Revista Latinoemerica de Poesía

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Todos los días se muere en vano



TODOS LOS DÍAS SE MUERE EN VANO

Por Fabio Delgado

A la hora de morir uno canta para sí, no para los demás.
Alejandra Pizarnik

En América Latina se erigió una estatua en nombre de todas y todos los muertos de las dictaduras, se carga con el peso de las desaparecidos y los desaparecidos, nuestros países respiran por sus heridas, y les duele. De hecho, creo que en lugares como México, Guatemala o Colombia la tragedia se extendió porque fue a partir de esos episodios vergonzosos donde la vida cobró otros sentidos y perpetuó la violencia como una manera de hacer política y el asesinato como una forma de resolver los conflictos. Eso no quiere decir desde luego, que después de las dictaduras el resto de países de América Latina haya tenido unas democracias de ensueño, porque se evidencian las crisis de los sistemas económicos, crisis de gobierno, crisis de los sistemas de salud, desigualdad social y corrupción en todas las esferas de poder. Y aun así las personas resisten, y resisten a su historia. Miran la efigie que sigue allí levantada y el jardín de discursos que construyeron alrededor de ella, para épocas electorales, o quizás para aniversarios y conmemoraciones o inclusive una sentencia olvidada de las que ya no se recuerda nada.


Entonces concertamos entre todas y todos el olvido de lo obvio, quiénes éramos antes de nuestras tragedias y cómo sonreíamos antes de ellas, cómo nuestro diario vivir se nos escapó de las manos, para ser víctimas de los nuestros, porque en el fondo fuimos nosotros mismos:

 

Tanto dolor, dices.
Tanta tortura, tanta muerte.
(”¡No debes escribirlo en un poema!”)
Fueron salvajes, crueles, cuentas.

¡No eran humanos!

(“Ahí también entendí que yo
era capaz de hacer lo mismo”).

Deberían cambiar todo, piensas,
el lenguaje, la bandera, la constitución,
el nombre de este país.

Porque fue gente de esta tierra.
Fuimos nosotros.
Somos nosotros los terribles.

 

Por eso es tan difícil para mí escribir sobre Morir en vano de Héctor Monsalve, publicado en México por la editorial Typotaller, porque me recordó lo elemental, lo doloroso de leerlo, lo triste de ver cómo a diario se lucha contra la omisión y la desidia, de madres y padres que siguen reclamando sus hijos e hijas, esposas y esposos que velan sus maridos y mujeres, frente a muchos y muchas que se han llenado los bolsillos de aplausos en las tribunas hablando de la paz, las injusticias, la memoria, los olvidados y los nadies, cayendo en los lugares comunes de la efigie.


Cuando en medio del desenfreno de los “justos” aparece la voz de Héctor Monsalve y canta una canción fuerte, porque Morir en vano es una larga sonata no solo a los muertos, los desaparecidos, sino también a aprender a vivir con lo que sucedió y a pesar de lo que sucedió, no nos habla del perdón y de la no repetición, nos habla del malestar en las entrañas de ver entre la gente a los torturadores:

 

Solo ves su nuca.
La gran cabeza de ese hombre
que recuerdas más alto.

Su pie sobre ti, su pie clavado
en tu cara.
Su pie golpeándote.

Su voz inolvidable,
extrañamente parecida
a la de un pariente cercano.

Su nuca, ahí, hoy,
destacada entre el grupo,
unos pasos delante de ti,
en el ascensor
del centro de salud.

 

Es un poemario crudo y vital que invita a pensarnos como comunidad, porque también nos dice que muchos y muchas piden a gritos que vuelva la dictadura, pues no cabe en sus lógicas que somos sociedades muy diversas. ¿Cómo después de la masacre seguimos creyendo que esa es la solución? ¿Es que nunca aprendimos nada? Seguimos repitiendo que para la estabilidad económica debemos poner más muertos y que estos deben ser los hijos de los pobres, los negros, los indígenas, los extranjeros pobres, porque no merecen un lugar en los centros comerciales y los clubes campestres:

 

Solo unas mesas más allá
un hombre grita y gesticula
mientras come.

Dice que estuvo bien matar a todos,
que la economía vale todas esas vidas
y que incluso su “general”
debió matar a más.

Tú terminas de almorzar en silencio.
Luego escribes. Escribes en el centro
del repudio, en el patio pulcro
del mall.

 


Estoy convencido de que este libro es más grande de lo que nos imaginamos, que Morir en vano de Héctor Monsalve debe ser leído en cada uno de los rincones de la patria grande que es América Latina, porque siento que estoy frente a uno de los mejores libros de poesía escritos hoy día (por no decir el mejor, aunque lo creo) y que este poemario refleja el monstruo que nos habita y nos dialoga para que lo reconozcamos.

Los dejo entonces con una selección de su poesía:

 

 

 

Ese hombre ahí sentado,
ordenó matar y mató
por odio.

Y esta tarde descansa, ya viejo,
en su sillón.

Con las piernas cubiertas,
ese hombre que mató
y que hoy se duerme,
plácido y oscuro,
no teme al juicio de los hombres.

Y esta tarde descansa, ya viejo,
en un país que limpia por encima.

La luna es el cañón de una pistola
que lo apunta.

 

 

 

¿Quién te buscará cuando no esté?
Cuando ya no pueda levantarme y revisar
todo este territorio.

Por eso dejo indicaciones.
Palabras vacías,
varas clavadas,
mudas e inoloras.
Mi despedazado lenguaje.

Removí la tierra con mis manos.
Y más allá, busqué y seguiré buscando.

No me quiero morir sin encontrarte.

 

 

 

 

¿Para qué sirve la poesía?

Lo comprendí de pronto en Barcelona.
Y sé ahora que mi poesía llegó tarde.

Ya no servirá en Chile.
No devolverá la inocencia.
No encontrará a los desaparecidos.

Un solo verso pudo haber evitado la masacre.
Un solo verso cambia la estructura de la vida.

Guzmán tiene un poema tuyo en el bolsillo.
Contreras tiene un poema tuyo en el bolsillo.
Pinochet tiene un poema tuyo en el bolsillo.

Hasta el que te torturó,
se sabe de memoria un verso tuyo.

 



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