Revista Latinoemerica de Poesía

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Pedradas misteriosas (Samuel Vásquez)



 

Pedradas misteriosas

 

Reseña a “Echar las cartas” y “Diario de la errancia”,
Compilación de poemas de Samuel Vásquez.

Gamar Ediciones.
82 p.


Por Santiago Espinosa

 

Colección de pensamientos que han encontrado forma en el poema, arrinconados por una manada en la que no son del todo bienvenidos: de esto podría tratarse la reunión de estos dos libros. El poema que se detiene entre las páginas para pensarse de vuelta. ¿Poesía o Filosofía, ensayo? No importaría tanto lo que respondamos. Con esta escritura Samuel Vásquez nos arroja un lado oculto de lo que a veces asociamos con la poesía, sacándolo del concepto hacia la superficie. Una semilla oscura. Incluso nos revela algo distinto a lo que el título despierta entre nosotros, pues no son estos versos el azar de Mallarmé ni una defensa de la vida lúdica a lo Arreola o Cortázar, no son el viaje al que nos invitan muchos de nuestros mejores contemporáneos. Lo que está en juego es la capacidad de la inteligencia para responder, discernir, dejar grietas sobre el papel no necesariamente con las propias experiencias sino con lo que puede estar después de ellas.

 

Hay en estas palabras una capacidad de afirmar que no siempre se encuentra en la poesía colombiana, como el relampagueo de una verdad. No una certeza absoluta sino "una verdad", el germen que queda cuando se han retirado los adornos y las adherencias. El silencio de una escultura en la que vemos un paisaje a través de ella, para usar una imagen del Vásquez ensayista, como si arrojaremos al tiempo una sucesión de pedradas:

 

"No corremos huyendo ante el espanto de este país, sino que ya cargábamos adentro de nosotros un espanto anterior, más antiguo."

"No es tiempo de señalar. Es tiempo de borrar señales, cicatrices. Es tiempo de llenar de hierba los caminos, de restaurar el paisaje."

"No hay país, sólo noche."

"En la noche sin país los desaparecidos descansan mientras la hierba crece sin piedad en sus corazones."

"Me han hecho falta manos....
Manos para construir mi Babel más allá del cielo.
Manos para tus manos."

"Nunca llueve en el pasado."

"Ya sabes, los listos quieren manipular, además de todo, el silencio. Dicen “el que calla otorga”, y han hecho del silencio una tácita aprobación a sus actos."

"La hierba de la distancia crece sin control sobre mis recuerdos. Hierba es todo lo que me queda. Sobre estos pastizales no se levanta ni el más precario árbol, ni el más rudimentario albergue."

 

Para citar las que más que gustaron, o que más me dolieron. Pedradas misteriosas, no por el aire que las ronda sino por el vació que abren después, o que ya estaba y nos habíamos percatado. Afirmando la inteligencia o quizás desplazándola del todo para enfrentarnos con el equívoco. Esa lucidez oscura que se vive de vuelta cuando nosotros los lectores la sentimos. Me gusta cuando esas verdades están sueltas, sin brocados ni narraciones. Como piedras destiladas por el pensamiento donde cualquier aleación es cómplice. Y bien lo dice Samuel Vásquez en otro lugar:

 

Aquí, cada palabra es una piedra...
...Hay que dejar que pasen las palabras
y, desordenadas, dejen
sus huellas en el papel
Abrir un sendero con palabras
construir castillos de palabras
encender amores entre las palabras
y, si la historia no llega, mejor
sin historia no habrá relato, no habrá acción
no habrá presunción, no habrá empalago
no habrá maneras, no habrá estilo
no habrá traiciones, no habrá sangre
pero habrá palabras
habrá escritura

 

Y sería hermoso pensar que estos fragmentos han sido rescatados, como los gritos de salud que anteceden el desastre, como una escritura de aforismos para los tiempos de crisis. Pero es cierto, escribir también es el acto de construir, los poetas construyen sobre el papel, en presente. Ya recordaba Vásquez en su ensayo sobre Edgar Negret que para un americano una pieza por separado no estaría lista, incluso en detrimento de la belleza y del silencio mismo, del poema. Que debemos articular donde los otros ven obras terminadas, acoplar, bien sea la lengua con un espacio o la imagen con otras imágenes. Juntar nudos que antes no estaban en el mundo, como Jorge Eduardo Eielson o el propio Negret. Esta poesía también es una defensa de la obra, al margen de sus múltiples interpretaciones. El acto de construir con lo disperso, de escribir como quien busca un eco en otra parte.

 

Si en Diario de la errancia encontramos al Vásquez que arroja piedras o brocados para desocupar el espacio, tal como lo buscaba Oteiza, permitir que un silencio distinto construya otras relaciones a través de las páginas, en Echar las cartas, el segundo libro de esta reunión, nos habla el escritor que precede a los gestos, el hombre que se ha quedado con las manos vacías. Su voz es la soledad del que conversa con esas obras de arte, con los amigos poetas, el autor que delimita las sombras que otros proyectan y que tanto me emociona en sus ensayos. Un tiempo que no por hilvanado es menos exilio, quizás sea eso también, y que habla con los poemas en el poema. 

 

La comunicación debe comenzar cuando recuperemos la atención, parece decirnos Vásquez, y para eso deben caer esquirlas contra la comodidad de la memoria. El otro requisito es la amistad entre el ojo y la lengua, ser capaces de comunicar lo que vemos o como lo dice en otro poema, “saber esperar el encuentro”, como si el poema se tratara de un forastero que llega hasta las páginas.

 

Me gusta de este libro que no le teme a la inteligencia, o mejor, que no lo teme a conjurarla inteligentemente. "El origen del pensamiento es un poema", decía Allain, Steiner hablaba de la "música del pensamiento", eso y nada más es lo que a veces buscamos cuando escribimos poesía. Lo que quizás ya hiciera Montaigne en la reflexión de sus ensayos: el primer ejercicio de inventarse como persona a través de una escritura libre. También encuentro en Samuel Vásquez muchas conversaciones tan nuestras que me hacen sentir algo del diálogo de una época, la soledad de los poetas cuando estos se reúnen, incluso detrás de los poemas más logrados y felices.

 

Sabemos que el juego está perdido, sin remedio, el éxito envilece y es criminal. "Fracasa otra vez, fracasa mejor", decía Beckett desde los márgenes. Que ganen los que todavía creen en el progreso. Y es que ya no quedan muchos otros caminos para gritar como persona que perdiendo sobre algún tipo de arte, parecen decirnos estos libros decididamente solitarios. Rescatar en el lenguaje, si no el templo de Rilke -no es este el tiempo de los poetas mayores, lo recordaba Charles Simic-, al menos sí una distancia para contemplar lo que vivimos críticamente.

 

El intelectual, decía Jorge Gaitán Durán, carga la herida original de su conciencia. Y eso ha hecho Samuel Vásquez en sus ensayos, sus poemas, a lo largo de varias décadas de una vida dedicada a las artes: reclamar el derecho de no pertenecer, no jugar nuestro juego. Salvar una coherencia, porque de otra manera no se puede mirar a los ojos con justicia. Así esto le implique incomodarnos sobre el papel. Así esto le implique la soledad de no transigir nada con nadie. 

 

Samuel Vásquez Escritor colombiano (Medellín, Antioquia, 1949). Poeta, dramaturgo, ensayista, músico y pintor. Organizó con Leonel Estrada la exposición “Arte Nuevo para Medellín” (1967). Fue curador de la Bienal de Arte de Medellín, y Comisario de la Bienal de Pintura de Montevideo. Exposiciones en Colombia y el exterior en los años 60 y 70. Profesor de pintura, diseño, estética e historia comparada de las artes, en varias universidades. Fundador y director del Taller de Artes de Medellín que congrega teatro, música y artes plásticas. Sus montajes de El bar de la calle Luna, de su autoría, y El Arquitecto y el Emperador de Asiria, de Fernando Arrabal, fueron aclamadas como las más importantes obras del Festival Hispano de Estados Unidos y el Festival de Manizales, y fueron incluidas dentro de los Hitos del teatro colombiano del siglo XX, de Carlos José Reyes. En 1992 le fue conferido el Premio Nacional de Dramaturgia por su obra El sol negro, y una Beca Nacional de Creación del Ministerio de Cultura de Colombia por su obra El plagio. En 1999 le fue otorgada mención en el Concurso Internacional de Dramaturgia Ciudad de Bogotá, por su obra Raquel, historia de un grito silencioso. En 2005 le fue concedido el Premio de Ensayo Ciudad de Medellín por su obra El abrazo de la mirada. Cofundador de la revista de poesía Prometeo y miembro del comité organizador del Festival Internacional de Poesía de Medellín. Poemas y ensayos suyos han aparecido en antologías y revistas de Colombia y el exterior. Otras obras suyas son Gestos para habitar el silencio (poesía), Las palabras son puentes que nos separan (poesía), Técnica mixta (teatro) y Erratas de fe (ensayo).


Santiago Espinosa Bogotá, 1985. Crítico literario y poeta. Egresado en Literatura (2009) y Filosofía (2010) de la Universidad de los Andes. Actualmente es profesor del Gimnasio Moderno de Bogotá donde coordinada su Escuela de Maestros. Poemas y ensayos suyos han aparecido en diversas publicaciones de su país y del exterior. Fue jefe de redacción del periódico La Hoja de Bogotá hasta su desaparición, en 2008. Escribe habitualmente para la Opera de Colombia y el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Los ecos, su primer libro de poemas, fue publicado en 2010. Su libro Lo lejano (2014) fue finalista del concurso Internacional de poesía Paralelo Cero, del Ecuador. En Marzo la Editorial Valparaíso de Granada, España, publicó su libro Escribir en la niebla, compilación de ensayos sobre 14 poetas colombianos.

 

 

 

 



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