Juan Aurelio García
Vanas gentes de Juan Aurelio García es, ante todo, un libro escrito por un lector sobre los poetas y, por supuesto, sobre la poesía. Se le advierte al lector rastreador de asombros que en sus páginas no encontrará la imagen sorprendente, el adjetivo que da vida (y sí el que mata), ni la metáfora que sacude por su capacidad de epifanía o plasticidad. Se trata más bien de un libro solitario, díscolo, en contravía con la idea que se tiene del poeta y de la poesía, un fuera de lugar necesario en la tradición poética más reciente, que puede ser Colombia u otro contexto en la era de la globalización de la cultura. Por tanto, un trabajo de escritura del desconcierto del poeta y de la poesía. No ensalza el lenguaje y más bien lo derriba de sus abstracciones y de su pretendida belleza. Juan Aurelio García se nos presenta como un poeta desdoblado en un lector callejero que asiste a recitales de poesía, donde el único público asistente son los mismos poetas y las sillas vacías.
Nelson Romero Guzmán
(Fragmento del prólogo del libro Vanas gentes)
MITO DE LA LENGUA
La lengua es larga muy larga
Coloque usted sonido tras sonido letra tras letra
de lo que se dice lo que dijeron
lo que murmuran
y de todo lo que todavía les falta por decir
y obtendría una longitud tal
que se formaría una gran serpiente que se anillaría sobre la tierra varias veces
con una fuerza en verdad ciclónica ahorcándola
y nosotros todos
quedaríamos debidamente deglutidos y eficazmente licuados
en el centro de ese agujero negro
EL ESCRITOR
El escritor de escritorio es un fantasma: permanece en casa
pero nadie lo ha de ver entre la casa
Algo
quién sabe qué
parecido a una agorafobia intelectual y fecundante
lo clava a sus sillones
Es de amarrar cuando se sienta
y de temer cuando abre su portátil y a grandes zancadas
como auténtico trotamundos
se echa a navegar sobre el teclado dejando tras de sí
una estela oceánica de párrafos
Hay un aire de misticismo en ese gesto
algo como una entrega religiosa
al hábito de cerrarle al mundo la ventana
a cambio de aquel otro
que día a día le ofrece la palabra
Cuando sale a la calle es evidente la lividez intelectual que lo señala esa falta de sincronía
con la ciega fluidez del transeúnte
Quién sabe qué tenga que ver el mundo con todo lo que piensa
Quién sabe si fue una elección escribir y optar por el encierro
Si tan sólo traduciendo a palabras lo que vive
es que el mundo le resulta soportable
Algo de bueno ha de tener estar cautivo mantener sin desmayar
muy abajo la persiana desembotando a fuerza del encierro la costumbre de sentir
tocar el mundo
Hibernando en su cuarto o en sí mismo
vaya uno a saber con cuánto desapego nada le falta
todo está a la mano
y si acaso está más lejos por cerca que ello esté nunca podría interesarle
Ha de ser toda una revelación una epifanía
cuando hace girar por fin el picaporte y pone el primer pie sobre la acera dejando atrás la pared de su burbuja
Es como si naciera otra vez como si estrenara los sentidos y no es de sorprender
que este solo hecho lo deslumbre para tomar la atenta nota
que llevará otra vez a la libreta
Con esa manera de pasar desprevenido que tiene el forastero
fluye de nuevo entre las calles con los oídos ávidos
y la mirada nueva
Es posible que para entonces ya no muchos lo recuerden
que nadie se precie con alguna convicción de conocerlo
Que aporte un seudónimo para firmar un documento o conozca el extraño rostro
que tiene ahora algún amigo una amante de ocasión
tal vez un hijo
o algún tío del alma
que lo aprecia demasiado y llevará noticias suyas
a toda la familia
muy orgulloso de haberlo conocido
DE LO QUE FUERON
A menudo los artistas
son gente que comienza a serlo siendo nada
Esto en el camino se les olvida El yo se les pega a sus obras como una lapa
y por eso exigen
la justicia de ser reconocidos
Es allí donde comienza el patetismo del asunto su lucha de quijotes contra las entidades oficiales contra lo que queda de moral
e incluso contra sus propios amigos que siempre rezongarán
que ya están envejeciéndose
Pero al final
si las coge en el aire
el artista vuelve al redil retoma a sus viejos maestros revisita a El Bosco o a Pessoa
(por ejemplo)
y algo de Baudelaire le inyecta
a su ya no tan corrosivo vino de todos los viernes decidiendo pasar por calles
que no van a dar a plaza alguna
por pasajes de ciudad sin número y sin nombre a ver si reencuentra la fecundidad perdida
en la magia de su gloriosa y clandestina pequeñez
LETRA MUERTA
Nosotros juzgamos la apariencia y Dios es maestro de las cosas escuetas.
Yalal al-Din Rumi
Qué peso tenaz
el que tienen los poetas cuando mueren: no puede Dios cargarlos, reciclarlos
tan pesados como andan de metáforas
Qué moles, colosales e infladas como falsos gulliveres en la tierra de los dioses enanos
Qué tormenta en un vaso de agua la muerte de un poeta que pensaba
de un amasijo de carne y palabra descarnada
Ignora uno qué es poema
y qué hueso con memoria de nervio desgarbado y trashumante
¿Qué vuela todavía de un poeta cuando muere?
Lo sabríamos tan sólo por los buitres
que se acercan primero desconfiados al cadáver y quién sabe por cuál prodigio
con sus buches llenos
se elevan sobre los cielos del relleno sanitario
ALICIA
Te degusto lentamente con los ojos
Así me convertiré en ese gigante
que contaba historias
Por lo demás
mi vida no será otra que los pequeños sucesos de entrecasa
el pancomer de cada día del modesto cónyuge que soy, el señor Charles Dodgson fotógrafo
profesor de matemáticas
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JUAN AURELIO GARCÍA - Docente, poeta y ensayista. Nacido en Armenia. Ha publicado los libros Mi poema es más hermoso que el tuyo (1998), Diccionario de humana anatomía (1998), Oh Rossi/Los poemas de La Sierra (2000), Tiempo reunido (2014) y Vanas gentes (2021). Colabora con frecuencia en medios impresos del Eje cafetero.