11. Andrea Cote
En Colombia, con el paso del tiempo, se ha incrementado favorablemente el número de poetas mujeres que se posicionan con fuerza en la literatura nacional , Andrea Cote es una de ellas. Sus letras han contado con la fortuna de atravesar distintas fronteras territoriales y llegar a lectores de diversos países. La poesía de Andrea conversa con el lector y habla del mundo, desde una mirada lejana de estilos cargados , le interesa la sencillez que entraña sentido: historias, pasajes, situaciones y personas vistas en detalle.
De Chinatown a toda hora
No por ti
Tuve un amigo,
siempre invisible para alguien.
En el bazar
la japonesa
estornuda,
la holandesa baila,
y la gente
Garúa mía,
-preciosa-
-perdida-
está de viaje.
Una muchacha duerme,
ovillada en la esquina,
y otra
despierta,
tú,
Garúa mía,
viajera,
¿Qué buscando?
Te derrota el sueño,
el idioma,
la acumulación,
y el que te dice una palabra en español
y te la dice como si te diera algo.
Garúa,
mi temblor se arrodilla
y en la vereda,
tiesa de andarla,
va tu lado siempre invisible para alguien.
Tú temblor se arrodilla
pero no se te nota nada,
besaste al beduino
y sigues blanca
y él lloró inconsolable sobre ti,
Lloraba en ti
-no por ti-.
***
Intolerancias
No es lo mismo decir
que yo perdono
la larga espera,
la quietud,
la pesadumbre,
la tristeza de roble de los cuartos
y de las cosas por ahí pesando.
No es lo mismo decir
que yo perdono eso,
o que no veo,
importancia
o desmesura
en la feliz inconsciencia de los árboles
pero sí la veo,
a cambio,
en decir
que el mundo así
-reñido o arrasado-
a veces era
una voz torpe,
insublevable,
que cree que las piedras son inmóviles
y que su quietud
de tiempo y pesadumbre
y que tus propios ojos
de tiempo y pesadumbre
son lo que hay
y no son más.
Pues yo perdono
porque es bella
la inconsciente belleza de las cosas
como lo es la brisa
ingobernable
pero también
como triste,
imperdonable,
y gris
es la estampa
de los hombres sin fe
y la quietud sorda
que tienen los seres
y las cosas intactas.
***
Las Huestes
Salgo al gran viaje cada cierto número de años.
Me voy llevándome un nombre
y una parte en él se humilla,
irremediable.
Me voy en huestes
y en oscuros rebaños;
y lo hago para poder hablar de ti
y lo hago para no hablarte.
Salgo al gran viaje.
Me muevo en tu joven raíz.
Me muevo en tu amada marcha.
Viajo para poner un poco de la ruta en mí,
un poco de la ruta en ti.
Salgo en esta ceremonia
y lo hago para creer en ti,
y lo hago para que vuelvas a creer en algo
Me muevo porque existe una cosa incomunicable
y he visto cuánto amas las cosas que regresan.
***
Herencia
Buscando al asesino (o asesina) de mi padre, o pensando en empezar a hablar de ello,
la gente casi siempre pensaba en mí y me lo hacía saber de algún modo sutil.
La verdad es que yo odiaba demasiado a mi padre como para haberlo podido matar.
No creo.
Aún a pesar de que soy de las personas que recuerda algunas cosas y otras no,
sí que recuerdo haber imaginado su pánico,
su destrucción;
pero ni con la imaginación puedo pensar haber imaginado un mundo sin él.
Lo que se ha podido constatar en estos días es que las cosas que tuvo estarán aquí de todos modos,
queda lo suyo,
todo,
y ella lo puso
en el centro de la mesa
y acumuló
demasiado.
Eran cosas bellas
que a él lo hacían triste,
cosas bellas
que lo hacían caminar
por el costado,
taimado,
receloso.
Cosas que lo desposeían,
por decir lo menos.
Un motín de cosas,
al final:
relicarios, peinetas
zarcillos de dama,
bolsitas de cuero,
de plumas,
de acero muy fino.
La lupa de jade,
el espejito, el cobre,
la ensaladera, el murano.
Todo en lo quiso mirar la cara a la belleza.
Era el que daba.
A nosotras nos dio siempre las mejores cosas.
Nos dio los objetos más puros: una cadenita, un cofre de tafetán,
un montón de cosas que no podíamos sacar de casa
y que tampoco fue posible usar nunca.
Eran objetos cuyo exagerado valor jamás se restaura,
es decir,
que no valen nada.
En ese sentido, extraños regalos.
Objetos que se separan de los otros.
Objetos en los que él era capaz de mirarle la cara a la belleza,
sin temerla.
Después,
cuando alguna vez alguien me alababa alguna cosa, decía que me la había dado él
mi padre, por el abrigo bien cortado,
mi padre, por la cadeneta de piedras,
mi padre, por todas las cosas que luego dije que me dio,
cuando ya no era cierto.
No fui la primera en darse cuenta pero la totalidad de aquello que nos dio podíamos perderlo.
Ni siquiera quiero describir cuánto me impresiona esta crueldad de dar para quitar.
***
Todo en ruinas
Mirar la ruina
y en ella
todas las cosas
de una sola vez,
-quiero decir-
ver las esquinas,
los remiendos
las cosas rotas
y aferradas
o los vestidos arados del amor
y el polvo
que levemente
humilde
es el tiempo que tocó los cuerpos
y los desmoronó.
Mirar
-saber-
que hay siempre en todo
una cosa entera
y ferozmente cierta,
como cierta es la ruina
y es voraz
y es bella.
***
Ver llover
Sé que la lluvia también es un dios, calmo como el otro, atroz como el otro,
Lo sé porque veo a los hombres pronunciar alelados los dos nombres posibles de la lluvia en sus tardes más grises, diciendo:
ven y bórralo todo,
ven y llénalo todo.
Y siento la fe del hombre que trabaja por el premio de la lluvia, que es el agua misma que la tocó a ella, que la bañó a ella, en la que ella ya durmió. Y sé que a todos les espanta ese rumor a cuentagotas que viene con su misma cantata sin desuso y obliga a correr apresurados y cerrar las puertas de las casas que
de no ser así se llenarán de lluvia
y serán de la lluvia hasta caer.
****
De Puerto calcinado
Llanto
María,
hablo de las montañas en que la vida crece lenta
aquellas que no existen en mi puerto de luz,
donde todo es desierto y ceniza
y es tu sonrisa gesto deslucido.
Allí es Enero el mes de los muertos insepultos
y la tierra es el primer cadáver.
María,
¿No recuerdas?,
¿No ves nada?
Allí nuestras voces son desecas
como nuestra piel
y se nos queman los talones
por no querer saber
de las casas incendiadas.
Hablo María
de esta tierra que es la sed que vivo
y el lecho en que la vida está enterrada.
Piensa niña,
en que esto no es vivir
y la vida es cualquier otra cosa que existe
húmeda en los puertos donde el agua sí florece,
y no es hoguera cada piedra.
Acuérdate, María,
que somos
pasto de perros y de aves,
hombres calcinados,
cortezas vacías
de lo que éramos antes.
¿De qué estás hecha?, niña mía,
por qué crees que puedes coserle la grieta al paisaje
con el hilo de tu voz,
cuando esta tierra es una herida que sangra
en ti y en mí
y en todas las cosas
hechas de ceniza.
En nuestra tierra,
los cuervos lo miran a uno con tus ojos
y las flores se marchitan
por odio hacia nosotros
y la tierra abre agujeros
para obligarnos a morir.
***
Andrea Cote
Barrancabermeja, 1981. Es autora de Puerto Calcinado (Ed. Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2003), Cosas frágiles (en Transmutaciones Ed. Extremadura, Extremadura, 2010), Una fotógrafa al desnudo (Ed. Panamericana, Bogotá, 2005), Blanca Varela o la escritura de la soledad (Ed. Universidad de los Andes, Bogotá, 2004) y el libro objetoChinatown a toda hora, en colaboración con los artistas Adalberto Camperos y Davian Martínez. Ha obtenido los reconocimientos: Premio Nacional de Poesía Universidad Externado de Colombia (2003), Premio Internacional de poesía Puentes de Struga (2005), Premio Cittá de Castrovillari 2010 a la edición italiana de Porto in Cenere.