58. Dímitra J. Jristodulu
La ensayista e importante traductora Virginia López Recio nos presenta, por primera vez en español, cinco poemas de la griega Dímitra J. Jristodulu (Atenas, 1953). Es una de las voces más reconocidas de la poesía griega actual. Ha publicado 9 poemarios. En 2008 recibió el Premio Nacional de Poesía.
Los poemas que siguen inéditos, incluso en griego, fueron leídos el pasado 24 de junio en el 8º Festival LEA (Literatura en Atenas), que dirige la colombiana Adriana Martínez-Farsari.
DISPERSIÓN
Comenzó el día mirando hacia atrás
Con los ojos vueltos del enfermo
Que mira a un embudo negro.
Pero continuó con cierta indulgencia.
Las sábanas cogían luz y aire,
A menudo se abrían y se cerraban los grifos,
El canario se oía infatigable
Con el entusiasmo del esclavo que fue convencido
De que aquí está el final seguro.
Al final se cerraron las puertas. Florecieron de nuevo
Por todas partes los ramos sin coger
Fue enterrada en la morfina del polen
La población alborotadora.
Sobre la colcha, en su gloriosa duración,
La inhabitable patria…
LA SEÑORA DEL PERRITO
Me despierto al ladrido. Después
Distingo vagamente un rostro.
Se calienta con un color inhumano.
Parece holgazán y sobrante
Como luz sobre nieve pisada.
Me acerco evitando el barro
Mientras la medialuna cuelga en su gancho
Los primeros olores de la tierra.
Y ahora los ruidos: Pisar con compasión
Sobre las cabezas
De tantos cuerpos hundidos en la tierra.
No confesarme. No enfadarme.
Son troncos cortados de raíz,
Tala, pequeñas alegrías e ilusión.
Por la puerta que cierro tras de mí
Un olor a jabón verde.
Alguien quedó flamante allí dentro
Como una sortija en un relicario.
Pero están de duelo, no se engalanan en vano
Las mujeres que crea mi mente.
Son tan alegres como
El perro que las sigue.
Se levanta con las patas de atrás, juega con la cola,
Recibe la mirada quieta.
EL GUÍA
«Aquí exactamente había una valla.
Tras ella se enfadaba un jardín tratado injustamente.
En un clavo de los tablones de la puerta
De noche lucía un gorro.
De día parecía un fruto.
Por el nombre del jardinero, dicen,
Se escurrían dos hilos de agua.
Míralo, escrito allí, en la piedra.
Podéis sentir su rostro
Reflejado en vuestras gafas,
Si recordáis las muchas veces que os han ignorado
Las muchas veces que habéis tenido la plena certeza
De que bromea con vosotros la naturaleza
Cuando de nuevo trae la primavera.
En nuestros lugares, con vegetación tan salvaje,
Así de sencillo se encarna quien falta.
Lleva el delantal de piel, las botas de lluvia,
Las omisiones, la rabia sepultada, la tristeza,
Da patadas a los palos podridos hacia nuestro sitio,
Aparta las ortigas y su mirada
Nos apunta entre las cejas»
HACIA EL FINAL DEL DÍA
En la mesa había quedado un cuchillo.
Antes había cortado o había herido.
Ahora el desuso lo helaba
Como cadáver de pequeño animal de acero.
En la alfombra había quedado una pisada
Como si no hubiera segundo pie.
A no ser que ligero y sin trabas
Marchara sin dejar rastro.
Una voz del abdomen a la laringe
Arrastraba dentro de mí sus hilachas.
Con tanto ímpetu la había agarrado la noche,
Que dejó tras de sí un surco.
Pero no vio ni el asesinato ni al fugitivo.
Solo la cabeza de la luna.
Entraba y salía con tedio aquí adentro
Sin cerrar los postigos.
Así, almorcé conmigo misma
Y ya me recosté en la almohada.
POR NORMA
Esta noche, martes, a poco menos de la medianoche,
Se han perdido los olores del camino.
Gasolina, asfalto, guisos
Han sido absorbidos por la niebla.
Ha sido sorprendido, sin rastro de su casa,
El viejo perro abandonado.
Salí, pues, a ver la estrella negra
Que había sido colgada en lo alto. Sus fosas nasales
Vibraban con pena insoportable.
No podía contener su volumen
Y el polvo del carbón se vaciaba aquí abajo
Como de un saco agujereado.
Sobre el surco que dibujaba caminé
Guiando al achacoso animal
A una provisional salvación:
Lo que yo llamaré nuevo día
Y él llamará nuevo hueso.
Dímitra J. Jristodulu