
Ciudadano sin fin: adiós a Juan Calzadilla (Altagracia de Orituco, 1931 - 2025)
Juan Calzadilla (Altagracia de Orituco, 1931 - 2025) es un poeta fundamental de la literatura venezolana y latinoamericana contemporánea. Hay una pregunta sostenida por el lenguaje y el lugar que ocupan las palabras. Su poesía late como nunca a pesar de su partida:
CANTAR A LOS PÁJAROS
Observa con qué facilidad escribes
sobre pájaros. Pero ¿cuántos has palpado
amorosamente con el calor de tus manos?
¿Cuántos han latido realmente
bajo la presión de tus dedos?
¿Acaso los has descrito
sin olvidar detalle
como quien conoce bien a un cuerpo amado?
¿Los has liberado acaso
del peso de tus palabras?
LA COMPLICIDAD CAMPESINA DEL POETA
–Este es mi testamento. Verán que es tan grande y, encima, tan extenso que para leerlo necesitarán ustedes disponer de todas sus vidas. Y extendió sus brazos hasta donde abarcaba con ellos el horizonte en torno: arbustos y hierbas simulaban muy bien una escritura.
LAS DOS VENTANAS
El drama corriente del poeta de
hoy consiste en que no dispone en su
casa sino de dos ventanas. Por una
sólo le es dado ver hacia sí mismo y
por la otra puede mirar hacia su
infancia, pero sin rozarla.
Con esta última que no cuente. Es
una ventana ciega. _¿Y entonces
cómo haría si quisiera mirar las
cosas?
_Tendría que utilizar la primera
ventana.
Y podría hacerlo si no fuera porque, al
ver por ella, siempre se encuentra a
sí mismo, atravesado
en el medio.
LAS PALABRAS
No sé si las palabras reconocen
tan bien como el pan su sitio
en la mesa. Si poseen instinto
para diferenciar a su dueño
con la precisión con que lo hace
el olfato del perro.
Si como el pan y el vino
ocupan un lugar exacto
en la mesa
comunicando calor
a las manos seguras de
alguien que sabe en este momento
lo que quiere. Si
viven en su fuero a merced
de lo que se espera de ellas
prestas a confiarnos,
cuando lo solicitemos,
el poema. O si, menos
dadivosas que el pan,
solo renuentemente
y con trabas, sabias,
por fin entregan
sus enigmáticas vidas
a quienes, poniéndoles cerco,
obstinadamente
ensayan descifrar sus misterios
LA REALIDAD
Estaba tan próximo a la realidad del hecho que no podía percibir más que la página donde lo había escrito. La realidad para el escritor es siempre lo que éste sabe de ella. Respecto a la realidad, la experiencia es algo que él sólo se imagina.
Y, lo que es peor, que no puede comunicar.
LA DERROTA
Siempre estaba listo para librar la batalla
en otra parte, no en él mismo. En definitiva
en el espacio más conveniente a las tácticas
del otro y, hasta si se quiere, en el terreno elegido
por éste. Él sabía que todas las batallas donde
se pone en juego el resto son a muerte,
incluso las que no se libran, pero si no le había
sido dado escoger entre la lucha corporal
y el armisticio, ¿cómo no haber pensado
que hubiera podido al menos elegir el lugar
del combate? Pero también este recurso le fue
negado. Y no por el contendor, quien confiaba
ya en su triunfo, aún antes de alistarse,
sino por él mismo. ¡Si hubiera podido disponer
de su vida como de un arma filosa!
¡Si hubiera sabido que su existencia era el cuartel
en disputa! Porque había que pegar duro
con los cuerpos. Y esto tampoco él lo sabía.
ESCRITO EN EL ÁLBUM DE EMILY
¿En dónde está la grandeza de Emily?
En su jardín.
En el asombro menudo de las hojas,
en los charcos con sapitos y légamo,
en las azucenas y en la alondra,
en la abeja dactilógrafa
y hasta en una mosca espiando
por el vidrio de su ventana.
Del mármol no le hablen. Lo empleó
contadas veces
como cuando
a Amherst llegaron tropas del norte
y ella para mostrar su agradecimiento
se imaginó tallada cual doncella de Orléans,
simulando en la piedra
unos labios para siempre sonrientes.
LECCIÓN DE PATAFÍSICA
Se puede arrojar una piedra y convenir en que se ha lanzado con tanta precisión que ha caído en donde ha caído. Esto es lo que se conoce como puntería al azar. Y el hecho de que nada se puede hacer para evitar que, al arrojarla por segunda vez, la piedra caiga en el sitio exacto donde antes no cayó, confirma que la puntería del azar es una ley que se cumple de todos modos.
EPITAFIO
En mi entierro iba yo hablando mal de mí mismo
y me moría de la risa.
Enumeraba con los dedos de las manos
cada uno de mis defectos
y hasta me permití delante de la gente
sacar a relucir algunos de mis vicios
como si me confesara en voz alta
y en la vía pública.
Comprendo que esto no es usual en un entierro
ni signo de buen comportamiento.
Un ciudadano cabal, aun estando muerto
—cuando es él el centro de la atención—
debe guardar las apariencias
y cuidar de no exponerse al ridículo.