Revista Latinoemerica de Poesía

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Juan José Rodinás



 

Biografía para Freddy Mercury dentro de un cuadro de Caspar David Friedrich
(¿Por qué no existe un punto del espacio-tiempo donde el espacio es tiempo y viceversa?)

 

1. Un micrófono girando
en un teatro de Manchester contiene
un aguijón de niebla
que baja hasta el surco exterior
de un acetato viejo:
los discos de mi adolescencia
sobre el cuadro de un pintor romántico,
las tiendas de los años ochenta,
sobre la piedra, tu pie, la mansedumbre:

desde el silencio
viene el rock
de la isla demente.


2. Y podrás caminar,
sobre una avenida llamada Rapsodia Bohemia,
sobre el mar sin esquinas,
tu mirada,
tu voz en Knebworth Park,
el último concierto,
sobre el mar de las estrellas,
Londres,
un cabaret flotante,

la lluvia de invierno, las ruedas moscovitas,
una red de pescar una estrella medusa,
una galaxia sobre el agua del Támesis,

cabaret de la lógica tu voz de ángel melancólico,
giran las amapolas de agua sobre una bota de cuero

estás en un lienzo imposible,
(en el lienzo amarillo usas tirantes y bigote),

fiel a tu propia vida,
fiel a tu propia vida paradoja, cantas
“nothing really matters” ante el flujo del Mercy

y el cielo deja caer los frutos del no árbol
sobre el viajero de espaldas, el no rostro,

sólo el paisaje pesa lo inhumano
entre acantilados de discos partidos y ciruelas.


3. Los ojos de Mercury son Chevrolets descapotables.

Los ojos de Mercury recuerdan
la luz de un cometa disuelto en una copa de martini.

En este pueblo hay 2 tipos llamados Farrokh Bulsara,
pero ninguno se llama Freddie Mercury.

Freddie no dijo, pero pudo decir:
“sólo amo lo que sabe bailar”.


4. Vestida con peluca rosa, va tu voz, Freddie,
al interior de un auditorio con olor a hachís, va tu voz de azúcar y cerveza,
-el concierto en Hyde Park, 77, pequeña tienda del verano-
pólvora de amapolas desde una escopeta
o un colisionador de hadrones
(que dispara)
contra un mural de hielo.

Llevas un arlequín de malla (negro, blanco),
inspirado en un traje de Nijinsky.

Sin embargo, un bastón italiano,
te guió en el ascenso al cielo de los músicos.

(Mi realidad, Orfeo Mercury,
es el infierno lluvioso de una calle quiteña).

Por eso, peldaño por peldaño,
entre cardos y espinos de Glastonbury,
los chicos que juegan con motos y chaquetas de cuero,
-un par van al gimnasio-
bailan esta noche contigo: escuchan, bailan
la estrella del ser que va a morir.

Los signos de tu vida
son caballos de fuerza que ruedan y devoran la noche de la ópera.

Junto a un Studebaker de los años cincuenta,
(que no manejas nunca)
te encuentras solo, Freddie.

Vas por la montaña (tus zapatos dividen varios nidos de niebla),
caminas entre la multitud,
como un mesías de la música sobre las aguas ligeras del aplauso,
entre los fans, la fiesta y el cielo interrogado.

El último canto de la vida es la vida al interior del canto-
más que pensar, sientes,
una aguja de morfina como un mar que reposa
debajo de la sangre: haces
muy frágil tu último segundo:
(el resplandor del hueso
y el silencio de unos casetes abandonados).

 

 

Antibalada sobre una fotografía en Manchester Victoria, febrero de 2017
(¿Para qué sirve tenerlo todo si no es para perderlo definitivamente?)


Hoy me parece que no hay infinito,
pero la noche abre mis ojos en los ojos de los niños.
Un monje anciano toma notas de mi vida
en una libreta de hojas amarillas:
          a) Solo tenemos lo que podría destruirnos;
          b) Yo soy mi llanto. Yo soy mi peso.
              Yo escribo para destruir mi lenguaje.
              Un sol se precipita sobre el mantel de origami
              que cubre una mesa invisible:
              yo lo llamo casa sin luz del mundo.
              Una laptop abierta cuida palabras que morirán mañana;
          c) Un sueño es un animal triste bajo un gesto de nieve.
No quiero regresar al país que me comprendería:
soy inhumano.
La noche es una máquina que revela fotografías
sobre una placa transparente.
Humillo a lo que cree en mí para que nada me pertenezca.

 

 

Banksy en Miyasaki
(¿Desde cuándo mi vida es un anime con números y letras?)

mi “kokoro” en Miyasaki

1. El Castillo Ambulante es mi corazón

Una niña de lentes lleva un globo azul.
Lo ata a un clavo que sobresale de una silla
y,
sobre los muros de un castillo mecánico,
ella escribe:
“todos me abandonaron, pero este vacío es mi casa”.

Aquí
sólo es posible una lata de aerosol
que dibuja centenares de niños volando por el cielo.

Sin embargo,
el virus de la antirrealidad destruye este barrio pequeño.

Bristol es un globo de cristal escarlata:
las ventanas vuelan como navajas a los cielos.

Una granja industrial es mi rostro en la nieve.

Una niña de lentes es la libélula que aprieto entre mis dedos
y sus cápsulas para dormir son universos en mis ojos.

Un parque es un viejo subibaja donde mis pies evitaban la muerte.

Crecí. A veces lejos de mí (de lejos)
en la contracción
(en la oscuridad me contraía).
Pero también respiraba,
entre llanto y estrella,
entre grumo y galaxia,
yo respiraba mi construcción,
mi devoración:
abrí los objetos en ríos
y las puertas en puertas.

Lejos de mí,
entre llanto y estrella, yo me oía,
entre grumo y galaxia,
también
me susurraba.

 

2. El Viaje de Chihiro (Watanabe)

Una estrella pregunta si la observas,
pero nunca responde.

¿Eres un niño abandonado que pinta en los muros del mundo las haikus de la noche?
¿Eres un globo rojo liberado en el cielo?

Aquí se borra. Aquí mi globo rojo está borrado.

Mi regreso a todas las infancias
donde crecer es llorar bajo los cactos del desierto.

Si el correcaminos muere en la mente del coyote,
el coyote ya no tiene camino.

La vida: un galpón lleno de niños acostados
luego de un bombardeo.

Mi rostro es mi casa sin padre.
Yo estoy allí, hostil, pero ligeramente quieto.

Tras la cinta que rodeaba los ojos destrozados
está la mano borrando un círculo de nieve
donde alguien abandonó una cebolla negra.

Dentro de mí, he perdido la vida. He perdido lo único que no tenía.
Un globo rojo es la noche que muere: esa flor inhumana.

 

3. La princesa Mononoke

¿Estás listo para seguir el camino que predijeron las piedras?

No olvides que la cicatriz crece si la ira crece.

Un jabalí es un ser triste: de él sólo conocerás su odio y su dolor.
De mí, en cambio, sólo conocerás el dolor.

Un cóndor
en el sueño
de una niña
con su globo rojo.

Un simio
quiere destruir simios
para obtener
su fuerza.

No preguntes si son dioses antiguos del bosque del dios ciervo.
No sé cómo llegué hacia mis manos.
No sé cómo me derribaban.

Un copo de nieve
sobre los detalles que no se indican en tus mapas:
yo me vendo los ojos,
dentro de mí hay una piedra envenenada,
yo defiendo mis pérdidas.

 

 

Poema de amor de un Banksy ligeramente solitario


Alguna vez dormí en la mano de una mujer pequeña.

Ella me dijo: “todo se trata de cambiar de canción”.

Ella me dijo: “todo se trata de girar el sentido del universo, amor mío”.

Entonces, puse “November Rain” de Gun’s and Roses en el IPOD
y dormí en la mano de la chica de ojos de mapache y le conté una broma.
(Su corazón era un pulpo negro en una pecera de aguardiente).

Me dijo: “Has llorado, Juan, en los ríos que crecen
y corren, crecen, desde tu corazón hacia tu corazón sin manos”.

O quizás dijo: “Eres tonto porque vas a creer todas las mentiras que te diré yo”.

Era otro tiempo, pero en verdad, crecían noches y galaxias en los senos
de una muchacha diminuta. ¿Por y para qué te amé tanto?

No sé resolver esto:
el fuego crece
para no decir
“quién me amó
no me amó en realidad”.
Así me preguntaba,
“piénsalo
una muchacha no me amó
y no sé decirlo”.
Una muchacha dijo
“No sé darle la vuelta a los paisajes
donde los fuegos artificiales comunican
el vacío de todas las cosas de la tierra:
La ignorancia que necesito para creer en alguien”.

(El lenguaje solo señala
que se vacían las jarras
y que, sin embargo, puedo beber de ellas).

Nada comunica,
pero volveré
al sueño de las estrellas,
(que eran pesadillas):
estrellas que sueñan
el sueño del sueño que volvía,
era
y
volvía
otra vez a explicar el vacío
donde la gente caminaba sola:
mi mente volvía, mariposa de alambre,
a posarse
en las ruinas
de las cosas
pobres,
de las cosas
inexplicables.

 

 

Rapsodia donde el amor incluye una yihad islámica


Hoy recuerdas a esa muchacha irreal (el amor imposible,
impasible, un sauce de protones tomando té en Starbucks).

Y una carterita.

Un cráneo magnolia gira dentro de un corazón binario:
la flor rompe la teoría: una canasta de semillas rojas.

Este paisaje de pérgolas donde paseas bajo un globo aerostático
y recibes una descarga eléctrica sobre tus mundos derretidos.

(Humanos derretidos en una escena derretida).

En una almuerzo de sillas enfrentadas,
hay venganzas que son para reír en el restaurant de enfrente.

¿Amor? Que una mujer succione tu alma con sorbete:
eres un batido de pegamento y muerte.

Hola mundo: una cabeza se desagrega en átomos que hoy
se depositan en una taza humeante sobre la mesa de un café vacío.

Cielo incógnita: sé que me vas a destruir, amor mío.
Cráneo Johanna. Cráneo Silvana. Cráneo Pregunta.

Y una carterita.

Recordaba estas cosas. En un túnel bajo nuestra cobija,
varios combatientes armados y encapuchados transportaban

proyectiles y virus que arrasaban los tiempos y los cuerpos,
los corputiempos. Los humanos vestidos, desvestidos,

se mueven sobre la tierra y quizás, en el futuro,
se ensamblen sobre una cama tendida, destendida.

Franja de una piedra negra que ni siquiera tiene adiós.
Una imagen espiral -como ésta- es cruel o humorística: jamás ambas.

Una bomba entre dos sillas enfrentadas de espaldas.
Alguien, hace seis meses colocó la bomba que sólo hoy estalla.

Hace mil años habríamos estado silenciosos:
exhaustos o caídos, calculando el espacio entre los pies y los zapatos.

Un alto al fuego sobre el desierto de las fotografías.
Encapuchados con bolsas de plástico, los hijos que no tuvimos
se despiden con un beso de pistolas humeantes,

como si dentro de sus tumbas conceptuales y abstractas
alguna vez nos hubieran conocido. “Con las ideas y

las técnicas de guerra, el amor es una plantita líquida y sencilla
que no puedes sostener con las manos”. Sólo el frío le da forma.
Y el calor la desvanece.

 

 

Dollboy filmado por Giorgio de Chirico


I

No moverse de aquí: no demasiado:
hay demasiado cielo.
Un globo trepa por la atmósfera.
Alguien cierra los ojos.
Cielo es inmóvil. Cielo es palabra inmóvil sobre el ojo.
El niño mueve su brazo.
Decir tarde (yo digo tarde)
es una cosa. La tarde es una cosa, pero un lienzo,
pero un filme azul, incógnito.
Tarde es una palabra, un espacio y un pájaro.
El niño mueve su brazo:
un globo sube por la atmósfera.
El niño&niña es una palabra inmóvil
sobre la plaza del ojo
donde mi visión del mundo
es una línea levemente inclinada.
El niño abre párpados como mirlo
antes de emprender la noche.
El niño cierra párpados, abre párpados.
El niño es una palabra llena de cosas.
Globo azul -como palabra azul- asciende
por la atmósfera hueca
hacia la lente vertical del ojo.
El niño –con vestido rojo- y su mano
es inmóvil entre carruseles inmóviles,
es inmóvil entre personas inmóviles.


II

Hay objetos de plástico:
mundos abandonados sobre un fondo de nubes.
Un automóvil es el júbilo en el piso,
rodeado por soldados de goma.
Una lámpara dibuja un juguete que espera.
En este dormitorio de pájaros antiguos:
sin pensamiento.
Realidad sí. Realidad con llantas.
Alguien sueña un volante encendido.
Alguien piensa con su mano: velocidad
Para poner la cabeza en el suelo
y que se acelere la vida.
Movimiento es filmación feliz
si la mano mueve el juguete sobre la calle imaginaria.
Movimiento es carrito entre los muros
rasgando el teorema que señala:
aquí está la muerte,
aquí está el largo esquema de la muerte.
Automóvil pausado
y la noche con grullas de papel
que evitábamos tocar para no despertarnos
en nuestro propio sueño.


III

Un niño baila en la noche del mundo
(¿para qué baila?) En la montaña,
el niño obtiene capulíes,
casa de dos pisos,
habitación, lápiz sobre el papel,
rasgando, frotando estrellas.
¿Cómo decirlo?
Un campo de estrellas es un dibujo
donde sepultamos, mamá,
a todos los soldados de goma muertos.
Un campo de estrellas es un cielo
donde los muertos son imposibles
(o cargan el peso de dibujar
a los pájaros ciegos).
Entonces, un campo de estrellas
es un tapiz con árboles caídos
junto a un tren inmóvil
en el que todos los pasajeros
dibujan un niño que los mira.
¿Qué niño? Estrellas de plástico
regadas en la cobija
para que el niño pueda despertar.
La estación inicia el día
sobre su propia imagen perdida.
¿Cómo decir niño
sin decir ojo de niño perdido?
Un cielo donde los pájaros son puntos
sobre el ojo. Sobre las preguntas,
la silla de mamá para mirar el mundo
y largos trenes
por donde toda visión ha de pasar,
al extinguirse,
al volverse lo que ya no tenemos,
ahora.

 

 

Axones
Canción de despedida, de llegada.

I

En el cuerpo, los nervios pesan como arterias de plomo. Con las pastillas, el cerebro se ablanda como un río benévolo. Las neuronas son libélulas negras que sobrevuelan un estuario mental. Por la mañana, el médico me dice: “tiene una enfermedad en la cabeza como un otoño inhabitable”. Yo también lo sospecho.


II

En mi habitación, trago astros en comprimido, pastillas que resplandecían en mi mesa. Todo para evitar el picoteo del gorrión, pájaro de la enfermedad, bajo mi nuca. Mi cerebro se equilibra un instante. Junto a la jarra de leche, los pomelos húmedos están sobre la mesa, como un cristal antes del acabóse.


III

Este día sueño con destruirme. Volarme con un pájaro la sien del cielo para que mi cerebro se haga espuma en el mar. Este día sueño con destruirme. Sumergir mi pecho en la hoja del baniano y desaparecer.


IV

Tengo un clavo en la mente: una herramienta de luz manchada o sucia. Por ella, el ruido de los automóviles es mi fonética del mundo: carros en una larga fila de carros en una larga fila de carros atascados. Mi oído se convierte en un atributo del dolor que viaja –como tren japonés- a la velocidad de la luz desde mi cuerpo, contra mi cuerpo.


V

No hay estación del cuerpo, pero el dolor la crea. Llueve mielina en los nervios (aguacero plateado). Tengo sacudones en mi esternón y en la piel de los brazos. Tal estación –diríase parecida al otoño- deja caer hojas de radón desde las ramas de la columna vertebral, desde la encina que el anatomista llama árbol de médulas.


VI

Como un fuselaje, entré a la cámara de resonancias. Escuché un zumbido electrónico para obtener fotografías de mis huesos, de la pasta cerebral. Allí la máquina descifró mi sueño de oler cedrón mientras acariciaba un pájaro. Como un diapasón, el cráneo contraído percutió sobre mis días de luna elemental, profética. Imágenes de una piedra de la locura iluminada por el espejeo del láser.


VII

Las placas tornasol decían: hay un quiste en tu cerebro. Trepanaciones. Extracción de la piedra de la locura. Pienso en un tumor, como un cometa contraído en un puño.


VIII

Mi médico, el poeta, dice que los puentes son hermosos, que no duelen. Él habla sobre puentes materiales: un puente uniendo mis articulaciones enfermas con la orilla (ahora detenida, luego suelta) de la tina. Goma de sangre. Un verso es una línea, un hueso es un hueso. Separo lo separable. Recojo mi cuerpo, oculto tras la bata de cirugía, mientras miro las nubes, su blancura metódica, mi adiós.

 

 

JUAN JOSÉ RODINÁS (Ambato, Ecuador, 1979). Ha publicado, entre otros Anhedonia (Popayán, 2013), Kurdistán (Juliaca, 2017), Cuaderno de Yorkshire (Valencia, 2018), Yaraví para cantar bajo los cielos del norte (La Habana, 2019; Nueva York, 2020). Sus premios son múltiples: Premio Internacional de Poesía Joven la Garúa 2007, el Premio Festival de la Lira 2013, el Premio Margarita Hierro 2017, el Premio Jorge Carrera Andrade 2018, el Premio Casa de las Américas 2019 y el Premio Aurelio Espinosa Pólit 2021. Como traductor publicó el libro Una cosa natural. Veintinueve poetas norteamericanos.



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