Revista Latinoemerica de Poesía

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El emperador de los relojes de agua de Yusef Komunyakaa



Presentamos, en exclusiva, una selección del libro El emperador de los relojes de agua del poeta norteamericano Yusef Komunyakaa, publicado por Pre-Textos, 2017 y traducido por Adalber Salas Hernández.

 

 

 


PRESAGIOS

Ella. Sus párpados estaban pintados de azul.
Cuando cerró sus ojos el mar
irrumpió como cien carrozas ardientes,

dejando a su paso en el cielo & en la tierra
un silencio milenario. Él estaba parado
bajo un alto ventanal, observando

los barcos pesqueros más allá de los diques, sus
redes desplegadas, sus gestos de mar adentro,
el baile de lo vivo rodeado por un séquito de azul.

Él sólo era el bufón principal de la corte.
Lo que decía & hacía los ponía a reír,
pero últimamente lo que creía que sabía

podría costarle la lengua pulida & la peluca real. Era
el payaso enmascarado desenmascarando al emperador.
Olvídate de la revelación. Olvídate del mar salobre.

Había visto a la arrebatadora emperatriz desnuda
en una pose prohibida. Sus ojos azul sombra.
Conchas aguamarina molidas con lodo y lombrices.

De todos modos, si dijera la mitad de lo que ha sido presagiado,
su majestad se volvería un muchacho sollozante
echado al pie de las Columnas de Hércules.

 

 

 

 



EL RELOJ DE AGUA

Una caja de engranajes descansa sobre un hipopótamo de ébano,
hecha para contar las estaciones. Te muestro un esbozo del flotador,
cómo roba besos húmedos de una boca, la barriga bulbosa
hinchada de horas, mi mano izquierda en el dobladillo de tu falda.
¿Cuántos imperios derribados habitan aquí, impulsados por un reloj
de sol, por revoluciones o renacimientos? Estoy en un ensueño otra vez,
mi rostro presionado contra la pared de cristal redondo del acuario,
mientras hipopótamos se deslizan lentamente por el agua, al ritmo de una
canción en mis audífonos. ¿Por qué no puedo dejar de entonar el alquimista
que usó el reloj para viajar de un mundo a otro & transformar el plomo en oro?
Alguna vez, en un burdel en Atenas, una réplica de esto contaba los minutos
que cada cliente pasaba en una habitación. Si esto es un pie de página
a cómo uno define un día, nadie conoce este artilugio tan bien
como el superintendente de los granjeros que debitan el agua.
Los higos verde oscuro maduran bajo la luna. Aves migratorias
alzan el vuelo desde los hombros de espantapájaros al alba & llegan
a un nuevo reino con el anochecer, verdadero como la rueda
de escape del reloj. El puente de signos zodiacales atraviesa la cima.
Toda una vida hace equilibrio en mis dedos, sobre el broche plateado
de tu sostén, mientras se acerca la primavera rapaz. Tu enagua cae
en el piso & se hace ondas a nuestros pies mientras el cereus florece.
Todos los mecanismos dulces surcan el cielo & la tierra,
& un agujero gotea segundos a través del bronce.

 

 

 

 

 

LIMONES

Tres o cuatro en el bolsillo de un marinero
o incluso uno escondido en la esquina
de un bolso de viaje pueden ser vida o muerte
en altamar, extraviados entre los alisios,
haciendo harapos de las velas, el día & la noche
de Neptuno golpeados & amasados en madera
astillada engalanada por vientos duros.
Ahora, un quejumbroso barco fantasma
no navega más que hacia su propio
olvido, papilla amarga & pescado salado
en las panzas crudas de los marineros,
ni un grito de caza en sus cabezas tormentosas –
una rasgadura & un ardor en la tripa,
pero dos o tres días es para siempre
aquí bajo un cielo saqueado,
& un limón es grande como el sol
que se levanta de las aguas tropicales.

 

 

 

 

 

ACEITE DE CACHALOTE

Escondido en una barricada de grasa
& hueso, arponeado seis veces,
el gigante se tornó un dinamo
enganchado a seis cuerdas tensas,
saltando sobre el bote a través de las olas
hacia el faro borroso.

Sangró un largo silencio, pero
hombres con chubasqueros trabajaron
con luces hidráulicas sobre
el agua, caminaron su flanco
& la despedazaron para llevarla a un
depósito de talla de marfil en Nantucket.

¿Lastre, piedra o mazo?
Hendieron el cráneo
& bajaron al muchacho
para que acarreara baldes de
aceite para velas que ardían
un brillo lento, limpio, blanco.

Con diez años, casi era un hombre
cuyos pies se hundían en el seboso
fango gris ámbar. El sudor
goteaba sobre la hora larga.
Grande como un barril, la cabeza
tenía el eco de una nave de iglesia.

 

 

 

 

Yusef Komunyakaa (Bogalusa, Lusiana, 1947). Profesor en la Universidad de Nueva York, obtuvo en 1994 el prestigioso Premio Pulitzer por su libro Neon Vernacular: New and Selected Poems.

 

 

 



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