Magda Zulena Trujillo Rodríguez
Presentamos un conjunto de poemas de Magda Zulena Trujillo Rodríguez. (Purificación, Tolima, Colombia, 1983) Licenciada en Lengua Castellana de la Universidad del Tolima. Magistra en literatura de la Pontificia Universidad Javeriana. Docente universitaria, formadora de futuros educadores infantiles en las áreas de didáctica de la lengua, escritura, lectura y literatura infantil en el Politécnico Grancolombiano y la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Escritora de textos escolares y correctora de estilo. Autora de artículos de creación, crítica y educación literaria. Su primer libro de poemas, Te niegas a mirarme, fue publicado en 2021 por Quillango editores. Los poemas Hipólita I, Hipólita II, Hipólita V hacen parte del libro Te niegas a mirarme. Los demás poemas son inéditos.
Hipólita I
A mi mama amazona
Mi bella Hipólita,
mujer de un solo seno,
palpo con mis dedos esa cicatriz
dibujada en tu vientre como un hilo
esa cicatriz por la que vine
a este retorcido mundo.
Hipólita II
Mi intrépida Hipólita
hay dos cicatrices más
en la geografía de tu cuerpo:
cada una es uno de tus pechos.
Esos pechos que me negué a mamar
cuando apenas entreabría los ojos.
Hipólita V
Hipólita sedienta
respiras para beber
tu último aliento.
Tu agonía es una cicatriz:
crece ahí mismo,
en mi alma de niña huérfana.
El tiempo es una jaula
El tiempo es una jaula
Con un pájaro mudo
amarrado a un platón de agua
y a unas migas de pan.
Una mujer sentada en una vieja mesa
a la orilla de la intersección de todos los universos
pone a girar la punta del cuchillo una y otra vez
mientras espera a que su hombre se deslice en las horas
y se siente al norte de la mesa para siempre.
- No te vayas - pronunciará la mujer cuando el hombre le vea a los ojos
con la antigua actitud lastimera
con la que regresa en las últimas décadas.
- Te traicioné- respirará el hombre menguando el colapso.
La tierra cesará ...
Pero nada detendrá
los ojos de la mujer y el cuchillo
que dejará de girar
para clavarse en el corazón del traicionero.
Habrá que servir un poco
más de agua y
raspar el pan hasta convertirlo
en migas.
El pájaro no cantará,
solo beberá y comerá.
La mujer limpiará el desastre
La sangre y la traición.
El cuchillo reluciente
girará una y otra vez en la mesa
hasta que el hombre
se deslice de
nuevo en las horas
y se siente en el norte de la mesa para siempre.
Primer día
Una mujer llora en la estación.
Es su primer día.
Un hombre agarra su mano
y la arrastra a la miseria:
toma su voz
conjuga verbos de auxilio
mientras ella pasmada
traga lágrimas para regar hortalizas
de otras tierras.
Miro a la mujer
Como si fuera un eco de mi rostro,
abrazo su destierro
con pesares que se me clavan
en las cuencas, en los lagrimales,
y en uno o dos pesos
de inútil consuelo.
Niña de ojos grandes
A los niños y niñas del Centro Abrazar
niña de ojos grandes
hay demasiado trasegar en tu pequeño cuerpo:
despojos
pasos inermes
trozos de pan
gotas de leche
migajas de sueños
llenura de mundo.
niña de ojos grandes
descansa por hoy
no extiendas la mano
no esperes sacar de la basura
la carta de tu suerte o un boleto
para volver a casa.
Descansa niña y canta rondas imposibles
traza montañas y cielos
ríe con la dulzura que te usurparon
cuando te echaron a andar por tierras que no pediste
Descansa niña y juega un instante
A ser una niña de ojos grandes.
Lloro en un aeropuerto
Para Perú, todos mis pasos.
Lloro en un aeropuerto.
A veces la nostalgia por la tierra pisada
desemboca en ríos de lágrimas.
Hay que llorar seguro
por los kilómetros de distancia que separa
un hogar de las aldeas presurosas a ser vistas.
Por los caminos que se ensanchan
y se dividen con el paso firme.
Por los piscos que enrojecen los pómulos
y encorvan las calles y las habitaciones.
Por las habas, las papas, las salsas,
las humitas, la pachamanca y los ceviches
cocinados por manos apelmazadas
de ancestros, humos, sabores,
negros, mestizos, cholos.
Lloro en un aeropuerto.
Hay que llorar seguro
por las montañas y las llanuras contempladas
por las ruinas que sobreviven a las piedras
de los colonos
y que se imponen como indicio de que somos una camada de indios,
conectados por una misma cordillera y un mismo sol.
Lloro en un aeropuerto.
Hay que llorar seguro
por las festividades convocadas
en las polvorientas provincias,
parias de las capitales,
que resultan luego
de cambiar un techo de zinc
unas paredes de barro, por un hogar de concreto.
Por las cholas que tejen el país con manos callosas
y que cargan todo el peso del Perú en sus espaldas.
Siempre cargan como sino de una historia que las oculta
pero que las usa para exhibir una gracia fingida.
Por las risas, las memorias, las letras
los pesares y las resistencias que nos hermanan
y que me hacen derramar lágrimas como si
estuviera en mi propia casa.
Lloro en un aeropuerto.
Hay que llorar seguro