Revista Latinoemerica de Poesía

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Poema del Viernes # 15



                                                                                       Por Hellman Pardo Entre los poetas exiliados en su propio país, aquellos que en ocasiones sorprenden y luego se aíslan, se entregan al silencio para luego sorprendernos una vez más, se encuentra Denis. Le han tildado de poeta maldito, pero la afirmación es equivocada. "Quienes me tildan de poeta maldito, no han leído a los poetas malditos", me dijo en cierta ocasión. Y tiene razón. Algo de bondad existe en la poesía, y mucho de condena.   DECLARACIONES DEL VERDUGO   La geometría del patio es singularmente malvada y atroz. Sus pétreos colores destrozan las formas, sus ángulos rígidamente alterados más allá de la razón por muros y por rejas. Yo vigilo con ojos de águila mientras los ahorcados se mecen como árboles en un parque y un crepúsculo de cereza se inflama como un grito. Siempre he pensado que la soga se ajusta más a una muerte menos dura, frágil, necesaria, la misma cuerda que día a día le arranca las horas al campanario. Hay quienes prefieren el hacha o la guillotina. Mi misión es vigilar esas cabezas que me regala el oficio, poner fin a sus injurias, a sus faltas. Desde aquí puedo medir la resignación, el amor impropio del reo hacia su propia muerte, la soledad insalvable que lastima sus oídos, su ángel implorando el último deseo. Para mayor deleite del verdugo a la víctima le vendan los ojos y él disfraza su acto poniéndose una capucha para esconder su rostro, no su mirada. Durante años no he dado mi brazo a torcer ante la piedad o la lástima y estoy a punto de jubilarme. En esto hay que ser duro y frío como un bloque de hielo. A veces hablo con los colegas en las tabernas, en el mercado, o los encuentro en el parque llevando a sus hijos que quieren parecerse a su padre y juegan a ser verdugos. Sé de aquellos -¿hombres de bien?- que no me quieren, los que maldicen mi trabajo por su crueldad y su impudor. Amanece en los ojos amargos de las estatuas, sus párpados que ignoran la soledad de los colores, el brillo salvaje del metal frío, el lugar del crimen.                                                                                        Fernando Denis


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