Revista Latinoemerica de Poesía

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Entrevista a Adriana Hoyos por Lauren Mendinueta



Entrevista a Adriana Hoyos por Lauren Mendinueta

  

 Adriana Hoyos y Lauren Mendinueta
Fotografía: David Egea

 

Adriana Hoyos es una de las poetas colombianas más interesantes de la actualidad. Nació en Bogotá, pero siendo una adolescente se mudó a Barcelona y años más tarde —después de realizar estudios universitarios de literatura en Bogotá—, se instaló en Madrid, la ciudad en la que reside actualmente.      

Descubrí su poesía en el año 2020 al escucharla leer en un evento virtual de poesía.  Desde entonces he leído todos sus libros y seguido de cerca su quehacer literario. La suya es una poesía armoniosa, bella y musical. Cada poema suyo es de una perfección envidiable. La poesía de esta autora colombiana está muy cercana a la filosofía, pero no de manera obvia sino oblicua, como ciertas lluvias que atraviesan el poema en dos planos: razón e intuición.

Después de leer su más reciente libro Geometrías de la voz le pedí a Adriana Hoyos que me concediera una entrevista a propósito de su publicación. La lectura del libro me confirmó lo que ya sabía, estamos ante una gran poeta. Ella sabe mirar en el espejo de esta realidad de pantallas y soledades. « Andamos como perdidos en otros mundos, demasiado falsos », afirma en la entrevista.

 

L.M. Geometrías de la voz es una polifonía de voces. El libro se desarrolla como una pieza coral, va cambiando de registro en la medida en que avanzamos en su lectura. Las voces, como dices en tu nota inicial, «se ocultan y se muestran». Es un libro escrito durante la pandemia. Cuéntanos cómo fue su escritura y a quién leemos cuando te leemos.

A.H. No soy la que escribe/ Soy la que pregunta/ No soy la que sabe/ Soy la que cree/ No soy la que conoce/ Sino la que descifra/ No soy la que se arrodilla/ Sino la que se levanta/ En la gracia de su linaje.

Creo que esos versos pueden responder de alguna forma a tu pregunta, con este poema se abre el libro. Soy y no soy la que escribe, soy en el sentido que reúno y juego con las palabras. Y no soy la que escribe, porque en mí se agolpan los poetas que he leído y algo de todos ellos se ha quedado en mí para siempre y me compone, así siento que me levanto en la gracia de mi linaje. La suerte, el azar y la gracia me hacen crecer y crear, pero ellos son la base.

 

L.M. Me llama la atención un poema tuyo que comienza: «Para no morir anónimos /Conversamos con pantallas». ¿Te refieres a ese mundo virtual al que fuimos empujados los seres humanos durante el confinamiento?

A.H Es un poema antiguo. Me refiero a esa locura que se inició hace años, desde que surgieron los móviles, al principio yo estaba asombrada, la gente empezó a hablar sola por las calles, como si estuviera loca, reía sola, hablaba sola, se enfadaba sola. Luego las pantallas se tomaron las plazas, las estaciones, los aeropuertos y no dejaron lugar para pensar, ni reflexionar. Antes veías a la gente leyendo en el tren, en el metro o sencillamente nos mirábamos…Ahora todos miramos la pantalla del móvil o la pantalla que tenemos enfrente. Es como si hubiéramos dejado de habitar la realidad, y eso se ha agudizado en la pandemia. Se han perdido los espacios de soledad y los espacios para conectar con el otro, andamos como perdidos en otros mundos, demasiado falsos.

 

L.M. Tu poesía, diáfana, profunda y musical, es una de las mejores que conozco entre nuestros contemporáneos. Los pensamientos que están contenidos en ella se expresan con envidiable maestría y belleza ¿Cómo has llegado a una escritura tan depurada?

A.H La poesía se va depurando a medida que avanzas en tu experiencia, en tu oficio de escritura: hay trabajo, intención y atención con cada palabra. Por qué usamos una palabra y no otra, ahí está el secreto, por eso encuentro tan difícil el trabajo del traductor de poesía. ¿Cómo hacer para no perder el sentido y la musicalidad que el autor ha buscado con tanto esmero y entrega? Eso es lo que creo debe hacer un poeta, buscar la música de las palabras, devolverles el sentido y crear otros mapas donde el lector pueda moverse, encontrarse y transitar.

 

 

L.M. Si tuvieras que elegir algunos autores y autoras esenciales para ti que de alguna manera están presentes en Geometrías de la voz, ¿quiénes serían?

A.H Me cuesta elegir los autores que me han marcado más, quizás porque guardo una relación de afecto con los que me abrieron el camino de la literatura en la adolescencia y hay no solo un respeto por su obra, sino y sobre todo, un amor por el momento en que los descubrí y en esa relación figuran en la poesía: Pere Gimferrer, Baudelaire, Anna Ajmátova, T.S. Eliot. Luego han llegado a poblar mi mundo muchos otros, claro, como Gloria Gervitz, que me ha fascinado, y me parece maravillosa, única y poco conocida aún. Me siento muy cercana a ella y te debo su descubrimiento, fue un hermosísimo regalo.

 

L.M. Eso me recuerda el epígrafe de Gloria Gervitz que abre un poema de tu libro: «¿En qué parte de mí estoy? ¿a dónde?».  En Migraciones, el libro de Gervitz, también canta una poesía coral, múltiple, una poesía de extranjería, como la tuya. Háblame un poco de tu relación con los viajes. ¿Cuándo emprendiste tu migración? ¿«El viaje se hace largo» o ya has llegado a tu lugar?

A.H El viaje podría decir que está en mí desde que me recuerdo. Los viajes con mi familia por el país fueron muchos, no entiendo aún por qué viajábamos tanto. Antes de mis doce años ya habíamos vivido en Manizales Unguía, Popayán, Calarcá, Bogotá. Llegué a Barcelona con doce años. Viví en Sabadell, volví a Bogotá, regresé a Barcelona y luego me establecí en Madrid. Sí he viajado bastante. Esos viajes son también búsquedas interiores. Cuando viajamos, cuando nos trasladamos el movimiento también es mental.

Caminar y hacer rutas lejanas me inspira. Una música serbia, un puente en Venecia, un río en Turquía, son cosas sencillas, pero todo eso me lleva a interrogarme por el tiempo, por las personas que antes que yo transitaron esas calles, tocaron esas piedras. Me emociona la arquitectura. Como dice Pere Gimferrer: «Estas calles no están lejos, están en el pasado, podría pisarlas».

 

L.M. El año pasado cuando la astronauta norteamericana Megan McArtur y otros tres tripulantes regresaron a la Tierra tras una larga estancia en la Estación espacial Internacional, tuvieron que salir de la nave en camillas, porque después de seis meses de ingravidez cada movimiento era un desafío. De hecho, Megan aseguró que lo que más le sorprendía de la Tierra era el peso de la gravedad. De manera metafórica tu poesía ofrece una experiencia opuesta a la de los astronautas. Eres una poeta capaz de escribir «el peso del aire», «el olor de la tormenta», pero tu poesía, como la de Teresa de Ávila y otros poetas místicos, eleva el espíritu de quien la lee, en ella «el cuerpo es leve». ¿Te consideras una poeta mística?

A.H Me dejo seducir por el misterio, por lo desconocido, por lo que hay detrás de lo que vemos. Lo visible y lo invisible que habita en cada cosa, en cada ser vivo, árboles, ríos, animales. Soy mística en el sentido de querer entender lo que nos une con lo universal. El ser humano puede acceder a otros estadios y, a través de la palabra, de la música, se da esa posibilidad de elevar el espíritu. Todo lo demás es silencio. Aprendo poco a poco, intento abrir esos caminos con la poesía. Me interesa la meditación en tanto me conecta conmigo misma y a la vez con algo que me trasciende. La poesía tiene un sentido que va más allá de la belleza y es la búsqueda de la verdad.

 

L.M. «Escenas de familia» es el tercer capítulo de tu nuevo libro, y también la parte más conmovedora. Cuando la leo se me ponen los pelos de punta. Hay allí poemas universales como «Esta música nos lleva a habitar un mar hondo» y «A María». ¿Qué buscabas al escribir los poemas de esta parte? ¿Qué te impulsó a este diálogo familiar?

 

A.H Vengo de una familia peculiar, compleja, entenderla todavía es algo que me exige mucho esfuerzo. En mi familia hay desarraigo, locura, separaciones, dolor, caos, pero también hay arte, música, escritura. Intento reunir lo que está separado, recomponer y recomponerme. Explicarme a mí misma de dónde vengo, quizás así descubra cómo cambiar algunas cosas o cómo moverme y barajar lo que hay y lo que no hay, hacia qué margen o esquina me lleva.

 

L.M. Ahora que mencionas los márgenes… tu poesía cruza constantemente de «una orilla a otra orilla». Es tan europea como latinoamericana, cosmopolita como tú misma. ¿Cómo te sitúas en la tradición?

A.H Para mí es una riqueza beber el agua de las dos orillas. Aunque tengamos el mismo idioma a veces no hablamos el mismo lenguaje. Y eso me ha llevado a relativizar las cosas. Todo fluye y es cambiante, depende desde dónde lo mires, dónde te sitúes. Nada es tan grave, ni tan leve. Tan serio, ni tan divertido.

Colombia me ha dado mucho más de lo que yo misma quizás soy capaz de ver. Lo que hoy logro captar es quizá una sensación de tiempo diferente, para mí allí el tiempo transcurre de manera distinta, todo es intenso, es presente. Es estar despierto y alerta. Aquí he tenido tiempo para reflexionar, contemplar, mirar.

Todo eso influye en la escritura. Yo por ahora no me siento capaz de situarme en la tradición. Apenas la observo y poco a poco veo que voy alcanzando algo en la poesía y me siento feliz.

 

 

L.M. Cierras tu libro de manera magistral con un poema de largo aliento que has titulado «Parábola del Zigurat». La metáfora del poema es la torre de Babel, en él te atreves a mezclar las lenguas y el resultado es de una música arrolladora. De hecho, el libro no termina con el poema, se termina con una partitura que escribió Leonardo Federico Hoyos inspirada en tu poema y que él ha titulado: Zigurat (canción para voz contralto, violín y arpa céltica). Esto me recuerda que tú eres contralto y tocas el violín. ¿Qué relación existe entre Adriana poeta y Adriana música?

A.H «Parábola del zigurat» es un poema en el que experimento con eso que mencionabas antes: una poesía que cruza de una orilla a otra orilla. Me acerco a mí misma desde esa niña que llega a Barcelona y se sumerge en la cultura catalana, en el idioma. Este poema surge de imaginar a varias personas hablando a la vez en diferentes idiomas y yo las voy traduciendo en mi cabeza.

La música debería ser otro de los idiomas. Por eso le pedí a mi hermano que compusiera algo. Estamos trabajando en hacer una obra más amplia Este poema es el inicio. Sí, he sido violinista y la música es también otro lenguaje, me atrae su universalidad, y aspiro hacer lo mismo con la poesía. Quizás sea ese el anhelo de este poema.

Parábola del Zigurat” mezcla varias lenguas en un poema largo que medita sobre el mundo globalizado y donde todos los idiomas, incluido el musical se mezclan en una partitura poética, sin importar la lengua su sonido atraviesa el límite de lo significados.

 

 

L.M. Tú escribes desde muy joven, sin embargo esperaste bastante tiempo para publicar tu primer libro. ¿Por qué lo hiciste? ¿Qué le aconsejarías a los jóvenes poetas que empiezan a publicar y a los que no han publicado aún?

A.H No hubiera estado mal publicar antes. Cuando tenía 37 años pasé un mes en un hospital de Madrid. Cuando salí de ese lugar aprendí de nuevo a respirar, literalmente. Iba al Jardín Botánico con un espirómetro hasta lograr fortalecer de nuevo los pulmones y aprender a respirar bien. Me acerqué a la vida de manera distinta. Fui consciente de lo cerca que estuvo la muerte. Me di cuenta de que lo que más me importaba, al menos entonces, era la escritura. Aún no había publicado, todo eran hojas sueltas escondidas en cajones, que muy pocos amigos podían leer y yo encima tiraba la mayoría a la basura.

Llevaba años haciendo cosas que quizás no eran tan importantes como yo creía y me puse en el camino de escribir más. Sin excusas. Ni el dinero, ni el trabajo, ni el tiempo. Son sólo obstáculos que nos ponemos nosotros mismos para no realizar lo que somos. Hoy sé que la escritura es un regalo, un don.

 

 

 

 

  

 

Adriana Hoyos es una poeta, cineasta y gestora cultural nacida en Bogotá, proviene de una estirpe de músicos destacados. Adriana se educa en el arte del violín en su infancia de la mano de su padre y se instala en Barcelona siendo aún una niña. Como escritora, ha participado en encuentros internacionales de poesía en Dinamarca, Egipto, España, Italia, Macedonia, Marruecos, Serbia, Suecia y Turquía. Sus poemas han aparecido en numerosa revistas y antologías de América, Europa y África. Sus poemas se han traducido parcialmente a más de nueve idiomas. Libros: La torre sumergida (2009), La mirada desobediente (2013). Del otro lado (2017). Autobiografía con sombras, plaquette (2022). No es a mí a quien lees (2022). Lo que me trajeron las palabras (2023) (Ono sto su mi donele reči) traducción Dušica Nikolić Dann, Serbia 2023. Geometrias da voz traducción al portugués de Alex Tarradellas y Rita Custódio, Portugal 2023. Ha dirigido los cortometrajes Elegía (1998) y Hotel Santa Fe (2002) y el mediometraje Beneyto desdoblándose (2010). Ha sido codirectora durante catorce años de festival Visual Cine Novísimo. Ha formado parte de la junta directiva de la Asociación de Mujeres Cineastas (CIMA)Dirigiendo la comunicación de dicha asociación y poniendo en marcha iniciativas relevantes para visibilizar el trabajo de las mujeres en el cine y en la publicidad. Es fundadora junto a David Egea de la empresa de publicidad en La Huella del Gato desde 2005. https://www.adrianahoyos.es/



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