303. María Musgo
“¿Puede una matarse amando en esta lengua?”
La poesía de María Musgo
Musgo sabe dónde quebrar el camino del poema y cambiar la perspectiva poética para lograr allí, en esa fisura, el asombro y el espanto que se muestran en imágenes cotidianas. Pareciera que son cuadros que no pretenden nombrar nada, pero que se rompen para que el lector los reconstruya por sí mismo.
Muy bien dice ella: “Pienso en que escribo como alguien que no quiere nada. Pienso que no escribo nada porque estoy demasiado rato frente al Dolor…”
Y es curioso, que escriba con mayúscula inicial una palabra trazada sin ningún artificio y dramatismo. El Dolor aparece como una especie de acto cotidiano, como cuando nos tomamos algún trago desde la ventana de cualquier lugar. Una escena que aparentemente puede ser normal, corriente, pero que se encuentra revestida con todos los símbolos que carga el porvenir.
Así veo la escritura de María Musgo, una joven poeta que entra al mundo de la poesía asumiendo el lenguaje como un salto para desaparecer; pero también con la consciencia de que no basta el dolor para escribir.
Musgo sabe que el poema tiene que encontrar la mejor manera de sobrevivir en libertad; entiende que la lengua de la poesía se debe aprender igual que un niño cuando comienza a pronunciar sus primeras palabras. Es consciente de la incertidumbre de lo poético cuando se cuestiona si en ese lenguaje se puede morir.
Fadir Delgado Acosta
Poeta colombiana
I.
Voy a pasar los días tímidos del verano contigo.
Voy a dejar que nos crezca musgo alrededor.
Voy a enlentecer las horas
Voy a decirles a mis padres
que me voy por unos días, hay
una panga esperándome.
Me dicen que en
este pueblo no hay nidos.
En este pueblo
qué nos queda entonces
Voy a llevarte al
primer lugar al que fui sola.
Tenía doce años y pasaba las tardes caminando, siempre terminaba en el muelle de Parismina.
Voy a contarte las historias de las montañas. No de las de aquí sino otras.
En las montañas hay que respetar a los animales, ellos apagan las luces a la noche, ellos encienden las velas al alba.
Voy a contarte de los gorriones y de cómo avanzaba sobre el aire.
Dentro del carro íbamos apretados, pero escuchando y cantando. Yo era una niña de verso en pecho y me alcanzaba con eso.
Voy a contarte de mi familia y mis miedos. De mis miedos y la familia. De todo lo que reside aquí, cuando escribo. De mis manos arrugadas como mapas. Voy a pedirte disculpas de antemano cuando estés por tocarme. Y te voy a avisar del musgo, de la tierra que crece desde mi vientre hacia arriba. Vas a tocar las lombrices y ver los primeros pasos de las flores en mi cuerpo. Vas a pensar que el verano es algo hermoso. Pequeño, circular y hermoso. Como un amuleto antiguo que se abre. Como costas que parpadean. Voy a separar el agua por sus huecos. Voy a llevarte de la mano y hacer de vos y yo susurros perpetuos.
Alguien va a oír nuestro dolor del otro lado, el mar es siempre suave en diciembre.
II.
Me tengo escurrida entre los dedos. Este temblor de las fauces me atraviesa como una flecha blanca.
Este silencio del cuerpo (de puertas y milagros) es el mismo de Siempre.
Pienso en las oraciones. Intento arrodillarme (pienso en todos los huecos que moldeé para poder creer en algo). Clarice dice «El dolor había vuelto casi físicamente, y pensó en rezar. Pero pronto descubrió que no quería hablar con el Dios (…) de ahora en adelante era solo eso lo que quería del Dios: apoyar el pecho en él y no decir una palabra».
Pienso en que escribo como si mis piernas fueran diminutas y yo tuviese que recorrer pueblos enteros. Pienso en que escribo como alguien que no quiere nada. Pienso que no escribo nada porque estoy demasiado rato frente al Dolor, esperando su llegada.
Cuánto más voy a tener que escribir para darme cuenta de que lo que siempre necesité fue alejarme de esta piel y de esta voz.
Me tengo envuelta, con el corazón tibio, arropada debajo de gorriones y montañas.
Cuando escribo cierro todas las puertas
(yo tampoco creo en las puertas)
quedo detenida en el borde del poema
quedo detenida escribiendo quedo detenida.
III.
Una es una mujer acostumbrada
a esperar
y después de tanto (te digo)
estoy convencida que los poemas
no se arrancan:
se cosen al revés, quiero decir
hacia dentro:
el lenguaje es mercenario
y cualquier precio es poca cosa
es muy poco lo que damos
a cambio de lo escrito.
Cuando termine este poema
vas a desaparecer.
Estoy convencida, te digo:
la representación es el cuerpo
mutilado del lenguaje
una miguita pobre incapaz de saciar
el hambre de lo dicho.
Una es una mujer acostumbrada
a perder
y siempre es más lo que se pierde.
Una anda por los días con poemas
cosidos al revés
(quiero decir para adentro)
porque las palabras no se arrancan
y escritas se encarnan como uñas
se tensan como músculos
como se tensa un corazón.
Cuando termine este poema
vas a desaparecer
me digo
rogando que sea cierto.
V.
Si abrieras justo aquí te diría
gracias por las promesas
de todas
el dolor es la más dulce
Si abrieras justo aquí
caerías en el punto exacto
donde brotan mis palabras
te diría: hay algo que tienes que saber
tengo un corazón nuevo por descubrir
Si abrieras el hueco de mi cuerpo
aparecerías como las bestias
queriéndome desde lejos
con todos tus dientes
Si aparecieras justo aquí
el aliento de tus fauces caería húmedo
y yo caminaría sobre la resaca
solo para verte una vez más
VI.
Tu palabra es lo único que tuve
y qué hago yo (ahora) después
de haber sido despojada de lenguaje
arrancada con violencia de tu boca
qué hago ahora si lo único que tuve
fue tu palabra sobre mí lengua
qué hago ahora si la memoria
de tu palabra sobre la mía
hace de mi cuerpo un campo de batalla.
qué hago ahora
¿puede una matarse amando en esta lengua?
María Musgo (an José, Costa Rica 1996). Poeta y fotógrafa. Autora del poemario inédito “Palabras Tectónicas”.