136. Néstor Mendoza
Santiago Espinosa ha preparado una selección del poeta y ensayista Néstor Mendoza (Mariara, Venezuela, 1985). Forma parte del comité de redacción de la revista Poesía (U.C.). Ha publicado los libros Andamios (2012) y Pasajero (2015). En el 2011, recibió el IV Premio Nacional Universitario de Literatura «Alfredo Armas Alfonzo».
PRIMITIVO
Habito una cueva que abre la boca
todos los días para albergar mi carne.
Afuera, existe un hogar más espacioso,
poblado de criaturas con dientes
y cuellos interminables,
escasos árboles y mucha sed.
Todos ellos me hacen sentir
un pedazo excesivo del paisaje.
En ocasiones, mis ideas van más allá
de la sobrevivencia y el instinto.
Más allá del acostumbrado acto
de cazar, degollar y deshuesar,
de recoger agua en esta olla
que inventé hace cuatro soles.
Mi hogar es infinito y debe haber
alguien que haya inventado
el tamaño de las piedras
y el color de los animales.
Sólo me limitaré a reconocer
un dios para cada cosa que vea.
A temerle a la noche.
A nombrar cada descubrimiento.
PESCADO
Detrás de la cabeza y los ojos
aún queda un poco de carne.
Si tuvieras tiempo suficiente
entre cada bocado
harías un conteo de las espinas,
de las escamas que olvidaste desencajar.
Debes comer, no dejar sobras.
Imagina que el pez nadó hasta tu plato
olvidando su hogar debajo de las olas.
Imagina que se deshizo del sol,
de las algas,
que ya no va a desovar.
Alimenta tu carne con nueva carne.
El pescado está frito.
No temas.
Si no sangra no hay pecado.
ANDAMIOS
Los andamios elevan y sujetan.
Tu vida depende de su eficacia,
de que conserven la solidez
del equilibrio de los cables.
Te entregas al oficio de sostener
el cuerpo de quien trabaja en la altura.
Advierto tu silueta que se muestra
en el andamio.
Y la mano que se ajusta a la vida
y depende sólo de las tablas firmes
que impiden la caída.
Eres el equilibrista;
quien limpia las ventanas, quien pinta,
quien coloca los ladrillos.
Crees ser el dueño de la elevación
y de la brisa de las palomas.
Dios es pura altura, dices, y dejas de temerle.
DESCOMPOSICIÓN
La guayaba se pudre
de adentro
hacia afuera.
No quiere desprenderse
de las ramas aunque
su cuerpo sienta
que la tierra hala
su jugo,
que llama
los gusanos y la pulpa.
(Si alguien mordiera
la guayaba
no sabría diferenciar
la suavidad de ninguno.)
Su oficio es estar allí,
alta y confiada,
dejarse perforar por algún pico,
ablandarse antes de caer.
EL PUENTE
En ambos extremos del puente
los remaches petrificados
inmovilizan las cuerdas.
Los paseantes no pierden el tiempo
en detallar los cambios que los años
han marcado en la estructura.
Es el mismo puente: no es necesario mayor
esfuerzo para nombrarlo de nuevo.
Fundado hace cincuenta años,
por personas que probablemente ya han muerto,
mantiene la utilidad de siempre:
debajo, el mismo río sin filosofía,
niños que juegan a ahogarse,
dos muchachos que se tocan escondidos
en la leve corriente para disimular el roce.
Los paseantes van de punta a punta con la
naturalidad acostumbrada.
No hay un asombro que les indique
una nueva interpretación.
PASAJERO
El abrazo de los pasajeros
en este espacio limitado;
el abrazo accidental que nadie pide,
que llega como ofrenda.
Cuerpos extraños se acercan,
brazos que sujetan el acero,
hombres con sus viandas cruzadas en el pecho.
Hay un poco de inocencia
en estos perfiles:
algunos cierran los ojos
en un sueño momentáneo,
se dejan detallar, auscultar.
Sin que lo noten, prestan una mueca íntima,
un gesto breve.
Admiro a las personas que duermen
en el autobús, ofrendan el sueño y no lo saben.
El pasajero anciano y el pasajero joven
se encuentran en el mismo asiento,
comparten la misma ruta y no lo saben.
Se dejan llevar a otra avenida, para extraviarse,
mudar de una vez el trayecto establecido.
La mujer que anticipa su parada
se desplaza entre tantos,
rozan su cuerpo y nada dice.
El riesgo me ha hecho que mire a la cara,
ver qué hay en los ojos, si hay maldad dormida.
Gente buena me mira, en el bus, y escarbo
su costado amable, muy adentro.
La mirada serena cuesta mucho.
Repito una oración incompleta,
que me sirva de ángel, que salve el trayecto.
El semáforo es una buena excusa
para pensar en los trámites del día.
Es suficiente la transición
sin pausas del rojo al verde,
es mi casa la brevedad del amarillo,
los tres segundos
que unen ambos colores.
BARBERÍA
De pie,
un hombre rasura a otro,
frente al espejo que repite su altura.
El que está sentado agradece la navaja,
el trazo suave que poda el cabello
y alinea las patillas.
Con poca resistencia
olvida la fuerza del puño
y da la bienvenida a la tijera,
al corte preciso sin marcas.
Hay un gesto masculino, paterno,
que ambos notan, se impone.
Es preciso hablar de la estadística del béisbol,
o de la mujer que se desnudó ayer,
para volver a lo que siempre han sido.
T40
Cómo lidiar con estas sucesivas capas de frío,
diferenciarlas, clasificarlas y darles una posición
más allá de lo que este cuerpo
percibe mientras camina y se pierde.
Tanta ropa puesta debe significar algo distinto
en este recorrido que ya empieza a ser habitual,
que ha logrado superar la justa numeración
de calles y carreras, y que no olvida aquellos
episodios de sol que vio durante tanto tiempo,
y que ahora –lo empieza a notar– se van sustituyendo
por bosquejos de otro sol en determinados lapsos del día.
Podría parecerse tanto pero no es igual, no puede serlo,
tampoco el giro que siente su pecho o el dolor
que allí mismo radica y no sabe diferenciar.
Otro escenario, luego de la crisis –otra etapa de la crisis–
trae abrigos obsequiados, sustituye ropas cortas por ropas largas,
acentos conocidos y otras maneras de insultar y de agradecer,
cambia cadencias habladas que no caen mal al oído.
El clima prescribe la tristeza o la esperanza
y la quietud que él va alternando tras cada cruce.
NÉSTOR MENDOZA (Mariara, Venezuela, 1985). Poeta, ensayista y gestor cultural. Licenciado en Educación, mención Lengua y Literatura por la Universidad de Carabobo. Realizó estudios de Literatura Latinoamericana (UPEL, Maracay, Venezuela). Forma parte del comité de redacción de la revista Poesía (U.C.) y del comité organizador de la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo (FILUC). Ha publicado los libros Andamios (Editorial Equinoccio, Caracas, 2012) y Pasajero (Dcir Ediciones, Caracas, 2015). En el 2011, recibió el IV Premio Nacional Universitario de Literatura «Alfredo Armas Alfonzo». Su trabajo ha sido incluido en Destinos portátiles, muestra de poesía venezolana reciente (Lima, Perú, 2015) y es uno de los jóvenes autores retratados en Nuevo país de las letras (Banesco, Venezuela, 2016). Integra el equipo de colaboradores de la revista bilingüe Latin American Literature Today (LALT), editada por la Universidad de Oklahoma. En el «Papel Literario» (El Nacional) mantiene la columna «Espacios en Blanco», en la cual ofrece reseñas sobre poesía venezolana. Con el poema «Díptico del laberinto» resultó finalista en el I Premio Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas (2016). En Ediciones «Letra Muerta», forma parte del consejo editorial y es responsable de la columna «Correspondencias». Su trabajo poético ha sido traducido parcialmente al inglés, italiano y alemán.