A ella le gusta llorar mientras escucha The Beatles
A ella le gusta llorar mientras escucha The Beatles de David Cruz
Por Diego Peña
¿Quién no ha tenido el deseo de estar triste? La respuesta a esa pregunta es el poemario de David Cruz, respuesta que se da desde el título: A ella le gusta llorar mientras escucha The Beatles. Parece que nos gusta, en ocasiones, llamar ese desasosiego y que hasta disfrutamos al sentirlo, pues usamos la música y otras artes para convocarlo. La presente selección de poemas intenta mostrar y desentrañar esa avidez por el desasosiego:
Track 3[1]
A ella le gusta llorar mientras escucha The Beatles.
Imagina pájaros que atraviesan la tarde
y se llevan sus derrotas.
Frente a un espejo imita un bajo melancólico:
se sabe las letras de memoria.
Sus lágrimas tienen vértigo y son como nubes grises
que se desprenden hacia el abismo.
¿Qué diferencia hay entre un fósforo que se funde
y la soledad en sus ojos
con la esperanza de una llamada?
A ella le gusta llorar mientras escucha The Beatles.
Camina con las dudas de marzo.
Cruza la calle para no encontrarse con la muerte.
Le gustan las flores, pero colecciona espinas.
En noches de luna siente la luz bañarla,
ve todos sus amores fallidos igual que un hotel
abandonado.
Extraña los días raros, la cerveza escarchada,
cavar sobre sí misma y encontrar el significado de las
palabras,
las películas que no ha visto
los besos que no ha dado,
los silencios como mapas sin interpretar.
A ella le gusta llorar mientras escucha The Beatles.
A mí sólo me gusta llorar con ella.
Percibimos que esa melancolía que se acepta y desea simplemente está, no se sabe con exactitud de dónde proviene. El poeta costarricense titula la mitad de los poemas Lado B, como si cada Track del disco tuviera su correspondiente respuesta. Uno de esos poemas nos insinúa que esa sensación puede provenir de la época legada a los nacidos a fin de siglo pasado:
Lado B
Lee a Hans Magnus Enzensberger y su hundimiento del
Titanic.
A Federico García Lorca en Nueva York. Las páginas de
sus libros están viejas y
manchadas. Si fueran la evidencia de un crimen,
encontrarían docenas de sus huellas
dactilares en cada página. Si tuviera que describirlas,
juraría hasta en una Biblia
electrónica, lo feliz que ha sido leyéndolas.
Nació a finales del siglo XX. Cuando los estadistas
pronosticaron que los hipster no
sobrevivirían a la bomba atómica. Cuando Ted Turner
dijo que los pobres deberían
vender su fertilidad porque considera excesivo un
planeta con siete mil millones de
habitantes.
Los nigromantes murieron. Los filósofos fueron
sustituidos por hombres depilados
que abruman las pantallas de tv. El pensamiento ha
desertado.
Un amigo ecologista se queja de la cantidad de libros que
ella tiene en casa.
Entonces le sugiere: deje de usar papel higiénico para
que hagan más libros.
Lee una carta de despedida, cuando la abandonaron. Y
se pregunta:
“¿Cuál era tu nombre? ¿Cuál fue el papel secundario que
tuviste para no recordarte
en ningún encuadre de mi comedia?”
Este nuevo siglo se desmorona, mientras redacta el
testamento de su especie. La
ciudad mira envejecer a sus habitantes, los obliga a que
pinten sus edificios y calles,
para disimular que a ella no le pasa lo mismo. Su último
amor va por bares buscando
compañía en trovadores sin suerte.
Otra mujer le escribe: “Te quiero” por el chat. Sus letras
son ceros y unos que se
desvanecen. Vuelve a refugiarse en su siglo analógico.
Donde la gente ignora los
restos del cosmos que lleva dentro. Donde las tribus
adoran un monolito que nos dice:
no estamos solos. Los satélites la vigilan pacientes, como
si fueran un enjambre de
luciérnagas pegado al cielo raso.
Escribe en un lenguaje que algún día será indescifrable.
Sale a tomar un café. Sale a entender su muerte.
Luego regresa a casa. Por la ventana pasa un barco que
nunca llegó a Nueva York.
En las tardes lluviosas Lorca y Enzensberger son sus
mejores psiquiatras.
Ese mundo que solo deja ver sus efectos, parece que conlleva una carga de desasosiego que solo el arte puede alivianar un tanto. La música no tiene una única acepción, como puede ayudar a hacer más digerible ese sentir de decadencia, también nos lo puede traer. Sin embargo, dentro del arte es lo que más se acerca a que ella pueda detener al mundo:
Lado B
Todos esos niños que ya no volveremos a ser. En San
José, La Habana, Dublín o
Liverpool. En 1982, en 1994, en 2001 o 2013.
La vida es un acorde inconcluso. Un rostro con acantilados
y desiertos.
Los peces se tragan el mar. Los aviones recorren una y
otra vez el cielo
hasta encontrar la calidez de un nido.
Ella plagia al mundo para ser feliz. Todo es música. No
escucha las palabras.
Quizá sea la música el arte más acertado, porque al enmudecer la palabra nos acerca al silencio. Un mutismo es la forma como la melancolía está, aun cuando no podemos definirla o percibirla del todo. No obstante, como en el siguiente poema, deseamos escuchar esa mudez, pues es algo a lo que no nos podemos negar.
Track 11
Supo que la siguiente canción era la más triste.
Estiró la mano hasta la tecla Stop.
Dudó un instante.
Dejó correr el sonido sin saber por qué.
David Cruz nos recuerda, también, que poesía y melodía son expresiones hermanas. Ella, el poeta y el lector, frente al desasosiego, no quedan desprotegidos, ya que la música es lo único que nos queda ante el mundo. El autor de A ella le gusta llorar mientras escucha The Beatles lo sabe, quizá por eso nos escribe. Así podemos conjurar y exorcizar el desasosiego. Por lo anterior, creo que la mejor manera de terminar esta breve selección es con un poema:
Lado B
¡Qué mal chiste son los imitadores callejeros vestidos de
Elvis!
En la tarde los autos maldicen el mal gusto de sus dueños
al encender sus estéreos.
Los pregoneros venden los últimos ejemplares de The New
York Times donde
proclaman a Noel y Liam los herederos.
Ella piensa en los hombres que ha querido y en los que
ha dejado ir.
Jura poner una flor en la tumba de George Harrison
aunque por ella nadie haga lo
mismo.
Una batería de niebla da un solo. Un bajo de cristal es
encordado a oscuras, una
guitarra de aire se desafina con el viento. Una aguja
sobre el disco saca al mundo de
su agonía.
[1] Todos los poemas fueron tomados del libro editado por Valparaíso Ediciones.