219. Diana Carolina Gutiérrez
Presentamos una selección de poemas de Diana Carolina Gutiérrez (Medellín, 1995). Tiene dos poemarios publicados, Ese Delirio, 2017 y La mujer de correría ,2020.
QUIERO CONOCER TU NOMBRE
A mi padre
Como una roca hueca en su interior y dura, impenetrable, imposible,
que pulí, golpeé, abracé y puse en mi pecho,
casi acunándome en sus oquedades,
un muro sin hoyuelos, ni poros,
no supe nunca atravesarlo sin darme contra el piso helado,
un muro con ojos fijos y achinados, etílicos, tiernos, locos.
Pareces un gatito frágil dormitando en una silla,
yo en cambio lejana, como todas las mujeres angelicales, que pudieron acicalarte la barbilla,
pero en cambio,
la puñalada en el pecho,
los labios vacíos,
la intrascendencia mórbida de unas manos.
Soy tu Moira aparecida en las montañas exorcizando la estela de tu verdadero nombre, tu Moira en el espejo enlagunado que pregunta dulcemente: ¿Quién eres?, y cuando me respondes dices que no sabes, mientras intento tejerte un destino;
no me dejes solo con la augusta comodidad de tus enunciaciones secas,
esboza tu nombre más humano en tu lenguaje favorito, el mudo.
Si algún día volviera a preguntarte y me dijeras, “soy tú, soy también tu sangre, déjame besarte las rodillas, disculpa este pequeño olvido de 24 años de silencio”, rezarías junto al cadáver de la niña que fui un “dios te salve porque yo no pude”, y aprenderías a llorar conmigo el dolor de no arriesgar el alma.
Quiero conocer tu nombre, ¿te gustaría conocer mis ojos?
Tu voz me llega siempre de espaldas, en eco, y cuando por fin me asomo a tu gesto más nimio, y lo apruebo, lo abrazo compasivamente como una migaja sagrada, tesoro de limosnero,
siento que estoy conquistando por fin un imperio de sal.
AUTORETRATO II
He salido al mundo, una bruja poseída,
rondando el aire negro, más valiente por ello;
soñando el mal, he sobrevolado
las casas planas, de luz en luz:
pobre solitaria, con mis doce dedos, enajenada.
Una mujer así no es una mujer, lo sé.
Yo he sido de ésas.
He encontrado las cuevas tibias del bosque,
las he llenado de sartenes, tallas, estantes,
de armarios, sedas, de incontables bienes;
he preparado la cena para los gusanos y los elfos:
llorando, aullando, ordenando lo que estaba mal.
A una mujer así no se la comprende.
Yo he sido de ésas.
He viajado contigo, carretero, saludando
con los brazos desnudos a los pueblos que dejábamos atrás,
aprendiéndome las últimas rutas de la claridad, superviviente
allí donde tus llamas aún muerden mis muslos
y crujen mis costillas bajo la presión de tu carreta.
Una mujer así no se avergüenza de morir.
Yo he sido de ésas.
Anne Sexton.
Fui milagro, caminé sin trasplante de fémur, respiré sin oxígeno artificial, lloré sin temor a equivocarme, izé mi manito izquierda en nombre de la poesía, inescrupulosa, sincera; me declaré hija de los espíritus de Oriente, discípula de todas las brujas, tarotista, inventora, fabulante; acepté la guerra como sino, luego como purgación, la primera palabra que escribí fue AMO ET, inversa y revolucionada, asumí que podía ser raptada y nunca me raptaron, acepté que podían partirme en pedacitos a la vuelta de la esquina, nunca hubo puñal que me alcanzara, invicta entre estas calles me quité los trapos rojos y acepté el hechizo de mi tia con su imposición de manos para despedir el asma, me crié en un matriarcado chueco, tanteando a oscuras el amor.
Mi regalo de cumpleaños número nueve fue conocer la cuchilla en mis encías, por primera vez sabría que es tener el diente más importante, el frontal. Conocí la sonrisa, por fin conocí el juego.
Ya tuve el mejor cabello de la cuadra, leí cuentos de terror a mis amigos y les hablé de espíritus mundanos, aprendí a escribir por inercia grandes tratados de melancolía, ya elegí el arte a toda costa, mientras me dijeron en segundo grado que no sabría nunca dibujar, aprendí a no temerle al silencio engullendo mi boca, ese mismo que tantas veces me condenó al exilio, me salté grados en primaria, aburrida en demasía, respondí a todas las preguntas, me perdí con todas las respuestas, viajé a suprapaíses preguntando por dios. Una niña triste que aprendió a sonreír sin esbozar los dientes, la alergia, la alegría obtusa. Fui musa y sucubo, la mejor cadera entre estos pantalones, reina del decadentismo, valiente esteta de cloaca. Madre, he fallado con mi plañidera predilecta, padre, fallé en heredar tu frialdad.
CONTINGENCIA
Mientras todo se derrumba
Cuento las partículas de polvo detrás de cada uno de mis actos.
Mientras todo se derrumba
Una mujer es masacrada
Y espero que nazca un río de mis piernas y que mi boca ya no enuncie sacrificios
Pero un niño igual muere de hambre.
Mientras todo se derrumba
Estoy sola, en la esquina remota de mi cama
Y los ojos de un verdugo me miran
Repitiendo incesantes
Que haber tirado la primera piedra no
confirma que en efecto estamos vivos;
Solo alarga secretamente el sueño
y todo son figuras parecidas,
pero la historia nunca ha sido más amable
una ilusión, un trance.
Ya dije, que mientras todo se derrumba,
Escribo en la esquina remota de mi cama,
Y las palabras cambiarían el mundo,
Pero no usamos el amor
como se debe.
MI MADRE PINTA
Mi madre se enfurece cuando digo
que no creo en la pensión
ni en salvaguardar mis fragilidades
en garantías estatales.
Mi madre me hizo esteta,
Me obligó a romper mi propio límite,
Le puso pelos a las calaveras
Años a mis primeras lecturas
Lápices a mi mano izquierda.
Germinando rosas
en territorios baldíos.
Madre, tú que pintas sobre lienzos
Paisajes al óleo, retratos,
Recuerdas en esos momentos,
¿La hipoteca, la banca, el mercado?
Podría ahora morirme
arrodillada ante la hoja en blanco
Madre,
yo que escribo insomne,
Paisajes, retratos, signos
sin sentido alguno por la vida
más allá de estas creaciones;
Nosotros, jóvenes,
que moriremos sin haber viajado,
que nos reusamos a entregarle la vida a una empresa prefiriendo empeñar el alma a algún espíritu salvaje del camino.
¡Madre, madre!
Tú que sí creíste en la pensión
Y confiaste tus fragilidades al estado,
Tú que invertiste en la bolsa, en inmobiliarias y arriendos, que forjaste un imperio con tus pies descalzos venidos de algún pueblo de Antioquia.
Madre, compárteme una herencia,
Para poder escribir.
HISTORIAS LARGAS CON HOMBRES MUY CORTOS
¿Y la mujer?
La mujer lava su corazón.
Se lo han arrancado
y se lo han quemado
y como último acto
lo enjuaga en el río.
Este es el mercado de la muerte.
¿Dónde están tus méritos, América?
Anne Sexton
La extensión temporal del tedio la otorga el caos.
No somos las madres de esos huérfanos.
La bola de alambre en mi garganta tiene caducidad lúcida.
El carácter brilla por su ausencia en la breve longitud de la palabra que es mentira.
Inusitado exorcismo de heridas abiertas.
Me las coso abriendo ampliamente los ojos.
Que no se repita, que no se repita, que no se repita la angustia.
Que se atienda, que se escuche, la intuición afincada en el pecho.
Que se accione, de inmediato un salto de avanzada aún con miedo,
aunque en la oquedad de la clavícula hayan rastros de nostalgia
y sobre nuestras historias pese la estupidez como una enfermedad.
¡Dar un salto de avanzada!
Que ya vendrán detrás los que no oyeron.
Diana Carolina Gutiérrez Montoya (Medellín, 1995). Estudiante de Historia, Comunicadora Audiovisual de la UdeM, diplomada en pedagogía, docente de crítica de cine y fotografía, egresada de la Escuela de Crítica de cine de Medellín. Apasionada por la historia del arte, poeta y escritora, ha sido publicada en distintos medios locales como Revista La Malparida, La nave de los necios, La Innombrable e internacionales como la Revista Yuyarccuni, tanto en poesía como ensayo crítico. Tiene dos poemarios publicados, Ese Delirio, 2017 y La mujer de correría, 2020. Actualmente se dedica a la escritura para medios.