Revista Latinoemerica de Poesía

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Boris Pasternak. Siete poemas.



 

Nota introductoria y versiones del ruso de Pablo Anadón

 

Razones de una traducción. Así como hace algunos años la traducción de un puñado de poemas de Robert Frost me ayudó a sobrellevar uno de los períodos más dolorosos que me ha tocado vivir, y cada vez que releo esos poemas revivo también aquellos días (y viceversa), este verano quedará asociado para mí a la traducción de una decena de poemas de Boris Pasternak. Como en la adolescencia, cuando hacía lo mismo con mi precario inglés de entonces, traduciendo poemas de Eliot, Pound, Aiken y Poe, entre otros, en estos meses disfruté mucho de la lenta, lentísima exploración del texto ruso, la pronunciación de cada verso, el paladeo de cada palabra, tratando de captar la magia de su ritmo, sus rimas, sus aliteraciones… Y luego, el intento de encontrar en castellano no sólo los vocablos que dieran un equivalente aproximado del sentido, sino aquellos que empastaran sonoramente, que pudieran dar la ilusión de que el poema fue escrito en el propio idioma, con nuevas aliteraciones y juegos verbales. Dado que los poemas de Pasternak conjugan la modernidad de la dicción y de la imaginería con una trama muy compacta de métrica y de rimas, intenté dar una idea aproximada también de esa musicalidad, trabajando con medidas fluctuantes entre el endecasílabo, el heptasílabo y el eneasílabo, y con rimas asonantes por lo general.

El estilo poético del autor del Doctor Zhivago es a menudo sorprendente, con mezclas de prosaísmo y lirismo, enumeraciones muy concretas y realistas combinadas con imágenes de cuño vanguardista, que por momentos recuerdan a las telas de Chagall. Un ejemplo: en el poema “Cae la nieve”, se nos dice que está nevando, se menciona los copos, e inmediatamente se niega que parezcan copos, y se imagina la tierra como una capa remendada sobre la cual desciende la cúpula del cielo; luego, en la estrofa siguiente, el níveo descenso pasa a transfigurarse en un ser humano, “un extravagante”, que baja sigilosamente desde la buhardilla jugando a la escondida:

 

Cae y cae la nieve. No parecen
Copos, sino que sobre los remiendos
De una capa a la tierra descendiese
Lentamente la cúpula del cielo.

Como si con los gestos de algún extravagante,
Desde el piso de arriba,
Sigiloso, jugando a la escondida,
Bajara el cielo desde la buhardilla.

 

En otro de los poemas traducidos, “Noche”, el texto está estructurado a través de analogías y contraposiciones: la noche que avanza sin sosiego, así como sin descanso asciende un piloto hacia las nubes, sin tregua trabajan los fogoneros en las calderas y el poeta vela en su cuartucho contemplando el cielo nocturno, como si ése fuera el motivo de sus preocupaciones; la visión cósmica de los astros, imagen de lo eterno, y el panorama de la ciudad moderna, imagen de lo fugaz y perecedero (es significativa la referencia a la “farsa” de los manifiestos en París, que nos recuerda aquellos borgeanos “conventículos y sectas / que las crédulas universidades veneran”), y la figura solitaria del artista en su “antigua buhardilla / recubierta de tejas”, que parece ser visto por Pasternak como el mediador entre una dimensión (lo eterno) y la otra (la temporalidad). El poema termina, en efecto, con un imperativo estético y ético a la vez, un llamado a la conciencia del artista para que no se entregue al sueño y trabaje (como el fogonero, el piloto y la estrella), porque él es el rehén de la eternidad aprisionado por el tiempo. Todo el poema, desde el punto de vista estilístico, es una lograda muestra de la conjunción de tradición y vanguardia en la poesía rusa moderna.

Creo que tal conjunción, el intento de explorar en esa veta de la lírica del siglo XX, es uno de los motivos que originaron mi interés por traducir a Pasternak. En efecto, desde hace algunos años he venido advirtiendo que, al menos en la Argentina, la imagen de la poesía moderna que está presente en los lectores, e incluso en los autores de las últimas décadas, ha sido principalmente forjada por las traducciones en verso libre y criterio literal, que predominaron en la segunda mitad del siglo pasado. Ahora bien, cuando nos detenemos a leer a algunos de los mayores poetas modernos en sus lenguas originales (desde Laforgue, Apollinaire y Valéry a Yeats, Sitwell y Dylan Thomas; desde Frost, Eliot y Lowell a Gozzano, Saba, Ungaretti y Montale; desde Trakl, Rilke y Brecht a Achmatova, Mandelstam y Brodksy), lo que descubrimos es que fueron poetas que trabajaron sus textos con un cuidado obsesivo de la musicalidad del verso, la mayoría de ellos recurriendo a la métrica e incluso a la rima.

Tal constatación no impide que uno pueda reconocer asimismo la importancia fundamental que ha tenido la práctica del verso libre a lo largo del siglo, pero nos permite ver su uso en una consideración más amplia, ya no como un verso que excluye la atención hacia el arte de los acentos, las asonancias y las consonancias, sino que se pone en relación dialéctica con él. También nos deja ver que la identificación de verso libre y poesía moderna, formas métricas y poesía del pasado, es un prejuicio sin fundamento histórico. Un caso como el de Borges me parece muy significativo al respecto: en su obra coexisten poemas en verso libre, poemas en prosa, sonetos, textos en verso blanco o en cuartetos consonantes, etc., y en todos podemos percibir la voz, el tono inconfundible del autor, y sería difícil calificar a los poemas en verso medido y rimado de anacrónicos por el mero hecho de que empleen esos recursos de la tradición poética (aunque no falten impugnadores, sobre todo locales, de este sector de su obra). Diría que la modernidad, o, para eludir equívocos epocales, la originalidad actual, no estriba en la atención o el desinterés hacia las formas métricas, sino en una entonación, un léxico, una búsqueda estilística que elude las formulaciones cristalizadas por la literatura anterior. De hecho, desde hace ya bastante tiempo es tan factible encontrar en los textos contemporáneos huellas de un evidente vanguardismo epigonal, como en la primera mitad del siglo XX podía serlo hallar, en la poesía en lengua española, ecos epigonales modernistas.

Una de las razones, pues, de mi interés por la escritura de Boris Pasternak era la síntesis personal entre tradición y vanguardia que reconocía en su obra. De manera semejante, me atraía el modo en que su lírica concilia otras dos parejas de opuestos, que en la literatura moderna a menudo se han presentado como inconciliables: me refiero a la oposición entre experiencia ciudadana y experiencia de la naturaleza, y a la tensión entre cosmopolitismo y provincialismo. En este último aspecto, no sólo la de Pasternak, sino la poesía rusa del siglo XX en general, parecen confirmar aquel aserto del crítico italiano Alfonso Berardinelli: “la poesía moderna es moderna en cuanto que es cosmopolita, pero es poesía en la medida en que es provinciana”.

Por último, creo que otra razón que me ha llevado a indagar (la traducción es el extremo más artesanal de la crítica) en la escritura de Pasternak, estriba en la experiencia histórica que le tocó vivir: la encrucijada entre la historia colectiva y el destino individual, que ha dejado su marca dolorosa, entre los poemas aquí traducidos, en “Transformación”, en “Alma” y en uno de los textos líricos más intensos del Doctor Zhivago, “Noche de invierno”. No es difícil advertir, en este poema, las resonancias de esa tormenta que azota la tierra desde un extremo al otro del país, y la fuerza simbólica que adquiere aquella vela que solitariamente alumbra a lo largo de la noche en la penumbra de una casa en el campo, tan fácil de apagarse y, sin embargo, tan persistente y poderosa en su fragilidad.



Noche

Sin descanso la noche
Avanza y se difunde
Sobre el mundo que duerme,
Mientras un aviador asciende entre las nubes;

Se adentra en el oleaje
Fluctuante de la niebla,
Se vuelve una inicial sobre una sábana,
Una pequeña cruz bordada en tela.

Allá abajo los bares
Nocturnos, los cuarteles,
Ciudades extranjeras y estaciones,
Maquinistas y trenes.

Una sombra de ala se recorta
En toda su extensión contra una nube.
Los astros por lo negro, silenciosos,
Vagan en muchedumbre.

Y quién sabe hacia cuáles
Desconocidos universos,
Con terrible, terrible inclinación,
La Vía Láctea extiende su sendero.

En espacios sin fin los continentes
Incesantes llamean.
En las calderas, en los sótanos,
Los fogoneros velan.

En París, bajo el filo de los techos
Venus o Marte
Se asoman para ver qué nueva farsa
Proclama el manifiesto.

Y allá, en un resplandor de lejanías,
Hay quien no puede conciliar el sueño
En la antigua buhardilla
Recubierta de tejas.

Él contempla el planeta
Como si el firmamento
Fuese el único objeto
Del afán de sus noches.

No te adormezcas, no duermas, trabaja,
No hagas un alto en tu tarea,
No duermas, lucha contra el sueño,
Lo mismo que el piloto, o que la estrella.

No duermas, artista, no duermas,
No te entregues al sueño.
Que de lo eterno tú eres el rehén
En la prisión del tiempo.

 

Alma

Alma mía, que sufres
Por los que te rodean,
Te has convertido en el sepulcro
De todos los que penan en la tierra.

Sus cuerpos embalsamas,
Les consagras tus versos,
La lira, sollozante,
Alza por ellos un lamento.

En nuestra época egoísta
Defiendes el temor y la conciencia
Como una urna funeraria
Donde reposen sus cenizas.

Los tormentos de todos
Te han puesto de rodillas.
Hueles a polvo de cadáver,
A fosas y a obitorios.

Alma mía, escudilla,
De todo, todo aquello que aquí has visto,
Has ido haciendo una mixtura
Triturando, lo mismo que un molino.

Y muele todavía
Cuanto me ha sucedido,
Casi cuarenta años de esta vida,
En humus de las tumbas.

 

Cuando aclara

El gran lago parece una bandeja.
Detrás, las nubes en espesa masa
Como un blanco macizo
De severos glaciares de montaña.

Según cambia la luz
El follaje varía sus colores.
Arde en llamas ahora, y luego en sombras
Negras como el hollín se cubre el bosque.

Cuando termina el tiempo de las lluvias
y entre las nubes el azul asoma,
¡cuánto cielo que exulta en sus retazos,
cuánta celebración entre las hojas!

Calla el viento, se aleja el horizonte.
Fluye el sol a lo largo de los cauces.
Trasluce el verde de las frondas
Como la irisación de los vitrales.

Hacia la eternidad miran así
A través del cristal de las iglesias
En coronas de insomnio refulgentes,
Santos, zares, ascetas.

Es como si la tierra entera fuera
Un interior de catedral, y como
Si me llegara, a veces, desde alguna ventana,
El resonar lejano de los coros.

Tu liturgia sin fin, naturaleza,
Oh mundo, universal enigma,
Hondamente, con íntimo temblor
Escucharé, con lágrimas de dicha.

 

Transformación

Era amigo en un tiempo de los pobres,
No por nobleza alguna de ánimo,
Sino porque la vida sólo entre ellos
Transcurría sin falsedad, sin fastos.

Frecuentaba las casas de los nobles
Y los ambientes refinados;
No obstante, aborrecía a los parásitos
Y amaba la miseria más odiosa.

Y me esforzaba por hacerme amigo
De los que trabajaban como obreros,
De modo que me hacían un honor
Al acogerme entre los harapientos.

Tangible, sin palabras, sustancial,
Firme y robusta era la vida
En la desolación de aquellos sótanos
Y en aquellos altillos sin cortinas.

Y también yo me corrompí
Al tocarme la ruina de la época;
Se hicieron optimistas, bien pensantes,
Y el dolor transformaron en vergüenza.

Para todos aquellos en los cuales confiaba
Desde hace tiempo soy un sospechoso,
Y al hombre lo he perdido desde cuando
Fue perdido por todos.

 

Eva

Los árboles se inclinan sobre el río,
Y el mediodía en los acantilados
De la costa arrojó hacia los remansos
Como una red de pescador, las nubes.

Como una inmensa red, el cielo se hunde,
Y en este cielo, como en una trama,
Nada la multitud de los bañantes:
Hombres, mujeres, niños.

Cinco o seis salen por el mimbreral
Hacia la orilla, silenciosamente,
Y retuercen sus mallas
Encima de la arena.

Y son los nudos de la tela como
Culebras que se anillan y revuelven,
Como si la serpiente tentadora
Se agazapara entre las hebras húmedas.

Oh mujer, en tus gestos y en tus ojos
No hay engaño posible para mí.
Eres como una mano en la garganta
Cuando la ahoga la emoción.

Fuiste formada como en un bosquejo,
Como un trazo insinuado de otro ciclo,
Como si de verdad, mientras dormía,
Te hubieras levantado de mi tórax

Y al instante ya huyeras de mis manos
Y eludieras mi abrazo, mujer, toda
Tú asombro y miedo, angustia
Del corazón del hombre.

 

Cae la nieve

Cae y cae la nieve.
Hacia las estrellitas blancas
Que la tormenta lleva aquí y allá, se extienden
Las flores del geranio en la ventana.

Cae la nieve y todo se extravía,
Todo levanta vuelo,
La curva de la esquina,
Una escalera de peldaños negros.

Cae y cae la nieve. No parecen
Copos, sino que sobre los remiendos
De una capa a la tierra descendiese
Lentamente la cúpula del cielo.

Como si con los gestos de algún extravagante,
Desde el piso de arriba,
Sigiloso, jugando a la escondida,
Bajara el cielo desde la buhardilla.

Porque la vida no espera. Un instante,
Y ya es la víspera de Nochebuena.
Luego, un breve paréntesis, y observa:
El año nuevo que de pronto llega.

Cae la nieve, densa, densa,
¿Y con su andar, sobre sus huellas,
Al mismo ritmo, con esa indolencia
O con la misma prisa con que nieva
Es el tiempo que vuela?

¿Tal vez un año a otro año sobreviene
Como cae la nieve
O como las palabras de un poema?

Cae y cae la nieve,
Cae la nieve y todo se extravía,
El peatón que encanece,
Las plantas sorprendidas,
La curva de una esquina.

 

Noche de invierno

Toda la tierra azota la tormenta,
Desde un confín al otro, la tormenta.
Sobre la mesa, ardía una vela,
Ardía una vela.

Así como revuelan en verano
Los mosquitos en torno de la lámpara,
Se agolpaban los copos de la nieve
Contra el panel de la ventana.

La borrasca trazaba sobre el vidrio
Flechas y círculos.
Sobre la mesa, ardía una vela,
Ardía una vela.

La lumbre proyectaba
Las sombras sobre el cielorraso.
Con los brazos cruzados, con las piernas cruzadas,
Los destinos cruzados.

Y dos zapatos con un sordo ruido
Al caer sobre el piso resonaban,
Y la cera goteaba en el vestido
Rodando como lágrimas.

Y todo en una niebla
Cana de nieve se perdía.
Sobre la mesa, ardía una vela,
Ardía una vela.

Desde un rincón un hálito sopló
Sobre la llama, y como un ángel
Alzó la fiebre de la tentación
Dos alas, con la forma de una cruz.

Duró todo febrero la tormenta,
Y sin cesar, día tras día,
Sobre la mesa, ardía una vela,
Ardía una vela.

 

 

***

 

Pablo Anadón - nació en Villa Dolores (Córdoba, Argentina), en 1963. Ha publicado, en poesía, Poemas (Colmegna, Santa Fe, Primer Premio “José Cibils” 1979); Estaciones del árbol (Il Nuovo, Vecchio Stil, Córdoba, 1990, traducción al italiano de Oreste Macrì); Cuaderno florentino y otros poemas italianos (Università della Calabria, Rende, 1994); Lo que trae y lleva el mar (Rubbettino, Catanzaro, 1994); La mesa de café y otros poemas (AMG Editor, Logroño, 2004); El trabajo de las horas (Ediciones del Copista, Córdoba, 2006) y Estudios de la luz (Pre-textos, Valencia, 2010). Es autor de las antologías críticas Poetesse argentine (Plural Poesia, Acquaviva Picena, Italia, 1994); El astro disperso. Últimas transformaciones de la poesía en Italia. 1971-2001 (Ediciones del Copista, 2001, Premio de Traducción del Gobierno de Italia) y Señales de la nueva poesía argentina (Llibros del Pexe, Gijón, España, 2004). Ha publicado en libros, diarios y revistas del país y del exterior, numerosas traducciones de Dante Alighieri, Giuseppe Ungaretti (El Dolor, Alción, Córdoba, 1994, en colaboración con Esteban Nicotra), Vittorio Sereni, Alfonso Gatto, Mario Luzi, Giorgio Caproni, Wallace Stevens, Robert Frost, W. S. Merwin, Boris Pasternak, entre otros autores. Doctor en Letras por la Universidad Nacional de Córdoba, hizo estudios de especialización en la Universidad de Florencia y fue docente durante seis años en la Universidad de Calabria. Actualmente trabaja en Córdoba, en la docencia universitaria y secundaria. Ha fundado y dirige desde 1997 la revista de poesía y crítica Fénix y la colección de libros del mismo nombre para el sello editorial Ediciones del Copista. 

 

 



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