Revista Latinoemerica de Poesía

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No había buitres en Boston: poesía que sobrevuela conciencias



Por Juan Secaira Velástegui

 

 

Hay en la poesía de este libro, No había buitres en Boston (Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero 2022), escrito por Miyer Pineda, la consecución de un universo, en el cual las sensaciones y experiencias se mueven al nivel del lenguaje, pero también de su verdad. No son intentos fallidos por deslumbrar o caer en el malditismo, ya desgastante, corto y limitado.

 

Se trata de poesía, de versos que entrecruzan sus fortalezas en una realidad que, por serlo, es dura, aviesa, sangrienta y, a la vez, inmersa en otras formas, en su trayecto vivencial, ineludible y contradictorio.

 

Estamos ante un libro singular, un canto que parecería que siempre estuvo allí, a la vista de todos, mas es fruto de la pluma sensible, terrible, conciliadora y eterna de Miyer Pineda.

 

Se comienza con un acto de valentía, el no ocultar ni amoldar los orígenes, más bien verlos a los ojos, asumirlos, entenderlos y, desde ese punto de resurgimiento, poder avanzar sin el peso de lo que somos para los otros, de lo que nos han hecho creer que somos para nosotros mismos.

 

“Siempre hay gente dispuesta a hacer quedar mal nuestra pobreza

Lo olvidaron: en estas montañas alguna vez estuvo el mar”.

 

La poesía de Miyer no acepta las verdades absolutas, los prejuicios sociales y políticos; por ello valora lo que es, sin que eso signifique un freno ni una condena per se.

 

A lo largo del libro existe una importante reflexión acerca de la tarea de escribir; más que teórica es un eje fundamental, práctico, real.

 

Se escribe desde una herida, se escribe desde el desacato, la libertad, el no conformismo ni alienación, se escribe para que la escritura se desvanezca prendada en la memoria, en las memorias, y permanezca en el lugar menos pensado.

 

“… la Bestia es la escritura, el más precario don con el que te destrozas a ti mismo”.

 

En esas suturas se afinca y explaya el individuo, rodeado de un ambiente conflictivo o de la remembranza no melancólica de la infancia, como la cara de la moneda tapada por el tiempo, por la lógica de la cotidianidad, por el miedo, por el desinterés o el sol amaneciendo, y en medio de la locura “lograr que los muertos respiren”. Conseguir lo imposible, solo así el sentido podría cobrar un color y transformarse en poesía.

 

“Porque la poesía es una serpiente que cambia de piel frente al espejo trizado del horror”.

 

La Bestia sería la búsqueda del impulso que le da la vuelta a lo que vivimos, y salga vencedor de las profundidades infectadas del ser.

 

En ese sentido, todo está supeditado a aquella disyuntiva; por ello, algunos poemas llevan la palabra “contra” en sus títulos, y son un reconocimiento lúcido a los autores mencionados, en el juego ambiguo que permite la poesía, no en la apología; en el verso, la multiplicidad de un lugar prohibido:

 

“Los de este lado del infierno

En tus poemas

Escuchamos masticar a la Bestia”.

 

Se plantea, no el retorno, sino el descubrimiento de otro fondo, del fondo, de romper con esta realidad en el reflejo de los afectos, de la penumbra, del temor vital. Por ello, los protagonistas de varios de los poemas cavan, toman una pala y cavan, cavan, cavan, frenéticamente, tal cual una liberación o una contienda. La ballena luce su poder, se manifiesta dinámica y en el dinamismo arrastra a los personajes de los poemas en una exhalación.

 

“Y la ballena cava y cava trazando su camino”.

 

Y, además, hay un verso que es determinante por su extensa belleza y deterioro, juntos, encaminados a un mismo fin y con la sapiencia de que se puede interpretar como un inicio o el final de la travesía:

 

“Ser hermosos como un acantilado”.

 

La segunda parte se titula Infancia, y son poemas que dan cuenta de la niñez, de la relación con lo que lo rodea, de la mirada crítica; también irónica y sin perder en ningún momento la intensidad que demuestran todos los poemas del libro. La infancia: espacio viboreante al que siempre se regresa.

 

En este grupo de poemas, la muerte pasa lista a los profesores, haciendo alusión a la gran inseguridad que se vive en Colombia; la música es protagonista al llenar los vacíos, también con tequila. Y la familia está, siempre está, con poemas dignos de permanecer en la historia. Uno de ellos:

 

“Imagino a madre deteniendo el auto a la vera

con las manos al volante y llorando

 

La imagino llorando en mitad de un bosque

mientras una jauría olisquea sus huellas en la nieve

 

Mientras cava

para buscar el cofre que enterró junto a un roble

cuando era niña y veía mi fantasma”’.

 

El paisaje no es cómodo porque está teñido de almas torturadas o leves, de la cercanía con la muerte violenta, de la agresividad de los hombres contra las mujeres, de la infancia en un preámbulo ágil pero funesto; del deseo, de los reinos perdidos y de los llevaderos: ahí, en la palabra, en el acto en sí, en la algarabía que supera y se atreve a vencer lo ya vencido por naturaleza.

 

El poeta mira de frente, no se suelta ni huye; menos aún muestra desesperanza o pesimismo. Es lo que es, parece decirnos, y lo que es, es en poesía. Vaya logro el conseguido por el poeta Miyer Pineda, lleno de arte y de vida.

 

Casi al final, nos advierte, intenta una salida y un clamor desde la legitimidad:

 

“No salgas del poema

La muerte haría el olvido con mis huesos”.

 

Leer a Miyer Pineda no es una cuestión que se debe tomar a la ligera, tampoco es una actividad grave o academicista. Es un regalo; una presencia indiscutible, una iluminación arremetida en cada uno de sus poemas. Miyer es un poeta que sabe escuchar y mantener el activismo humanitario, lucha constante, veraz y auténtica.

 

Existen en No había buitres en Boston, la naturaleza, la tierra, la pertenencia y el olvido, el ser de un lugar, con lo que conlleva, y desligarse, llevando consigo las raíces en la sangre. Y la ballena repercute en cuanto metaforiza la grandiosidad del eco desaforado, constituyéndose en el sitio de la infancia, la premura en el crecimiento, la ruptura y las primeras tragedias.


En estos poemas sobresale cada verso en circuito y sistema enlazado con un lenguaje que sabe lo que quiere y se deja llevar, incluso a tientas, en el tono, en la clarividencia y la terrenal espesura de la palabra libre y ajustada a su entorno.


Robert Lowell se asoma dispuesto ante la enfermedad que no lo venció, o sí, y por ello escribió tan grandes poemas, está presente, y la forma de poetizar de Miyer dialoga con sus silencios, con sus buitres, que sobrevuelan, volviendo al libro un cofre de sorpresas, un artilugio invariable, una visión ante el arte, ante la escritura como el descenso verdadero y la destrucción más grande que es el verse, el vernos y desde ahí desprenderse con decisivo impacto para restaurar lo irrestaurable y sobrevivir al intento de pie.

 

Un punto destacado, porque cubre y descubre al poemario, son las referencias, la intertextualidad. En efecto, el poeta dialoga, y se relaciona con otros artistas, protagonistas de los poemas, siempre a partir de lo que significan, o no, para el yo poético.

 

El libro se abre con dos citas clave, sigue con una cita bíblica. Y hay poemas “contra” Emilio Salgari, Robert Lowell, Gottfried Benn. Además de Melville, y de varios músicos, y culmina con otra pertinente cita de Emilio Renzi, álter ego del argentino Ricardo Piglia.

 

No crean ni supongan que estos nombres obstaculizan la fluidez de los poemas; al contrario, son una manera de empoderamiento, de cercanía con el poeta Miyer Pineda, con sus lecturas, sus preferencias, su activa curiosidad, que nutren el universo fecundo e incesante del libro, donde No había buitres en Boston, y sin embargo…

 

 

 

BOSTON

 

 

En el lote baldío en el que vimos a un muerto por primera vez

ahora hay un taller de mecánica

 

He visto –desde el umbral- cómo los perros olisquean el suelo con fruición inaudita

 

Crecen dientes de león entre los durmientes

y la casa aún tiembla cuando cruzan los trenes fantasmas  

 

Mi padre se marchó haciendo equilibro en uno de los rieles

 

Desde entonces se escucha en los solares

el canto de gaviotas extraviadas venidas de su isla

mientras el aroma del vodka asciende

y en los ojos de los viejos

comienza a divisarse el lomo de una ballena

 

En la colina donde había robles ahora hay casas bautizadas por la mugre

y los ángeles intentan descifrar los signos que ha dejado el abandono en los portones

 

En una de esas casas desapareció una mujer prendida del cuello de la lluvia

Nosotros -sin saberlo- hacíamos columpios para luego arrojarnos al abismo

desde los sótanos de su tristeza

 

Siguen las calles destapadas frente a algunos ranchos caídos

y si caváramos en ellos

encontraríamos el esqueleto de una cascada

 

Los padres todavía maltratan a sus primogénitos

(Mientras sangran comienzan a comprender la metáfora del viaje)

 

El río asemejaba el mar, y en él aprendimos la futilidad de los óbolos

Resultó ser un caño de aguas inmundas

Lo comprendimos y la presencia de ratas ha aumentado en nuestros sueños

 

Hay pocos restos de cometas en las cuerdas de la luz

Pero en los postes hay cada vez más niñas y jóvenes

luciendo en sus sombras el color de nuestras lápidas

 

Siempre hay gente dispuesta a hacer quedar mal nuestra pobreza

Lo olvidaron: en estas montañas alguna vez estuvo el mar

 

Ya no existe el basurero en el que un mendigo

encontró a un bebé de pocos meses

El bebé fue sepultado en las almas de los que nos fuimos a vivir a otros lugares

 

En la lejanía,

los herederos del bolero somos hijos del vértigo y de la resignación

 

 

***

 

 2

 

Escribes para dejar el cigarro, para rastrear a los amigos purificados por el fuego en los manuscritos que quieres olvidar, para buscar a un enemigo como Max Brod.

 

Escribes para que las palabras se olviden del sol, para encontrar la palabra precisa que alivie al alfabeto de sus quemaduras.

 

Escribes y ves que las palabras se amontonan y se ponen en posición fetal para intentar protegerse. Otras señalan huesos en el piso de la habitación cuya ventana se asoma a un nuevo mundo, a una parte inexplorada de la casa podrida de tu alma.

 

Escribes sin conocer la receta ni el lenguaje de la ceniza porque te agrada ver como las palabras devoran las palabras.

 

Escribes porque tu cuerpo es un río y el río es un cauce del viento, y el viento la corteza que estremece la tarde y la tarde un escalpelo:

 

Y en la sutura la infección, y en la infección el tiempo, y en el tiempo la ruindad que somos, y solo la ruindad es rastreada por la Bestia, y la Bestia es la escritura, el más precario don con el que te destrozas a ti mismo.

 

Escribes porque crees en la sutura y eso a estas alturas de la noche es lo único que importa.

 

 

 

 

 

 

CONTRA ROBERT LOWELL

 

Ni la fe que no acelera el paso o lo retarda.

RL

 

Robert Lowell,

No te voy a hablar de mis bolsillos rotos

Ni de mis parientes con dinero

 

Nos tocó ser pobres, Mr. Lowell,

 

Nacimos para ver cómo se quema nuestro espíritu

mientras leemos un poema

porque esa es otra forma ancestral de alimentar el sol aquí en el sur

 

Le temías al dolor de la muerte y te dio un paro cardiaco

en un Checker del 59; ese viejo tumor continuaría recorriendo

Nueva York aliviado por la peste de tu sombra

 

El chofer huyó despavorido y desde entonces en las noches

su silencio se llenaba de las moscas con las que soñabas

mientras una de tus enfermeras lo diseccionaba

 

No había buitres en Boston

Estaban dentro de tu cerebro picoteando las palabras

en busca de tu enfermedad

 

Ahora los buitres se han esparcido por los sótanos de la ciudad

y nos dan el alimento que nos salva; Mr. Lowell:

 

Queremos ser poetas, y aunque no sobrevivamos, somos tus polluelos

 

Las enfermeras quemaban tus cartas por temor al contagio –lo sabías-

pero una de ellas, cuando tenía turno, devoraba esas palabras con locura

 

En eso también has acertado, y ahora podemos encontrarla sepultada

en cierto suplemento literario

 

No conoces este pueblo, no estoy loco

Sin embargo, sé que me comprenderás cuando te digo

Que te he visto pasar por la acera dándole de beber a los mendigos

 

Robert Lowell, ahora solo te puedo agradecer porque has pisado este hospital

Y te has tomado la molestia de arrastrar la zanja

en la que te encuentras sepultado, por el mundo 

 

 

ZARZA

 

Entonces todos los habitantes de la tierra escucharon a Dios en el sueño

Y Dios les dijo que pronto morirían

Y Dios en su infinita bondad les permitió escribir una carta

 

Y los habitantes de la tierra se pusieron a escribir con las raíces de sus recuerdos

Y con la poca vida que resistía en las falanges

Y con el dolor de saber que se ha llegado al final

 

Y los que no sabían escribir metieron sortijas en los sobres

Y quienes estaban hastiados de palabras

Se pusieron a mirar el último atardecer y a escrutar la indiferencia de las luciérnagas

 

Los marineros arrojaron sus botellas al mar

Los enamorados escribieron sus iniciales en algunas cortezas

Y Dios cumplió su palabra y se los llevó hacia los cielos

 

Al otro día los demás abrimos los ojos, volvimos al trabajo

Y echamos de menos a los elegidos

Algunos confesaron sentir un poco de vergüenza

 

 

 

ÚLTIMA LECCIÓN DE LA BALLENA

                       

   Algo como un despojo en mitad del océano

Melville

 

Los hijos del agua, en la llanura del Pacífico, refieren en alguno de sus mitos

que Dios y todo el universo se encuentran en las profundidades de una ballena solitaria

 

La ballena nada sola porque canta distinto y las demás no reconocen su canto

Y ella surca los mares con la esperanza de encontrar a una criatura semejante

 

Guardemos silencio para no turbar su sueño -dice el anciano- porque toda criatura lleva como cicatriz el silencio

 

Esa es la piel del aire que nos mueve, la cadenciosa flama de la antorcha que nos llena

Su danza atraviesa la soledad de nuestros sueños; su canto rebotando en nuestros huesos,

es su forma de leer el destino que le queda

 

No es fácil ser el único sobreviviente. Esa es la última lección de la ballena

 

Ser hermosos como un acantilado

 

Para don Horacio Pedraza y sus perros

 

 

 

LA ENFERMERA POLACA

                                                                                                    

 

Todo poeta debería tener como amante a una enfermera polaca

Una mujer con el cabello negro como las clavículas de la noche

Y experta en aliviar el insomnio y las grietas que va dejando el camino

 

Una mujer que le despioje y le masajee el alma con aceites de hierbas

y rastrojos descubiertos por el sol cuando se derrite la nieve

 

El poeta podría armar constelaciones con los lunares de su cuerpo

Abandonar sus manos en sus nalgas y llorar como un niño desesperanzado

y feliz, cuando al fin logra comprender que ha sido abandonado por los dioses

 

Una enfermera polaca que le susurre al poeta su nombre secreto

mientras la sequía presiente sus orgasmos y entonces llueve sobre los campos de trigo

 

Una enfermera que use la saliva como ungüento

Y que arrastre tras de sí

los tres metros de tierra que pronuncia desde hace años el nombre del poeta olvidado

 

Una enfermera aficionada a coleccionar en su libreta los nombres de suicidas,

mientras subraya en los cuadernos del poeta los versos valiosos

en los que ya vaticina su puesto en el patíbulo

 

 

 

3

 

 

 

Para Gabriel Ferrer, desde la otra orilla

 

 

Llega la muerte a una reunión de profesores

La directora piensa en pedirle que llene unos formatos

y no deja de ver el encendedor que la muerte ha puesto sobre la mesa

También piensa en hacerle un memorando

o en citarle a la madre de familia por el uniforme

o por el piercieng o por alguno de los tatuajes que le corre

a esta espléndida mujer piernas arriba  

La secretaria piensa que la muerte se ve demasiado sospechosa

y que a lo mejor trabaja en algún banco o en jurídica

El profesor de Historia le sonríe

Luis Miguel le propone hacer un origami con sus ojos

El portero ve un lote baldío a lo largo de su sombra

Al de ciencias le parece haberla visto en algún bar de mala muerte

La de educación física comenta que la ha visto en clases de tango

y que le gusta montar en bicicleta

El de inglés sospecha que es poliglota y que el silencio

ha reemplazado su lengua

El de inglés dice que la muerte es nuestra lengua materna

La de matemáticas comienza a presentir un algoritmo

que permita explicar a los hombres su terror al infinito

El de música me dice que está como para escribirle un poema

y entonces las golondrinas no dejan de picotear salvajemente las ventanas

Llega la muerte a una reunión de profesores y comienza a llamar lista

 

 

 

Clase 2016

                 

 

Dentro de Angie suena un tren que se dirige al mar

Dentro de Karen arde la hierba que no conoce la noche

Dentro de Deisy las raíces de la lluvia

Dentro de Edher una mujer dejó su rostro olvidado

Adentro de Duván no deja de llover

Y las piedras se esconden del camino

Dentro de Adriana hay aves que extrañan los antiguos dioses

Adentro de Ariana duerme la música

Escampa, crece como el sueño de un pozo que nadie conoce

Entonces Angie danza como si la orilla supiera su nombre

Y Karen camina descalza como si fuera la orilla de un reino perdido

Y Deisy pronuncia el mundo en palabras que el fuego descifra

Y Edher toma el rostro de esa mujer y lo acaricia en silencio

Y Duván enfrenta el camino como quien tala un árbol que no existe

Y Adriana se mira al espejo y sonríe porque un ángel le roza los pies

Y Ariana cierra el libro en el que la noche termina el poema

 

 

***

 

Juan Secaira Velástegui (Quito, Ecuador, 1971). Ha publicado el ensayo Obsesiones urbanas, texto crítico acerca de la obra narrativa de Humberto Salvador, editorial El Tábano, 2007. Y los libros de poesía: -Construcción del vacío, editorial Sarasvati, Nueva York, 2009, mención especial del premio de poesía Ángel Miguel Pozanco (España). -No es dicha (Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade), editorial El Tábano, 2012. Segunda edición: 2013. -La plaqueta Geografía de la edad, 2013. -Sujeto de ida, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2014. -Ribera de cristal, Ediciones de Pandora, Tampa-Florida, 2015. -El rasgo que se cubre. Antología Poética, edición digital, 2016. -La mitad opuesta, S Libros, 2017. Ha sido uno de los ganadores del Concurso Nacional de Poesía El Retorno, 2009 y 2011. En el 2008 se adjudicó un accésit en el concurso de poesía de la revista española Katharsis. Su poesía se encuentra en antologías nacionales e internacionales.

 

Miyer Fernando Pineda Mozo (Tunja, Boyacá, 1979). Doctor en Lenguaje y Cultura, Magister en Historia y Licenciado en Ciencias Sociales de la UPTC. Integrante del grupo literario Si mañana despierto. Uno de sus poemas fue ganador en el Concurso Nacional de Poesía Descanse en paz la guerra, organizado por la Casa de poesía Silva en el 2003. Ha publicado los libros Cuerpos en Braille (2005), finalista en el Concurso del Externado; El hastío de las manos (2010), libro con el cual fue finalista en el Concurso de poesía Ciudad de Bogotá; Bocetos para la Acontista (2014), libro ganador de la convocatoria de creación de Culturama durante ese año; Zamuros (2016), libro ganador en el Concurso de poesía del CEAB 2015. No había buitres en Boston (2022), Premio Internacional de Poesía en Paralelo Cero 2022. Líder del Proyecto Mnemósine: La memoria histórica, una pedagogía para la paz.

 Fotografía: Micaela Cáceres



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