229. Carlos A. Colón Ruiz
Un libro contra el otoño de Rilke
Por Alma Karla Sandoval
No hará casa el que ahora no la tiene,
el que ahora está solo lo estará siempre,
velará, leerá, escribirá largas cartas,
y deambulará por las avenidas,
inquieto como el rodar de las hojas.
RAINER MARIA RILKE
Los soñadores de casas, según Gaston Bachelard, son quienes recrean imágenes de ese primer lugar que habitamos en el mundo y lo presentan desde la escritura poética. El verso que abre como una flor de noviembre está cuajado de ritmo en Visión de carne de Carlos A. Colón Ruiz, un poemario tripartito que nombra la casa, las ideas y el escape. Cada una de esas instancias posee un vocabulario libre, cuyas insólitas asociaciones conjugan el equilibro de la imagen posible y la reflexión filosófica. Estamos frente a lo que consigna María Zambrano: «Los poetas no buscan, encuentran».
En este confín de hallazgos, el poeta rinde homenaje a la tradición poética en América Latina. Las residencias de Pablo Neruda (que no en balde hacen alusión a un domicilio) y la longitud versicular de Nicanor Parra se entreveran con otros homenajes a la poesía de nuestro tiempo. Colón Ruiz es un poeta devorador de carne imaginada e imaginativa, de un músculo lector que todo lo lleva al reino de su lirismo, es decir, un catoblepas[1] detective como Los perros románticos o Los detectives salvajes de Roberto Bolaño porque de ahí abreva la textura conversacional de este libro.
Si escapar es volver a casa, pero la intemperie también se encuentra dentro, los sueños, en la vigilia, se desdoblan mientras entran por la ventana serpientes, ratas, niños abortados, pestes, ángeles del demonio, marionetas gubernamentales, pantalones brinca charcos, madres solteras, hombres de barbas largas, católicos, evangélicos y satánicos, a decir del yo poético para quien enumerar creando es un instinto natural. De ahí que la intuición poética, el olfato mordedor de nubes, los techos, los peldaños, los latidos resistentes a la colonización imaginativa circulen libremente entre anáforas, letanías y paradojas en Visión de carne.
Además, el hablante lírico de esta obra establece puentes dialogantes con poetas como Ida Vitale desde la admiración y el aplauso, pero también mediante soliloquios que no enmielan la ternura, más bien la dejan desvestida al lado del camino o bien encabalgada cuando se cortan los versos para dar la versión de un personaje:
[…] y apenas logro recordar,
una respuesta que, aunque presente,
se esconde en un pilar de versiones
que invento al azar
queriendo ser personaje de cosa tan digna
y no un lector, un jugador, un fanático
y no un chico que te cobra las frutas los domingos.
Con esas pistas podríamos decir que en este poemario hay un rito de iniciación intramuros, una construcción del sujeto poético que convoca trances o autohipnosis para escapar al ser común, al chico que se autoselecciona para migrar a la república de un parnaso post-apocalíptico. Desde una mirada miope se podría señalar que persiste una “expresión fresca” en las páginas que siguen, pero no hay nada de naif en esta voz retando las cumbres más altas de la poesía universal; tratando de escalar solo y frente al silencio que se deconstruye las antípodas pesimistas de, por citar un ejemplo, Rainer Maria Rilke, para quien no hará casa el que no la tiene. Carlos A. Colón Ruiz canta en sentido contrario desde la primavera de estas búsquedas. Su postura frente al mundo no es otoñal ni derrotista. Para él, el hogar es la palabra.
Poemas de "Visión de carne"
POSICIÓN DE CARNE
Mis barrotes traen baba en los labios.
A veces me pregunto qué debo hacer
para entrar en un paralelo incógnito de mi visión.
El tiempo es casa y piel
y en él podría apostar cosas entre líneas
porque ciertamente huir juntos y vivir juntos
es un escape que puede catalogarse como precioso
o, todo lo contrario, un horror.
Aunque a veces se nos acercan buenas razones
para seguir huyendo o mantenerse quieto
mi visión de carne no se plantea en ningún lado.
Las ideas, los planes son piso y tierra
y el mundo en donde apuesto a esa vida
es un vínculo de sangre donde podría posicionarme
porque el amor siempre es una dirección
o, todo lo contrario, ninguna.
POR LA MUDA
Por la muda los caminos son oscuros
y dudosamente peligrosos.
Para los que carecen de buena visión
o de un ágil manejo del volante
nos los dicen con pasión semejante
nos los dicen todas las tormentas que nos tocan,
éstas que no sabemos manejar
que les damos nuevas rutas, caricias e ideas.
El viejo mecánico. La vecina con aracnofobia.
Los vecinos de la esquina lavando autos.
La niña fanática de Hamilton. Los caballos y los gallos.
Los guardias motorizados subiendo y bajando la cuesta.
El Diamante Azul cerrando el cruce.
Nos los dicen los semáforos y la radio.
Nunca es mala idea una noche en casa,
una casa que no es nuestra,
una casa que se diferencia entre los rumores del barrio.
VERSO PARA NOVIEMBRE
Qué alegría la quietud
que acompaña mis manos
entre tanta gente que aplaude
bebe, besa, abraza
gente que es genuinamente alegre.
Alegría que la quietud bendice
y recoge como serpiente mis dedos
mi muñeca, la mano y me moja las uñas.
Por eso sé de las historias que llegan,
de los pesos que se van volando,
de las penumbras,
de las geométricas piernas de nuestro escándalo de barrio,
de las flores y los cohetes y las erupciones
que me traigo en el bolsillo,
y qué alegría,
que mi quietud me mantiene
algo callado, bailando despacio,
pensando en un verso para noviembre
y, entre tanto, en los pisos de madera
que se mojan con esta tormenta
que la noche no deja ver
y que mis manos ofrecen una ofrenda
es decir, el mismo silencio
con el que guardo mi alegría.
MI GRAN IDEA
Las llanuras exorbitantes
que se levantan en nuestras ideas
son como merenderos que buscan mecerse
de árbol a árbol hasta llegar al platanal
más deseado de nuestra selva impresa
y comerse a entradas esta parte de mundo.
Las ideas moribundas y olvidadas
por nuestro dizque futuro humano, me hacen
recordar que de niño era una bola fugaz en busca de letras,
tiempo después sol inmaduro y hoy, que me falta el aire,
universo vago y apagado.
Que mis ideas sean recordadas en los vacíos.
Que mis ideas exploren llanuras,
lomas y montañas, tierras para el archipiélago de pecas
que crecen en mis hombros a costa
del calor caribeño que me incita a pensar
en mis delirios y otras sandeces.
Esta idea, como muchas otras
se desvanecen en las turbulencias
de las deudas y la crisis económica.
Por favor, lea este manual de instrucciones
para besar piedra adentro y seguir forjando un vuelo lejano
es decir, mi gran idea de tejer alas sobre mi costado
y mis brazos e ir a donde nadie menciona.
Recuerden mi gran idea cuando ya permanezca inerte.
Estar en todos lados, y no pertenecer a ninguno.
VERSOS PARA FOMENTAR EL TURISMO
a Mara Pastor
Mis papeleos y motetes de fin de mundo
incluyen las huellas de mi perro, mi perro,
pasaporte, chocolate de naranja,
un verso de Mara Pastor inspirado en Nicanor Parra,
una chaqueta que me vendió un niño guatemalteco,
un reloj que obtuve intercambiando mi viejo reloj
a un mesero de Coyoacán,
el ciclo infinito que escondo en mis pupilas para ver piel
y todo lo que quise ser y nunca fui
dígase: buen hijo, buen ciudadano, buen amigo.
El vacío es un camino obligado, pero
¿qué hacemos con nuestra ambición de tierra, cielo y mar?
¿La dejamos en una pequeña caja guardada en la espalda?
Mis papeleos y motetes de fin de mundo
incluyen continuidad, y mi perro.
VISIÓN DE CARNE
De las tantas pirotecnias del disturbio humano
las cicatrices se desvanecen en promesas,
ahí donde le vamos con pasión
aunque a veces con agonía
y esas chispas que salen de nuestro pecho
como el nacimiento de un niño
prometido en los tronos del infinito.
Las palabras son eso:
cadenas de miradas que no sabemos descifrar
y le damos por acompañarlas con sonrisas,
abrazos y cariños,
buscando un espacio diseminado
para nuestra destreza de vida lacónica.
No podría describirlo de ninguna otra manera.
Cuando levantamos nuestra visión de carne.
Cuando cocemos las penumbras hasta forjar faroles.
Cuando adjuntamos nuestro pellejo al calendario
hacemos de todo, una palabra
y nuestra palabra es siempre nuestro hogar.
Carlos A. Colón Ruiz (San Sebastián, Puerto Rico, 1997) Autor de Hambre nueva (Editorial Pulpo x Atelier d’Escritura, 2019), No quiero escuchar radiohead (Poema Suelto, La Impresora, 2019) y Visión de carne (El Taller Blanco Ediciones, Colombia, 2020). Ha publicado en diversas revistas, antologías y blogs en México, Chile, Guatemala, Colombia y Puerto Rico. Organizó la antología de poesía y narrativa Lámparas (Editorial Pulpo, 2018). Pertenece a la junta editorial de la Revista Demoliendo Hoteles (https://demoliendohoteleslit.com/). También ha participado en festivales y lecturas en Puerto Rico, Cuba, México y Guatemala.
[1] Criatura legendaria de Etiopía descrita por primera vez por Plinio y luego por Claudio Eliano. Mario Vargas Llosa habla de este ser mitológico en Cartas a un joven novelista al referirse a un escritor apasionado precisamente como un catoblepas que devora lo que encuentra a su paso para beneficio de su obra. Se trata de un animal con cuerpo de vaca y cabeza de cerdo. Su espalda está cubierta de escamas que le protegen y su cabeza mira siempre hacia abajo. Su mirada o su respiración podían convertir a la gente en piedra o matarlas. Plinio lo describió como una criatura de tamaño medio, lenta, con una cabeza pesada vuelta siempre hacia el suelo. Pensó que su mirada, como la del basilisco, era letal, lo que hacía bastante afortunado que su cabeza fuera tan pesada.