32. Poetas nacidos en Bogotá
Nota y selección por Henry Alexander Gómez
A veces, se piensa que Bogotá no tiene grandes poetas, que únicamente ha sido una simple residencia para muchos de los más importantes escritores colombianos. Poetas como Aurelio Arturo (La Unión, Nariño), Luis Vidales (Calarcá, Quindío), León de Greiff (Medellín, Antioquia), Héctor Rojas Herazo (Tolú, Sucre), y muchos otros, hicieron de la capital una casa para vivir, para entrañar su trabajo y asir, de alguna manera, la poesía. Por ello, ese aroma místico y legendario que poseen localidades como La Candelaria o Santa Fe, testigas directas del recorrido histórico y cultural de nuestro país.
Los colombianos aún no entendemos que Bogotá no es una ciudad que le pertenece a los bogotanos, no asimilamos que es un lugar que le concierne a cada uno de los que habitan Colombia. Bogotá es el resumen de todo el país; la gran mayoría de sus residentes tienen raíces o vienen del interior, casi todos descendemos de diferentes partes del país y acá hemos encontrado una bella casa compartida. La ciudad de los cerros es una metrópoli que acoge y conmueve, no le cierra sus puertas a nadie, sus montañas siempre nos otorgan una mirada al fondo de la tierra.
Algunas veces, hemos escuchado la afirmación de que Bogotá no ha dado escritores importantes (con excepción de José Asunción Silva, nuestro más grande poeta). Esta muestra pretende contradecir esta afirmación. Reunimos en esta nota a cinco importantes poetas bogotanos que, a nuestra consideración, son indispensables para entender la arcadia compleja y disímil que constituye la poesía colombiana.
JOSÉ ASUNCIÓN SILVA
(Bogotá, 1865- 1896)
El hilo de una bala directo al corazón, deshizo la vida del que muchos consideran el poeta más importante en la literatura colombiana. Cómo otros grandes escritores, se adelantó a su tiempo para imprimir una huella indeleble al movimiento modernista. Sus obsesiones fueron la muerte, la noche, lo fantasmagórico y la melancolía; en contraste, encontramos un acervo de la llamada “anti-poesía”, mucho antes de que se acuñara este término, en los poemas reunidos bajo el título de Gotas amargas. El naufragio y la pérdida de su obra en el Ameriqué, la muerte de su hermana Elvira y su “feroz bancarrota”, lo sumieron en un estado trágico del cual no logró recuperarse nunca.
MARIPOSAS
En tu aposento tienes,
En urna frágil,
Clavadas mariposas,
Que, si brillante
Rayo de sol las toca,
Parecen nácares
O pedazos de cielo,
Cielos de tarde,
O brillos opalinos
De alas suaves;
Y allí están las azules
Hijas del aire,
Fijas ya para siempre
Las alas ágiles,
Las alas, peregrinas
De ignotos valles,
Que como los deseos
De tu alma amante
A la aurora parecen
Resucitarse,
Cuando de tus ventanas
Las hojas abres
Y da el sol en tus ojos
Y en los cristales!
MIDNIGHT DREAMS
Anoche, estando solo y ya medio dormido,
Mis sueños de otras épocas se me han aparecido.
Los sueños de esperanzas, de glorias, de alegrías
Y de felicidades que nunca han sido mías,
Se fueron acercando en lentas procesiones
Y de la alcoba oscura poblaron los rincones
Hubo un silencio grave en todo el aposento
Y en el reloj la péndola detúvose al momento.
La fragancia indecisa de un olor olvidado,
Llegó como un fantasma y me habló del pasado.
Vi caras que la tumba desde hace tiempo esconde,
Y oí voces oídas ya no recuerdo dónde.
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Los sueños se acercaron y me vieron dormido,
Se fueron alejando, sin hacerme ruido
Y sin pisar los hilos sedosos de la alfombra
Y fueron deshaciéndose y hundiéndose en la sombra.
EMILIA AYARZA DE HERRERA
(Bogotá, 1919 - 1966)
“Es una de las voces más interesantes y particulares de la poesía colombiana. Con un tono intimista, sobrepasa el umbral de la palabra para hablar de sus obsesiones: de lo erótico hasta el dolor y la violencia que rodea la historia de nuestro país.
En su trabajo encontramos una poética oscura y desgarrada, un tratamiento del lenguaje que asombra por la agudeza de sus imágenes y por su naturaleza atemporal y casi de vanguardia, superando a muchos poetas de su tiempo. La angustia, la soledad y la premura del sueño son hilados con la diestra mano del que sabe que en la escritura no se puede ser ingenuo en ningún momento”. Algunos de sus libros son: Sólo el canto (1942), La sombra del camino (1950), Voces al mundo (1955), El universo es la patria (1962), Testamento (1987).
A CALI HA LLEGADO LA MUERTE
No.
Ni la sangre de polvo.
Ni el rumor de las venas sub-terrestres.
Ni los ojos de antiguas polillas vagabundas.
Ni los hombres de párpados doblados.
Ni la casulla del viento.
Ni la tierra pintada de frutos en la tarde.
No.
Nada.
Ni el sexo que comienza en la lengua de los niños.
Ni los pastores de culebras.
Ni las esquinas infieles sobre las ventanas.
Ni la dignidad de los trapiches
sostenida en el breve equilibrio de la caña.
Ni el transparente río que se hunde por los muslos de Cali.
No.
Nada.
Ni las almadías del sueño.
Ni el somnoliento camello de la cordillera.
Ni el monólogo amarillo del sol en el espacio.
Ni la paz de los escarabajos.
Ni la mariposa pintora.
Ni el grillo concertista.
Ni la boñiga de oro.
Ni los geranios, ni las bicicletas
que absorben con sus esponjas de silencio
la tibia pereza de los muros
No.
Nada.
Ni el candor de las escuelas que traza palotes de ausencia en los tableros.
Ni los borrachos que miran fijamente a la ventera
y le derraman el corazón entre las trenzas.
Ni las polleras de los siete-cueros.
Ni la barba de cristal de los torrentes.
Ni los panales detrás de las ortigas
Ni los bueyes de artificial melancolía.
No.
Nada pudo detener la muerte.
Llegó a Cali navegando
y los corceles del Océano Pacífico
la saludaron volcando sus belfos espumeantes en la playa.
Llegó por el pito de los buques
por las banderas de los guacamayos
por el ojo de las agujas que remienda el pudor de las modistas
por la voz de los muertos en los árboles
por los billetes rubios
por el alma incolora de los camioneros
por los ojos trasnochadores de los naipes
por la felina displicencia de los grandes
por la rosa ignorante
por el paisaje de zapatos sin huella.
Llegó sin pasaporte y cruzó la frontera
caminando sobre el miedo rosado de los niños
por el clavicordio dorado de los campanarios
por el pelo de agua de los cosos
por la sencillez de los pueblos
donde los campesinos y las almojábanas se encaran con el sol
y los mendigos pegan su coto a las ventanillas del tren.
Llegó sin autorización de los muertos
que se salieron de sus tumbas
a protestar en un mitin putrefacto y amarillo.
Llegó por en medio de las garzas
los taladros
por entre el múltiple corazón de pitahayas
por la flor que se colocan las solteronas tras la oreja
por los solares donde hacen venias al viento los interiores parroquiales
y un tulipán oye misa diariamente.
Por cerca de los gallos
que creen en la blancura de los huevos
por los tejados donde los zuros escriben la epopeya de los celos
y los gatos y la luna
forman siete lechos y un violín.
Invadió los palacios, las haciendas
los ranchos y las niñas de capul.
Invadió el cielo y sus altos corderos extraviados.
Invadió la secreta desnudez de los cadáveres.
(La ciudad era un racimo de plomo derretido
y la muerte le salía a bocanadas).
La historia de Cali dejó de ser un río deliberadamente puro
por cuyas ondas los días eran barcos de vidrio.
El rojo fue una lluvia sostenida en el aire
y entre los montes de cristal la sangre
dibujará para siempre vitrales en la sombra!
¡Hay que llorar desesperadamente!
FERNANDO CHARRY LARA
(Bogotá, 1920 – 2004)
Los vientos fríos de los cerros orientales bogotanos advirtieron su presencia un 14 de septiembre de 1920. Lector insaciable y ensayista por descubrir, siempre estuvo al tanto de las vanguardias literarias. En sus poemas existe una intensa expresividad, poblada por la noche, los sueños, y apacibles fantasmas que nos sumergen en un estado de penumbra adormecida. Rescatamos: Nocturno y otros sueños (1949), Los adioses (1963), y Pensamientos del amante (1981).
CIUDAD
Por el aire se escucha el alarido, el eco, la distancia.
Alguien con el viento cruza por las esquinas y es un
instante
su mirada como puñal que arañara la sombra.
Desde el desvelo se oyen sus pisadas alejarse en secreto
por la calle desierta tras un grito.
Una mujer o nave o nube por la noche desliza como río.
Junto al agua taciturna de los pasos
nadie le observa el rostro, su perfil helado
frente al silencio blanco del muro.
(Por el mar bajo la luna su navegación no sería
tan lenta y pálida,
como por los andenes, ondulante,
su clara forma en olas
avanza y retrocede.
Esos pasos, rozando el aire, se niegan a la tierra:
no es el repetido cuerpo que en hoteles de media hora
entre repentinos amantes y porteros
su desnudo deslumbra bajo manos y manos
y despierta soñoliento en un
apagado movimiento
mientras a la memoria
acuden en desorden lamentos.
En la oscuridad son relámpagos
la humedad en llamas de esos ojos
de oculta fiera sorprendida,
y algo instantáneo brilla,
la rebeldía del ángel súbito
y su desaparición en la tiniebla).
La noche, la plaza, la desolación
de la columna esbelta contra el tiempo.
Entonces, un ruido agudo y subterráneo
desgarra el silencio
de rieles por donde coches pesados de sueño
viajan hacia las estaciones del Infierno.
Duermevela el reloj, su campanada el aire rasga claro.
En el desierto de las oficinas, en patios,
en pabellones de enronquecida luz sombría,
el silencio con la luna crece
y, no por jardines, se estaciona en bocinas,
en talleres, en bares,
en cansados salones de mujeres solas,
hasta cuando, como con fatiga,
la sombra se desvanece en sombra más espesa.
Desde la fiebre en círculos de cielos rasos,
oh triste vagabundo entre nubes de piedra,
el sonámbulo arrastra su delirio por las aceras.
El viento corre tras devastaciones y vacíos,
resbala oculto tal navaja que unos dedos acarician,
retrocede ante el sueño erguido de las torres,
inunda desordenadamente calles como un mar en derrota.
Siguen por avenidas sus alas, su vuelo lúgubre por
suburbios:
se ahonda la eternidad de un solo instante
y por el aire resuena el alarido, el eco, la distancia.
Muerte y vida avanzan
por entre aquella oscura invasión de fantasmas.
Los cuerpos son uniformemente silenciosos y caídos.
Un cuerpo muere, más otro dulce y tibio cuerpo apenas
duerme
y la respiración ardiente de su piel
estremece en el lecho al solitario,
llegándole en aromas desde lejos, desde un bosque
de jóvenes y nocturnas vegetaciones
ÁLVARO MUTIS
(Bogotá, 1923 – 2013)
Nació en Bogotá el 25 de agostos de 1923. En sus poemas hallamos siempre algo de revelación y de leyenda, de selva de réquiem o aventura. Libros como Los elementos del desastre (1953) y Los trabajos perdidos (1965) marcan un derrotero en la historia de literatura colombiana que encontró una manera muy particular de ver el universo a partir de un lenguaje original que rompía con ciertos cánones tradicionales. Siempre hay efervescencia, ebullición y misterio.
CIUDAD
Un llanto,
un llanto de mujer
interminable,
sosegado,
casi tranquilo.
En la noche, un llanto de mujer me ha despertado.
Primero un ruido de cerradura,
después unos pies que vacilan
y luego, de pronto, el llanto.
Suspiros intermitentes
como caídas de un agua interior,
densa,
imperiosa,
inagotable,
como esclusa que acumula y libera sus aguas
o como hélice secreta
que detiene y reanuda su trabajo
trasegando el blanco tiempo de la noche.
Toda la ciudad se ha ido llenando de este llanto,
hasta los solares donde se amontonan las basuras,
bajo las cúpulas de los hospitales,
sobre las terrazas del verano,
en las discretas celdas de la prostitución,
en los papeles que se deslizan por solitarias avenidas,
con el tibio vaho de ciertas cocinas militares,
en las medallas que reposan en joyeros de teca,
un llanto de mujer que ha llorado largamente
en el cuarto vecino,
por todos los que cavan su tumba en el sueño,
por los que vigilan la mina del tiempo,
por mí que lo escucho
sin conocer otra cosa
que su frágil rodar por la intemperie
persiguiendo las calladas arenas del alba.
CARLOS OBREGÓN
(Bogotá, 1929 – 1963)
Nació el 21de febrero de 1929 en Bogotá. Estudió Física-matemáticas y la ejerció en la Universidad de los Andes. Entregado a conmemoraciones místicas, se encubre bajo un manto de conmiseración con el mundo y emigra a España, donde publicó sus únicos dos libros. Se dice que “su paso por la tierra es sencillamente un silencio estrepitoso, una tortura violentando la carne del verbo, un grito que hiere hasta el lenguaje”. Sus poemas retratan el silencio, la espiritualidad y la muerte. Obregón se suicida el 1 de enero de 1963 dejando como despedida la luz de su misterio. Sus libros son Distancia destruida (1957) y Estuario (1961).
LO QUE VEO ES MUY sencillo.
Pero lo que no veo
es aún más sencillo.
Desde tu hondura veo
contra la noche
un ciprés y una rosa.
Y lo que no veo
solamente es tu hondura.
Me hiciste monje
para cerrar los ojos.
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COMO LA ROSA contiene su quietud
y el mar el tiempo,
el fuego, más que fuego, contiene en certidumbre
liturgia de sí mismo, silencio en el silencio,
desde adentro volcando en fulgurante idioma
hacia qué atmósfera libre de criaturas,
hacia qué santo rezo.
Instante ardiente: su fervor se engendra
en la pupila tutelar del ángel
y su sustancia es la noche misma.