
Y lo demás que venga si viene o que tenga que venir, o que no
venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
Conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama;
Pero nos despertamos y él es opaco,
Nos levantamos y es ajeno,
Salimos de casa y es la tierra entera,
Más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.
(Come chocolates, niña;
¡Come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que la de los
chocolates.
Mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, niña sucia, come!
¡Si pudiera yo comer chocolates con la misma verdad con que tú
los comes!
Pero yo pienso y, al quitarles el papel plateado, que es de estaño,
Arrojo todo al suelo, como tiré la vida.)
Pero queda al menos de la amargura de lo que nunca seré
La caligrafía rápida de estos versos,
Pórtico hendido hacia lo Imposible.
Pero al menos dedico a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
Noble al menos por el gesto amplio con que arrojo
La ropa sucia que soy, sin motivo, para el decurso de las cosas,
Y me quedo en casa sin camisa.
(Tú que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
O diosa griega, concebida como estatua con vida,
O patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
O princesa de trovadores, gentilísima y colorida,
O marquesa del siglo dieciocho, escotada y distante,
O cocotte célebre del tiempo de nuestros padres,
O no sé qué moderno —no concibo bien qué—,
Todo eso, sea lo que fuera, lo que sea, si puede inspirar ¡qué
inspire!
Mi corazón es un balde vacío.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus me invoco
Me invoco a mí mismo y nada encuentro.
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan.
Veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
Veo los perros que también existen,
Y todo esto me pesa como un condena al destierro,
Y todo esto es extranjero, como todo.)
Viví, estudié, amé y hasta creí,
Y hoy no hay mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
En cada uno miro los andrajos y las llagas y la mentira,
Y pienso: tal vez nunca hayas vivido ni estudiado ni amado ni
creído
(Porque es posible hacer la realidad de todo eso sin hacer
nada de eso);
Tal vez hayas existido apenas, como un lagarto a quien cortan
la cola
Y que es cola más acá del lagarto que se retuerce.
Hice de mí lo que no supe,
Y lo que pude hacer de mí no lo hice.
Vestí un disfraz equivocado.
Me tomaron enseguida por quien no era, y no lo desmentí, y me
perdí.
Cuando quise arrancarme la máscara,
Estaba pegada a la cara.
Cuando la arrojé y me vi en el espejo,
Ya había envejecido.
Estaba borracho, y no sabía vestir el disfraz que no me había
quitado.
Arrojé la mascara y dormí en el vestidor
Como un perro tolerado por la gerencia
Por ser inofensivo
Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.
Esencia musical de mis versos inútiles,
quién pudiera encontrarte como cosas que yo hice,
Y no quedarme siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente,
Pisoteando la conciencia de estar existiendo,
Como un tapete con el que tropieza un borracho
O la esterilla que los gitanos roban y no vale nada.
Pero el Dueño de la Tabaquería se asomó a la puerta y se quedó
en ella.
Lo miro con la incomodidad de la cabeza torcida
Y con la incomodidad de una alma que mal entiende.
Él morirá y yo moriré.
Él dejará el letrero, yo dejaré versos.
Y un día morirá el letrero y también mis versos.
Después morirá la calle donde estuvo el letrero,
Y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta girante en que todo esto sucedió.
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa como nosotros
Continuará haciendo cosas como versos y viviendo debajo de las
cosas como letreros,
Siempre una cosa frente a otra,
Siempre una cosa tan inútil como la otra.
Siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
Siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño del
misterio de la superficie,
Siempre ésta o aquella cosa o ni una ni la otra cosa.
Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿a comprar tabaco?),
Y la realidad plausible cae de repente sobre mí.
Me incorporo a medias enérgico, convencido, humano,
Y voy a intentar escribir estos versos en los que digo lo contrario.
Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
Y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensamientos.
Sigo el humo como mi camino,
Y gozo, en un momento sensitivo y adecuado,
La liberación de todas las especulaciones
Y la conciencia de que la metafísica es la consecuencia de una
indisposición.
Después me reclino en la silla
Y sigo fumando.
Seguiré fumando hasta que el Destino me lo permita.
(Si me casase con la hija de mi lavandera
Tal vez sería feliz.)
Visto esto, me levanto de la silla. Me acerco a la ventana.
El hombre salió de la Tabaquería (¿guarda el cambio en el bolsillo
del pantalón?).
Ah, lo conozco: es Esteves sin metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta.)
Como por un instinto divino, Esteves se volvió y me vio.
Hizo una señal de adiós, le grité ¡Adiós, Esteves!, y el universo
Se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza,
y el Dueño de la tabaquería sonrió.
Versión de Miguel Ángel Flores
Ricardo Reis
Representa la herencia clásica en la literatura occidental expresada en la simetría, armonía y bucolismo con elementos epicúreos y estoicos. Es seguidor del sensacionismo que hereda de su maestro Alberto Caeiro, pero su formación latinista y monárquica lo aproximó al neoclasicismo. Para Ricardo Reis las cosas deben ser sentidas, no sólo como son, también de modo que se integren a un cierto ideal de medida y reglas clásicas. Afirma que hasta en el más pequeño poema de un poeta, debe haber algo donde se note que existió Homero.
Según Pessoa, Reis se trasladó a Brasil en protesta por la proclamación de la República en Portugal y no se sabe el año de su muerte. Gracias a este desconocimiento, José Saramago escribió El año de la muerte de Ricardo Reis, donde Fernando Pessoa, ya muerto, se reencuentra con Reis: el heterónimo sobrevive a su creador.
No tengas nada en las manos
No tengas nada en las manos
Ni una memoria en el alma,
Que cuando te pusieren
En las manos el óbolo último
Al abrirte las manos
Nada pueda caer.
¿Qué trono quieren darte
Que Atropo no te quite?
¿Qué laurel que no mustien
Los arbitrios de Minos?
¿Qué horas que no te tornen
Estatura de la sombra
Qué serás cuando fueres
En la noche y al fin del camino?
Coge las flores mas suéltalas
Apenas tú las mires.
Siéntate al sol. Abdica
Y sé rey de ti mismo.
Las rosas del jardín de Adonis
Las rosas del jardín de Adonis
Son las que yo amo, Lydia, esas efímeras rosas
Que en el día de su nacimiento,
En ese mismo día, mueren.
La luz es eterna para ellas, pues
Nacen con el sol cuando ya ha salido, y se acaban
Antes que Apolo pudiera incluso iniciar
Su trayectoria visible.
Como ellas, déjanos hacer de nuestras vidas un día,-
Voluntariamente, Lydia, desconociendo
Que existe la noche antes y después
El poquito que perduramos.
Oda
Para ser grande, sé entero: nada
Tuyo exageres o excluyas.
Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres
En lo mínimo que hagas,
Por eso la luna brilla toda
En cada lago, porque alta vive.
Como si cada beso
Como si cada beso
fuera de despedida,
Cloé mía, besémonos, amando.
Tal vez ya nos toque
en el hombro la mano que llama
a la barca que no viene sino vacía;
y que en el mismo haz
ata lo que fuimos mutuamente
y la ajena suma universal de la vida.
Bernardo Soares
Pessoa no estableció rasgos de personalidad ni fecha de nacimiento de Bernardo Soares. Debido a esto y a su similitud con el autor, es considerado como semi heterónimo. Soares es autor de Livro do Desassossego (El libro del desasosiego), la obra en prosa más importante de Pessoa, donde muestra su matiz más nihilista y apesadumbrado. Esta obra consta de más de quinientos fragmentos de diario, aforismos y divagaciones sobre cuestiones cotidianas y filosóficas generales que Pessoa redactó entre 1913 y 1935. Al fallecer, dejó los textos en desorden con indicaciones dispersas y, en algunos casos, contradictorias. Livro do Desassossego se publicó en 1982, gracias un equipo de estudiosos portugueses encabezado por Jacinto do Prado Coelho. La primera edición en castellano se publicó dos años después a cargo del poeta, crítico y traductor español, Ángel Crespo.
6
Encaro serenamente, sin nada más que lo que en el alma represente una sonrisa, el encerrárseme siempre la vida en esta Calle de los Doradores, en esta oficina, en esta atmósfera de esta gente. Tener lo que me dé para comer y beber, y donde vivir, y el poco espacio libre en el tiempo para soñar, escribir dormir, ¿qué más puedo yo pedir a los Dioses o esperar del Destino?
He tenido grandes ambiciones y sueños dilatados pero también los tuvo el cargador o la modistilla, porque sueños los tiene todo el mundo: lo que nos diferencia es la fuerza de conseguir o el destino de conseguirse con nosotros.
En sueños, soy igual al cargador y a la modistilla. Sólo me diferencia de ellos el saber escribir. Sí, es un acto, una realidad mía que me diferencia de ellos. En el alma, soy su igual.
Bien sé que hay islas del Sur y grandes amores cosmopolitas y (...) Si yo tuviese el mundo en la mano, lo cambiarla, estoy seguro, por un billete para [la] Calle de los Doradores. Tal vez mi destino sea eternamente ser contable, y la poesía o la literatura una mariposa que, parándoseme en la cabeza, me torne tanto más ridículo cuanto mayor sea su propia belleza. Sentiré añoranzas de Moreira, ¿pero qué son las añoranzas ante las grandes ascensiones?
Sé bien que el día que sea contable de la casa Vasques y Compañía será uno de los grandes días de mi vida. Lo sé con una anticipación amarga e irónica, pero lo sé con la ventaja intelectual de la certidumbre.
24
Mi alma es una orquesta oculta; no sé qué instrumentos tañe o rechina, cuerdas y harpas, timbales y tambores, dentro de mí. Sólo me conozco como sinfonía.
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Crear dentro de mí un estado con una política, con partidos y revoluciones, y ser yo todo esto, ser yo Dios en el panteísmo real de ese pueblo mío, esencia y acción de sus cuerpos, de sus almas, de la tierra que pisan y de los actos que hacen. Ser todo, ser ellos y no ellos. ¡Ay de mí! Éste es todavía uno de los sueños que no logro realizar. Si lo realizase tal vez me moriría, no sé por qué, pero no se debe poder vivir después de esto, tamaño el sacrilegio cometido contra Dios, tamaña usurpación del poder divino de serlo todo.
¡El placer que me proporcionaría crear un jesuitismo de las sensaciones! Hay metáforas que son más reales que la gente que anda por la calle.
Hay imágenes en los escondrijos de los libros que viven más nítidamente que muchos hombres y mujeres. Hay frases literarias que tienen una individualidad absolutamente humana. Pasos de parágrafos míos hay que me hielan de pavor, tan nítidamente gente los siento, tan recortados contra las paredes de mi cuarto, en la noche, en la sombra, (...) He escrito frases cuyo sonido, leídas en voz alta o baja es imposible ocultar su sonido es absolutamente el de una cosa que ha cobrado exterioridad absoluta y alma enteramente.
¿Por qué expongo yo de vez en cuando procedimientos contradictorios e inconciliables de soñar y de aprender a soñar? Porque, probablemente, tanto me he acostumbrado a sentir lo falso como lo verdadero, lo soñado tan nítidamente como lo visto, que he perdido la distinción humana, falsa creo, entre la verdad y la mentira.
Basta que yo vea nítidamente, con los ojos o con los oídos, o con otro sentido cualquiera, para que sienta que aquello es real. Puede, incluso, ser que yo sienta dos cosas inconjugables al mismo tiempo. No importa.
Hay criaturas que son capaces de sufrir durante largas horas por no serles posible ser una figura de un cuadro o de un naipe de baraja de cartas. Hay almas sobre quien pesa como una maldición el no serles posible ser hoy gente de la edad media. Este sentimiento me sucedió en tiempos. Hoy no me sucede. Me he refinado más allá de eso. Pero me duele, por ejemplo, no poder soñarme dos reyes en reinos diferentes, pertenecientes, por ejemplo, a universos con diferentes especies de espacios y tiempos. No conseguir esto me disgusta verdaderamente. Me sabe a pasar hambre.
Poder soñar lo inconcebible visualizándolo es uno de los grandes triunfos que ni yo, que soy tan grande, consigo sino raras veces. Si, soñar que soy por ejemplo, simultáneamente, separadamente, inconfusamente, el hombre y la mujer de un paseo que un hombre y una mujer se dan a la orilla de un río. Verme, al mismo tiempo, con igual nitidez, del mismo modo, sin mezcla, siendo las dos cosas con igual integración en ellas, un navío consciente en un mar del Sur y una página impresa de un libro antiguo. ¡Qué absurdo parece esto! Pero todo es absurdo, y el sueño es, sin embargo, lo que menos lo es.
31
He creado en mí varias personalidades. Creo personalidades constantemente. Cada sueño mío es inmediatamente, en el momento de aparecer soñado, encarnado en otra persona, que pasa a soñarlo, y yo no.
Para crear, me he destruido; tanto me he exteriorizado dentro de mí, que dentro de mí no existo sino exteriormente. Soy la escena viva por la que pasan varios actores representando varias piezas.
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FERNANDO PESSOA
Fernando António Nogueira Pessoa (Lisboa, 13 de junio de 1888 - ibídem, 30 de noviembre de 1935). Poeta, ensayista y traductor. Es la figura más representativa de la poesía portuguesa del siglo XX. Sus primeros años transcurrieron en Ciudad del Cabo mientras su padrastro ocupaba el consulado de Portugal en Sudáfrica. A los diecisiete años viajó a Lisboa, donde después de interrumpir estudios de Letras, alternó el trabajo de oficinista con su interés por la actividad literaria.
Traducir obras de Nietzsche, Milton y Shakespeare, lo llevó a crear sus primeros poemas en inglés. Escribió para las revistas Orpheu (1915), Atena (dirigida por él), Ruy Vaz (1924) y Presença (1927), donde publicó algunos poemas, entre ellos Antínoo, e impulsó el movimiento surrealista portugués. Paralelamente, dirigió en compañía de su cuñado, la Revista de Comercio y Contabilidad. En 1933 vio la luz el único libro que Pessoa publicó en vida: Mensaje. A lo largo de su vida construyó la obra de más de 70 heterónimos, donde sobresalen Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos y Bernardo Soares.
Murió el 30 de noviembre de 1945 en el Hospital de São Luís dos Franceses, por complicaciones hepáticas.