Liyanis González Padrón. Lo que fue ciudad (Editora On y va, 2022)
Celebración que soporta el vendaval y las derrotas
Por Aníbal Fernando Bonilla
El desafío de la poesía está en desentrañar lo inefable, en decir con grafías y sonoridad aquellas emociones intrínsecas, en apelar a la expresión profunda que devenga en estremecimiento y asombro para el latido receptor. El sortilegio versal es disruptivo con la frivolidad. Lo suyo es el experimento, la metamorfosis y hasta la confrontación con el lenguaje. Más allá de la mera estampa prosaica. Hurgando en los recovecos del misterio que acontece en el poema.
Precisamente, con la disposición genuina que permite el quehacer literario, Liyanis González Padrón (Pinar del Río, 1971) publica Lo que fue ciudad (Editora On y va, 2022), brevísima antología bilingüe (portugués-español) con 32 poemas de encomiable precisión sintáctica y acierto estilístico.
En este poemario hay un desprendimiento de la envoltura cotidiana. De cierta manera, se cumple con el afán inherente al oficio creativo: sostener la capacidad de observación y detenerse en lo insospechado para elevar su palabra sensible al esplendor estético. Algo que la poeta lo consigue con creces. No sólo que remueve -con su bien pulida pluma- en los meandros, sino en el centro medular de las preocupaciones humanas, a través de la producción del verso, que sobreviene en estrofa, y, consecuentemente, alcanza una estructura poemática trabajada con pulcritud, limpieza y transparencia textual “para condensar el tiempo / y seguir alimentando a las palomas”. De la mano de aprendizajes, lecciones y lecturas, y del abrazo de José Lezama Lima, Blanca Varela, Claudio Rodríguez, Emily Dickinson, y tantos otros vates renombrados.
Hay una traslación de recuerdos cuya fuente es la infancia: “Allí / perennemente yo / insomne niña / (…) / con la desnudez / que invade / los surcos de mi trenza”. Y, también de la raíz patria, del núcleo familiar: “Mi madre deja atrás la casa / y trata de salvarme”. Ternuras en “el canto de los mirlos” y “bajo el tibio doblez de mi vestido”. Desplazamiento a territorios disímiles. Interrelación de las otredades. Ilustración del sentido de procedencia. Y el eje sustancial del planteamiento lírico: ciudades de farolas, de blues, de ilusión, de esplendor, de decadencia, de miseria, de mar, de sol, de montaña; ciudades peculiares y ajenas, ambulantes y sedentarias, habitadas entre utopías y heredades, entre idas y regresos. Por eso la voz poética idealiza sus entornos, estaciones y vestigios, y desde el aposento mira por la ventana la boca “(…) de la noche que quema” y el despojo del día: “Sueñas / que despiertas en otra ciudad”. Esa enunciación que se vuelve milagro, y también puede tornarse en desvelo: “hay ciudades que encienden la añoranza”, en donde galopan minotauros en medio del diluvio y de la fascinación de la muchedumbre.
Por eso no es aleatorio el epígrafe de Italo Calvino, extraído de Las ciudades invisibles (como se extraen los objetos del equipaje al arribar a las ciudades concretas), ya que Liyanis apunta los posibles deseos que engendra la urbe vista “en su asfalto” desde la remembranza (aunque ella lo niegue en “Esta ciudad no tiene recuerdos”), yuxtapuesta de cometas, jardines, senderos, edificios, portones, murallas, muelles, plazas, estatuas, cúpulas, bibliotecas, mercancías y mercaderes, intercambio de miradas y gestos, placeres, columpios, artificios, estridencias, solsticios, equinoccios. Rasgos y formas de otros lares. Representaciones y fisonomías de la morada propia. Se podría atribuir el tránsito conducente a la ciudad entrañada, a la ciudad imaginada -en caminos fatigosos no exento del extravío- que reemplace al suelo de residencia real. Ciudades posibles y vibrantes referidas desde sus adentros, y sobre sus secretos y sus ojos y sus pieles, sin descuidar la vigilia, más allá de la bruma. Ciudades que aparecen y reaparecen tras la exploración modélica, en sus antípodas de cielo y precipicio. Ciudades azules cuyas nostalgias reverdecen haciéndole un guiño a la penumbra. Ciudades alegres y apesadumbradas que respiran con las extremidades de cada ciclo.
Se escucha a Calvino: “La ciudad es redundante: se repite para que algo llegue a fijarse en la mente. (…) La memoria es redundante: repite los signos para que la ciudad empiece a existir”.
La poeta (radicada en Quito, Ecuador) exclama a su Cuba natal, no obstante, la distancia: “Un país huye de mis manos”. Pese al desarraigo, no deja de concebir la circunstancia histórica de “(…) llevar a cuestas una isla”. Algo semejante a lo dicho por Wendy Guerra: “esta cubana despeinada / intenta meter su isla en el mundo el viaje roto / interminable en la maleta sin fondo”. O a lo inscrito por Yamicela Torres Santana: “Si uno pudiera mudarse de ciudad / y arrastrar el agobio de las calles, / recoger los amigos / para que el sitio abandonado no quede / con las pequeñas tibiezas brindadas. / Si uno pudiera llevarse / las hojas de los árboles, / la luna sobre el campanario de la iglesia, / la noche en que alguien nos quiso bajo el frío. / (…) / Si uno pudiera mudarse de ciudad, / salvarse”. O a la musicalidad mayor de Virgilio Piñera: “El baile y la isla rodeada de agua por todas partes: / plumas de flamencos, espinas de pargo, ramos de albahaca, semillas de aguacate. / La nueva solemnidad de esta isla. / ¡País mío, tan joven, no sabes definir!”.
Hay una sutil cadencia que invoca intimidades. Ajena a cualquier pretensión ambigua. Sí preocupada de la retórica ideal que configure una singular vitalidad. Como este retruécano: “la huella más honda de otra carne / la carne más honda de otra huella”. O este símil: “La oscuridad permanecerá / como vientre afilado”. O este oxímoron: “en este frío sol que me padece”. O esta hipérbole: “Ala que sale del pecho / hinchada del viento, de la luz / del océano a la página”.
Liyanis González Padrón remienda soledades y alude su compromiso con la poesía: “Escribiré entonces mis papeles / para que el verso no sea sombra / en su coartada”. Hallazgo en el verbo como bálsamo que acomete en la inquietud lectora “a un viaje con rumbo hacia la nada”.
Enhorabuena a la autora por Lo que fue ciudad, y por su designio escritural.
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Aníbal Fernando Bonilla (Otavalo, Ecuador, 1976) Máster en Estudios Avanzados en Literatura Española y Latinoamericana en la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR). Licenciado en Comunicación Social. Ha publicado, entre otros, los poemarios Gozo de madrugada (2014), Tránsito y fulgor del barro (finalista del Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero 2018), Íntimos fragmentos (2019), la recopilación de artículos de opinión en ConTextos (2009), Evocación de la tierra habitada (2011, 2014), y Tesitura inacabada (2022). Columnista de diario El Telégrafo entre 2010 y 2016. Actualmente es articulista de El Mercurio, de Cuenca, así como colaborador en el portal loscronistas.net. Ha participado en eventos de carácter literario, cultural y político en España, Nicaragua, Argentina, Uruguay, Cuba, Bolivia y Colombia, como el XV Encuentro de Poetas Iberoamericanos en Salamanca (2012), el XIII Encuentro Internacional “Poetas y Narradores De las Dos Orillas” en Punta del Este (2014), en donde recibió la distinción “Idea Vilariño” por su trayectoria literaria, y el III Encuentro Internacional de Poesía en la Ciudad de los Anillos en Santa Cruz de la Sierra (2016).