La inmensidad, el tiempo: Hans Medrano
La inmensidad, el tiempo
Por Carlos Fino
Asumo la dificultad de trazar un trayecto poético en la obra de un autor en donde el tiempo, en sus últimas instancias de vida, se acorta, crepita y está a punto de desaparecer. La temporalidad del historiador de la poesía (teleológica) y la del poeta (hipertélica), parecen hoy, en el apogeo del tiempo, finalmente una relación inversa y antípoda, por no decir aporética. Sin embargo debo sostener que en 2009 conocí de Medrano Espejos y caminos, libro editado por Hadríaticus en donde el autor bogotano presentó por primera vez un aparte de una obra inmensa que espera “su tiempo” para ser finalmente comunicada. En estos primeros poemas los temas de su obra se presentaban con claridad, siendo reconocibles la tangencia del tiempo que ahora parece darle la espaldas a la existencia humana. Debo aclarar que ante tal panorama, es preciso rescatar esa acepción primigenia de la palabra arte, que designaba trabajo, labor. Allí es donde la poesía puede, tal vez no formular la solución al problema del tiempo que se nos escurre, sino construir una temporalidad en donde la voz pueda destilar esos pocos murmullos diáfanos que aún pueden perseguir los himnos, y que hoy se encuentran tan sólo como un estrato profundo de la historia.
La obra poética de Hans Medrano se distingue por una irradiación en el sonido que hace eco, largo y casi irretornable en un espacio que la voz cartografía como inmenso, metálico y hostil. Sin embargo, allí transcurre la existencia, en un páramo ritual despojado de la celebración y ahora recubierto con capa asfáltica, concreto y metano. Pero esa voz, a su vez configura un tiempo que no se distingue en la cuaternidad, que lejos de ser cosmogónico se difumina en el aire y se convierte en etéreo perdiendo su capacidad relacional. Pero la obra de Medrano no es un estallido de escepticismo, porque allí pervive un reclamo calcáreo de ese verdor ausente que espera en algún momento, como el dios del renacimiento verde, Osiris egipcio, que retorne esa cualidad consagratoria en donde el tiempo se hacía una sustancia tan cohesiva que se podía palpar y escuchar. Allí, como plegarias lanzadas a este viento rojizo y tornasolado de los Andes modernizados con ritual de Violencia, retumba el verso de Medrano en la espera de un retorno del tiempo, como si fuese uno de los proyectos destinados a quedar sin eco en una cadena de sucesiones que condenan al poema danzar en el ruido. Pero esa voz continúa hímnica en ese proceso de inmolación con el horizonte, a la espera que inicie la danza de la sagrada noche y el poema pueda engendrar ese doble, el sonido que pare a la imagen y esta que como sustancia de lo inexistente se convierte en sobrenaturaleza. El poeta, ahora como reconstructor de ese cuerpo masacrado del tiempo, como hilandero y embalsamador, debe conjurar el recinto del sonido allí en donde tal vez no existe la morada segura de la imagen. En esa labor la plegaria susurra como un pequeño llanto al noúmeno, que desea el despliegue de su telurismo, la nueva cuenta, y el retorno del tiempo. Mientras tanto, perdido en la furia extensa de esa ciudad sin límites, Medrano busca el eco, en donde el silencio parece una epifanía de esquizofrenia, que pueda esbozar la silueta de un retrato que contempla el vacío en la cópula triste del espacio demográficamente colmatado.
Carlos Fino
Bogotá, 28 de marzo de 2015
RELOJ
La tierra rueda y avanza sobre sus rieles invisibles.
La luna es el farol que nunca se apaga
en esta noche infinita.
Son oscuras las existencias
y la penumbra de cada una
se percibe con poca luz.
Día a día se borran las huellas
por el viento de este desierto,
el viento es el tiempo
y no tiene ni adentro ni afuera.
Ya en cada reloj de este mundo
hay menos minutos que en el día de ayer.
TUMBAS EN EL AIRE
Tumbas en el aire
y un rocío negro
como papel picado
preside nuestro funeral.
Sobre la tierra ya no caben
más cadáveres insepultos,
la agonía es una frase larga que no oímos
y que se esconde en la noche.
Los ojos volcados hacia adentro
ya no lloran,
ya nadie percibe el aroma
de ese rastro que deja el gusano
llamado tiempo que nos roe.
Y nadie mira el cielo invisible
al que se le ha olvidado llover.
FRAGMENTO
Un río se ha cubierto de fuego
y me marean tantos espejismos;
el cadáver de la ciudad crece
como una agonía que perdió su origen.
La extrañeza de mi grito
salva el abismo
pero este no se mueve, no se inquieta.
Ese grito quiere recorrer el mundo
pero sólo es una sombra que no tiene su suelo.
Tanto dolor y no hay piel que lo agarre,
no hay nervio que combata con él,
el alma es pequeña en todas las guerras,
el cuerpo es frágil, todo el tiempo.
La muerte se ha alojado en mi vida
como un silencioso caballo de Troya.
EL MUNDO ES UN ASESINO SILENCIOSO
Mis ojos cerrados conservaron mi memoria muerta,
adentro se encendía un mundo
antes de ser sombra y cenizas,
un mar iba surcando las penínsulas
y las islas internas.
El cielo era, en realidad, hecho de sueño.
Las canciones antiguas eran armonías
con pausas.
El dolor me respiraba.
La noche era mi día.
No sé cómo esa condena era mi libertad
y mis palabras estaban hechas de latidos.
Fui engullido por el mundo en silencio
y el vientre de mi madre
ocultó la boca de un animal asesino.
MUERTE INFINITA
1
A mi mente le falta un sentido,
una memoria, la sensación
de un recuerdo.
A mi vida le falta un momento,
una imagen, un hecho,
haber conocido a alguien,
a un extranjero
que no nació para morir.
Me hace falta una ruina, un pedazo
de cielo
que nadie terminó de construir,
hace falta un aliento, otra vida,
un instante con la fuerza de devolverlo todo,
de regresarlo todo
y así volver,
con menos fuerza,
a la nada.
Pero quizá, no sea necesario,
tenerlo todo
para poder entenderlo.
2
Me falta un dolor
y una muerte dirigiendo una sombra,
es en la oscuridad
donde se pierden los pasos
que nunca recorrieron.
Es, por momentos, la hora
una supuesta enemiga,
en ella se desploma lo no visto,
lo evidente, el dolor
de lo interpretado.
Me falta un aliento,
una herida blanca, dos días
para rescatar el infinito.
Hoy he vivido poco
y mi camino recorrido
es para morir eternamente.
Hans Medrano (Bogotá, Colombia, 1986) Profesional en Estudios Literarios, Universidad Nacional de Colombia. Poeta y narrador. Ha publicado diversos escritos en Ex-libris, periódico de la Feria Internacional del libro de Bogotá, en sus ediciones de 2009 y 2010, y en las revistas Gavia, de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Phoenix, 11 y 12, Rilttaura y La Ventana, de la Universidad Nacional de Colombia. También ha publicado algunos de sus poemas en la revista de poesía Arquitrave, 49 (Agosto de 2010) y cuentos cortos en la antología de cuento corto colombiano Perico (2011). Entre sus libros editados se encuentra Espejos y caminos. Al margen. (Bogota: Hadriaticus, 2009). Es colaborador habitual de la revista virtual Militancia erótica.