Lilián Zulima González
Presentamos algunos poemas de Lilián Zulima González Huertas, poeta y abogada, autora de los poemarios Itinerario de los Marginados (2014 y 2019) y Disertaciones de una dama (2020).
DETERMINACIÓN
Le puse el cascabel para que no trajera otra paloma muerta. Tres días y tres noches sin alitas rotas en la sala de mi casa; sin ese olor a vísceras desparramadas.
En el día cuarto, viró sobre sí mismo para destruir las cadenas. Necesitó toda su fuerza para tirar del cascabel y triturarlo. Al rato, desapareció.
Cuando regresó al balcón, traía otro pájaro desgarrado.
Me miró directo a los ojos.
En tanto se lamía la sangre de su hocico, le juro que sonrió.
LA MUERTE O LA COSTUMBRE
Me dedico a brillar cajas mortuorias. Es un buen trabajo si se piensa que hay dos o tres muertos a la semana. Sólo reniego los días de lluvia; es triste ver cómo se le estropea a uno el ataúd. También me molesto cuando el féretro es velado en la noche porque es difícil que aprecien tu esfuerzo.
Disfruto la sala de velación. Suelo quedarme un rato luego de la entrega de la caja porque tomo el café que quiero y me distraigo con el paisaje de los dolientes. No es que no respete su dolor, pero no entiendo por qué dejan de verse durante años para fingir que son grandes amigos o por qué aseguran extrañar al difunto que no han visto en décadas.
He pensado en mi propio ataúd. Lo elegiré pronto y lo brillaré desde ya. No parece sensato que un desconocido lo haga teniendo en cuenta mi profesión. Será color caoba, y lo tendré debajo de mi cama en tanto llega el día. Ya estoy cansado después de todo. No es justo trabajar para otros cuando merecemos un poco de quietud.
Por lo demás, he concluido que, por más amargado que seas, siempre llega alguien al entierro. Se me ocurre que sea mi hermana a pesar de que no me dirige la palabra. O Herlinda, la única que (tal vez) me quiso.
(Suspiro)
Iré por mi café, para acompañar así, la novela del día.
PRACTICIDAD
No me gustan los divorcios; uno nunca se recupera. Claro que, cuando ese es tu destino, debes resignarte. Nos creemos seguros bajo la luz de una lámpara, pero debo confesar que mis maridos me han abandonado con sobradas razones. El primero lo hizo por el tedio, el segundo por resignación y el tercero por histeria.
No volveré a casarme. Cuento con mi vibrador, con mi mano Derecha y, sobre todo, con mi amigo, el intelectual.
AL SEÑOR DE LOS ENVÍOS
Joven: en el sobre va mi última declaración de amor, y si llega a su destino, temo que termine en la canasta de la basura. Por lo tanto, el paquete no va recomendado. Quizá, si se pierde en el camino, resulte un texto inspirador para quien decida quererme, aunque nunca me conozca y gracias a eso.
EL ANCIANO DE LA DISCOTECA
Las mejillas y las manos, hechas un guiñapo. Viste de ruana; suele tener frío. Quiere tomar whisky pero no en la sala de la casa o en la cama. Quiere tomarlo en ese sitio y yo le digo que no, abuelo que ese es para los jóvenes que llevan a las novias y gastan un dineral por unas cervezas, que camine entonces para otro lado. Pero él insiste en que quiere sentarse ahí porque tiene derecho y porque quiere, ¡carajo! ¿Acaso no está pagando? Entonces lo llevo y se demora un siglo para acomodar las nalgas huesudas y otro tanto para pedir el trago. Y mil siglos más tomando la taza y conteniéndose para no temblar y arrojar en la mesa la mitad del líquido. Los veinteañeros lo miran al comienzo pero luego lo ignoran. Ningún viejo va a perturbar su rato. Y volvimos todas las noches hasta hoy que me dijo que la música lo aburría, que mejor le pusiera el tango de la abuela y que se quedaría en la sala escuchando la radiola. Y volvimos todas las noches hasta hoy que se quedó dormido murmurando: “Sos un pendejo”.
LUCES DEL ALBA
Me hizo renunciar porque no quise darle un trozo de piel; porque “una mujer no puede escribir así”. Me hizo renunciar por no cantar en el vacío; escribo esto para decirle en su cara que soy Juana de Arco y que acabo de firmar al final de la hoja.
CARLOS LEDHER
Dicen que andabas ingenuo y desbaratado en las afueras del edén. Que te torciste el día aciago en el que tiraste la escuela, y el honor. Que no colonizaste aquella isla pensando en Herman Hesse, sino en tu escolta, en la prostituta de farra o en el siguiente envío; en la avionetica que nos regalaste y luego te llevaste para seguir haciendo mandados. Cabeza dura, necio, necio desde chiquito.
También eras lo otro; sobre todo cuando nos llamabas a los pobres y nos dabas mil dólares por lavar pisos. Cuando te regodeabas con esos carros que no veíamos ni en películas, y nos dejabas fotografiarlos con las placas para jugar la lotería con sus números.
Dicen que caminas por Berlín en silencio meditando acaso en el pasado; en los gatillos, en los autos robados, en los jóvenes perdidos. En las torturas gringas que no quieres revivir. En los excesos que nada te dejaron. Que no fundarás partidos ni harás estatuas.
Que conoces al fin la serenidad del vagabundo.
RONCESVALLES, TOLIMA, UN AÑO CUALQUIERA
Mi señora madre, mi reverendísima madre, la novicia María Concepción, nacida el ocho de diciembre al amparo de la virgen, rezaba el santo Rosario, mientras mis abuelos decían a cada quien que no eran bandoleros, ni de la junta, ni liberales, ni conservadores, ni nada. Pero no entendían y echaban plomo. Y mi madre de rodillas en el convento. Y mis abuelos de rodillas en el pueblo.
Los señores les dieron tres horas para que se largaran y lo hicieron con los doce muchachos; eran trece pero ya les dije que mi madre, que no sabía, siguió deletreando los misterios. No recibió balazos como los primos, o los amigos. No aguantó hambre como los doce niños arrinconados en un cuarto frío del suburbio. No cargó rocas de panela como toda la prole. No recibió el rejo de mi abuelo, que se reventaba cuando lo sofocaba el delirio. Ella se quemó con el hielo de los que se quedan; de los que ven con languidez las madejas ensangrentadas; de los que fueron protegidos por los Salmos que enarbolan al que se sostiene en medio de los caídos a la izquierda y a la derecha.
Mi madre tampoco se salvó de la masacre.
DECLARACIÓN IMPRESCINDIBLE PARA LA SUSCRITA
El país que quiero tiene las calles empedradas y los balcones con cara a la montaña. Las plazas abrigan campesinos con fríjoles y mangos y los niños corretean con el helado derretido entre las manos. Los viejos no están solos ni caminan preguntándose el incierto paradero de sus hijos. Se deja la radio y el televisor prendidos. Las arengas son para sembrar amapolas en el vertedero y los jóvenes agitan la bandera.
En el país que yo quiero, el juez toca el tiple porque le sobra tiempo; tampoco hacen falta policías o soldados. Hay pintores, filósofos, poetas, y todos todos pueden parir arengas, y vivir por y para ello.
En el país que yo quiero nació mi pequeña, y les juro que tendrá una vida tranquila, será madre o lo que anhele y le dará su fe a sus congéneres.
CRÓNICA DE UN REPTIL
Mi país, otra vez en alerta roja. En los videos, encapuchados y personas que van y vienen. Operativos, bloqueos, tanques, gases lacrimógenos. Que en Palmira, que en Cali, que en Bogotá. Que protestantes, que raperos, que vándalos. Y yo sacudo mi cabeza con impotencia y desconcierto. Y yo, señores, golpeo el escritorio y escribo estas letras para no salir corriendo.
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LILIÁN ZULIMA GONZÁLEZ HUERTAS
Colombia. 1973. Abogada en ejercicio con especialización en Derecho de sociedades. Profesional en Literatura. Magister en Educación. Ha sido publicada y comentada en diversas revistas especializadas, y periódicos como El Espectador, Corónica, Grifos de Neón, Domingo Atrasado, Las dos orillas, Diario La Crónica, y Textos libres, Revista universitaria del Externado de Colombia.
Ha hecho parte de antologías poéticas en varios países. Cuenta con los libros Itinerario de los Marginados (poemario ediciones 2014 y 2019) Disertaciones de una dama (poemario 2020) y Factores de riesgo delictivos (jurídico, 2018). Combina la docencia universitaria con el ejercicio de la abogacía.