Revista Latinoemerica de Poesía

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6. Felipe García Quintero



 

 

Muestra y selección a cargo de Santiago Espinosa

 

Si hay una poesía contemporánea que exprese la máxima de Ungaretti de la “Vida de un hombre”, al menos en Colombia, ésta sería la de Felipe García Quintero: su vocación de unidad en medio de lo disperso, la serenidad con la que hilvana sus palabras abriendo un túnel oscuro y personal, y al fondo, en lo continuo, una escritura abierta a sus distintas posibilidades, nunca mendiga de las modas o del creciente oportunismo. Sus poemas, como marcas en el vaho, siempre terminan por volver hasta su propio rostro.

Esta poesía es la persistencia de un camino, poema tras poema. La belleza dolorosa del que transcurre a tientas, yendo desde la oscuridad hacia una luz encontrada. El recordatorio de lo que era la poesía antes que aminoráramos su hallazgo, que la tecnología amenazara entre nosotros la existencia misma de los libros: la crisis de un alma en su secuencia de luces y silencios.

Cuando parece que todos se marchan: estudiantes y desplazados, exiliados y viajeros, Felipe García Quintero regresa a sus terrales. Encuentra su sosiego en la mirada, devolviéndole al tiempo sus hilos rotos y al canto su círculo dorado. Y dice casa o pájaro, viento y porvenir. Después de sus caminos mentales, con el agua de sus pensamientos rumorando al fondo, es ahora cuando observa estos dominios vencidos una vez más, como el que nació para quedarse en ellos o así lo testimonia. Y en las canciones, los libros, nos deja esta obra en curso como una honda reconciliación.

 
 
 

De Monólogos del huésped

 
 
 
SOBRE el muro
que divide el patio
entre oscuridad y presencia

algunas ramas asoman
hacia la calle

esas manos
cargadas de frutos

que los niños disputan con los pájaros
señalan el cielo

toda las noches
veo a los pequeños
intentar alcanzar
su regreso

cada uno quiere tomar
con su mano
el fruto que sus ojos tocan

el cielo devuelve
sus hojas

y mientras
caen
sus cuerpos crecen
la voz se enturbia
y bajan la mirada

la infancia es el árbol que niega sus dones.

 
 
 

De Vida de nadie

 
 
 

TIERRA

Muchacha, montaña mía, ahora que el camino es el viento, donde el polvo de la casa que sostiene mis huesos se entrega a su paso, y cualquier voz es agua para mis ojos, ignoro el real motivo de estas palabras:

Ya ves, te lo dije un día y lo repito en su noche: no soy más que un árbol en el bosque de la intemperie. De tanto esperarte he terminado por ser uno más de ellos, quienes han sido los únicos que han recibido mi cansada paciencia entre su aire.

Mírame muchacha, ya el gesto de mi abrazo ha hecho ramas de mis manos. Tengo cubierto el cuerpo de parásitas y llevo sobre mi espalda los cabellos crecidos de insectos y con aroma de orín. Mientras te hablo llegan a mí los pájaros que han construido su nido en mi voz con las pajas secas de mis venas.

Si me ves así, no te asustes; las marcas talladas en mi vientre son un viejo juego de la infancia: he visto cómo un niño ciego escribe el nombre de su padre en mi piel y luego lo apuñala hasta el cansancio. Ya sabes, tengo tallado su rostro que cicatriza sobre el mío.

Muchacha, cuánto más habré de esperar, sepultado por las hojas que a mis pies se descomponen, para reconciliar mis cenizas. Si vienes, qué feliz me harías; daríamos una caminata —juntos y solos— desafiando a la fauna del cielo. Aunque mis pasos enterrados en la hierba no se muevan, y contradigan mi deseo, conozco el mundo desde abajo, porque adentro corre un río puro de aguas que se odian. Ya ves, crezco boca abajo y muero boca arriba. Con mis ramas me abrazo al camino.

Muchacha, montaña mía, soy un árbol perdido en el bosque de la intemperie. Ven para que ahuyentes al perro de lenguaje que desentierra mis huesos. Aleja sus fauces de mi vientre, de mi garganta su verde lengua, echa puñados de tierra para que se apaguen de mí sus ojos.

No temas si al llamar no respondo, si nadie te asiste bajo la llameante ceguera del sueño: es la escritura; el extravío en lo hallado.

Muchacha, cuerpo mío, donde ascendía en la noche a contemplar la consumación del cielo en el temor de sus criaturas.

Muchacha, montaña mía, ven porque atrás quedaron las palabras.

 
 

UNA NOCHE siendo yo un niño, mi padre me dijo —ya no recuerdo las palabras—: escóndete en la casa, luego te buscaré.

Sigo escondido, esperando.

 
 

MI MADRE gorda cuando duerme parece una ballena encallada en la playa. Entonces río. Y mis ojos que la miran desde el sueño se vuelven agua de su océano y mis manos arena de la orilla.

Mientras duerme pienso si la vida se entrega a la tierra como las ballenas, y si en vano ahora intento mover su cuerpo hacia las aguas que no quiere más visitar.

 
 

COMO EL NIÑO ciego recorro la casa con el tacto. Ausculto, con el bastón del silencio, el vacío de sus huesos.

Voy por los pasillos a tientas, entre el polvo de la sombra que el alba desconoce.

La noche en mí no entra, de mí sale.

 
 

MI CASA, como el desierto, no tiene techo ni puerta, sólo boca.

Mi casa, como la piedra, no posee vigas ni cimientos, sólo una mano empuñada la sostiene.

Esta casa la he construido quitando ladrillos y entregando mis huesos al vacío que resta.

La casa es oscura como mi voz en sus corredores.

Vivo en la casa que camino. La que acecho y me persigue como el gusano tras la carne enferma.

A cada grito se levanta; con cada silencio la destruyo.

 
 

VIAJO EN UN TREN de veintiún vagones conducido por todos mis muertos. Miro a través del cristal roto de la ventana una batalla de mariposas mutiladas por el cielo quemado de mis cinco años.

Converso con los árboles de la intemperie que desaparecen en mis ojos; los que no tienen camino, con los pájaros que son ya recuerdos del viento.

Yo tampoco sé qué tierra es esta.

 
 
 

De Piedra vacía

 
 
 

AGUA ROTA I.

evito las palabras. A cada palabra evito las palabras.

Con cada paso. Cuando escribo no quiero usarlas; no quiero tocarlas cuando hablo.

Escribo para dejar de escribir:

 
 

AGUA ROTA VII.

recuerda, alma mía, que vamos a morir.

Será bajo la lluvia discursiva que traen los recuerdos, la que anuda las manos a la escritura.

Sin queja moriremos. Esta será la noche y no habrá otro lecho para morir, porque la muerte es la hierba del deseo que se alimenta con el cuerpo.

(y la luna miro en el cielo: caballo que inmóvil se desboca)

Recuerda que más tarde vendrá la hoz, y seremos uno en las manos del pastor nocturno:

 
 
 

De La herida del comienzo

 
 
 

DEL AIRE EL FIN XV.

Ya no saber

si lo que atraviesa el cielo

y viene hacia tus ojos

es un pájaro o una piedra.

 
 

DEL AIRE EL FIN XXVIII.

El niño sobre el columpio

mariposa en el abismo.

 
 
 

De Mirar El Aire

 
 
 

MONTAÑA DE CAVAR

Llegar al día en que la realidad dice no a todo lo real.

Los amigos se han ido para decir con su sombra aquí estamos aún, contigo en la oscuridad de tu nombre en nuestro rostro.

Las calles cerradas a los pasos que recorren la luz del aire. Lejanías del agua en la mano.

Naufragio lo mirado.

 
 
 

De Siega

 
 
 

VIENTO 3.

Esta noche una luz vecina se enciende.

Puedo imaginar el paso de la sombra plena de un cuerpo apenas visto.

La hierba, bajo la lluvia, es mirada.

La más antigua esperanza.

Me basta, por ahora, el augurio de estas voces

aún calladas en mí, como cosas del viento.

 
 

VIENTO 17.

Como la hogaza de pan tajado sobre la mesa, repartir la callada tristeza en trozos iguales.

Sus migas oscuras siempre a la boca vacía, que ahora sonríe y turba el llanto.

 
 

VIENTO 21.

Yo lo vi. Fue así:

Un río de oro puro, largo y hondo brillaba en mis ojos cerrados.

En su nudoso latir, valle adentro, una selva solitaria era la montaña líquida del sol.

Y de pequeñas escamas en su lomo blanco 3 pájaros navegaban ese cielo.

 
 

VIENTO 23.

Muchas prendas acumula el día del cuerpo. Los pasos ya por el suelo, la mirada en las horas.

Mirar los zapatos llenos de sombra, como antes las camisas al sol, donde reposan afanes, sudores y silencios.

Paisajes lejanos que vuelven y son ahora latido del viento.

 
 

CIUDAD DE DIOS 23.

A pesar de lo bello las cosas conservan su ruindad.

De allí el abandono propio de amar lo perdido.

Recordar que con maderas de humedad y fiebre los mayores hicieron su fuego en la piedra.

Dejaron atadas sus tranquilas bestias y viajaron sin dolor por el río de sus lágrimas.

 
 

LA VENTANA

Tan pequeña es y humana,

como descuido de Dios.

Un día cualquiera

el traspié da con su aire y vemos.

 

 
 
 

De Terral

 
 
 

LA POLILLA

En silencio trabaja la polilla el madero.

Semejante al insecto yo lo hago con esta página infatigable, y como la noche, desnuda y honda.

Entre las pequeñas sombras imagino sus pasos llenos de oscuridad.

¿Ese murmullo es la soledad roída del lenguaje?

La presencia del ruido anticipa lo incierto, el constante corroer que aún no tiene nombre.

Junto a mis pocas palabras estos residuos sonoros son piedrecillas sobre el papel, leves tesoros desenterrados de la calle.

 
 
 

TERRAL

a Teresa de Jesús Dorado,

 in memorian

Sus ojos en la piedra ya son miradas del agua a la noche quieta.

De esa mano tomé el sol cenizo de una moneda bajo la puerta.

Lo que ilumina desde entonces el fogón de leña es la cal insomne de una voz sin riberas.

Un jeme de fulgor, abuela, un dedal de claridad intensa.

En la justa mitad de la memoria, este chocar de trompos, del hierro y la madera.

Y la orina a rebosar en el hoyo de las canicas, el primer brindis de la tierra.

Una pelota furtiva colma la distancia del viento, aviva el grito que la ventana encierra.

 

  
 

Felipe García Quintero (Bolívar, Cauca, 1973) Es autor de los libros de poesía : Vida de nadie (Madrid, 1999), Piedra vacia (Quito, 2001), La herida del comienzo (Granada, 2005), Mirar el aire (Bogotá, 2009), Siega, (Bucaramanga, Santander, 2010) ganador del Concurso Nacional de Poesía UIS, Terral(Cúcuta, Norte de Santander, 2013) ganador del Premio Nacioanl de poesía Eduardo Cote Lamus, y de las selecciones personales Horizonte de perros(Cali, 2005) Honduras de paso (Mérida, 2007) El Pastor Nocturno (Bogotá, 2012). En los próximos días será publicada La piedad en Lima, Perú, su obra reunida.

Es profesor Asociado del Departamento de Comunicación Social de la Universidad del Cauca, en Popayán. Ha realizado estudios de literatura, crítica cultural y filología hispánica y antropología. Como escritor estudiante ha residido temporadas en Quito, Madrid y México, D.F.

 



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