Revista Latinoemerica de Poesía

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El Minotauro y la Mariposa



 

El Minotauro y la Mariposa o amanecer en la sabana grande de ciego de Ávila

 

Por Álvaro Neil Franco Zambrano

El libro de entrevistas al poeta cubano Roberto Manzano, El minotauro y la mariposa, me hizo pensar en la fortaleza del primero y en la fragilidad de la segunda. Según Borges, en  La casa de Asterión, el minotauro también era un ser frágil debido a que su hogar era la soledad y el silencio. La mariposa monarca es un símbolo de resistencia porque con sus alas anaranjadas, negras y blancas incendia los cielos azules de la infancia y recorre 4000 kilómetros desde Canadá hasta los bosques de Oyamel, en el centro de México.

El minotauro está prisionero en el laberinto de Creta; mientras que las mariposas vagabundean por las orillas de los ríos y se hacen inmortales cuando se posan en la arena o visitan los patios de los poetas solares, como por ejemplo Raúl Gómez Jattin.  Para el poeta de Cereté las mariposas son reales; en cambio para Chuang Tzú, estas hermanas de los ángeles son fruto de los sueños. Cuando García Márquez escribió sobre las mariposas amarillas, estas empezaron a sobrevolar el río que pasa por Macondo.

Pero si al  minotauro se le posan las alas de la imaginación en la frente, este se hace libre. Es decir, lo infinitamente pequeño libera lo infinitamente grande. Vale agregar que este hombre con cabeza de toro también es libre porque es hijo de un sueño. Además, la mariposa suaviza con su vuelo el  terrible corazón de la bestia.  La mariposa tiene antenas para leer el aire; el minotauro, cuernos para embestir a los dioses.  Los dos vocablos empiezan por m, poseen cuatro sílabas, pertenecen a la familia de las palabras graves y desembocan en  vocales abiertas.

Este hermoso título, según Manzano, es tomado de una percepción poética de José Martí: “Subir de minotauro a mariposa. Ir de raíz a ala” (102). Como Rimbaud que descendió a los infiernos para convertirse en un iluminado, para  rescatar la estrella solitaria donde brilla la libertad del hombre, en el caso de Cuba. Como esos guijarros que en la infancia llamábamos sapitos y a quienes en el transcurso de su viaje hacia la otra orilla les salían alas y terminaban en un lugar del cielo, tal  vez la levedad y el peso de la que nos habla Calvino. Me he detenido una eternidad en la imagen de Manzano sobre “(…) la espada que ha de clavarse en el sol” (102). He pensado en la resurrección, en las lámparas que según Borges intentan alumbrar el día sin que nadie las vea, en las alas de cera de Ícaro, sepultadas en el mar. En el  descanso que obtuvo el minotauro cuando Teseo lo alejó del silencio y la soledad.

El minotauro también simboliza de alguna manera la prisión de la palabra poética, debido a los lugares comunes, al uso desmedido de la lengua  que no sabe cuándo detenerse y  deteriora la síntesis tan cara a la poesía, a la brevedad excesiva que se convierte en fórmula, al empleo de vocablos que no cambian su significación, al hermetismo que se disfraza de profundidad y nos hace creer que el gato es una liebre…, a las modas mal vestidas que deshilachan a la tradición; todo lo contrario de la mariposa, que es “territorio libre del sueño” (Juan Manuel Roca) y del vuelo poético (207).  

Cuba no es pequeña porque está rodeada por el mar. Es libre gracias a sus artistas, poetas y escritores que la han llevado por el mundo. Para Manzano “la potencialidad de lo grande está en lo pequeño y lo pequeño en lo grande” (13). Es así como Whitman encuentra el universo en una hoja de hierba, como Martí nos habla “de que toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz” (13), como Borges se pregunta: “¿Es un imperio/ esa luz que se apaga/ o una luciérnaga?” Manzano, poeta de Ciego de  Ávila, una suerte de Homero tropical, agrega con sabiduría poética que “no tenemos otra posibilidad que la de conocer lo grande a través de lo pequeño, lo ancho a través de lo delgado, lo general a través de lo particular, la vida a través de la muerte” (14). La poesía es el arte de la paradoja y la oposición: “Sobre una nuez fundamos la explosión del horizonte” (38). La nuez es Cuba; el horizonte la mirada imaginativa de los poetas de la isla que cantan el punto de encuentro entre el cielo y la sabana, entre el mar y el universo. El horizonte entre más se anda más se aleja, sobre todo en el caso de la poesía que se caracteriza por ser tan esquiva.

Volvamos sobre el concepto de oposición, simplemente para decir que este poeta con apellido que nos remonta al paraíso y quien se inventó el verbo puertear: “La puerta existe por los pasos que la cruzan hacia ambas  direcciones. En el exterior está el camino, en el interior está el mundo íntimo del hombre” (43), considera que la poesía se resume en tres o cuatro metáforas: “Toda la poesía del mundo alude a la gran batalla de la luz y la sombra” (42). Metáfora que también se aplica  a los pintores, sobre todo a quienes practicaron la técnica del claroscuro. Aquí algunos versos de poetas amados que ejemplifican esta apreciación: “Yo vivo entre luces, aún en las noches” (6), Vito Apushana; “Cuando busco refugio en la casa del anochecer/ a  través del ciprés, una luna enceguecedora me detiene,/ y desde el bosque oscuro,  el fantasma fosforescente/ de mi padre me indica un estallido/ de luceros y otros prodigios celestiales/ que ahora, en la eternidad eterna,/ él se entretiene nombrándolos” (42), Jaime Manrique.

Otra imagen  de la cultura universal de la cual somos subsidiarios, mencionada por Manzano, es la referida al camino: “Meta, andadura, polvo, orilla, senda, no sé cuántos términos tienen relación precisamente con esa imagen” (43). El poema Ítaca, de Konstantinos Kavafis, es el mejor ejemplo: “Cuando emprendas el viaje hacia Ítaca/ ruega que tu camino sea largo/ y rico en aventuras y descubrimientos” (21).

Manzano, profesor de vocación, dice que el mejor maestro que tuvo fue él mismo al enseñarle a los demás (62). En otras palabras, convirtió la docencia en un proceso de búsqueda interminable que le permitió llevar a cabo lo que compartía con sus estudiantes, como por ejemplo, escribir endecasílabos al tiempo que los enseñaba. Amor y pasión por la enseñanza que desmitifica la idea de que el profesor mata al poeta.

Desde su corazón de profesor y poeta no comparte algunas concepciones poéticas que se tienen por ciertas. La primera apunta al hecho de creer que la creación poética no guarda ninguna relación con el conocimiento. El mismo Martí decía que “Hay gente de tan corta vista mental, que creen que toda fruta se acaba en la cáscara”. Pues bien, la sensibilidad poética contribuye a edificar lo que hoy día llamamos inteligencia emocional. Es así como le aprendimos a Kavafis que hay que recordar con el cuerpo para despertar el deseo de  los muchos otros que alguna vez fuimos. Una suerte de reeducación de los sentidos: “Cuando los labios y la piel recuerdan/ y sienten las manos que vuelven a tocar” (25). Sentidos poéticos que nos posibilitan saborear la soledad de una ventana,  ser atravesados por una lluvia de chicharras.  “El verdadero poema se hace con memoria emocional: quien escribe el poema es la memoria emocional, por eso gran parte de la lírica tiene carácter evocativo, de nostalgia, de añoranza aunque sea en un presente vigente.”(66). La poesía no  entiende de prisas ni  de sentimientos surgidos de manera instantánea.   Henry Miller acuñó la sabiduría del corazón y Eduardo Galeano nos habló de seres sentipensantes. Así las cosas, Manzano posiblemente está de acuerdo con Picasso cuando afirma: “La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”. Finalmente, nos invita a  repensar  la falsa creencia de que la intuición, el misterio, la inefabilidad y la incomprensibilidad son el único camino que desemboca en la creación de poesía.

También nos dice cómo aprendió de Picasso, a matarse a sí mismo para resurgir con más fuerza (73-74). A la manera del ave Fénix y del águila que destroza su pico contra los riscos de las montañas hasta hacer surgir un nuevo pico con el que se arranca sus garras inútiles y sus plumas gastadas. Solo el paso del tiempo le  permite renovarse y volver a emprender el vuelo. Supongo que Manzano se refiere a la repetición de técnicas y estilos que terminan desgastando y  llevando a la tumba al arte y  a la poesía.  Monterroso decía que tan pronto se aprendía un estilo había que empezar a destruirlo (321). Recuerdo ahora el poema “Para hacer el retrato de un pájaro”, de Jacques Prévert,  en el mismo este se refiere a la creación como un pájaro que puede llegar rápido, como Rimbaud cuyo canto fue un incendio que lo dejó sin voz. Es el precio que hay que pagar cuando: “(…) la locura/ es el castigo/  para el que viola un recinto secreto/ y mira los ojos de un animal/ terrible” (José Manuel Arango, 21).

En el caso de la poesía, para Manzano, siempre  se está aprendiendo y desaprendiendo. Lo importante no es  la meta sino el proceso de búsqueda que nunca se detiene. Fue Fernando Pessoa, quien nos enseñó: “Lo que me enseñaron lo eché por la ventana del traspatio” (311), es necesario “Olvidar el modo de recordar que me enseñaron”. Manzano nos habla de “aprender a desaprender” (177). “porque antes de cada poema uno sabe lo que hemos aprendido en los precedentes y no sabe apriorísticamente para la ejecución del nuevo” (178).  Para construir un camino propio se debe beber en la fuente de los padres poéticos, porque la poesía no se levanta  de la nada. Borges confiesa que las páginas que llenan de sentido su existencia pertenecen a la tradición y al lenguaje, lo cual no significa que hayamos llegado tarde al mundo o que no exista nada nuevo bajo el sol, pues nos queda la cara oculta de la luna para escribir nuestros versos. Las influencias por más que se eviten van dejando su huella en la piel del poema. También es  cierto que al poeta le llega el momento de cometer parricidio si quiere que a la soledad de  sus pasos la acompañe su voz. De lo contrario agrega Manzano: “Ya se sabe hace rato que el león es cordero digerido (…), el león se procura cuerpo devorando a otros semejantes ya corporalmente constituidos. En poesía el león bien orientado come leones” (125). También nos advierte sobre la inutilidad de imitar a los  poetas mayores, sobre la importancia de luchar como El Quijote en pro de la justicia poética: “La  canción de los epígonos suena mutilada por dentro. Hay algo que vibra inarmónico, y el lodo sin relieve se les escapa entre los dedos, como una pulpa fétida apretada sin gracia” (129).

Me gusta cuando enfatiza la conversación que ha sostenido durante años con la obra de Nicolás Guillén, del cual aprendió la dedicación y el respeto por la palabra poética y las tradiciones que le correspondió vivir, a tomar distancia de las modas. Como buen representante de la poesía de Camagüey, que valora y santifica lo que supuestamente es insignificante, Manzano es un poeta entregado a trabajar en silencio la intensidad y la profundidad poéticas; alejado de la figuración momentánea y del ruidaje de la vida literaria.   

Manzano no enloquece como el cura y el barbero para hablarnos de la justicia literaria. Todo lo contrario, sabe que las conveniencias individuales y colectivas de la vida literaria  priman sobre los valores poéticos. Motivo por el cual es iluso y un tanto romántico pensar que hoy en día la poesía se defiende sola. Es un consabido que la misma requiere de procedimientos ocultos como “rampas, palancas, correas, engranajes de toda índoles” (82). De ventajas que se sacan en la trastienda de la deshonestidad. Añade que “el que no publica, no puede ser legitimado. Y el que no publica en los espacios que determinados grupos han caracterizado -claro, ellos dominan ese espacio- como sancionadores, tampoco puede ser legitimado. Tendría que crear su propio espacio. Y eso es imposible, al menos aquí y ahora, y mucho menos si usted se concentra nada más que en sobrevivir y escribir y no desarrolla otro grupo de capacidades” (82). Las más de las veces los buenos libros de poesía son condenados al olvido, debido al “Silencio de la crítica, silencio de los cófrades, silencio de los adversarios estéticos” (83), o porque no se cuenta con un apellido, o porque en los concursos poéticos el ganador conocía de antemano su destino, entre otras. La poesía se ha convertido en una carrera de poetas donde el poema jamás llega a la meta.

Uno de sus vuelos poéticos más valiosos es cuando nos dice: “Creo que es deber de un artista ser un inconforme” (86). Relaciono el mismo con el sentido de autocrítica que cada creador necesita agudizar, con la exigencia que nos invita a cuidar la salud de los lenguajes verbales y no verbales que hacen parte de nuestra imaginación y de nuestros sueños. Con el hecho de destruir a las criaturas donde no nos reconocemos, o de darles un segundo aire cuando nos presentimos en su existencia de madera o de barro. Con encontrar a través de la experiencia y la práctica la palabra justa y el silencio exacto. “Un creador vanidoso levanta la mano antes de tiempo, y un creador inseguro demora demasiado en levantar la mano” (86). Al primero le falta  dedicación y paciencia; al segundo, le falta todo porque no sabe lo que quiere. El primero debe estar más pendiente de la poesía y no tanto del poeta. La perfección no existe, pero es lo que se busca. Cuando nos comparte la luz de estas palabras: “Tiene que haber una ética en toda estética, si es legítimamente humanista. Y la primera ley ética de un artista es la siguiente:  hay que hacer bien las cosas. Nadie le impone metas directas al poeta: se las pone él mismo; pero un poeta es un constructor de la imaginación social, y este voluntario servicio exige un sacerdocio riguroso” (86-87). 

Ve en la escritura la hermosa posibilidad de establecer una correspondencia permanente con los muchos otros que nos habitan en la soledad y el silencio. De conocer el árbol genealógico donde se columpian nuestros antepasados. De compartir los pasos que hemos dado en la vida, bien sea  del lado de la sombra o de las veredas donde se pasea la luz. De tomarnos un tinto con nuestros queridos lectores. De hablar en sordina con quienes compartimos el tiempo y el espacio. De  alcanzar la inmortalidad a través del instante, que es lo que nos corresponde como seres mortales. Pues, según Manzano, la única inmortal es  la poesía, cuando está bien escrita o nos es contada por medio de la música que emana de la tierra y la naturaleza.

Para Borges “el libro es una extensión de la memoria y la imaginación”, para Manzano es sinónimo de cultura y humanización, de relación íntima con la naturaleza (145). Solo que en la sociedad enajenada en que vivimos, el libro (especialmente el de poesía) pasa de ser un pájaro de la imaginación y de los sueños a ser   considerado como un producto más del mercado, y en lugar de leerlo con pasión y hedonismo, las más de las veces se produce y  consume  como un objeto  desechable: “En la bullanga propositiva de las mercaderías, en la algarabía áurea del mercado, la poesía no vale un céntimo. Ella, que es la joya del espíritu, resulta que no vale nada. Sin embargo, no se puede botar al mercado por la ventana: el problema es que el mercado no puede ser la principal plaza humana” (223).

 El poeta ha dejado de ser el chamán de la tribu, para convertirse en un transeúnte más, en un simple peatón al que sus contados lectores muy pocas veces le reconocen los rayos que le salen de las orejas. Esos rayos que desde el amanecer de los tiempos han despertado la actitud pasiva  de los seres humanos. Porque ante todo la poesía es resistencia, lucha y crítica que no empeña el cuerpo ni el alma.

 

REFERENCIAS:

Apushana, V. (1992). Contrabandeo sueños con aríjunas cercanos. Riohacha: Universidad de La Guajira.

Arango J. M. (1997). Poemas reunidos. Bogotá: Norma.

Cavafis, C. (2018). Recuerda cuerpo. Bogotá: Random House.

Manrique, J. (2017). El libro de los muertos. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana.

Manzano, R. (2021). El minotauro y la mariposa. Bogotá: Isla de Libros.

Monterroso, A. (2002). Cuentos, fábulas y lo demás es silencio. México, D. F.: F. C. E.

Pessoa, F. (2002). Drama en gente. México D. F.: F. C. E.

Barbosa, Santander, 27 de marzo de 2021, era de la pandemia.

 



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