22. El solitario de la Montaña Fría de Han-shan
Selección de poemas de El solitario de la montaña fría de Han-shan, traducido por José Manuel Arango
Selección de Tania Ganitsky
El solitario de la montaña fría de Han-shan, recopilado y traducido por José Manuel Arango, es sin duda una puerta inesperada y misteriosa que nos permite entrar, tocar y explorar, pero no avanzar, como lectores, en ninguna dirección. De todas maneras, cuando leemos poesía avanzar importa poco, pues lo que nos preocupa es detenernos y demorarnos bajo la sombra de cada árbol, aunque allí haga más frío. A veces entro a las bibliotecas sin un objetivo fijo, elijo una sección y la inspecciono. Así apareció este libro, de la nada –por sorpresas como esta siempre habrá más cosas que agradecerle a la nada que al todo. No conocía a Han-shan (ni siquiera sus recopiladores pueden dar cuenta de cuándo vivió, qué hacía o quién fue), pero sí al poeta paisa que, en mi opinión, ha hecho la mejor traducción de Emily Dickinson al español que existe: una traducción libre en la que se transmite más el sentimiento singular de un lenguaje, de sus posibilidades e imposibilidades, que unas palabras fijas e inflexibles. Por esto, y por una pasión que no he desarrollado con rigor en torno a la poesía oriental (incluso la pasión debe ser rigurosa y disciplinada), empecé a leerlo. Son poemas simples, íntimos y concretos. En ninguno de ellos hay la más mínima pretensión, curiosamente, de ser un poema: las cosas se dicen como son y como no son: siendo. Quiero decir que no hay artificios (aunque son palabras y lenguaje y es una traducción y sé que cualquier persona podría debatir esta afirmación fácilmente). Imaginemos, entonces, que en los siete poemas que siguen no hay artificios: solo son poemas simples, íntimos y concretos; y José Manuel Arango, como en la traducción de Dickinson, ha traducido sentimientos.
Hace ya treinta años que nací y he vagado
mil, diez mil millas:
por ríos bordeados de espesa yerba verde,
por fronteras de arena roja.
Bebí en vano las drogas que dan la vida eterna,
leí libros, compuse cantos sobre la Historia.
Hoy he venido a la Montaña Fría
a poner mi cabeza en un arroyo
y lavar mis oídos.
Subo por el camino interminable
que lleva a la Montaña Fría.
El valle es largo y obstruido de rocas,
los ríos anchos, bordeados de hierba.
No hay viento, pero los pinos se agitan.
No llovió, pero el musgo está resbaladizo.
¿Quién puede liberarse de los lazos del mundo
y venir a sentarse conmigo entre las nubes?
Al pie de riscos apilados escogí un lugar.
Los caminos son para pájaros, no para hombres.
Mi jardín, si es que puede llamarse un jardín,
son nubes blancas que se aferran a las rocas.
¿Cuántos años hace que vivo entre ellas?
Una y otra vez pasan invierno y primavera.
Y yo evito banquetes y vajillas
y el ruido inútil y los nombres vacíos.
Busca el hombre caminos a través de las nubes,
pero las nubes se niegan a abrirse.
Las montañas son altas, rocosas y abruptas
y en los valles más anchos apenas brilla el sol.
Adelante y atrás las crestas azules,
al este y al oeste nubes blancas.
¿Buscas un camino que atraviese la nube?
Ahí está, en medio del Vacío.
La grulla, con un gajo de frutas en el pico,
paró sólo una vez en su viaje.
Iba hacia la montaña de los inmortales
y llevaba fruta como alimento.
Perdió las plumas sin llegar a su destino
y estaba triste, lejos de la bandada.
Volvió entonces a su nido y halló
que su pareja no la reconocía.
Han-shan escribe para ti estas palabras
que nadie creerá. La miel es dulce
y gusta. Los remedios son amargos
y duros de tragar. Lo que sosiega
el sentimiento, agrada, pero lo que se opone
a él produce ira. Yo te pido, con todo,
que mires las rotas marionetas
después de su momento en el tablado.
¿Guardas en tu casa los poemas de Han-shan?
Son mejores para ti que los sutras.
Escríbelos donde puedas echarles,
de tiempo en tiempo, una ojeada
Han-shan.(1994). El solitario de la Montaña Fría. (Trad. José Manuel Arango). Medellín, Colombia: Intergraf Editores.