Revista Latinoemerica de Poesía

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Dardos para herir a las nubes



 

Dardos para herir a las nubes

 

Por Henry Alexander Gómez

 

Los trazos del acontista, del disparador de silencios, han erigido una sólida fortaleza imaginaria. ¿Qué mano “demente” siembra esta enorme arquitectura del cuerpo?

Hace algunos años, gracias a la poeta Diana Carolina Daza, pude hacerme a una versión digital del libro El hastío de las manos del poeta tunjano Miyer Fernando Pineda ─tarde o temprano, las obras que descansan sobre el vértigo del mundo nos son reveladas─. Fue muy grato leer este libro; allí, el poeta nos sumerge en las bellas tempestades de la vida familiar, los años que se disuelven en la cotidianidad del silencio, o la memoria escondida entre las grietas de la casa. Los poemas bucean el torrente de una épica íntima y personal, un aliento interior que va desmadejándose al ir describiendo los vínculos con cada uno de los miembros de la familia. El poeta, universaliza estas relaciones a partir de una construcción verbal compacta, honesta y asombrosa y, con ello, logra uno de los mejores libros de la poesía contemporánea colombiana. No puedo dejar de citar un fragmento de un poema revelador:


3
Madre es esa vieja silla en la que se sienta la muerte a esperar nuestro regreso
Su delantal le teme a los puñales y al fuego de la estufa de carbón
Donde Padre quema las cartas muertas que le envía

Obligada por los pretextos de la herencia y de la expansión del universo
Madre tuvo que mudar su jardín al camino
Desde entonces nuestros rostros han sido destrozados por las flores

Ella olvidó los nombres de todos sus hijos para no verlos morir
Los atravesó con las agujas con los que ella teje la melancolía
Y los sepultó en el cementerio secreto de su sombra

Dentro de ella un perro ciego vela nuestros huesos
El tren le hace temblar el alma durante las madrugadas
Y ella se levanta y le hace el desayuno al hijo menor que la mantiene

En el hogar las cucarachas se extinguieron cuando el abuelo murió
Volverán con la lluvia cuando Madre se vaya

 

La poesía siempre termina por encontrarnos. No pasaron más de dos meses cuando pude recibir de la propia mano del poeta un ejemplar del libro El hastío de las manos. No sólo comprobé con una segunda lectura las múltiples virtudes de sus poemas, si no que pude conocer la inmensa generosidad de Miyer Pineda y su profunda relación con la poesía. Qué grato es encontrar aquellas complicidades, qué alegría nos produce tropezar con esos lazos secretos que nos da la poesía, e ir compartiendo afinidades y a afectos, encuentros y desencuentros, con distintos autores y poéticas. Con Miyer Pineda nos une no solo el que hecho de entregar la vida gota a gota en cada cosa que leemos o escribimos, si no que nos une la honda admiración por poetas como José Manuel Arango, Rómulo Bustos Aguirre o el mismo Jorge Eliécer Ordoñez quien acompañó personalmente los errantes pasos del escritor en su órfico oficio de acontista.

Su tercer libro, Bocetos para la acontista constituye para Miyer Pineda el sobrepasar las mordeduras del lenguaje y consolidar una voz, un sello personal que lo condena a hacer parte de aquello que no habrá de olvidarse.

“La poesía es una pintura que habla”, escribió el poeta latino Horacio. Este libro representa esa doble condición de la poesía, esa antigua conversación entre imagen y palabra. Un homenaje a la plástica expresionista austriaca, un bello trasegar por la pintura de Egon Schiele. El poeta logra inmiscuirse en cada trazo, en cada vórtice, en cada huella cromática y consigue capturar, mediante la orfebrería de la escritura, toda la dimensión emocional del pintor. En cada verso se traduce el idioma de lo visual para erigir un taller donde se cosechan otros tipos de ataduras con el arte.


Su cuerpo
¿Qué ángeles dementes serán los arquitectos de los
Trazos?

¿Qué dios deforme reflejado en el agua
me obliga a buscar en lo profundo la llave para su
Candado?

Contemplo las costas mientras se desnuda

Como una condenada a muerte
Como una mendiga ebria que sonriendo
le reparte al mundo sus ultimas monedas


Es así que Miyer Pineda logra atrapar toda la cadencia expresionista, esa óptica que va de lo sensible y lo erótico a la angustia y la soledad, componentes que caracterizan la pintura de Schiele, en una poética que transluce a todas horas ese marca, ese castillo personal. El poeta se ha visto reflejado en las pinturas de Schiele, de Klimt, incluso en la obra de Trakl y, más atrás, la de Novalis, como quien se para en frente de un espejo. Pero es un espejo que tiene dos caras, dos abismos que conversan. De la pintura a la vocal del poema, del poeta a la voz y el corazón de Schiele.

La poesía puede abordar también los arcos de la imaginación, de lo ficcional. ¿Cómo no encontrar una palabra pronunciada en el tiempo y hacerla real para siempre? Es este saber que utiliza Miyer Pineda para forjar las flechas que abrirán agujeros ─profundos e inútiles─, sobre el alma de una nube, fiel al oficio improductivo del acontista, porque lo que importa no es dar en el blanco sino lanzar la flecha.

Con Bocetos para la acontista, celebro la poesía y la oportunidad de conocer a un poeta y estrechar los lazos de la amistad. Ahora, dejemos que hablen sus poemas por sí mismos:

 

 


I

Una mujer en la que sangra la noche
el sueño desolador de una montaña

Una mujer inundada de árboles antiguos y olorosos
de la hierba milenaria que cubrió los itinerarios
transitados por los astros

Una mujer con puertas que dan a cualquier parte
O que jamás se abren
A menos que por todas las grietas
le hundamos la palabra limo
o la palabra augurio
o que en silencio mastiquemos el malsano olor de su cabello

Una mujer azotada y gimiendo
A punto de cometer un crimen

Con puertas que dan a cualquier parte
O que jamás se abren
A menos que por todas las grietas le hundamos
el nombre secreto de todas las mujeres

Una mujer parecida a la aridez al humus
a la podredumbre sobre el hueso

 

 

 

VII

sus senos son el alfabeto
hermosos como monedas sepultadas por la lluvia

si los pongo en cualquier parte hacen del sitio una corteza

a contraluz modelan la palabra templo
la tallan en madera recordando lenguas muertas

en la noche se hacen grietas y recorren la devastación
si los devuelvo a la vasija se hacen música

en sus senos se gestan raíces
oscuros movimientos de peces
grietas de sequía en los dedos

en sus senos la raíz del agua
el envés del río que dormita en el clavicordio de una catedral
armado con los huesos de mis manos

 

 


IX

Su cuerpo
¿Qué ángeles dementes serán los arquitectos de los trazos?

¿Qué dios deforme reflejado en el agua
me obliga a buscar en lo profundo la llave para su candado?

Contemplo las costas mientras se desnuda

como una condenada a muerte
como una mendiga ebria que sonriendo
le reparte al mundo sus últimas monedas

 

 


XIX

ella dice que su corazón es uno de mis huesos
y que de esos pedazos nacerán mis palabras
las otras caras de la muerte

dice que está preñada de mi corazón
y que mi corazón es un desfiladero

dice que con sus huesos podré hacer una flauta
para que la noche atraviese su cuerpo y nos obligue al silencio

 

 

 


XXXIII

POEMA A LA MUJER DE ORINA ARGENTINA

Se pone en cuclillas y yo imagino la noche cosiéndola a sus raíces

La noche de su espalda pudo extraer un candelabro
y desplazó la lluvia hacia la orilla del lecho

En este infierno para qué dar gusto a los hombres
Si hemos de morir de algo que sea de mujer

Luego ya más tranquilos
la poesía nos servirá para quitárnosla de encima

Introduzco mis dedos y ella cierra los ojos que asfixian el aire
Rozo sus muslos y sus caderas trazan el camino de mis manos de ciego

Terminando arrojo poco a poco el humo del cigarro sobre el pubis

Entre sus piernas el movimiento abismal de las hojas
Los labios donde sueña la nieve

Corto su vello púbico para hacerme un pincel
Lo guardo con trozos de espejo y la quietud de la noche en un cofre de piedra

La noche hará con ellos la herida del agua

 

 

 

XXXVI

Un día George Trakl le recomendó a Egon Schiele cambiar de estilo
y dedicarse a pintar a los ahorcados y a los locos
que salieron vivos de la gran guerra

Esa noche Schiele rozó el aldabón del agua
en la que había caído Trakl en su primer intento de suicidio
y comprendió que eran siameses

El ángel iluminó el rostro de Schiele con el humo del cigarro,
y además de piedras le recomendó pintar con fósiles y vértebras

Dibuja - dijo- la espalda de las enfermeras y los graneros bajo la lluvia
donde aún pueden escucharse los gritos de los soldados
que llegan desde las trincheras

Dejó en sus palmas huesos de pájaros
mientras recomendaba escuchar el amargo agujero de sus cantos
y tejer con el barro de la muerte una sonrisa

Un día Trakl soñó con Schiele
El poeta ya estaba en el siquiátrico
y minutos antes de la sobredosis lo vio junto a su hermana

Trakl sonreía porque sabía lo que pensaba su hermano siamés:

Pinto las semillas púrpuras de tu locura
y las rutas del tren que recorrió mi padre

Pinto los rostros de las mujeres soñadas por los locos
y la belleza del ángel que dimite

Pinto algo adentro de los dos que aún no ha nacido

 

 

 



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