Revista Latinoemerica de Poesía

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Otoniel Guevara



Otoniel Guevara nació en La Libertad, El Salvador, el 10 de junio de 1967. Desde su primer libro de poemas El solar, 1986, hasta Canción enferma, 2009, ha publicado alrededor de 16 libros. Su poesía ha sido traducida a 8 idiomas, publicada en decenas de publicaciones en revistas, periódicos, antologías, muestras colectivas y medios electrónicos de América y Europa. Ha representado culturalmente a El Salvador en 16 países y ha obtenido más de 20 premios literarios. Es presidente de la Fundación Metáfora y director del Encuentro Internacional de Poetas «El turno del ofendido». Enseguida algunos poemas de su reciente libro Los pájaros de Hitchcock.

 

 

 

 Látigo. Breve historia de amor.

 

No puedo admitir que los sueños

Sean privilegio de las criaturas humanas.

Lêdo Ivo. [El sueño de los peces].

 

 

El látigo sueña con ser enredadera y parir flores.

 

Que su aroma seduzca a las abejas.

Que los enamorados lo conserven en cajitas de cristal

color turquesa.

 

Quiere vibrar con la lluvia

en lugar de podrirse.

 

Quiere ser hormigón, caricia y condimento.

La mano que recibe

a los recién nacidos.

La añeja tibieza de la almohada

que conoce de memoria

el diámetro y cansancio de la dura cabeza.

 

El látigo proyecta

ceñir a su cintura

un ramo de azucenas.

Atizar en su oreja tres nidos de oropéndolas.

 

Su aspiración suprema

es marcar con sus pétalos

en el centro de un libro

los versos de un poeta.

 

El látigo pretende bautizar caracoles,

perfumar las orquídeas, bendecir los amores.

 

El látigo ha perdido la razón.

 

 

 

Lava de Quezaltepeque. 1979.

 

Y todo esto pasó con nosotros

Los últimos días del sitio de Tenochtitlán.

[Canto de angustia de la Conquista: la visión de los vencidos]

 

 

Playa fúnebre. Cada día

el sol brota con las manos sobre el rostro, espeluznado

de ser el primer testigo del estropicio:

el iluminador de la barbarie.

 

Encima de las rocas congeladas

el amor fue derrotado cuerpo tras cuerpo.

 

Algunos de esos cuerpos conservaban la vida

al ser arrojados desde los autos sin luces.

Con trepidantes ráfagas los hicieron melcocha.

Masa desconocida.

Ojos vaciados, huesos triturados, gargantas perforadas,

piel desollada.  

 

Xipe Totec decapitado.

 

(¡Cuánta vergüenza para los nobles instrumentos!

El hacha. La sierra. El martillo. El dócil alambre.

Los laboriosos machetes.

 

Degradados. Humillados. A su pesar malditos)

 

Concurrieron las bestias vagabundas a perder su inocencia,

a picotear ojos aterrados,

a disputar erizados corazones,

a desvanecerles para siempre los caminos.

 

Esos cuerpos no conocerán más tumba

que estos ojos insomnes,

insomnes,

para siempre insomnes.

 

 

 

Aves. Cena navideña.

 

como sintiendo un pájaro

herido

en la palma de la mano

Hugo Mujica. [Alba].

 

 

Las aves de la navidad están cada vez más afligidas.

El tierno pavo acaba de leer

en la prensa del día

cómo rebanaron el cuello a dos hombres en Sonsonate.

Piensa,

ingenuamente,

que a él lo van a desnucar dos veces

y olvida con una lágrima aquel sueño infantil

de ser un helicóptero atravesando el mar.

A varios metros de su congoja, una gallina india

intenta recordar cuando su madre

arrullaba con canciones de Bach sus noches frías.

De nada sirvió leer con devoción

los tres tomos en pasta dura de “El perfecto suicida”.

Lo que más le irrita es la sorna

con que se burlan los gusanos.

Desde la calle se cuela una melodía lamentable y ridícula

como un olor amargo.

En la bolsa de basura centenares de plumas se confunden

con aplastadas latas de cerveza.

 

 

 

Mensajeros. Eternidad. 

 

Oigo los pájaros afuera,

otros, no los de ayer que ya perdimos.

Eugenio Montejo. [Pájaros].

 

 

Hay un pueblo de pájaros que cantan

Bajo la lluvia esconden sus gorjeos

Pero más peligrosos que los truenos

son sus ásperos murmullos azulados

 

Sobre los incendios que ellos mismos provocan

su voz rompe los humos y acatarra a las piedras

 

Cuando ellos cantan

las estrellas celebran

 

Todos los días vuela su palabra

una frase tras otra

 

Todos los días el mensajero cambia

hasta la eternidad

 

Ellos son pájaros

solo pájaros

no necesitan nombres ni apellidos

 

 

 

Libro. Leer.

 

Hasta entonces el hombre había sido su único libro.

Lord Byron. [Lara. Canto primero. IX].

 

 

La palabra no es mi disfraz:

Soy la palabra.

 

Muchacha que te hundís

en el despreocupado archipiélago de mis labios,

estás leyendo

            la cuarentena del desalojado,

estás leyendo

            la espesa transpiración de los suicidas,

estás leyendo

            la verde soledad del que alzó vuelo.

 

Me leés

cuando tu alma se acomoda en la mirada que no ves,

cuando cerrás tu libro

y escuchás

un rasgo de mi voz en los tranvías

y reconocés

un gesto de mi silencio en los ruidos del agua,

cuando descubrís en una oración

la tibieza de mis desgarraduras,

cuando, por fin, cerrás los ojos como cerraste el libro

y la vida se te abre en todo su misericordioso misterio.

 

Hay ocasiones en que nada más soy

una página virgen:

es cuando los niños se acercan a mi frente

y escriben sobre ella los poemas

que no recordarán

jamás.

 

Para Ciprián Cabrera Jasso, como un abrazo.

 

 

 

Forastero. Epifanía.

 

Ah, que tú escapes en el instante

en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.

José Lezama Lima. [Ah, que tú escapes].

 

 

Llegó a la puerta del hospital en bicicleta.

Sembró

jeringas muertas

en un muñón sin dientes.

En la playa,

recogió una luna y la molió

con cantos de ranas hipertensas

para la cena del hijo de Tu Fu.

 

Multiplicó los sordos y el silencio.

Logró

que los ciegos no notasen

su lepra desgajándose.

 

Brotó de una covacha ya convertido en vino

y se bebió a sí mismo.

 

Totalmente embriagado

lloró sin apellido y de rodillas

por el amor de una mujer

de cabellera oscura.

 

Dijo llamarse Dios y huyó entre espesos montes

sin dejar huella alguna.

 

 

 

Hölderlin. Tubinga.

 

¡Bienvenida la paz del mundo de las sombras!

Friedrich Hölderlin. [A los Hados]

 

 

Le agobiaba poseer tanta belleza.

Discutía consigo mismo asuntos inauditos,

cosas sin aparente entraña.

Las preguntas no lograban dar alcance a las respuestas.

Recogía flores y hierbas

para reconstruir un poco de su amada.

Pudo haber estado loco, pero estaba solo

y la locura sólo existe en la mente de los que no la conocieron jamás.

Clavó los viejos libros por las cubiertas de tal forma

que se mantuviesen abiertos a los ojos de Dios,

discurseando en voz alta,

como una melodía que discute de pared a pared.

La mano que cerró sus ojos no detuvo su mano.

Su escritura persiste en las entrañas de las chimeneas.

 

 

 

Bombero. Verapaz.

 

El invierno penetra hasta el cerebro. Algo malo

sobrevendrá. Se eriza la crin del monte-caballo.

Odysseus Elytis. [Canto heroico y fúnebre por el subteniente caído en Albania]

 

 

en la puerta del ascensor el bombero agotado y amarillo me relata sus noches y sus días a la vera del horror: los hijos separándose los padres separándose la tierra separándose la carne separándose ríos que abrigan los pueblos venas rotas fluye el agua fluye el llanto fluye la sangre todo corazón ha colapsado el volcán se toma el pecho y dice dios mío dios mío la noche y sus cuatro horas de lluvia se sumergen en la tina perversa de la muerte vera paz veramuerte ver a dios con el rostro descompuesto y en su mano derecha un folio donde está escrita la palabra “emergencia” el bombero escondiendo su rostro para que no lo vea llorar el niño que no llora para que no lo vea llorar el árbol que apenas se detiene en la punta de su raíz para que no lo vea llorar la roca que no entiende por qué la despertaron tan de noche: ¿dónde está el sol? no entendemos nada… el ascensor se abre el bombero queda de pie dentro de su uniforme yo entro él se queda el uniforme solloza ¿a dónde vamos ahora?

 

Viernes, ‎20‎ de ‎noviembre‎ de ‎2009, ‏‎10:58:08 a.m.

 

 

 

Charles Baudelaire. 2017.

 

sus alas de gigante le impiden caminar.

Charles Baudelaire. [El albatros].

 

 

No hay marineros,

solo piratas, roedores y contrabandistas.

 

Ninguna estrella,

solo lisiados, paranoicos y niños balaceados.

 

No hay océano,

ni barcos, ni pipas,

ni siquiera piedad.

 

El poeta cruza el cielo en vuelo furibundo,

imperceptible,

con su dolor inútil.

 

 

 



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