Revista Latinoemerica de Poesía

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Extrañeza de Poeta en Nueva York



Extrañeza de Poeta en Nueva York

Por Diego Peña

Al hablar del libro que Federico García Lorca escribió entre 1929 y 1930 suele emplearse un lugar común: ese libro es extraño dentro de la obra literaria del español. Me parece que ese lugar común tiene razón, aunque sea una razón parcial. Parcial porque, a mi entender, no es del todo extraño ese poemario para una persona tan sensible como Lorca. Además, ¿un autor puede librarse del todo de sus otras formas de escribir? Tal vez, presento la siguiente selección y los siguientes apuntes para intentar entender qué hace a este libro extraño dentro de la producción del poeta. 

 

Paisaje de la multitud que orina[1]

(Nocturno de Battery Place)

Se quedaron solos:

aguardaban la velocidad de las últimas bicicletas.

Se quedaron solas:

esperaban la muerte de un niño en el velero japonés.

Se quedaron solos y solas,

soñando con los picos abiertos de los pájaros agonizantes,

con el agudo quitasol que pincha

al sapo recién aplastado,

bajo un silencio con mil orejas

y diminutas bocas de agua

en los desfiladeros que resisten

el ataque violento de la luna.

Lloraba el niño del velero y se quebraban los corazones

angustiados por el testigo y la vigilia de todas las cosas

Y porque todavía en el suelo celeste de negras huellas

gritaban nombres oscuros, salivas y radios de níquel.

No importa que el niño calle cuando le clavan el último alfiler,

ni importa la derrota de la brisa en la corola del algodón,

porque hay un mundo de muerte con marineros definitivos

que se asomarán a los arcos y os helarán por detrás de los árboles.

Es inútil buscar el recodo

donde la noche olvida su viaje

y acechar un silencio que no tenga

trajes rotos y cáscaras y llanto,

porque tan sólo el diminuto banquete de araña

basta para romper el equilibrio de todo el cielo.

No hay remedio para el gemido del velero japonés,

ni para estas gentes ocultas que tropiezan con las esquinas.

El campo se muerde la cola para unir las raíces en un punto

y el ovillo busca por la grama su ansia de longitud insatisfecha.

¡La luna! Los policías. ¡Las sirenas de los transatlánticos!

Fachada de crin, de humo; anémonas, guantes de goma.

Todo está roto por la noche,

abierta de piernas sobre las terrazas.

Todo está abierto por los tibios caños

de una terrible fuente silenciosa.

¡Oh gentes! ¡Oh mujercillas! ¡Oh soldados!

Será preciso viajar por los ojos de los idiotas,

campos libres donde silban mansas cobras deslumbradas,

paisajes llenos de sepulcros que producen fresquísimas manzanas,

para que venga la luz desmedida

que temen los ricos detrás de sus lupas,

el olor de un solo cuerpo con la doble vertiente de lis y rata

y para que se quemen estas gentes que pueden orinar alrededor de un gemido

o en los cristales donde se comprenden las olas nunca repetidas.

 

Al inicio, hablaba de la sensibilidad del poeta y aquí nos parece verla en su esplendor. Recordemos que Lorca viene de la parte rural de España, al menos de esa parte que no se puede llamar campesina o citadina: el pueblo Fuente Vaqueros. Es decir, lo que su ser percibió durante bastante tiempo, a mi parecer, fue una comunidad en la que la naturaleza estaba más presente y sus gentes unas más cerca de las otras. Creo ver en un libro como Romancero gitano que lo predominante es el río, el bosque, el grillo y las historias de personas muy cercanas a la voz poética. Sin embargo, esto desaparece aquí y el paisaje que se pinta es impersonal, con terrazas, veleros y transatlánticos, como si lo que golpea ahora al poeta fuera un escenario tan distinto que lo llevase a buscar nuevas formas para expresarlo. En ese sentido la sensibilidad juega un papel determinante en la posible extrañeza del poemario, pues García Lorca, al viajar a Estados Unidos, cambia sus referentes tradicionales y se deja tocar por los nuevos, los que tiene ahí a punta de yema.

 

 

Panorama ciego de Nueva York

Si no son los pájaros

cubiertos de ceniza,

si no son los gemidos que golpean las ventanas de la boda,

serán las delicadas criaturas del aire

que manan la sangre nueva por la oscuridad inextinguible.

Pero no, no son los pájaros,

porque los pájaros están a punto de ser bueyes;

pueden ser rocas blancas con la ayuda de la luna

y son siempre muchachos heridos

antes de que los jueces levanten la tela.

Todos comprenden el dolor que se relaciona con la muerte,

pero el verdadero dolor no está presente en el espíritu.

No está en el aire ni en nuestra vida,

ni en estas terrazas llenas de humo.

El verdadero dolor que mantiene despiertas las cosas

es una pequeña quemadura infinita

en los ojos inocentes de los otros sistemas.

Un traje abandonado pesa tanto en los hombros

que muchas veces el cielo los agrupa en ásperas manadas.

Y las que mueren de parto saben en la última hora

que todo rumor será piedra y toda huella latido.

Nosotros ignoramos que el pensamiento tiene arrabales

donde el filósofo es devorado por los chinos y las orugas.

Y algunos niños idiotas han encontrado por las cocinas

pequeñas golondrinas con muletas

que sabían pronunciar la palabra amor.

No, no son los pájaros.

No es un pájaro el que expresa la turbia fiebre de laguna,

ni el ansia de asesinato que nos oprime cada momento,

ni el metálico rumor de suicidio que nos anima cada madrugada.

Es una cápsula de aire donde nos duele todo el mundo,

es un pequeño espacio vivo al loco unisón de la luz,

es una escala indefinible donde las nubes y rosas olvidan

el griterío chino que bulle por el desembarcadero de la sangre.

Yo muchas veces me he perdido

para buscar la quemadura que mantiene despierta las cosas

y sólo he encontrado marineros echados sobre las barandillas

y pequeñas criaturas del cielo enterradas bajo la nieve.

Pero el verdadero dolor estaba en otras plazas

donde los peces cristalizados agonizaban dentro de los troncos;

plazas del cielo extraño para las antiguas estatuas ilesas

y para la tierna intimidad de los volcanes.

No hay dolor en la voz. Sólo existen los dientes,

pero dientes que callarán aislados por el raso negro.

No hay dolor en la voz. Aquí sólo existe la tierra.

La tierra con sus puertas de siempre

que llevan al rubor de los frutos.

 

 

El anterior poema nos puede revelar la imposibilidad de Lorca para desprenderse del todo de su raíz. También, nos hace ver que no es tan extraño el libro dentro de la producción de él. Vemos que no abandona la naturaleza y la hace, a pesar de que el poema sea el panorama de una ciudad, la esencia del lugar. Al leer otros poemarios de Lorca nos percatamos que el uso de sus imágenes suelen ser muy líricas, por no decir españolas, pues suele usar “objetos” que ya tienen relación con la cosa misma que se quiere expresar. Por ejemplo, para referirse al deseo se muestra un corazón caliente[2]. Sin embargo, en Poeta en Nueva York, las imágenes se corresponden más con una especie de surrealismo y por tanto su uso suele ser nuevo en relación con lo que se quiere decir. Gracias a esto, quizá, es que llega a encontrar y sugerirnos el dolor inefable como una posible unión entre toda la ciudad.

 

 

New york

Oficina y denuncia

A Fernando Vela

Debajo de las multiplicaciones

hay una gota de sangre de pato;

debajo de las divisiones

hay una gota de sangre de marinero;

debajo de las sumas, un río de sangre tierna.

Un río que viene cantando

por los dormitorios de los arrabales,

y es plata, cemento o brisa

en el alba mentida de New York.

Existen las montañas. Lo sé.

Y los anteojos para la sabiduría.

Lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.

Yo he venido para ver la turbia sangre.

La sangre que lleva las máquinas a las cataratas

y el espíritu a la lengua de cobra.

Todos los días se matan en New York

cuatro millones de patos,

cinco millones de cerdos,

dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,

un millón de vacas,

un millón de corderos

y dos millones de gallos,

que dejan los cielos hechos añicos.

Más vale sollozar afilando la navaja

o asesinar a los perros

en las alucinantes cacerías

que resistir en la madrugada

los interminables trenes de leche,

los interminables trenes de sangre

y los trenes de rosas maniatadas

por los comerciantes de perfumes.

Los patos y las palomas,

y los cerdos y los corderos

ponen sus gotas de sangre

debajo de las multiplicaciones,

y los terribles alaridos de las vacas estrujadas

llenan de dolor el valle

donde el Hudson se emborracha con aceite.

Yo denuncio a toda la gente

que ignora la otra mitad,

la mitad irredimible

que levanta sus montes de cemento

donde laten los corazones

de los animalitos que se olvidan

y donde caeremos todos

en la última fiesta de los taladros.

Os escupo en la cara.

La otra mitad me escucha

devorando, orinando, volando en su pureza,

como los niños de las porterías

que llevan frágiles palitos

a los huecos donde se oxidan

las antenas de los insectos.

No es el infierno, es la calle.

No es la muerte, es la tienda de frutas.

Hay un mundo de ríos quebrados

y distancias inasibles

en la patita de ese gato quebrada por el automóvil,

y yo oigo el canto de la lombriz

en el corazón de muchas niñas.

Óxido, fermento, tierra estremecida.

Tierra tú mismo que nadas

por los números de la oficina.

¿Qué voy a hacer? ¿Ordenar los paisajes?

¿Ordenar los amores que luego son fotografías,

que luego son pedazos de madera

y bocanadas de sangre?

San Ignacio de Loyola

asesinó un pequeño conejo

y todavía sus labios gimen

por las torres de las iglesias.

No, no, no, no; yo denuncio.

Yo denuncio la conjura

de estas desiertas oficinas

que no radian las agonías,

que borran los programas de la selva,

y me ofrezco a ser comido

por las vacas estrujadas

cuando sus gritos llenan el valle

donde el Hudson se emborracha con aceite.

 

 

Este poema, a mi parecer, se tambalea entre la tradición española y la anglosajona. La poesía española tiende a cifrar cada verso, mientras que la anglosajona tiende a ser más directa. La claridad puede ser una influencia de autores que haya leído el poeta en su viaje[3]. El poema se puede leer pensando que cada verso es una “metáfora” o que cada verso significa lo que captamos a primera vista. En cualquier caso, el autor quiere encontrar ese mecanismo que mata en la ciudad, como si nos propusiera que ha sido hecha para la muerte. Aquí, ya no existe esa moral cristiana que vemos en un poema como La casada infiel de Romancero gitano, sino una moralidad que abarca tanta vida que es capaz de inculpar hasta por la muerte de animales. Algo que percibe Lorca es que la ciudad tiene una moral que nos incluye a todos y por tanto nos une. ¿Acaso por esto los textos de este poemario son “extraños”, porque revuelven buena parte del mundo? Termino con un poema que puede responder la pregunta:

 

 

Pequeño poema infinito

         Para Luis Cardoza y Aragón

Equivocar el camino

es llegar a la nieve

y llegar a la nieve

es pacer durante veinte siglos las hierbas de los cementerios.

Equivocar el camino

es llegar a la mujer,

la mujer que no teme la luz,

la mujer que mata dos gallos en un segundo,

la luz que no teme a los gallos

y los gallos que no saben cantar sobre la nieve.

Pero si la nieve se equivoca de corazón

puede llegar el viento Austro

y  como el aire no hace caso de los gemidos

tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios.

Yo vi dos dolorosas espigas de cera

que enterraban un paisaje de volcanes

y vi dos niños locos que empujaban llorando las pupilas de un asesino.

Pero el dos no ha sido nunca un número

porque es una angustia y su sombra,

porque es la guitarra donde el amor se desespera,

porque es la demostración de otro infinito que no es suyo

y es las murallas del muerto

y el castigo de la nueva resurrección sin finales.

Los muertos odian el número dos,

pero el número dos adormece a las mujeres

y como la mujer teme la luz

la luz tiembla delante de los gallos

y los gallos sólo saben volar sobre la nieve

tendremos que pacer son descanso las hierbas de los cementerios. 

 

 

Diego Peña (Bogotá, 1996) Escritor, estudiante de Creación Literaria en la Universidad Central y Filología Clásica en la Universidad Nacional. Quedó en el tercer puesto en el concurso de cuento Andrés Caicedo y finalista en el concurso Mirabilia de cuentos de ciencia ficción. Ha sido ponente en varios eventos como el I encuentro de programas de Creación Literaria y  Escrituras Creativa de las Américas.  Es director del grupo literario Contracartel. 

 

[1] Todos los poemas fueron tomados de las Obras selectas publicadas por Austral Summa.

[2] De poema Deseo (1920) en Libro de poemas.

[3] Ver Oda a Walt Whitman, una especie de poema-ensayo, pues Lorca reinterpreta la obra del norteamericano a través de la misma poesía.  



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