Oscar “Puky” Gutiérrez: el navegante de la palabra
Hay instantes de lucidez en los que desfilan algunos puntos cardinales de nuestra existencia para trazar un mapa de nosotros mismos; en tales instantes se hace inevitable preguntar si ha valido la pena haber vivido, si vale o no la pena seguir viviendo… pero un balance de este tipo no tiene un sentido contemplativo, sino que se liga a un proyecto que consiste en vislumbrar los caminos que se abren a partir de lo ya recorrido. Este parece ser el hallazgo fundamental que recorre los versos de “Bitácora del asombro” de Puky: su propia lucidez.
Este poeta boliviano nos invita a leer las anotaciones que ha hecho en su propio viaje para que nos atrevamos a emprender el nuestro, a sabiendas de que nunca dejaremos de estar a la deriva, pues ¿acaso no podría ser ese el sentido de una bitácora: un conjunto de experiencias que nos retan a seguir las rutas que solo aparecen cuando los barcos surcan el mar? Porque quizá la metáfora de la bitácora no lo sea tanto, quizá la referencia es más literal de lo que pensamos y, en efecto, la vida es un océano en el que todo intento por dejar un rastro se borra inmediatamente, en el que las migas de pan con las que marcamos el camino son devoradas por las olas que logramos esquivar.
“Vivir es un peligro dichoso”, dice Puky, “un milagro que duele/una ruleta rusa”. Su poemario señala los problemas fundamentales de la existencia (el amor, la muerte, los amigos, la literatura, el arte, la política, dios…) y encuentra la manera de dejar pistas sobre los pasos ya dados para mirar hacia delante, pues parece saber que es imposible mirar atrás, que la mirada retrospectiva es en sí misma una experiencia nueva y que lo importante es enfrentarse alegremente a la vida, aunque por ello nos aceche la muerte. No estamos vivos sin ser, de manera simultánea, la cena futura de los sepulcros:
“Mi único mérito consiste
en saber que nos estamos muriendo
y en vivir
como si eso no importara”
Mérito nada pequeño el que se atribuye el poeta, pero que refrendamos sin dudar, pues hace falta valor para no ser un “poeta maldito”, para reírse cándidamente del llanto y para no resbalar cuando caminamos con la cruz a cuestas en la que muchas veces convertimos la vida.
Puky es una mala compañía, porque de su poesía habría que decir, con sus propios versos, que “hay palabras de las que nunca se regresa”. Solo queda invitar a leer a este náufrago navegante, no para que nos eche una mano, no para que nos enseñe una dirección, sino para reírnos con él del naufragio mismo. Leamos su poesía en la tempestad…
Diego Alfonso Landinez Guio
Malas compañías
Mis amigos poetas son
por lo general
tipos y tipas formidables.
Va por la Vida
(como quien no quiere la cosa)
tejiendo admirables filigranas del lenguaje.
Libran encarnizados combates con las palabras
(“cógelas del rabo/ tuérceles el gaznate/ desplúmalas”)
son capaces de no dormir y hasta de no soñar
por encontrar la palabra precisa
el adjetivo perfecto.
Se les perdona sus súbitos cambios de amor
de temor
de fervor
de humor
sus tantas veces (tantas)
insoportables maneras
porque en un poema suyo encontrás
de pronto
una metáfora admirable
de ésas que te sirven para entender lo inentendible
o para hacerle una gambeta
al naufragio nuestro de todos los días
o para hacer que por fin te sonría
devotamente
la morena escurridiza.
Con la muerte tienen citas casi cotidianas
a veces vuelven
en otras ocasiones
se internan nomás
por la blanda arena que lame el mar…
porque hay palabras de las que nunca se regresa.
Cierto día decidieron internarse en la noche
jugarse la existencia al todo o nada
intentar hacer que llueva en el desierto
y que “las mañanas se llenen de jardineros”
y ahí van
malabaristas al borde de un abismo
con su procesión por dentro
sus intransferibles precipicios
sus súbitas primaveras
pagando con preciosos centímetros del alma
el precio de hacer lo que nadie osa:
andar sin armadura
y con el corazón expuesto
en un mundo preñado de aceradas bagatelas
y muchedumbres de ciegos hostiles.
Retrato (con fondo de violín y piano)
Cierta devoción por la belleza.
Una melancolía innegociable.
El desarraigo como patria.
Ganas perpetuas de llegar a la paz.
Atroz militancia de las cosas.
Búsqueda irreductible del mejor ombligo.
Amistades peligrosas.
Y el nombre de Ella, claro, impronunciable…
y un poco de vino
y un poco de azul
y un poco de muerte.
Eso es el poeta.
Del porqué no quiero ser un poeta maldito
Créanme
yo también podría escribir versos oscuros
hijos de las tinieblas y de la muerte
verdaderos rosarios del dolor
trémulas saetas del invierno
letras paridas al borde de un inodoro.
Si las escribiese quizás dirían:
“¡qué profundo! ¡qué inteligente!
¡no se le entiende nada!
¡este sí es un verdadero artista!
¡que vivan las vanguardias…”
y allá, en la ciudad del frío
a 3.617 metros sobre el nivel del mar
quienes pretenden detentar el monopolio de la metáfora
probablemente me aplaudirían…)
Lo siento.
Sucede que yo veo a la gente masticando su pena honda
golpeada su frágil fe
en una dieta no elegida de besos mutilados
con su brebaje de miedos
su cena sin esperanzas
su jardín mustio
sus ojos vacíos.
Es por eso que elijo para mi poema
sol y alegrías
besos, orgasmos y otros heroísmos
azules antídotos contra el invierno
en estos extraños tiempos de la ceniza.
Bienaventurado el poeta que deambule por el asombro
que comparta domicilio junto al fuego
y que produzca así una sonrisa
esa noble cicatriz
que acaso
en la noche de los tiempos
(recién expulsados del Edén)
fue de Adán para Eva
el primer poema.
Naturaleza humana
Yo, ¿juzgar a alguien?
Es decir, ¿someterlo al patíbulo de mis opiniones?
¿A la silla eléctrica de un criterio?
¿Al paredón de mis limitaciones?
¿A la inyección letal de un prejuicio?
No, ni idea.
Si ni siquiera sé de qué historia viene ese fulano
de qué patio triste
de qué infancia desolada
de qué novia huidiza
de qué luto
de qué bandoneón
de qué pistola.
Huérfanos somos todos.
Náufragos sin fe y sin fósforos.
No voy a ser yo el que arroje la primera piedra.
Made in heaven
Anoche dormí con un ángel
(y no es metáfora).
Besé devotamente sus blancas alas
acaricié su aureola
exorcicé su noción de virtud
su certidumbre de pecado.
Inauguré el territorio de su azar…
Por setenta veces siete
fui Dios.
Keep walking
Ya está bueno
(me digo a mí mismo)
de andar pateando piedras
de andar repitiéndome historias tristes
de repasar mitologías familiares
sin pies ni cabeza.
Ya está bueno
de crear sombríos pronósticos
de destruir abecedarios
de caminar calaveras
de redactar epitafios
de habitar esta vida
como si fuese prestada
ajena
de otro.
Ya está bueno
(me repito)
de coleccionar cicatrices
rencores
Creo que es hora de dejar la infancia
y empezar a ser un hombre.