El vicio de mirar
Notas sobre El suelo pesa
de Víctor Hugo Díaz
Santiago, Chile, Editorial Cuarto Propio, 2023, pp. 58.
Por Hiram Barrios
Hace poco el poeta Luis Flores Romero señalaba dos caminos habituales entre quienes se dedican a la escritura poética. Por una parte, habría poetas que aspiran a la renovación continua, que apuestan a cambiar de voz y de tono, como si quisieran marcar una distinción entre cada uno de sus libros, o aún más, entre cada de uno de sus escritos. Los versos de sus primeros poemas no se parecen en nada a los que escriben años después. Se vuelven irreconocibles con el tiempo. Por otro lado, hay quienes parecen recorrer un mismo sendero, que exploran un puñado de temas o que acuden con cierta frecuencia al uso de determinados recursos del lenguaje. Sus cimientos son firmes y sobre ellos construyen su propuesta literaria. Hallan un camino, una ruta, y la exploran hasta dominarla. Si los primeros revolucionan su escritura, los segundos, en cambio, la evolucionan.
La poesía de Víctor Hugo Díaz parece corresponder al segundo grupo. En su escritura es posible advertir una evolución en la que están presentes una serie de inquietudes que han marcado su derrotero poético. También se advierte un registro que ha sabido cincelar con maestría. Su poesía es reconocible gracias a ello. El suelo pesa (Editorial Cuarto Propio, 2023), su libro más reciente, corrobora la constancia y la vocación poética de un observador tenaz que ha encontrado una voz que lo distingue, y que aspira a construir un universo propio, en el que los poemas no sólo dialogan entre sí, sino que incluso ofrecen guiños con el resto de su obra, a la que alude e incluso no teme citar para resaltar los vasos comunicantes por los que confluyen preocupaciones literarias.
El suelo pesa se divide en dos secciones: “Parques en guerra” y “Evade”. Un hilo conductor muy sutil se teje a la largo de ambas partes: la mirada. No en vano el libro inicia con una sugerencia que da cauce a la escritura: “Todo lo que miras… / se vuelve un vicio”. En otro de los indicios, de las pistas que aparecen reiteradamente, leemos: “Fíjate en las manos, algo se mueve”. Lo que parece una orden, un imperativo, es en realidad una invitación a despertar del letargo, a mirar con detalle el mundo que nos rodea, a fijarnos con atención en el movimiento que da sentido a la existencia; más una premonición que una admonición. “Parques en guerra” ofrece un panorama, nos presenta el campo de acción, el primer “escenario” a investigar:
Junglas del sudeste asiático
vistas desde un dron
a la altitud de los ojos
En este parque se gestan las “Batallas en miniatura” en donde la imaginación crea otro orbe. El poeta retoma, en esta sección, algunos versos de falta (Cuarto Propio, 2007), como si quisiera mostrarnos esa fotografía que pertenece a otro álbum pero que complementa este cuadro. De hecho, los poemas de Víctor Hugo Díaz pueden verse como fotografías que capturan un paisaje desde distintos ángulos. Son fragmentos interconectados de un rompecabezas que el lector va armando con las piezas verbales que el poeta nos entrega.
“Evade”, la segunda sección, conforma la mayor parte del libro. Aquí se acentúan esos movimientos que captura la mirada. Incluso algunos poemas llevan en el título una alusión directa (“Nadie vio nada…”, “Parpadeo”), y en no pocos versos está presente el sentido de la vista como detonante del poema o como una evocación que esclarece el decir:
Al centro la estatua es sorda a las miradas:
objetos fríos construidos con el agua
que nos invitan junto al fuego por primera vez.
[…]
Fíjate en las hormigas
desfilan en cortejo antes de la inauguración
listas a competir por la recompensa.
[…]
La mano evade todos los ojos
con la rapidez
de una noche.
[…]
Solo hay pies
sal
y ningún muelle vacío que se mire.
[…]
Cuando se mira fijo a alguien
con un ojo cerrado
es para apuntar.
Otro de los rasgos que distinguen su apuesta poética se encuentra en el enmascaramiento del yo-lírico, una estrategia que consiste en expresar una anécdota, una vivencia o una reflexión de manera virtual simbólica, mediante el desdoblamiento o el uso de personajes como una descentralización del sujeto que escribe. Ya en otra ocasión, con motivo de su libro Doble vida (1989), había señalado este ejercicio de transfiguración. El suelo pesa está habitado por personajes sui géneris que deambulan por la ciudad: un anciano “ropavejero” que toca de puerta en puerta, un migrante que busca una frontera que no aparece, un enfermo que espera su alta; pero también está poblado por niños, adolescentes o transeúntes que construyen el mundo con la mirada.
El suelo pesa es un libro que no se agota en la primera lectura. Una de las virtudes de este poemario —y que resalta la destreza de su autor— es la capacidad de sugerencia. Los poemas ocultan más de lo que dicen. Su escritura está llena de implicaciones éticas, estéticas y, por supuesto, políticas. El libro, además, es una prueba de la consolidación de un poeta que ha construido su ideario sobre unos cimientos que siguen sosteniendo su quehacer escritural. Uno de los mensajes implícitos, y aludidos desde el título, tiene que ver el peso de la existencia: el suelo pesa, parece decirnos el poeta, porque cada paso sobre la tierra está cargado de sentido, de historia, y nuestras huellas son raíces que están buscando donde florecer:
Lo que escuchan desde el suelo
todavía no sucede.
***
Sellado al vacío
El otoño alcanzó su mayoría de edad
y hay un último fruto que se resiste a la caída
Abajo, el suelo pesa
El tallo no cumple con su deber
y solo esperar aguantando la respiración
actúa como adhesivo
Los juguetes del cosechador
también pesan
Cuando le preguntan Por qué
y responde Sí
pero bajo un nombre falso
Pesan
Mientras se digita en secreto la clave
para el intercambio de rostros y mercancías
“Cañerías rotas que anticipan inundación
…corteza, nidos secos y peldaños
hasta llegar a la copa del árbol más viejo”
Abajo
la Fecha de Vencimiento pesa
Al limpiarse los pies
frente a la Puerta sin Premio
–por todo lo cometido–
Antes de entrar y cerrar por dentro
dejando de este lado quemaduras
en brazo y cara
del que encontró las monedas en el fondo del pozo
Las mismas quemaduras
que hacen desconfiar de la luz
De esta luz que pesa
Esta que nadie sabe
si sigue encendida
cuando cierran la puerta del congelador
sellado al vacío.
Por la ventana
Lila y Guille
Andaba prófuga de un árbol perenne
y su excusa fue el viento
Entró como esos nombres tachados del inventario
que a veces vuelven desde el otro lado
de la nueva frontera
La hoja vino a cambiar el clima de
lo que hasta entonces fue solo una habitación
A interpretar un baile de gitana
donde cada movimiento de la falda
cada paso girando por el aire
en búsqueda del suelo
es su forma de encontrar compañía
Su herramienta afilada
con que talar un apellido hecho de madera
y luego exhibirse
Siempre femenina, siempre feliz
entre la Colección de piedras.
Tuvieron una buena vida juntos
–Toda esa tarde, hasta envejecer–
Ella había elegido quedarse.
Vuelo cancelado
Gira sobre los platos
ella lee sus órbitas y anticipa el curso
El Control Aéreo que protege la mesa
levanta a veces su campo de fuerza
–Señales de invitación–
Así funciona el juego
como la Fuente seca del Parque
que ya no atrae
Hoy tendrá que guardar la vajilla
y aceptar la agresión de las olas
que insisten en regresar sin hambre
adictas a escuchar el ruido
que hace el plástico
al golpearse de noche en la playa
Al final, congelar el menú
(la mitad)
Restaurar la mordida
y volver a vestir la manzana
en su misma cáscara.
Nada aterriza en los platos
El vuelo de un insecto
no tiene sabor.
Parpadeo
Cuando se mira fijo a alguien
con un ojo cerrado
es para apuntar
Aunque está hecho solo para ver
mientras mide la distancia de su hambre
se vuelve el órgano vital, el dedo índice
que obtura
cuando se juega a las emboscadas
y empieza el Game.
El ojo adolescente es la empuñadura
que obliga a que nadie se mueva
El que salió temprano a ejercitarse
imitando a un sol que no ha dormido
con el alcance máximo
del visor nocturno sobre estimulado
que juega a Ser un viejo
El que amenaza con apagar la luz
y oprimir el párpado
Sin perder puntaje
sin arrepentirse.
Casa vidrio
A mitad de la habitación sin luz
Los peces del acuario ven a través del vidrio
como se mira al cielo.
Hay acuarios de hermosura dados de Baja
Complejos Habitacionales en exhibición
que por años
registraron la migración de sus inquilinos
hechos de agua
–Nunca tuvieron mucho que decir, ni a quién–
Fueron abandonados a su propia sequía
Los okupa, son ahora líquenes
piedras ornamentales y monedas
que pasarán la noche despiertos
en su último albergue
Conchas de caracoles/parásito
vacías
que se niegan al definitivo desalojo
Resistiendo adheridas
a lo único que conocen:
La transparente casa de vidrio.
NN
Decir no
es como identificarse
Es apostar a cuánto cabe en el conteiner
donde se acopian de contrabando
los objetos perdidos
Es seguir con precisión eso que mide el cronómetro
o los latidos por segundo
que marcan los brazos al caminar
Dos péndulos de relojería
que cuelgan de los hombros
fuertemente armados
que se balancean
mientras resta con los dedos de la mano
–uno por uno, contra la palma–
las pisadas que le faltan para escapar
Hoy es el viernes de una semana calurosa
El peligro del contagio no baja la mirada
ante la caravana fúnebre y sus herederos
iba vestido para el Carnaval
Despidieron sus piezas rotas, en orden
dentro de una bolsa blanca
sanitaria y hermosa
dolida y vulgar
como el brillo cortante de una joven moneda
que se gastará de mano en mano cerrada
La última gracia
de un pez flaco y descolorido
que nunca aprendió a nadar por el aire
ahogándose a balas.
Tenía el nombre más fácil de olvidar
pero insistía en quedarse de allegado
en la punta de la lengua
–Cómo se llamaba… cómo le decían–
Pero aquí todos saben que la risa química
solo vive unas horas fuera de su boca
de su niñez
lejos de la polinización
que este año no tendrá una segunda oportunidad.
Por eso no hay culpa en las flores
ni en las especies que migran
nuevas bocas que no alimentar
pigmento y bailes que se mezclan
buscando evadir su turno en la lista
Son modelos nacionales
y hechos en el extranjero
que vuelan bajo tierra sobre vagones del Metro
Anidan en pequeñas bandadas
cerca del voltaje y los rieles
en la superficie
árboles y plazas tienen dueño
En fechas especiales se reúnen en familia
a disfrutar de los fuegos pirotécnicos
Disparos que festejan su duelo
anunciando que el bloqueo fue roto
que la Ruta de la Seda ya está abierta.
Era un nombre
tan fácil de olvidar
Se quedó a vivir de allegado
en la punta de la lengua.
Donde pisas
Las huellas esperan
listas a elegir un pie descalzo
al que adherirse
Para ellas el resto vive en otro país
en esquinas opuestas del viaje
lejos del metal y el agua que
celebran juntos su óxido
Lo que escuchan desde el suelo
todavía no sucede
Oyen hablar de
pisadas abordando cargueros
–sus bodegas pobladas con gente ilegal–
De los gestos defensivos que hace el brazo
al fingir ser un árbol
o de instrumentos musicales jóvenes
incapaces de ocultar su enfermedad
por una partitura
que no conservó de ellos
sus notas.
Las huellas pesan
y siempre están esperando
listas para elegir.
***
Hiram Barrios (México, 1983). Es autor de los libros de ensayo El monstruo y otras mariposas (2013) y Las otras vanguardias (2016); y de los títulos de aforismo Apócrifo (2018) y Artimañas (2021). Ha preparado distintos compendios de aforismo, entre los que destacan Lapidario. Antología del aforismo mexicano (2015 y 2020) y Disparos al aire. Antología del aforismo en Hispanoamérica (2022). En coordinación con Donato Di Poce, editó Silenzi scritti. Aforismi. Antologia Bilingüe Italiano-Spagnolo (2020), y Clandestini / Clandestinos (2021), ambos publicados en Italia.