Alejandro Sánchez García
Presentamos un conjunto de poemas de Alejandro Sánchez García (Bogotá, 1987) Filósofo de la Universidad de la Salle. Ha sido docente de filosofía y humanidades en institutos, colegios y fundaciones de Bogotá. Participó en la conformación de la revista de poesía Vitalogía, e hizo parte de su comité editorial, que recientemente dio a conocer su segundo número.
Tríptico para Coltrane
(a love supreme)
Pierde su contorno el saxo
cae desfigurada
toda su materia líquida.
Se multiplica en destellos
como ácidas y amarillas gotas
que destila
de algún viejo árbol de naranjas.
Acaso quiera indicarnos
el origen de aquel árbol
con raíces de bronce.
(love)
Caen
insistentes
densas de sonido
imantadas de gravedad
Como lágrimas que sus manos liberan
entre las válvulas y las llaves
Se adhieren
a intermitentes radiaciones de sol:
sobre su cuerpo expandido
histriónico
y sobre la embriaguez secreta de su lengua.
(interstellar space)
El aire pasa por entre la boquilla y rememora un distante principio.
La semilla del sol se alarga como espiga llena de planetas.
y sobre su cielo de telaraña negra
el génesis no separa el día de la noche.
Una tibia lluvia de ceniza volcánica
posa su mejilla sobre la redondez de la tierra.
Otras erupciones sacuden un ramaje de notas
quieren tocar con sus dedos las lunas de Júpiter
se quieren anclar en sus tormentas azules
y dejar sobre Marte una octava más elevada.
No hay fuego que apacigüe las entrañas
en contorción de tormenta.
Alarga el sonido de su cordón umbilical
muere para besar de nuevo su nacimiento.
Violeta Parra
Distante
como el punto sur más extremo del exilio
te escondes desdibujada de hombro a hombro
como enredadera de brazos nerviosos
debajo del signo de la tierra, entre la figuración de la estrella y el grano de arena.
Exaltada en la semilla de la idea
desbaratas el esquema de manual
y me devuelves a la raíz de sentido común.
Tu voz me levanta de un brinco y siento descalzo la tierra mojada
pero también el calor de medio día
y su sonido de quena solar
como tus décimas gritando la apertura del verso.
Doblo una carta y la dejo en el abrigo
que te cubrió del invierno de Polonia
y de la nieve de parís
y del frio de Santiago.
Atender a la sed de crear, pero no al hambre del cuerpo
atender a la sangre que nos sacude
desde la mina hasta la pampa
desde la pampa hasta la cordillera.
Saco de un telar el chumbe
donde amarrarme a la trama de tu canto,
cómo me duelen los dedos, artesana y arpillera
solo una aguja resiste la costura de tu imagen
pero no la guitarra y sus tendones
el temple de tu poesía.
Violeta mía, enemiga de las flores, susurro del cultrún mapuche,
abandona para siempre al hombre que se fue una mañana
hazlo ahora que ordenas la carpa y acomodas las sillas.
Ahora es el fuego de Carmen Luisa que calienta la casa común
la hija que toma nota y calla
la que asumió tu despedida
la que guarda silencio cuando escucha tus pasos
la que también canta cuando te bajas del escenario.
Espejos
(Un hombre mira el gran lago del parque central,
apoyado sobre la baranda espera un recuerdo que se le escapa
atrapa con la mirada peces oscuros
que abren con su lomo la piel del agua
toca con su cabello las ondulaciones que regresan
y siente sus piernas bailar con las algas que se aferran al fondo)
Hay un hombre apoyado en la baranda
prisionero en un paréntesis
entre un lago y un cielo, entre un cielo y un lago.
Un hombre que mira, confuso
desde su propio lugar húmedo
desde su propio hogar de peces dormidos.
Soy quien, acodado sobre la mesa, escribe:
“Quién podría adivinar que un lago está curvándose sobre su cabeza
que desde arriba el cielo busca otro cielo mirándose los pies.
Soy yo ahora el que se asoma al reflejo del lago
y adivina su mirada
sobre una larga noche de espejismos”.
Cuarzo
Pones sobre mi mano un cuarzo
una luz que se filtra y que se escapa
un cristal muerto
como un solo agujero de vidrio
en el que pueda tu ojo ciego fijarse en el mío.
Pones del aire una luz
que aterriza
como una hoja seca en balance y caída.
Se acerca la luz, que busca hincarse en el reposo
quiere ser cóncava en el espacio
perecer en el asiento de un mineral
arrimarse al imposible
apenas pasar luz y mirada
tu mirada, dios del aire
como en succión por el cristal
para escapar de nuevo:
ese, tu juego perpetuo.
Elegía
Mi abuela tuvo que intuir el paso del tiempo, y aprender de su vejez ajustando hacia dentro la percepción del cambio, imposible de saber con solo mirar un reloj o un calendario.
Tuvo que valerse de la enfermedad, o el dolor, como único registro de los días, pues le era ajeno el transito del sol sobre nuestro cielo, así como su propio rostro frente al espejo.
Pero en su mundo, en la arquitectura propia de su mente, iluminó todo con el sol pequeño que algún dios le regaló en el sueño oscuro de sus ojos. Podría decir que imaginó una llama para demarcar el tiempo diurno, pero dudo que pueda imaginarse algo así sin el favor benigno de algún genio.
Pudo seguir en su mente la caída del sol en perfecta sincronía con el frio atardecer de esta ciudad, y concluyó el ocre, el naranja y rojizo preciso del cielo, que iba oscureciendo sus parpados hacia el reino de sí misma, en donde le concedió a todas las noches un largo tiempo lineal.
También supo dimensionar la altura precisa de los techos de su casa, y la medida de cada puerta. Caminó las distancias de punto a punto, sin importar qué tan lejos podía estar el baño de su cama, o qué tanto la cocina del comedor (Esas cosas solo importan para el ojo abierto, pero no para el pie que sabe siempre a dónde ir).
Luego, sin precisar el día, el dios silencioso dejó sobre cada párpado su beso cálido y tragó el abismo que ella navegaba, y de su saliva incierta nació de nuevo al mundo, que antes solo pudo arrimarse a sus dedos. Con ellos escribió mi primer nombre, y pude tocarlo, como el relieve completo de lo que somos, sobre el grueso papel y la piel.
El árbol de la casa colonial
Si todo lo que vive y crece
lo hace levantando la mirada
Si todo se debe al sol
y obedece ciegamente
a la imantación de su luz
¿Por qué entonces se deja caer?
¿Por qué niega el apremio de su savia
de su ascenso vegetal?
Nosotros
estudiosos del cansancio
y empíricos en la derrota
hemos puesto un soporte de cemento
donde apoyar su tronco.
Nosotros
no perdonamos su tropiezo fatal
su atracción invisible por la muerte
su deseo por acostarse sobre la oscura tierra
su negativa a expandirse sobre los tejados.
A nosotros
que nos gusta tanto ver crecer los niños
queremos que también los árboles
abracen su tiempo vertical
y no tengamos que asistir a estas renuncias
silenciosas
más allá de las que a diario debemos soportar.
Arte poética
I
Ha logrado el alquimista decantar una sustancia cobriza
(nueva materia entre la materia)
- He aquí la muestra, su minúsculo sol -
y lo guardó en un cofre limpísimo de madera de pino.
No fue fácil hallar las medidas precisas en el uso de los elementos:
tuvo que contrarrestar
los engaños que se ocultan entre el azufre y el mercurio.
En secreto dejó la fórmula
los gramos a usar
y el fuego justo bajo la probeta.
II
Toda la teoría del fuego dice “no te acerques”
toda la teoría de las manos dice “domestica”
pero el fuego señala “solo el brillo, no la llama”
y ceden las manos de su afán violento.
III
No veremos el cofre ni su misterio
Inventamos la fórmula
a modo de réplica de astro.
Con el carboncillo trazamos
su viejo reflejo sobre el papel.
***
ALEJANDRO SÁNCHEZ GARCÍA (Bogotá, 1987) Filósofo de la Universidad de la Salle. Ha sido docente de filosofía y humanidades en institutos, colegios y fundaciones de Bogotá. Hizo parte del Taller Local de escritura creativa Barrios Unidos, a cargo de Jorge Valbuena, en el 2017; del Taller Distrital de Poesía IDARTES, a cargo de Henry Alexander Gómez, en el 2018; y del taller de poesía Ciudad de Bogotá Los impresentables, a cargo de Rodolfo Ramírez Soto, en el 2018. Participó en la conformación de la revista de poesía Vitalogía, e hizo parte de su comité editorial, que recientemente dio a conocer su segundo número. Actualmente prepara la publicación de su primer poemario.