
Dos metros cuadrados de piel
Dos metros cuadrados de piel: un espacio que respira, recuerda y sufre
Por Sarahy Durán Sánchez
El hogar respira. No con los pulmones de quienes lo habitan, sino con sus grietas: sus paredes exhalan un aire viciado, una piel de concreto que se deshace con el tiempo. En Dos metros cuadrados de piel, Ramona de Jesús nos enfrenta a un espacio que no es refugio ni cáscara protectora, sino un cuerpo más, un mecanismo de existencia que vibra con sus propias memorias, tensiones y deterioros.
Desde los primeros poemas nos muestra que el espacio construido en la obra no es un refugio, sino que es un ente que sigue su propia naturaleza, un archivo de gestos y ausencia. La casa no es el abrigo, es el síntoma. El hogar se vuelve una piel más, con su sistema nervioso propio, sensible a lo que ocurre dentro y fuera de ella:
“HAMBRE VIEJA I
pasando el corredor
a la izquierda de mi memoria
ese sol sobre la madera y
debajo de la cama
en sombras de nuestro tacto
sin senos sin vellitos
esa habitación piensa”
No es casualidad que el poemario esté lleno de imágenes encontradas, de respiraciones cortadas, de cuerpos que se funden con su entorno. El hogar es una carne más, una que se contrae, que duele, que se desgarra en los desplazamientos. En sus poemas, la casa es un sitio que nunca termina de pertenecer del todo:
“…cuando nos fuimos
De casa
No sabíamos
De qué casa era
Que nos íbamos…”
No se trata solo de que el espacio viva, sino de que insiste. No olvida. No se deja atrás. Incluso cuando parece que se ha abandonado, persiste como una presencia espectral, como un eco que se adhiere a la piel.
Frente a esta idea tradicional del hogar como guarida, Ramona de Jesús nos ofrece un lugar en constante mutación, con partes gastadas, mecanismos rotos y memorias mal archivadas. La casa no respira con tranquilidad: carraspea. Su aire espeso, su temperatura densa. Como una máquina vieja, sus movimientos son lentos, erráticos, arrastrados. Cada habitación es una válvula a punto de atascarse, un engranaje suelto.
“CUENTA CORRIENTE II
trazando las líneas con las yemas de mis dedos
voy y vengo
como si todo a mi alrededor girara
y yo siguiera quieta
ingrávida frente al portón
de la que fue nuestra casa
cuando las hormigas trepaban por los zapatos”
Aquí la quietud no es descanso, es suspensión. La casa, como la voz poética, flota en su propia inercia, sin dirección ni impulso. Ya no hay tierra firme, solo un vaivén sin sentido. Como una nave a la deriva, el hogar se mueve sin desplazarse, se llena de presencias que no están, y conserva en sus bordes la presión de lo que fue.
Este hogar tampoco es solo un archivo de lo vivido, sino de lo dicho por otros. En hambre vieja IV, la voz confiesa: “hoy mis palabras no son mías”. La casa, entonces, también es un espacio de ventriloquia: guarda ecos que no nos pertenecen del todo, voces heredadas. Una entidad que murmura fragmentos, incluso cuando intentamos el silencio.
Y como todo artefacto que ha sido habitado demasiado tiempo, el hogar también se descompone. No es que sufra como un cuerpo humano, pero bajo su propia naturaleza como ser viviente este también se descompone.
En esta dimensión el hogar pierde coordenadas. Ya no hay destinatarios, ni rutinas que sostengan la ficción de lo cotidiano. Lo doméstico se disuelve, se vuelve escombro simbólico. No hay drama explícito, solo una suma de gestos mínimos que exponen el derrumbe de un mundo: que alguien deje de esperar, que no haya facturas, que la cama no pertenezca a nadie.
La poética de Ramona de Jesús insiste que el hogar no es solo un sitio: es una práctica fallida, una coreografía que se desajusta con el tiempo. La casa ya no es refugio sino rastro:
“…regadas como señales
me multiplico infecciosa
entre las tazas
para no perder mi camino
de la cocina a la cama
afuera de este cenotafio
me sobrevivirán los árboles”
En este poemario el hogar se convierte en más que un espacio inerte, es su propia realidad, su propio microuniverso que respira, que recuerda y padece. Ramona de Jesús nos muestra que el hogar no es un solo sitio, sino que es un ente que se expande y se contrae con la vida de quien lo habita como la piel, el hogar cambia, se llena de heridas, se estira y se encoge con la memoria. En Dos metros cuadrados de piel, la casa es su propio cuerpo, uno que nunca deja de latir.
Al final del libro, no hay resolución, solo continuidad, “una mujer limpiando su apartamento” es mas que una imagen de rutina: es un intento de poner en orden un sitio donde solo hay restos, una forma de dibujar contornos a un mundo que se deshace. La limpieza no salva, pero nombra. Con cada movimiento, esa mujer confirma su presencia en el único espacio que aún responde a su gesto.
Ramona de Jesús (Medellín, 1990): es poeta, traductora y ensayista colombiana. Creció entre Bogotá y Mumbai y actualmente reside en Berlín. Es autora del poemario Dos metros cuadrados de piel, ganador del Premio Nacional de Poesía Obra Inédita de Colombia, 2020. Estudió Literatura Comparada en la Freie Universität Berlin y Escritura Creativa en la Universidad Nacional de Tres de Febrero en Argentina. Su obra ha sido publicada en Colombia, Alemania, Argentina, y ha participado en festivales como el de Poesía de Berlín y Latinale.
Sarahy Durán Sánchez (Bogotá, 2005). Estudiante de Pregrado en Creación Literaria en la Universidad Central.