Revista Latinoemerica de Poesía

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Asombro, memoria y trascendencia en la poesía de Xavier Oquendo Troncoso



 

 

Entrevista sobre su reciente libro: Tiempo abierto (Valparaíso Ediciones, España, 2022)

 

Por Karla Páez

 

 

Xavier Oquendo Troncoso (Ambato-Ecuador, 1972). Periodista y Magister en Escritura Creativa por la Universidad de Salamanca. Profesor de Letras y Literatura. Ha publicado los libros de poesía: Guionizando poematográficamente (1993), Detrás de la vereda de los autos (1994), Calendariamente poesía (1995), El (An)verso de las esquinas (1996), Después de la caza (1998), La Conquista del Agua (2001), Esto fuimos en la felicidad (Quito, 2009 -Mención de honor Premio Jorge Carrera Andrade, 2010-, 2da. Ed. México, 2018), Solos (2011, 2da. Ed. traducido al italiano por Alessio Brandolini. Roma, 2015), Lo que aire es (Colombia, Buenos Aires,  Granada, 2014), Manual para el que espera (2015), Compañías limitadas (Finalista del Premio Pilar Fernández Labrador, 2018; Premio Universidad Central del Ecuador, 2020) y Tiempo abierto (España, 2022), así como los libros recopilatorios de su obra poética:  Salvados del naufragio (poesía 1990-2005), Alforja de caza (México, 2012), Piel de náufrago (Bogotá, 2012), Mar inconcluso (México, 2014, Edición revisada, Bolivia, 2022), Últimos cuadernos (Guadalajara, 2015), El fuego azul de los inviernos (1era. Ed. Virtual, Italia, 2016 – 2da. Ed.Aumentada, Nueva York, 2019), Los poemas que me aman (antología personal traducida íntegramente al inglés por Gordon McNeer -Valparaiso USA, 2016- y por Emilio Coco al italiano -Roma, 2018- Tercera edición aumentada (Cisne negro, Tegucigalpa, 2022), El cántaro con sed (traducido al portugués por Javier Frías, Amagord Ediciones, Madrid, 2017), Dos poemas a mi padre (Pen Press, Nueva York, 2017), Dedicatorium (Lima, 2020), En la soledad del nuevo día (Honduras, Colección Poetas de los confines, plaquette No. 10, 2020); Dos cuadernos en soledad (Nueva York, 2021), Algunas alas (Colombia, 2021), Diez poemas con pluma (Col. Poesía móvil, España, 2022), Tiempos errantes -50 años 50 poemas- (Chile, 2022); un libro de cuentos: Desterrado de palabra (2000); Las novelas infantiles El mar se llama Julia (2002, con muchas reimpresiones y ediciones a partir de su aparición) y Migol (2019), así como las antologías: Ciudad en Verso (Antología de nuevos poetas ecuatorianos, Quito, 2002); Antología de la poesía ecuatoriana contemporánea –De César Dávila Andrade a nuestros días- (México, 2011), Poetas ecuatorianos -20 del XX- (México, 2012). Su obra poética hasta el momento (1993-2022)  ha sido reunida en el tomo El tiempo y las alas (El Ángel editor, Quito, 2022). Fue seleccionado entre los 40 poetas más influyentes de la lengua castellana en “El canon abierto”, Antología publicada por Editorial Visor, en España (40 poetas en español -1965-1980-). Su obra está en muchas de las más importantes antologías de la poesía contemporánea de la lengua española. Organizador del Encuentro internacional de poetas “Poesía en paralelo cero”, uno de los más importantes festivales de poesía de América latina, ya con 11 años de edición consecutiva. Es director y editor de la firma editorial El Ángel Editor, en donde ha publicado alrededor de 400 libros de poesía de autores ecuatorianos y del mundo, haciendo una amplia difusión de la poesía contemporánea en la región.

 

 

 

K.P: Tiempo abierto, tu última publicación bajo el sello de Valparaíso Ediciones, acoge también un libro anterior: Compañías limitadas. Estos títulos parecen albergar una antítesis. Por un lado, quizás, un recuento de lo mínimo, un ejercicio de quien salva lo esencial de una casa en llamas, una reflexión sobre la existencia en compañía y en soledad, sobre la poesía como ese combustible que protege, guía y libera; por el otro, una apertura sobre el mundo propio, que jamás podrá ser otro que el mundo de los tuyos. ¿Cómo percibes la relación entre estos dos poemarios, partiendo específicamente de la antítesis entre lo limitado y lo abierto?

 

X.O: Es muy buena la relación que tú has logrado encontrar entre los dos libros. Por mi parte lo que más me gusta de un poemario nuevo es que no se parezca al anterior, aunque eso sea imposible porque creo que todo poeta escribe un solo y largo poema sobre su vida, sus causas y sus efectos, sus enormes y tormentosos enfrentamientos con el afecto, con la cotidianidad de la vida, con el trabajo, con los otros seres.

Me ha gustado mucho pensar que Compañías limitadas sea un libro que encuentre ciertas compañías y ciertas soledades prácticas en el transcurrir de un espacio de tiempo, mientras que en Tiempo abierto, mi último cuaderno de poemas, escrito en prosa, trabajé con el tema de la memoria que no permite alejar ese universo sensorial y conmovedor que nos hace vivir, probablemente más que la misma vida inmediata. La memoria es el 90% de nuestra vida, de nuestras conversaciones, de nuestras relaciones, de nuestros encuentros, de nuestras alegrías y tristezas, de nuestro universo pequeñito. La editorial Valparaíso me propuso publicar los dos libros, ya que Compañías limitadas no se había publicado aún en España por lo que me gustó la idea y accedí. Sin embargo sigo considerando que son dos cuadernos de poesía separados por el tono, por la forma, por la intención de la voz poética aunque tengan una directa armonía en los lectores perspicaces.

 

K: P: En Tiempo abierto has optado por la poesía en prosa como forma integradora de veinticinco piezas. ¿Cómo fue el proceso de escritura bajo esta estructura? ¿Encontraste en esta configuración literaria alguna característica intrínseca que fuera detonante o potencia creadora?

 

X.O: El poema en prosa te obliga a llevar un ritmo interior más decidor y menos  contenido, usando el lenguaje poético, sosteniendo la imagen, los tropos y el nivel metalingüístico que exige la poesía.

A este libro lo comencé a escribir a pretexto del trabajo final de maestría de escritura creativa en la Universidad de Salamanca, en donde me propuse trabajar un cuaderno de poemas que esté alejado, al menos en su forma, como ya hablamos en la pregunta anterior, de los poemarios anteriores.

La poesía en prosa me ha seducido desde que leí sendos textos de Vallejo y, más tarde, los maravillosos poemas en prosa de Baudelaire. Sentí una libertad y una gana de expresividad, una forma de llegar a situaciones que en la poesía convencional se quedan alejadas y contenidas en el significado y el discurso, y que no llegan a decir lo que uno quiere o debe en ese momento de la vida poética.

Además, el diálogo que tienen estos poemas con relación a los pies de página son fundamentales para entender que un poeta no puede ser ni hacerse solo, ni buscar una absoluta originalidad. Es indispensable hallar el diálogo entre los otros discursos que han marcado la vida para entenderse desde y con el otro y relacionar aquello como un acto de absoluta honestidad poética y de un nuevo tratamiento en la estructura, en la significación y en el lenguaje.

 

K.P: En esta última publicación se produce un balance entre la experiencia vital autorreferencial y lo popular, lo que pertenece a una generación, lo universal, el sentido común poetizado. En tu texto “Las flores”, por ejemplo, podemos leer: “Fue un momento en la ciudad de México, como si fuese en todas partes, donde Tomás Segovia leyó un poema sobre las jacarandas. (…) Me gusta la jacaranda, más para ser sonido que concepto. Tiene eco de postre y de timbre de salida y de reloj dañado y de luz verde en cualquier situación y de portón que se abre luego de unas 732 esperas”. En “La mía testa”, asimismo, aparece este equilibro entre la experiencia personal y los referentes de una época: “Cabeza que te crees Frank Sinatra y te vas en picada como nave y te revientas la voz en un agudo y te pareces a la Monalisa por lo pura y que no tienes ni boca que te ladre ni historia que te cubra y que pareces melaza en los afrechos y que te pasas de lista en las escuelas”. ¿Qué importancia tiene este balance para la trascendencia de un poema? ¿Qué dificultades presupone buscar este equilibrio?

 

X.O:El balance del cual hablas tiene que ver en mi caso con la importancia del  viaje en mi vida. Viajar es aprender y aprehender desde los dos puntos de significación. Conocer el contexto: el espacio, la figura, la atmósfera y el ambiente. Reconocer que el asombro es la forma de sentirse más vivo y  renovado que nunca. Y luego, también, conocer a los poetas y a las personas que van a tener una cierta importancia en tu vida como modelos y personas a las que se les guarda afecto, como figuras para conocer nuevas actitudes y aptitudes.

Con respecto a la idea de la autorreferencial, yo no encuentro otra forma de escribir poesía si no es con las referencias que uno va coleccionando a lo largo de su vida en el viaje, en el asombro, en el afecto, en el dolor, en la felicidad, en la costumbre, en sensorial, en lo contemplativo. 

Vivimos además una época en la que ya todo es parte de un gran todo dentro de un universo líquido y las referencias, los textos, pretextos y contextos forman una suerte de nueva atmósfera evidenciada en las nuevas realidades y los nuevos hechos artísticos. La poesía no podría quedarse a un lado de estas realidades digitales confrontando con una especie de neo-cosmopolitismo que se vive en esta nueva generación.

 

K.P: Las notas de pie de página son otro recurso fundamental para la construcción del poemario. Son un territorio textual poco explorado en el género, desde el cual se expanden los poemas o al cual parecen arribar. Las notas de pie de página no solo se limitan a una función explicativa, como podrían hacerlo los paréntesis, sino que también abren puntos de vista insospechados como se abren las ventanas de una casa abandonada sobre el paisaje oculto de una ciudad rampante, son una suerte de punto ciego (porque no es el lugar protagónico de un texto, ni donde suele posarse con más calma la mirada del lector acelerado del siglo XXI), un punto ciego que de pronto se vuelve visible. También parecen ser un territorio de convocatoria y lucha entre lo culto o ilustrado (pues las notas de pie de página hacen sin duda más referencia a un texto académico que a un poema) y lo popular; entre la tradición y los referentes culturales de una generación; entre lo serio y la ironía socarrona. ¿Podrías comentar el uso de este recurso en tu poemario?

 

X.O: El uso de los pies de página es una forma de dialogar con otras voces que estuvieron presentes antes de la constitución misma del poema, que nacieron en mí como una sorpresa, como un descubrimiento, como un asombro, como una emoción. Es algo que se queda en la conciencia y que acompaña toda la vida. Son textos, fragmentos de películas, estrofas de canciones, pinturas, sobre todo poemas, aquellos que me han acompañado siempre, junto con una anécdota o un momento en donde el tiempo se quedó estacionado y abrió otras maneras de vislumbrar la vida, la poesía, las formas, los lugares, los recuerdos, la memoria. Aquí queda muy bien aquello de que un poeta no escribe nunca sólo, siempre está acompañado de otros textos, de otros pretextos, de otros contextos, de unas personas que se quedan contigo estacionados en un tiempo abierto (de ahí viene el nombre del libro). El pie de página es una forma de ilustrar el otro lado del texto evidenciado en la página completa, pero también es una compañía que no se puede separar del texto para entender y reconocer a una voz poética que necesita de los otros textos para ser.

 

K.P: En Tiempo abierto, así como en Compañías limitadas, se hila, entre líneas, una narrativa de vida donde asoman personas, lugares y experiencias de la infancia a la adultez, donde “el tiempo preñ[a] [la] niñez con la luz de un sol inocente y unas naranjas pálidas cuando lleg[a] el olor de los limones”, donde se nombra el lugar del “Primer deseo”, donde se juzgan los primeros poemas (“Si no hubiese pasado por la tierra mojada y felizmente triste de noviembre de 1990, cuando tuve 18 años y escribí un algo que nunca fue un poema y nunca lo será, yo me habría muerto en una infancia larga, pateando una pelota”.), donde se besa y se duerme con libros (“Amor constante más allá de mi constancia”). ¿Cómo percibes la relación entre narrativa personal y poética? ¿Es acaso una relación de tensión?

 

X.O: Creo que la poesía es efectivamente un texto biográfico del autor, de sus circunstancias, de sus obsesiones, de sus gustos, de sus viajes, de sus momentos más importantes en la vida, velados acaso, y solamente, por un lenguaje que persigue la expresión poética y no la narratividad de contar. Es decir, la poesía del autor es su vida codificada dentro de la expresión poética. Por ello muchos autores de poesía no escriben biografías porque consideran que su obra cuenta, en grandes fragmentos, a lo largo de su existencia, su paso por lo terrenal.

Yo no podría entender la poesía sin la participación obsesiva de la realidad del poeta en conexión con su voz, con su sujeto poético. También creo que no hay lugar en el tiempo y en el espacio que el individuo conozca más que a su yo personalísimo y a su contexto, sus lecturas, sus creencias, su romance con la vida, la relaciones de amor, de pasión, los enfrentamientos con la muerte, con el miedo, con la realidad vital. Todo ello es importante para escribir poesía. La poesía no es una cosa netamente lingüística, ni netamente morfológica ni totalmente estilística. Ella necesita el alma del autor. Su misterio. Su ritmo interior. El poder que tendrá su forma de persuadir políticamente a su lector. Creo que eso es lo que el poeta debe hacer en el momento en que construye un poema.

 

K.P: En tu “Resumen arqueológico” convocas, realizando un ejercicio de tinte casi historiográfico, a los referentes de la poesía universal, partiendo de Jorgenrique Adoum para volver, delineando un círculo perfecto, a otros poetas-pilar de la literatura ecuatoriana. ¿Hasta qué punto piensas que un poeta debe buscar ser parte de esa arqueología? ¿Es la buena poesía un ejercicio de trascendencia histórica? ¿Cómo se articulan el conocimiento del pasado poético y la posibilidad de estar a la vanguardia de la labor literaria?

 

X.O: Lo que sucede es que el poeta está siempre dentro de la historia, de su contexto, de los aconteceres que mueven, cambian, transforman las épocas y los tiempos. Aunque el poeta, dicen algunos estudiosos, escribe para el futuro.

En el poema que mencionas lo que traté es de dar un “paseo” por la poesía universal aterrizando en la poética ecuatoriana canónica en dónde está Carrera Andrade, Dávila Andrade y Adoum como los grandes íconos del siglo XX, haciendo una especie de homenaje a estos grandes nombres que cambiaron la poesía y por lo tanto la historia del Ecuador y que también modifican, de una manera, la poesía de la lengua española.

He dicho en varias ocasiones que amo el universo de los poetas, así como el universo del poema y el de la poesía también. Entonces me resulta estimulante creer que la tradición es la forma de trascender, es decir que cada poeta se debe a un montón de poetas que están tras de él y que fueron construyendo unas realidades y unos caminos a los que hay que ir surcando para entender el lazo estrecho que existe entre la historia y la poesía.

 

 

 ***

 

 

EL ÁRBOL

 

 

Estoy seguro que fue en ese momento cuando la gente  dice que es verano en estas ciudades equinocciales y que  el tiempo preñó mi niñez con la luz de un sol inocente y  unas naranjas pálidas cuando llegó el olor de los limones.  Fue un árbol¹ que creció en una postrimería del jardín que tuvo la casa de mis padres. La luz de los limones y esas ramas debieron ser podadas por algún grito de Miguel Hernández². 

Estoy seguro que esas hojas brillantes ayudaron a expectorar mi cerebro y ahora se huelen mejor todos los  recuerdos en las sombras de otros árboles. Debió ser en algún verano, sin exfoliación del alma, cuando los frutos  huyeron, con sus olores, por todo el patio de aquella casa  donde ahora los pastos son de adoquín y el tiempo ha  dado de puñetes al pasado. 

También se han ido amarilleando los verdes del arcoíris  de mi infancia cítrica a los que alguna vez agradecí por  haberme acogido en el zumo de su agria poesía. Esos que me recibieron como si fuera parte de la fruta y de la vitamina C o como los semilleros a los nuevos arbustos que pueblan ese lado oculto, tan absurdo y brillante, del niño  que lo habitó en un tiempo. 

Sin embargo, el sol de los limoneros y unos poemas con  aroma de gajo ácido me abrieron la vida como una cáscara. Y la vida se quedó así, irremediablemente. Un tren pasó por el otro lado de la ciudad, repleto de  frutas, y en el andén equivocado un niño curó sus heridas  con la acidez de un limón.

 

  1. El limonero de mi huerto influye más en mí que todos los poetas juntos. (Miguel Hernández).
  2. Oh limón amarillo, / patria de mi calentura./ Si te suelto/ en el aire,/ oh limón/ amarillo,/ me darás/ un relámpago (Limón, M. Hernández).

 

 

LA POESÍA Y EL PRINCIPIANTE

 

Fue en noviembre de 1990. La lluvia se había registrado  en el cielo para hacer una temporada larga y sin censura.  Llevaba en mi cuaderno de apuntes la efímera impresión  de un poeta principiante. Cargaba algo menos de 18 años  entre mis huesos y en los tristes momentos del desayuno  enseñaba la bufanda con la que cubría la falta de roce,  la poca socialización, la timidez. Tomé la poesía como un  pretexto, como si la vida fuera el desierto del Sahara y  algo de páramo y de bosque tropical y algo de marino que  se hace más azul en su abundancia y algo de roca y casi  todo lo que puede ser luminosidad. 

Tenía cabeza de aficionado de metáforas e hice versos  que no aficionaron a nadie. Me dejé llevar por esa fuerza que entrega la poesía a sus guardianes. Vi crecer mis  ganas y un trozo de mi hombría se rompía entre las siete cabezas de la poética. Fueron años para pasar por ese  campo de fuerza donde gravita el poeta y sus mentiras y  esa fuerza de apóstol y esa sonrisa que no está para contarse entre los públicos. No había que hacer nada más que  lo que ya estaba hecho. Cada vez que se vuelve a rehacer  un verso, el asombro de los otros se acerca a este nuevo  hallazgo con generosa ingenuidad.

Recuerdo que Juan Gelman leyó un poema6  en un patio  de San Luis Potosí. Recuerdo que Marco Antonio Campos  observó quedamente al argentino con humildad alucinada. Luego vi al mayor decir ese poema sobre el tío Juan:  que si la poesía podía servir para algo más que para que  otro poeta escuche a Juan en un patio de San Luis. Yo me  fui con ese poema por algunos paseos y caminos y por  unos tiempos y por unas esquinas sin mucha gloria. Por  otro lado, Marco Antonio Campos leía un poema7 que es  lo que quedó luego de tanta alharaca poética y Juan en los  ecos se sostenía como un rayo en la luz. 

Si no hubiese pasado por la tierra mojada y felizmente  triste de noviembre de 1990, cuando tuve 18 años y escribí un algo que nunca fue un poema8 y nunca lo será,  yo me habría muerto en una infancia larga, pateando una  pelota.

 

  1. /…/ volviendo a la poesía/ los poetas ahora la pasan bastante mal/ nadie los lee mucho/ esos nadie son pocos/ el oficio perdió prestigio/ para un poeta es cada día más difícil conseguir el amor de una muchacha/ ser  candidato a presidente/ que algún almacenero le fíe/ que un guerrero  haga hazañas para que él las cante/ que un rey le pague cada verso con  tres monedas de oro/ y nadie sabe si eso ocurre porque se terminaron las muchachas/ los almaceneros/ los guerreros/ los reyes/ o simplemente los  poetas/ o pasaron las dos cosas y es inútil romperse la cabeza pensando  en la cuestión/ lo lindo es saber que uno puede cantar pío-pío en las más  raras circunstancias/ tío juan después de muerto/ yo ahora para que me  quieras. (Sobre la poesía, Juan Gelman).
  2. ¿Y qué quedó de las experimentaciones, / del “gran estreno de la modernidad”, / del “enfrentamiento con la página en blanco”, / de la rítmica pirueta y/ del contrángulo de la palabra, / de ultraístas y pájaros  concretos, / de surrealizantes con sueños de/ náufrago en vez de tierra  firme, / cuántos versos te revelaron un mundo, / cuántos versos quedaron en tu corazón, / dime, cuántos versos quedaron en tu corazón? (Los  poetas modernos, Marco Antonio Campos).
  3. Tengo un hijo feo/ que me sigue como un testamento. // Es feo. / Carece de fantasía. / No me habla por despecho. // Le hice creer que era rosa/ y es, apenas, flor de páramo. / Pero lo amo. (El cigoto, X. Oquendo  —inédito por siempre—).

 

 

 

AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE MI CONSTANCIA

 

 

Yo tuve un libro de Jardiel Poncela. Un libro de aventuras  norteamericanas. Uno con dibujos en dos colores. Otro  sin pasta y con el hilo al aire. Tuve un libro de Faulkner que no leí. Uno con rayas de crayón que eran mis  marcas de niñez con motricidad atrofiada. Un libro de  recetas que olía a humedad. Una guía telefónica que me  hizo feliz. Una biblioteca con el libro Ficciones de Borges. Tuve unos libros de poetas ecuatorianos que todos se mataron. Unas navidades de libros. Un intercambio de día  de Reyes entre ropa o libros. Compré libros y discos a  amigos que compraron más libros y discos a otros amigos.  No robé libros por falta de motricidad gruesa y fina. Hice  una mesa con libros viejos que me obsequió un sacerdote.  Improvisé una escalera para que mis hijos suban al cielo  con lomos cosidos y pastas encoladas. Decoré una habitación con libros y luego los tomos se iban cambiando de  estantería. Coloqué a mis discos y a mis libros sobre los  espejos y los cristos. Adapté a mis libros para arrimar las  paredes. Los junté como adornos en los sitios solemnes.  Llevé libros de regalo de cumpleaños y la gente dijo que  los leería –e incluso sé de alguien que los leyó–. Adapté  mis libros como escenario para tomarme una foto. Usé  mis libros como arma para matar mosquitos medievales.  Me puse más alto sobre mis libros y me peiné feliz con posición de Elvis. Hice equilibrio con los libros en mi cabeza.  Alcé libros en mochilas y mis bíceps crecieron. Usé libros  en mis piernas y jugué a ser un robot. Tengo libros por ojeras. Cito libros por números. Vomito libros y no conejo. Huelo los libros y luego los paso por mi cachete y veo  si son suaves. He besado libros. He dormido con libros.  Me he dejado seducir por ellos. He roto libros por frío,  por malos asesores de corazón, por dolor de alma. Yo quiero que a mí me entierren como a mis futuros bisnietos, en la  mitad de un pesado libro, en el fondo de algún discurso,  en la cercanía de algún universo que tenga páginas, pla ceres, demonios y lacras editoriales, y que sea mi tumba  un libro de pasta blanda y bond de 75 gramos y formato  A5. Y que no sea eso la libertad, sino algún eterno castigo  divino y bibliográfico.

 

 

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 Karla Lucía Páez Yánez (Quito, 1991). Profesora y correctora de estilo. Licenciada en Lenguas, Letras y Artes; Máster en Ciencias de Educación. Sus poemas han sido publicados en las antologías Con ciertas palabras (2020) y Diez orillas (2021), bajo el sello de El Ángel Editor, así como en las revistas Liberoamérica y Cuando E. P. Thompson se hizo poeta: revista de poesía comprometida. Su ópera prima, Vivísimos míos (2022), fue presentada en el decimotercer Encuentro Internacional de Poetas “Poesía en Paralelo Cero”.

Fotografía: Luis Yaulema



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