Yusef Komunyakaa
Nota y traducción de Juan Camilo Lee
Dien Cai Dau (1988) es uno de los libros más representativos de Yusef Komunyakaa, poeta afronorteamericano contemporáneo de gran relevancia en su país. Este libro nos da una imagen cruda y desoladora de la experiencia de los soldados en la guerra de Vietnam, que Komunyakaa vivió en carne propia. Con un lenguaje conversacional, cotidiano, el poeta logra mostrar los abismos sicológicos y los paisajes mentales de los combatientes. Dien Cai Dau traduce algo así como “loco de remate”.
HABER BAILADO CON LA MUERTE
El sargento negro de primera clase
que nos detuvo en la rampa
tampoco besó el polvo.
Cuando dos coches fúnebres brillaron en el avión
y los ataúdes grises y plateados del gobierno
se desplegaron en botes cromados y silenciosos,
él se sintió mejor? La vacía pierna izquierda
de sus pantalones se estremeció como otra carroza
con rines brillantes empujada desde detrás de un edificio…
sus tres hileras de medallas brillaron como arcoíris
sobre el bosque de rostros a través
del vidrio. El sol de la tarde
fabricó escalpelos con el cromado
y el metal. Él medio sonrió cuando
las puertas dobles se abrieron para él
como una boca sin palabras retirando promesas.
Un salón de ojos azules evitó los suyos.
Se quedó ahí, buscando
algo en sus bolsillos:
tal vez el nombre de una mujer y su número
telefónico desgastados como fortuna china.
Yo quería que caminara en frente
que desapareciera a través del vidrio,
que fuera consumido por la música
que podría moverlo a él como Sandman Sims,
pero él apenas se meció sobre su pierna buena
como una campana triste y muda.
PRISIONEROS
Usualmente en el helipuerto
los veo bailar a tropezones
a través del asfalto caliente
con sacos de arpillera sobre sus cabezas,
yendo hacia las casetas de interrogación,
delgadas como cometas con forma de caja,
hechas con palitos y seda negra
anticipando un viento fuerte
que tirará de ellas y las arrebatará
hacia el espacio exterior. Pienso
que algunos deben estar riendo
debajo de sus capuchas color polvo,
sabiendo que misiles están siendo apuntados
a Chu Lai –que el agua se está
evaporando y pronto el clavo
hará contacto con el metal.
¿Cómo puede alguien en algún lado amar
estas figuras medio rotas
dobladas bajo el brillo del cielo?
El peso que cargan
es el suelo que pisamos día y noche.
¿Quién puede llorar por ellos?
He escuchado que los viejos
son los más duros de quebrar.
Un brazo torcido, una bota de combate
sobre el cráneo, una .45
clavada dentro de la boca, nada
funciona. Cuando empiezan a hablar
con ancestros se desvanecen como alcanfor
en las pagodas, ya sabes
tendrás que matarlos
para tener una respuesta.
El sol arroja
guadañas al atardecer.
Todos es un espejismo del calor, un río
tira de sus lentos pies.
Yo me paro solo y asombrado,
con un artillero empastillado hasta la felicidad
señalándome que debo abordar el Cobra.
Recuerdo cómo un día
casi le hago una reverencia a esas figuras
caminando hacia mí, bajo
una mirada acorazada en el cuerpo.
No puedo explicar por qué.
A media milla
los árboles se juntan y abrazan,
y los prisioneros parecen
marionetas enganchadas a las cuerdas de la luz.
EL BORDE
Cuando las armas se callan por una hora
o dos, puedes oír el llanto
de las mujeres haciendo el amor a los soldados.
Ellas tienen una memoria inmisericorde
y saben cómo lucir vestidos brillantes
para atraer a una multitud, conversando
con un pelotón de sombras
entumecido por la morfina. Sus sentimientos reales
las hacen romper como abril
en rojas florecitas.
Maldiciéndose a si mimas en harapientos sueños
cuyos bordes el fuego ha chamuscado,
ellas conocen la muerte lenta con la que el terreno ha tenido que negociar.
Resplandecientes ventiladores trabajan contra el calor
y el olor a pólvora, haciendo que el dinero
pase de mano en mano. Al momento siguiente
un misil empuja un puño blanco
a través del cielo nocturno, y ellas se desbandan como pájaros
y encuentran la forma que han tomado
sus vidas.
“¿Quieres una chica, GI?”
“¿Me invitas a te de Saigón?”
Los soldados traen el olor de la carne quemándose
con ellos –en su ropa y en su pelo,
brotando sobre las caras en cuartos mal iluminados.
Mientras los besos de adiós son lanzados
al aire carbonizado, siluetas de jets
se deslizan sobre cuerpos desnudos en las esteras.
DESCANSO DEL ARBUSTO
El Mar de China del Sur
trae otra horda.
El voleibol es un saco de boxeo:
Clem ya perdió un diente
y el ojo izquierdo de Johnny está cerrado por la hinchazón.
Filetes congelados traídos por aire se asan
en un asador de alambre, y a unas millas
se pueden oír ametralladoras.
Pretendiendo que estamos en otra parte,
jugamos más intensamente.
Lee Otis, líder de cuadrilla,
trabado con hierba de Buda,
se entierra a sí mismo hasta el cuello
en arena. “¿Me puedes ver ahora?
En este punto van a construir
un Hilton. Invierte en el Paraíso.
¡Bang, imbécil! Estás muerto”.
La casetera del Francesito
desenvuelve “Purple Haze” de Hendrix.
Snake, de 17, de Daytona,
se sienta en la orilla del agua,
la ceniza de su cigarrillo
apuntando al suelo
como un dedo encorvado. CJ,
quien en tres días volará
en una mina de fragmentación,
corre tras la pelota
hasta las olas blancas,
riendo.
NUNCA SE SABE
Bailó con la alta hierba
por un momento, como si se estuviera meciendo
con una mujer. Nuestros cañones
brillaron blancos de tan calientes.
Cuando lo alcancé,
un halo azul
de moscas ya lo había reclamado.
Arranqué la arrugada foto
de sus dedos.
No hay otra manera
de decirlo: me enamoré.
La mañana aclaró otra vez,
excepto por un lejano mortero
y helicópteros despegando en algún lado.
Metí la billetera en su bolsillo
y lo volteé, para que no estuviera
besando el piso.
RE-CREANDO LA ESCENA
La puerta metálica gime
y se pliega cerrada como una tortuga vieja
que no dejará salir
ni un dedo hasta que truene.
La bandera de la Confederación
se sacude desde una antena de radio,
y las prendas de la mujer
se deshacen en sus manos.
Sus bocas encuentran la de ella
en la titánica oscuridad
de la cueva de acero,
mientras ella cuenta los nombres de los ancestros
muertos, cubriendo al bebé
en sus brazos. Los tres hombres
cabalgan su aliento, gruñendo
encima de amantes, antes, en Mississippi.
Ella flota sobre su ira
como un nenúfar,
definiendo la noche adentro de una máquina
en donde los hombres son dioses.
La estación suda callada.
Ellos la mantienen abajo
con sus ojos,
por turnos, amontonando piedras
sobre la lápida de su padre.
EL APC rueda en las curvas de la tierra,
sube colinas y baja hasta los cauces,
quebrando hierba y árboles,
zumbando como una constelación
de langostas comiéndose el bamboo,
creando el movimiento para sus cuerpos.
Ella se levanta del polvo
y coloca su despedazado ropaje
encima suyo, clavando su mirada al APC
hasta que se hace tan pequeño
como un tanque de juguete en sus manos.
Ella se voltea en un círculo,
sacudiendo el polvo de samario
con sus pies donde las huellas
del acero han arado. El sol
burbujea como un alkaseltzer
en agua, y por un momento
el mundo está conjugado en futuro:
ella se acerca al PM
en la puerta; un capitán del G-5
la aborda con besos de dulce;
yo informo a The Overseas Weekly;
flashes refractan en su cara
en un cuarto de latón pulido
y botas frotadas con saliva;
en el segundo día del juicio
ella se hace niebla-
alguien dice dinero
ha cambiado de manos,
y alguien más jura
que ella está enterrada en
la zona de aterrizaje de Gator.
Pero por ahora, el bebé
empuña su mano y agarra aire,
buscando una teta.
2527TH CUMPLEAÑOS DE BUDA
Cuando el desfile viró hasta una parada, Quang Duc
bajó y se sentó en la calle.
Cruzó sus piernas
y otros monjes y monjas crecieron a su alrededor como pétalos.
Él desafió al sol de la mañana,
debatiendo con el aire
ojeó visiones bajadas hasta la tierra.
¿Sus ojos podrían calcinar el mal de los hombres?
Una bocanada de aceite de pimienta
calmó el llanto de alguien. Más allá el terror se hizo carne-
él ardió como un manojo de palitos de incienso.
Un viento alto que empezó en California
atizó las llamas, volteó cada página azul,
dejando solo su corazón intacto.
Olas de túnicas azafrán se inclinaron ante la lata de gasolina.
“TU Y YO ESTAMOS DESAPARECIENDO”
-Björn Hakanson
El llanto que traigo desde las laderas
pertenece a una chica aun quemándose
dentro de mi cabeza. Al amanecer
ella arde como un pedazo de papel.
Ella arde como bioluminiscencia
en un valle con forma de muslo.
Una falda de llamas
baila a su alrededor
al atardecer.
Permanecemos con nuestras manos
colgando a nuestros lados,
mientras ella arde
como un bulto de hielo seco.
Ella arde como aceite en el agua.
Ella arde como una antorcha de gladio
empapada en gasolina.
Ella resplandece como la punta gorda
del cigarro de un banquero,
silenciosa como el mercurio.
Un tigre bajo el arcoíris
al anochecer.
Ella arde como un trago de vodka ya servido.
Ella arde como un campo de amapolas
al filo de una selva tropical.
Ella se levanta como humo de dragón
hasta mis fosas nasales.
Ella arde como una zarza ardiendo
alimentada por un viento maldito.