Revista Latinoemerica de Poesía

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Rubén Varona: Polvo de Cordillera



Rubén Varona
Polvo de Cordillera/Dust from the Mountain Range

Edición bilingüe (Español/Inglés)

  

Por Francisco Javier Gómez Campillo

Estoy casi seguro que este sorpresivo libro de poemas “Polvo de cordillera” (Gamar Editores, 2024), le hubiese gustado mucho a Johan Rodríguez Bravo (1986-2006), compañero generacional y amigo personal de Rubén Varona. Seguramente al autor de “Ciudad de Niebla” le hubiera complacido, por no decir que habría aprobado plenamente, la manera como un narrador, alguien a quien hemos conocido como narrador desde el principio ‒el primer narrador payanés que le apuesta a un género como la novela policiaca entre nosotros‒, un día simplemente decide hacer caso omiso a eso de si uno es narrador o uno es poeta, y escribe un libro de poemas cuya primera cualidad sobresaliente es que no se trata del libro de un narrador que de golpe decidió escribir poemas, sino el libro de un poeta que a lo mejor había estado viviendo durante muchos años a espaldas del narrador de novelas como “La hora del cheesecake” o “El sastre de las sombras” y que ahora, como si se tratara de la desenfadada travesura de un niño, emerge por fin justo en el momento de regresar a Popayán, su ciudad de origen, y dice: “Señores poetas, compañeros del verso, bardos en general de la Ciudad Blanca, espero no se molesten con ortodoxias ni se pongan demasiado recelosos con el oficio de poeta, pero me es urgente comunicarles que de ahora en adelante tienen que abrirme un nicho suficientemente apropiado dentro de la tradición de la poesía payanesa, en línea directa con figuras ya consagradas como Hilda Pardo, Carlos Illera Benavides, Felipe García Quintero, Marco Antonio Valencia, César Samboní, Víctor Rivera, Damián Salguero y algunos nombres más recientes de nuestro siempre fecundo parnaso”, para usar aquí una expresión un tanto anacrónica pero que conserva toda su delicia.

Por lo demás, creo que el gesto indicativo de Rubén Varona en su libro “Polvo de cordillera” no deja de ser oportuno y sobre todo inteligente en muchos sentidos. Así, por ejemplo, sin que el problema del regreso a Popayán constituya una tematización poemática que le otorgue cohesión estructural total a todos los poemas, no deja de ser significativo que el núcleo del regreso a la ciudad abra el libro con el poema “Línea cóncava”, que a su vez inicia con una declaración no exenta de una expresiva carga dialéctica: “Vengo de una ciudad de la que irse// siempre fue más fácil que estar lejos”. A partir de este poema inaugural puede decirse que el regreso a Popayán, sin ser el tema del libro, articula dos aspectos complementarios: la supresión temporal del alejamiento respecto a la ciudad, con la fundación de una proximidad gracias al particular poder del poema (su magia), que paradójicamente es posible gracias a la lejanía, tal y como ocurre con uno de los poemas más conmovedores del libro: “Meditaciones”, dedicado a su padre, y en el sentido de esta lejanía, “Polvo de Cordillera” puede ser descrito como la experiencia general de una lejanía vivida y como el espacio de posibilidad vital que esa lejanía abre.

Pero, además, hay un segundo aspecto no menos destacable: el movimiento que lleva a alguien cuyo proyecto literario se desarrolla en referencia específica a la novela tiene como cualidad implícita, no ser un libro de poemas de un narrador caprichosamente metido a poeta, si no un libro de poemas de un poeta que es poeta en el sentido no solo existencial, sino en el sentido específico y técnico que tiene está palabra, más allá de la mera compulsión expresiva. Esto quiere decir simplemente que “Polvo de cordillera” no solo está escrito en verso, sino que el verso de “Polvo de cordilleras” está escrito en verso, en autentico verso, o para ser más exacto, en una auténtica comprensión de lo que implica el verso (el manejo del verso) en la poesía moderna y contemporánea, la que va del último gira hacia lo coloquial de Rubén Darío y pasa por los poetas latinoamericanos del siglo XX, en especial Nicanor Parra y los nadaístas colombianos, entre otros, y llega diversamente modificado hasta nuestro días. No digo que Rubén Varona revolucione lo ya revolucionado tantas veces, sino que Rubén Varona comprende a fondo lo que técnicamente un poeta requiere a sus necesidades expresivas y lo demuestra incluso en el momento en que ya al final del libro decide incluir, como parte de un poema un tanto más extenso, un soneto imperfectamente perfecto.

No vamos a discutir aquí en este comentario amistoso el problema del verso libre o lo trillado o manido que a estas alturas puede resultar el versolibrismo, tanto como los vanos intentos de reacción a través del retorno anacrónico a la rima; solo quiero subrayar la cualidad poética del verso contemporáneo (de la comprensión contemporánea del verso contemporáneo) que Rubén Varona pone al servicio de la experiencia de un hombre inserto plenamente en la contemporaneidad, en la experiencia de una contemporaneidad siempre difícil y problemática, a través de temas como el regreso a la ciudad de origen, como ir al cine solo, como la experiencia de la muerte vivida a través de una llamada telefónica, como aquello tan frágil que puede estar pegado con cinta, como la cordial declaración de odio a los centros comerciales; o incluso, un poema cuyo tema es precisamente una novela que no pudo ser como novela pero cuyo germen quedo apresado como poema.

En el sentido de esta rápidas consideraciones, podríamos decir tentativamente que Rubén Varona aporta a nuestra tradición poética, no solo un dominio del verso que adapta con plasticidad a sus temas, sino la experiencia de ese hombre contemporáneo que experimenta el «mundo de la vida» según el término de Husserl, pero también aporta la conciencia que lo lleva o lo ha llevado a expresar su experiencia mediante un verso que solo es posible si se ha leído poesía y, en último término, que solo es posible si se es un poeta intuitiva y técnicamente capacitado.

Otra manera distinta de comentar “Polvo de cordillera” es por medio de algo que puede sonar a un exabrupto o una paradoja significativa: Rubén Varona podría ser catalogado como un poeta norteamericano nacido en Popayán. Esto, que tendría que ser mejor desarrollado a partir de la edición bilingüe de su libro, lo digo porque en sus poemas, me parece ver asimilada expresivamente esa especie de atmosfera mundana que se advierte en muchos poetas norteamericanos, sobre todo en la línea de poetas como William Carlos William o como Frank O´hora o un poco más recientes como Charles Simic; es decir, una determinada conciencia poética a través de la mirada de un poeta que es un hombre inserto en el mundo como movimiento, o inserto en los mundos que hay en el mundo en que vivimos.

De este modo pues, nos complace mucho saludar a Rubén Varona en virtud de la alegría que ha producido este libro breve y exacto que, por lo demás, aporta a la reciente poesía colombiana la conciencia de su propia tradición a través de la esencial ironía como una característica fundamental que distingue la experiencia poética moderna.

 

Popayán, junio 28 de 2024

 

Selección de poemas:

 

POLVO DE CORDILLERA
DUST FROM THE MOUNTAIN RANGE
RUBÉN VARONA, GAMAR EDITORES, 2024


CONCAVE LINE

I come from a city where leaving
was always easier than staying away.

A goodbye at the airport
and my certainties
fell away like the petals
of a supermarket orchid.

When I awoke,
anecdotes with no audience
sweetened the coffee
from mi abuela
in my suitcase.

A sip,
and the paths of my childhood
raced wildly
over highways;
fried yucca
crunched on chips and salsa:

And forgive me, amigo,
but there are no chorizos
like the ones from La Blanca,
nor sunsets that burn more brightly
over the mountain range.

But what if I had smiled
in selfies, sang hymns,
worshipped marble statues,
recited verses,
and carried saints in processions?

What agony it is to leave
but to continue to be tied down!

A rainy afternoon,
the city of decalcified glories
welcomed me
into the gardens of Pubenza.

An outsider on my own streets,
I smiled in selfies,
sang hymns,
worshipped marble statues,
and deconstructed these verses.

I come from a city where leaving
was always easier than staying away.

 

   


LÍNEA CÓNCAVA

Vengo de una ciudad de la que irse
siempre fue más fácil que estar lejos.

Un adiós en el aeropuerto
y mis certezas
se deshojaron
como orquídeas de supermercado.

Cuando desperté,
un anecdotario sin oídos
endulzaba el café
de la abuela
en la maleta.

Un sorbo,
y las callejuelas de mi infancia
corrieron salvajes
sobre autopistas;
la yuca frita
crujió en las chips con salsa:

Y perdóneme, amigo,
pero no hay chorizos
como los de la Blanca,
ni atardeceres tan encendidos
sobre la cordillera.

¿Qué tal que hubiera sonreído
en selfies, entonado himnos,
idolatrado mármoles,
Recitado versos
y cargado en las procesiones?

¡Qué tormento irse,
pero seguir atornillado!

Una tarde lluviosa,
una ciudad de glorias
descalcificadas me recibió
en los jardines de Pubenza.

Forastero en mis callejones,
sonreí en selfies,
entoné himnos,
idolatré mármoles
y descompuse estos versos.

Vengo de una ciudad de la que irse
siempre fue más fácil que estar lejos.

 

 

 

 



PROJECTION

I am moved by going to the movies alone,
sitting in the last row
and eating popcorn,
knowing that life passes by
between romances and chase scenes.

I am moved by gray eyes
and explosive laughter.
Finding my mother in the hands
of my daughter, feeling you
in each syllable I silence.

Each story is a journey without a suitcase,
a rough draft that was saved from the trash.
Each melody is an algorithm
that weeps when people applaud.
Each premiere is an “I will make you love me,”
the whisper of a nomad in the nothingness.

In this theater, no one controls
the stories that are shown:
the wrinkled hand selling
coconut ice cream through a window,
the tigers printed
on a fuzzy old blanket,
the banks of the Cauca overflowing
from an open faucet.

I am moved by going to the movies alone.
sitting in the last row
and eating popcorn,
honoring my dead
and continuing on my way

 

 


PROYECCIÓN

Me conmueve ir al cine solo,
sentarme en la última fila
a comer palomitas,
que la vida pase
entre romances y persecuciones.

Me conmueven los ojos grises,
la risa a punto de desgranarse.
Ver a mi madre en las manos
de mi hija, hallarte a ti
en cada sílaba que callo.

Cada historia es un viaje sin maleta,
un borrador que se salvó de la basura.
Cada melodía es un algoritmo
que llora con los aplausos.
Cada estreno es un «haré que me quieras»,
el susurro de un nómada en la nada.

En esta sala nadie controla
las historias que se emiten:
la mano arrugada vendiendo
helados de coco por un ventanal,
los tigres amancebados
en una vieja manta,
el Cauca desbordándose
por una llave abierta.

Me conmueve ir al cine solo,
sentarme en la última fila
a comer palomitas,
saludar a mis muertos
y seguir de largo.

 

 

 

 



PINK DRAGONS

To my daughter

My glasses are stuck together with tape,
your little hands smashed them, they say,
but you and I know
they got worn out from watching you.
Pink dragons, pink dragons
tempering the rainbow,
clichés I haven’t managed to escape.

I was late to work today,
your gaze followed me between the fingers
with which you formed a heart,
your peals of laughter, the pink sticker
you stuck on my phone,
the nursery rhymes
that disrupt my silences.

Your path and mine are stuck together with tape,
but isn’t everything?
New homeland, cotton stars,
freshly baked bread, tesoro mío,
pink dragons, pink dragons
tempering the rainbow,
clichés I no longer want to escape.
DRAGONES ROSA
a mi hija
Mis gafas están pegadas con cinta,
las hicieron trizas tus manitas, dicen,
pero tú y yo sabemos
que se desgastaron de mirarte.
Dragones rosa, dragones rosa
templando el arco iris,
clichés de los que no consigo zafarme.

Hoy llegué tarde al trabajo,
tu mirada me seguía entre los dedos
con que formaste un corazón,
tus carcajadas, en el sticker rosa
que pegaste en mi teléfono,
en las rondas infantiles
que alborotan mis silencios.

Tu camino y el mío están pegados con cinta,
¿qué no lo están todas las cosas?
Patria nueva, estrellas de algodón,
pan del tiempo, tesoro mío,
dragones rosa, dragones rosa
templando el arco iris,
clichés de los que no quiero zafarme.

 

 


SELF-PORTRAIT

I open the kitchen cupboard.

I sprinkle chile powder on my popcorn
without knowing when I stopped
calling it ají
and when the kernels we popped
were no longer crispetas.

I blow on the can opener.

A storm of rust
explodes over the dishwasher.
Mi madre makes arepas con queso
and hot chocolate: my childhood
on elegant alexandrine tablecloths.

I close the kitchen cupboard.

I am rancid coffee,
mold in the saddlebags
of Cacique Guatavita.
The blood of a mango draining out
in an empty dining room.

What kind of tropics are these?

 

 

 

 

 


AUTORRETRATO

Abro la alacena.

Pongo chile a las palomitas
sin saber cuándo dejé
de llamar ají al picante
y dejaron de reventar
crispetas del maíz pira.

Soplo el abrelatas.

Una tormenta de óxido
se desgrana sobre el lavaplatos.
Mi madre asa arepas con queso
y chocolate: la infancia
en manteles alejandrinos.

Cierro la alacena.

Soy café trasnochado,
el moho en las alforjas
del cacique Guatavita.
Un mango que se desangra
en un comedor vacío.

¿Qué trópicos son estos?

 

 

 

 


MALL WALKER

I hate malls.

I hate them as much as I hate those who
look without buying, buy without looking,
or believe they deserve to get everything.

Why am I offended by Black Friday,
the 4 for 30 at Victoria’s Secret,
the buy one get one half off
at Bed Bath & Beyond?

But it wasn’t always like this.
As a kid, I would watch the colorful fish
they sold in Ley,
the closest thing we had
to a mall.
Their samples filled me with excitement
and with sausages that were soon to expire.

When I was a teenager,
I saved up all month to go window shopping
at Unicentro in Cali.
I saved up for Spielberg’s latest,
for the noses
broken by Van Damme
and caramel corn.

In winter,
I hate stretching my legs out
in some random mall,
the miracle of cinnamon
on fried churros.
I hate department stores,
and the ones with makeup or electronics:
a zombie lunging at a mannequin’s throat.

I hate malls.

I hate them as much as I hate those who
look without buying, buy without looking,
or believe they deserve to get everything.

I hate their parking lots even more.  

 

 


MALL WALKER

Odio los centros comerciales.

Los odio tanto como a quienes
miran sin comprar, compran sin mirar,
o merecen que les compren todo.

¿Por qué me ofende el Black Friday,
el cuatro por treinta de Victoria’s Secret,
el segundo a mitad de precio
de Bed Bath & Beyond?

Pero no siempre fue así.
De niño, miraba los peces de colores
que vendían en el Ley,
lo más parecido que teníamos
a un centro comercial.
Las degustaciones me llenaban de ilusión,
y de salchichas a punto de expirar.

Ya de adolescente,
ahorraba todo el mes para vitrinear
en Unicentro en Cali.
Ahorraba para la última de Spielberg,
ahorraba para los tabiques
rotos por Van Damme
y las palomitas de caramelo.

En invierno,
odio desentumir las piernas
en un centro comercial,
el milagro de la canela
sobre los churros fritos.
Odio las tiendas de saldo,
las de maquillaje y las de tecnología:
el salto de un zombi al cuello de un maniquí.

Odio los centros comerciales.

Los odio tanto como a quienes
miran sin comprar, compran sin mirar,
o merecen que les compren todo.

Odio aún más sus estacionamientos.

 

 

 


DUST FROM THE MOUNTAIN RANGE

 

I am sitting on a wall with no stone or cement,

in the pockets of a city with no port.

It’s a narrow wall that arose out of absences,

run aground between the abysses of yesterday

and the anxieties of tomorrow.

I am sitting on a wall that divides everything,

and there are no coyotes to help me cross it.

 

 


POLVO DE CORDILLERA

 

Estoy sentado sobre un muro sin piedras ni cemento,

en los bolsillos de una ciudad sin puerto.

Es un muro angosto que se alzó con ausencias,

encallado entre los abismos del ayer

y los desvelos premonitorios del mañana.

Estoy sentado sobre un muro que lo divide todo

y no hay coyotes que me ayuden a cruzarlo.

 

 

 



THE OLD WORLD

To my mother

was there, in the merciless Christ of the Last Judgment
and in Saint Bartholomew Flayed.

I found it among the lycanthropic sands of the Seine
and the tears of Boabdil in the gardens of the Alcázar.

It was crossing the blu de pinto di blu that my mother and I
gazed upon, separated by forty years.

It was gathering fruit in the sacred forests of the druids
and distilling it in the crater of Mount Vesuvius.

Was it whispering within the fly that trampled on my Belém cake
and which will end up with everything when I’m unable to shoo it away?

 

 


EL VIEJO MUNDO

a mi madre

estaba allí, en el Cristo implacable del Juicio Final
y en el San Bartolomé despellejado.

Lo hallé entre las arenas licantrópicas del Sena
y las lágrimas de Boabdil en los jardines del alcázar.

Cruzaba el blu de pinto di blu que mi madre y yo
miramos separados por cuarenta años.

Recogía frutos en los bosques sagrados de los druidas
y los destilaba en el cráter del Vesubio.

¿Murmuraba en la mosca que pisoteó mi pastel de Belém
y que se quedará con todo cuando ahuyentarla no pueda?

 

 

  

 



EMPTY LAND

There are days like today
when I refuse to be an outsider
and, like a dog on the sofa,
I think twice
before opening the door.

There are days like today
when I loath
having two last names
and a tropical accent
that would make
Sofía Vergara blush.

Let thunder fall
and leave us all deaf!

Let our corneas fry,
and let our tongues and my growing belly
that is revealed by my shadow
be scorched!

There are days like today
when I yearn for Home,
buying almojábanas
with deflated pesos and
barking at a policeman
who is poorly parked.

Humidity would be my
hand cream. Allergy meds
would be superfluous,
and no excuses would be needed
for always being late.

There are days like today
when I find only humor
in oblivious people, of any sort,
who are glued to their phones
and crash right into a poll.

 


TIERRA VACÍA

Hay días como hoy
en que me niego a ser forastero
y, como el perro en el sofá,
me la pienso dos veces
antes de abrir la puerta.

Hay días como hoy
en que aborrezco
tener dos apellidos
y un acento tropical
que sonrojaría
a Sofía Vergara.

¡Qué caiga un trueno
y nos deje a todos sordos!

¡Qué se frían las córneas,
se chamusquen las lenguas,
y la barriga en expansión
que me enseña la sombra!

Hay días como hoy
en que añoro la Casa,
comprar almojábanas
con pesos desinflados,
ladrarle a un policía
mal estacionado.

La humedad sería mi crema
de manos. Sobraría
la medicina para las alergias
y no harían falta excusas
por llegar siempre tarde.

Hay días como hoy
en que solo encuentro risa
en los torpes, de cualquier pelaje,
que revisan su teléfono
y se estrellan contra un poste.

 

 

 

 

 

Rubén Varona nació en Popayán, Colombia. Es autor de las novelas Espérame desnuda entre los alacranes (2007), El sastre de las sombras (2013), La hora del cheesecake (2015), La secta de los asesinos (2016) y La viuda del molino (2023). Es doctor en Literatura Hispana de la Universidad de Texas Tech y tiene una maestría en Creación Literaria de la Universidad de Texas en El Paso.

Su trabajo académico y creativo, que incluye cuento, novela, poesía y ensayo, se inscribe en la tradición de la literatura criminal, histórica y testimonial latinoamericana. Ha publicado en diversas antologías y revistas especializadas. Sus obras han sido traducidas al inglés, alemán e italiano. En la actualidad es profesor de Literatura Hispanoamericana en Lycoming College, Pennsylvania.

 

 

 



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