Revista Latinoemerica de Poesía

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95. Daniel Padilla Serrato




Nota y selección de Óscar López Alvarado

Cavilación y silencio se confirma en la poética de Daniel Padilla Serrato, autor radicado en la ciudad de Ibagué que con dos poemarios ha dado paso en la poesía con un lenguaje auténtico y una visión donde el mito, los sueños, la infancia y los espejos desentrañan un universo infinito y una naturaleza cosmogónica hecha lucidez dentro del ámbito de la oscuridad. El espejo dormido (2013), Licor de lodo (2014) y Persistencia de lo inútil (2016, antología conformada por 3 poetas del Huila), dan testimonio de la palabra vuelta asombro en que se mira con aguda percepción lo desconocido a través de la evocación, de la tinta que crea la inquietud en un pensamiento fabulador. La poesía de Padilla se cobija por una tradición literaria esencial para enmarcar las huellas del lenguaje y la revelación.

Gabriel Arturo Castro diría del autor:

“Licor de lodo… es la nutrición en las fuentes originales del mito, su fogueo con otras palabras e imágenes, repletas de relaciones mágicas, de la potencia al acto creador, constructor, fundador de mundos posibles… Esta poesía hace referencia a un lejano tiempo que se actualiza a través del ritual y de la ceremonia de la escritura… Licor de lodo es una batalla sagrada ante la conmoción de las realidades espirituales y materiales que nos invaden”.

La siguiente selección de poemas se abre como luz ante el persistente carácter que ejerce el autor al llevar el verso consistente, abrigado en la soledad, fuera del protagonismo o la pose del reconocimiento, para corroborar que la cavilación y la forma constituye el valor primordial del silencio y de una obra.

 

 

 


III.

En largas órbitas perfectas
astros abandonados
primicias de lo eterno.

Frutos de magma echados a rodar
pulen las paredes del cántaro y ennegrecen
hasta volver a ser materia oscura.

Con discreta prontitud
galaxias diminutas se besan en la cara
y esperan el milagro.

 

 

 

VI.

En el segundo día la tiniebla tuvo nombre y fue llamada Ojo.
Los buitres escaparon para saciar su apetito en la pulpa de la materia.

Un feto reposa en el estanque:
suspendido en humor vítreo
sueña despierto con su nada más próxima.

La distancia que separa al iris del picotazo
se mide con agua oscura
empozada en las calladas oquedades del miedo.

 

 

 


XII.

En tres días un cuerpo en ruinas
no resucita ni desaparece.
Tampoco se pudre totalmente.

Tres días no bastan
para purificar un templo
con incienso y latigazos.

En tres días un cuerpo lacerado por la fe
tímido despojo de un milagro
saciará el apetito de los cuervos.

 

 

 

 

XIII.

En el borde del cadalso asoman
las heridas de una doncella con el cuello intacto.
El Príncipe está clavado en la mesa de las plagas
como un festín.

Adornadas con penachos de piel
sus nodrizas buscan signos de fortuna en los bellos órganos expuestos
al escarnio de la plebe.

                                                                      La misma bruja de todos los cuentos
                                                                      sueña obscenidades
bajo el dintel de la puerta.

 

 

 

 

XIV.

Hombres:
esclavos de los ciclos
condenados a ser hombres.

Tristes reyes con coronas de ceniza
expuestos a la piedra
pulida por la tradición de los sacrificios.

 

 

 

 


XIX.

Tras miles de años de letargo podremos ver en el cuenco de tu mano
la superficie del Mar de la Tranquilidad.

Será posible aprender el sagrado arte de morir
al final de este camino que llenó nuestros ojos de veneno,
y transitaremos despiertos los cauces del azar
sin negar el dominio de la noche.

Un trono se quema en el poniente:
Hacia ese lugar nos dirigimos
con los huesos calcinados por la pesadilla de la luz.

Nunca será más dichosa la ruta que alumbre nuestro paso.
La mirada como un tapiz de flores blancas para cernir todas las cenizas del sol,
y contemplar sin agonía la música de tu fuego.

 

 

 

 

 

RAPAZ

En los párpados de la lechuza florecen pedernales.
Se alimentan de auroras los húmedos jardines de su ensueño,
plumaje que atesora las formas de la magia, del futuro,
del misterio.
Retinas flotan en las aguas cubiertas por su vuelo.
Obligadas a llevar una vida errante se hacen grietas cada noche
hasta ser una sola sangre.

Mientras la tinta se afana por suplantar esos abismos
con flores de un solo día,
amarillo que se pudre,
trazo un débil remedo de tales destellos
y alzo la vista hacia los campanarios en penumbra
donde el ave imposible se oculta en todo su esplendor.
Cuando despunta el alba
el silencio danza
sobre un cadáver.

 

 

 

 


NERVAL

Todos los días la sombra del ahorcado me saluda.
Las líneas de mi cuello se anudan en la soga
que espejea vibrante bajo la viga más alta.

Escribo mi caída o mi equilibrio en ese temblor que cuelga del techo
                                y que nace de mis manos oscurecidas por el sol.

Me sostengo de la soga para conservar la cabeza,
me lanzo a este blanco vacío para que mis pies nunca toquen el suelo.

 

 

 

 

 

MUSA

Por un sanatorio en ruinas va desnuda cargando jirones de siglos en la espalda. En los puros huesos, pequeña princesa, sus pupilas están más secas que la cal de las paredes. De la blancura insana de su piel hablan todos los libros, y también de su extravío. Deambula con los pies en carne viva por el mismo pabellón, una y otra vez hasta el cansancio, sin saber quién es. Sus pezones de niña enferma han palidecido y la trenza de las costillas apenas alcanza para contener el eco del latido inicial.

Estira los brazos, alarga las uñas y deja la marca de su presencia con un signo que nadie verá, pues está sola. Así, ella misma ha llenado los muros con las cifras de su delirio. Alucina con una criatura capaz de comprender aquella escritura, pero en los sopores del sueño intuye la futilidad de tal propósito.

Condenada a ese circular peregrinaje, agoniza llamando a gritos al dueño de la mano que murmura su historia en el antiguo lenguaje de los ciegos.

 

 

 

 

POKOLPOK

Mi mano sostiene los códices donde se lee que el Quinto Sol de Ometecuhtli es el sol del movimiento. Mi escudo se adorna con cabezas cortadas.

Otros le dieron nuevo cauce al río, fertilizaron el valle y levantaron sus templos. Todo fue propicio para la casta de los sacerdotes. La tierra infestada de serpientes se cubrió con los cráneos del aro ritual. A lo lejos vimos nubes de sangre. Las Abuelas ordenaron trazar muescas en las cortezas de los árboles para cosechar la savia de las galaxias. De allí salió el hule, recuerdo del paso de los días como flechas de jade.

Esperamos en la orilla las señales, la guerra por las joyas del cielo la perdimos en el fango de los siglos.

Con vino de maíz sueño sin dormir en este desierto de piedra que migra con el viento. Sigo el camino de las estrellas. Yo, general de los vencidos, levanto el estandarte del linaje más espurio y te saludo con el pecho abierto, mi corazón como presente para alimentar la hoguera negra de tus comienzos.

 

 

 


Daniel Padilla Serrato. Nació en Bogotá en 1979, pero la mayor parte de su vida ha transcurrido en Neiva e Ibagué, ciudad última donde está radicado. Psicólogo. Magíster en literatura. Autor de El espejo dormido, libro reconocido con el Premio Nacional de Poesía de la Universidad Externado de Colombia en el año 2011. En opinión del jurado: “Los espejos y las reflexiones sobre el universo y la existencia humana dan unidad a este libro en el que el lenguaje poético construye y propone formas de ver y sentir”. En el 2014 se publicó su segundo libro de poesía, Licor de lodo. Es profesor universitario.

 



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