150 años de Charles Baudelaire
Selección de Henry Alexander Gómez
Hace 150 años murió Charles Baudelaire uno de los padres de la lírica moderna. Los recordamos con una selección de los poemas más representativos del libro Las flores del mal publicado por primera vez en 1857. “Los poemas de Baudelaire mutaban la estética romántica del sueño para volcarse a una realidad mucho más cercana y palpable. La belleza era ahora transmitida por el pecado y las pasiones sombrías del hombre; era lo maligno, lo feo, lo grotesco y todo aquello que la sociedad repugnaba, lo que alimentaba su tempestad poética.”
Charles Baudelaire
Francia, 1821-1867
“Todos los imbéciles de la burguesía que pronuncian las palabras inmoralidad, moralidad en el arte y demás tonterías me recuerdan a Louise Villedieu, una puta de a cinco francos, que una vez me acompañó al Louvre donde ella nunca había estado y empezó a sonrojarse y a taparse la cara. Tirándome a cada momento de la manga, me preguntaba ante las estatuas y cuadros inmortales cómo podían exhibirse públicamente semejantes indecencias”
Les Fleurs du mal
Versiones de Antonio Martínez Sarrión
AL LECTOR
¿Afanan nuestras almas, nuestros cuerpos socavan
La mezquindad, la culpa, la estulticia, el error,
y, como los mendigos alimentan sus piojos,
Nuestros remordimientos, complacientes nutrimos.
Tercos en los pecados, laxos en los propósitos,
Con creces nos hacemos pagar lo confesado
Y tornamos alegres al lodoso camino
Creyendo, en viles lágrimas, enjugar nuestras faltas.
En la almohada del mal, es Satán Trimegisto
Quien con paciencia acuna nuestro arrobado espíritu
y el precioso metal de nuestra voluntad,
íntegro se evapora por obra de ese alquímico.
¡El diablo es quien maneja los hilos que nos mueven!
A los objetos sórdidos les hallamos encanto
E, impávidos, rodeados de tinieblas hediondas,
Bajamos hacia el Orco un diario escalón.
Igual al disoluto que besa y mordisquea
El lacerado seno de una vieja ramera,
Si una ocasión se ofrece de placer clandestino
La exprimimos a fondo como seca naranja.
Denso y hormigueante, como un millón de helmintos,
Un pueblo de demonios danza en nuestras cabezas
Y, cuando respiramos, la Muerte, en los pulmones
Desciende, río invisible, con apagado llanto.
Si el veneno, el puñal, el incendio, el estupro,
No adornaron aún con sus raros dibujos
El banal cañamazo de nuestra pobre suerte,
Es porque nuestro espíritu no fue bastante osado.
Mas, entre los chacales, las panteras, los linces,
Los simios, las serpientes, escorpiones y buitres,
Los aulladores monstruos, silbantes y rampantes,
En la, de nuestros vicios, infernal mezcolanza
¡Hay uno más malvado, más lóbrego e inmundo!
Sin que haga feas muecas ni lance toscos gritos
Convertiría, con gusto, a la tierra en escombro
Y, en medio de un bostezo, devoraría al Orbe;
¡Es el Tedio! -Anegado de un llanto involuntario,
Imagina cadalsos, mientras fuma su yerba.
Lector, tu bien conoces al delicado monstruo,
-¡Hipócrita lector -mi prójimo-, mi hermano!
DE SPLEEN E IDEAL
EL ALBATROS
Por distraerse, a veces, suelen los marineros
Dar caza a los albatros, grandes aves del mar,
Que siguen, indolentes compañeros de viaje,
Al navío surcando los amargos abismos.
Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
Estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
Dejan penosamente arrastrando las alas,
Sus grandes alas blancas semejantes a remos.
Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa,
Aquél, mima cojeando al planeador inválido!
El Poeta es igual a este señor del nublo,
Que habita la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
Sus alas de gigante le impiden caminar.
CORRESPONDENCIAS
La Natura es un templo donde vividos pilares
Dejan, a veces, brotar confusas palabras;
El hombre pasa a través de bosques de símbolos
que lo observan con miradas familiares.
Como prolongados ecos que de lejos se confunden
En una tenebrosa y profunda unidad,
Vasta como la noche y como la claridad,
Los perfumes, los colores y los sonidos se responden.
Hay perfumes frescos como carnes de niños,
Suaves cual los oboes, verdes como las praderas,
Y otros, corrompidos, ricos y triunfantes,
Que tienen la expansión de cosas infinitas,
Como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso,
Que cantan los transportes del espíritu y de los sentidos.
LA MUSA ENFERMA
Mi Pobre musa, !ay! ¿qué tienes este día?
Pueblan tus vacuos ojos las visiones nocturnas
Y alternándose veo reflejarse en tu tez
La locura y el pánico, fríos y taciturnos.
¿El súcubo verdoso y el rosado diablillo
El miedo te han vertido, y el amor, de sus urnas?
¿Con su puño te hundieron las foscas pesadillas
En el fondo de algún fabuloso Minturno?
Quisiera que, exhalando un saludable olor,
Tu seno de ideas fuertes se viese frecuentado
Y tu cristiana sangre fluyese en olas rítmicas,
Como los sones múltiples de las sílabas viejas
Donde, reinan Por turno Febo, padre del canto,
Y el gran Pan, cuyo imperio se extiende por las mieses.
UNA CARROÑA
Recuerdas el objeto que vimos, mi alma,
Aquella hermosa mañana de estío tan apacible;
A la vuelta de un sendero, una carroña infame
Sobre un lecho sembrado de guijarros,
Las piernas al aire, como una hembra lúbrica,
Ardiente y exudando los venenos,
Abría de una manera despreocupada y cínica
Su vientre lleno de exhalaciones.
El sol dardeaba sobre aquella podredumbre,
Como si fuera a cocerla a punto,
Y restituir centuplicado a la gran Natura,
Todo cuanto ella había juntado;
Y el cielo contemplaba la osamenta soberbia
Como una flor expandirse.
La pestilencia era tan fuerte, que sobre la hierba
Tú creíste desvanecerte.
Las moscas bordoneaban sobre ese vientre podrido,
Del que salían negros batallones
De larvas, que corrían cual un espeso líquido
A lo largo de aquellos vivientes harapos.
Todo aquello descendía, subía como una marea,
O se volcaba centelleando;
Hubiérase dicho que el cuerpo,
inflado por un soplo indefinido,
Vivía multiplicándose.
Y este mundo producía una extraña música,
Como el agua corriente y el viento,
O el grano que un cosechador con movimiento rítmico,
Agita y revuelve en su harnero.
Las formas se borraron y no fueron sino un sueño,
Un esbozo lento en concretarse,
Sobre la tela olvidada, y que el artista acaba
Solamente para el recuerdo.
Detrás de las rocas una perra inquieta
Nos vigilaba con mirada airada,
Espiando el momento de recuperar del esqueleto
El trozo que ella había aflojado.
—Y sin embargo, tú serás semejante a esa basura,
A esa horrible infección,
Estrella de mis ojos, sol de mi natura,
¡Tú, mi ángel y mi pasión!
¡Sí! así estarás, oh reina de las gracias,
Después de los últimos sacramentos,
Cuando vayas, bajo la hierba y las floraciones crasas,
A enmollecerte entre las osamentas.
¡Entonces, oh mi belleza! Dile a la gusanera
Que te consumirán a besos,
Que yo he conservado la forma y la esencia divina
De mis amores descompuestos.
EL VAMPIRO
Tú que como una cuchillada
entraste en mi triste pecho,
tú que, fuerte cual un rebaño
de demonios, viniste, loca,
a hacer tu lecho y tu dominio
en mi espíritu humillado.
--Infame a quien estoy unido
como a su cadena el galeote,
corno al juego el jugador,
como a la botella el borracho
como al gusano la carroña,
--¡maldita seas, maldita!
Rogué al rápido puñal
que mi libertad conquistara
dile al pérfido veneno
que socorriese mi cobardía.
Mas ¡ay! puñal y veneno
despreciándome, me han dicho:
"No mereces que te arranquen
de esa maldita esclavitud,
¡imbécil! --si de su imperio
nuestro esfuerzo te librara,
tus besos resucitarían de tu vampiro ¡el cadáver!".
CUADROS PARISENSES
A UNA TRANSEÚNTE
La calle atronadora aullaba en torno mío.
Alta, esbelta, enlutada, con un dolor de reina
Una dama pasó, que con gesto fastuoso
Recogía, oscilantes, las vueltas de sus velos,
Agilísima y noble, con dos piernas marmóreas.
De súbito bebí, con crispación de loco.
Y en su mirada lívida, centro de mil tomados,
El placer que aniquila, la miel paralizante.
Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza
Cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer.
¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás?
¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca!
Que no sé a dónde huiste, ni sospechas mi ruta,
¡Tú a quien hubiese amado. Oh tú, que lo supiste!
EL CREPÚSCULO MATUTINO
La diana resonaba en todos los cuarteles
Y apagaba las lámparas el viento matutino.
Era la hora en que enjambres de maléficos sueños
Ahogan en sus almohadas a los adolescentes;
Cuando tal palpitante y sangrienta pupila,
La lámpara en el día traza una mancha roja
Y el alma, bajo el peso del cuerpo adormilado,
Imita los combates del día y de la lámpara.
Como lloroso rostro que enjugase la brisa,
Llena el aire un temblor de cosas fugacísimas
Y se cansan los hombres de escribir y de amar.
Empiezan a humear acá y allá las casas,
Las hembras del placer, con el párpado lívido,
Reposan boquiabiertas con derrengado sueño;
Las pobres, arrastrando sus fríos y flacos senos,
Soplan en los tizones y soplan en sus dedos.
Es la hora en que, envueltas en la mugre y el frío,
Las parturientas sienten aumentar sus dolores;
Como un roto sollozo por la sangre que brota
El canto de los gallos desgarra el aire oscuro;
Baña los edificios un océano de niebla,
y los agonizantes, dentro, en los hospitales,
Lanzan su último aliento entre hipos desiguales.
Los libertinos vuelven, rotos por su labor.
La friolenta aurora en traje verde y rosa
Avanzaba despacio sobre el Sena desierto
Y el sombrío Paris, frotándose los ojos,
Empuñaba sus útiles, viejo trabajador.
EL VINO
EL VINO DE LOS AMANTES
¡Hoy el espacio es fabuloso!
Sin freno, espuelas o brida,
Partamos a lomos del vino
¡A un cielo divino y mágico!
Cual dos torturados ángeles
Por calentura implacable,
En el cristal matutino
Sigamos el espejismo.
Meciéndonos sobre el ala
De la inteligente tromba
En un delirio común,
Hermana, que nadas próxima,
Huiremos sin descanso
Al paraíso de mis sueños.
EL VINO DEL ASESINO
¡Ahora que ella ha muerto yo soy libre
y puedo emborracharme cuando quiera!
Cuando volvía a casa sin un céntimo
me destrozaba el alma con sus gritos.
Ahora soy dichoso como un rey;
el aire es puro, el cielo es admirable…
Recuerdo que también fue como éste
aquel verano en que la conocí.
Esta sed espantosa que me abrasa
para calmarse necesita al menos
de tanto vino como quepa allí,
en su tumba, lo cual no es decir poco:
en el fondo de un pozo la he arrojado,
y además he cubierto su cadáver
con piedras que formaban el brocal.
¡Intentaré olvidarla, si es posible!
Invocando amorosos juramentos
de los que nada puede desligarnos,
y para hacer las paces y volver
a la embriaguez de aquellos buenos tiempos,
le rogué que acudiera a aquella cita,
cita nocturna en un camino oscuro.
¡Y acudió! ¡Qué mujer más insensata!
¡Todos estamos más o menos locos!
Vi que todavía era muy hermosa,
aunque ya fatigada. En cuanto a mí,
la amaba demasiado. Y ésta fue
la razón dedecirle: ¡Has de morir!
Nadie va a comprenderme. Sé que nunca
uno de esos obtusos borrachines
pensó en el desvarío de sus noches
hacer una mortaja con el vino.
Ninguno de esos crápulas, tan sólidos
como una de esas máquinas de hierro,
ni durante el invierno ni en verano
ha conocido el verdadero amor,
con sus encantamientos de negrura,
su cortejo infernal de mil temores,
sus frascos de veneno, con sus lágrimas,
sus ruidos de cadena y de osamenta.
¡Por fin me siento libre y estoy solo!
Esta noche estaré como una cuba;
y sin temor y sin remordimiento
me tenderé en el suelo una vez más
porque quiero dormir a pierna suelta.
Y las pesadas ruedas de los carros
con su carga de piedras y de fango
o los trenes rabiosos, bien podrían
mi culpable cabeza machacar
o dividir mi cuerpo en dos pedazos.
Yo me río de todo, del Demonio,
de Dios y de la corte celestial.
LAS FLORES DEL MAL
MUJERES CONDENADAS
Como bestias inmóviles tumbadas en la arena,
Vuelven sus ojos hacia el oceánico horizonte,
Y sus pies que se buscan y sus manos unidas,
Tienen dulces caídas y temblores amargos.
Las unas, corazones que aman las confidencias,
En el fondo del bosque donde el arroyo canta,
Deletrean el amor de su pubertad tímida,
Y marcan en el tronco a los árboles tiernos;
Las otras, como hermanas, andan graves y lentas,
A través de las peñas llenas de apariciones,
Donde San Antonio vio surgir como la lava
Aquellas tentaciones con los senos desnudos;
Y las hay, que a la luz de líquidas resinas,
En el hueco ya mudo de los antros paganos,
Te llaman en auxilio de su aulladora fiebre.
¡Oh Baco, que adormeces todas las inquietudes!
Y otras, cuyas gargantas lucen escapularios,
Que, un látigo ocultando bajo sus largas ropas,
Mezclan en las sombrías y solitarias noches,
La espuma del placer con el llanto del suplicio.
Oh vírgenes, oh monstruos, oh demonios, oh mártires,
De toda realidad desdeñosos espíritus,
Ansiosas de infinito, devotas, vampiresas,
Ya crispadas de gritos, ya deshechas en llanto.
Vosotras, a quien mi alma persiguió en tal infierno,
¡Hermanas mías!, os amo y os tengo compasión,
Por vuestras penas sordas, vuestra insaciable sed
y las urnas de amor que vuestro pecho encierra.
LA METAMORFOSIS DEL VAMPIRO
La dama, entre tanto, de su labios de fresa
estremeciéndose como una serpiente entre brasas
y amasando sus senos sobre el duro corsé,
Decía estas palabras impregnadas de almizcle:
Son húmedos mis labios y la ciencia conozco
de perder en el fondo de un lecho la conciencia,
Seco todas las lágrimas en mis senos triunfales.
y hago sonreír a los viejos con infantiles risas.
Soy para quien sepa contemplarme desvelada,
la luna, y soy el sol, el cielo y las estrellas.
Yo soy, mi amado sabio, tan docta en los deleites,
Cuando sofoco a un hombre en mis brazos temidos,
o cuando a los mordiscos abandono mi busto,
tímida y ligera y frágil y robusta,
Que en esos cobertores que de emoción se rinden,
Impotentes los ángeles se perdieran por mí.
Cuando hubo succionado de mis huesos la médula
y muy lánguidamente me volvía hacia ella
A fin de devolverle un beso, sólo vi
rebosante de pus, un cáliz pegajoso.
Yo cerré los dos ojos con helado terror
y cuando quise abrirlos a aquella claridad,
A mi lado, en lugar del fuerte maniquí
que parecía haber hecho provisión de mi sangre,
en confusión chocaban fragmentos de esqueleto,
De los cuales se alzaban chirridos,
como los de una agria e infernal veleta,
o los de un cartel, al cabo de un vástago de hierro,
que acaricia el viento en las noches de invierno.
REBELIÓN
ABEL Y CAÍN
I
Raza de Abel, traga y dormita;
Dios te sonríe complacido
Raza de Caín, en el fango
Cae y miserablemente muere.
Raza de Abel, tu sacrificio
¡Le huele bien al Serafín!
Raza de Caín, tu suplicio
¿Tendrá un final alguna vez?
Raza de Abel, mira tus siembras
y tus rebaños prosperar;
Raza de Caín, tus entrañas
Aúllan hambrientas como un can.
Raza de Abel, caldea tu vientre
Junto a la lumbre patriarcal;
Raza de Caín, en tu antro,
Pobre chacal, ¡tiembla de frío!
Raza de Abel, ¡ama y pulula!
Tu oro también produce hijos;
Raza de Caín, corazón ígneo,
Cuídate de esos apetitos.
Raza de Abel, creces y engordas
¡Como chinche en la madera!
Raza de Caín, por los caminos,
Lleva a tu gente temerosa.
II
¡Ah, raza de Abel, tu carroña
Abonará el humeante suelo!
Raza de Caín, tu tarea
Todavía no la cumpliste;
Raza de Abel, mira tu oprobio:
¡El chuzo al hierro venció!
Raza de Caín, sube al cielo,
¡Y arroja a Dios sobre la tierra!
LETANÍAS DE SATÁN
Oh tú, el ángel más hermoso y por ello
el más sabio.
Dios ajeno a la suerte y ayuno de alabanzas,
¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!
Príncipe del exilio, a quien aborrecieron, y que
vencido aún te alzas con más fuerza,
¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!
Tú que todo lo conoces, oh gran rey subterráneo,
familiar médico de la angustia humana,
¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!
Tú que incluso al leproso y a los parias más bajos
solo por amor muestras el gusto del Edén,
¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!
Oh tú que de la muerte, tu vieja y constante amante,
engendras la Esperanza- ¡esa adorable demente!
¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!
Tú que das al perseguido esa orgullosa mirada
que en torno del cadalso condena a un pueblo entero.
¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria! Tú,
que en el corazón de las putas enciendes el culto
por las llagas y el amor a las mortajas.
¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!
Báculo de exiliados, lámpara de creadores,
confidente de ahorcados y de conspiradores.
¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!
Padre adoptivo de aquellos que, en su cólera,
del paraíso terrestre arrojó Dios un día.
¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!
Oración:
Gloria y loas a ti, Satán, en las alturas del cielo donde reinas y en las profundidades del infierno en el que sueñas, vencido y silencioso, haz de mi alma, bajo el Árbol de la Ciencia, cerca de ti repose, cuando, sobre tu frente, como una Iglesia nueva sus ramajes expandan.
LA MUERTE
LA MUERTE DE LOS AMANTES
Poseeremos lechos colmados de aromas
Y, como sepulcros, divanes hondísimos
E insólitas flores sobre las consolas
Que estallaron, nuestras, en cielos más cálidos.
Avivando al límite postreros ardores
Serán dos antorchas ambos corazones
Que, indistintas luces, se reflejarán
En nuestras dos almas, un día gemelas.
Y, en fin, una tarde rosa y azul místico,
Intercambiaremos un solo relámpago
Igual a un sollozo grávido de adioses.
Y más tarde, un Ángel, entreabriendo puertas
Vendrá a reanimar, fiel y jubiloso,
Los turbios espejos y las muertas llamas.
LA MUERTE DE LOS ARTISTAS
¿Cuánto mis cascabeles tendré que sacudir
Y besarte la frente, triste caricatura?
Para dar en el blanco, de mística virtud,
Mi carcaj, ¿cuántas flechas habrá de malgastar?
En fintas sutilísimas nuestra alma gastaremos,
Y más de un bastidor hemos de destruir,
Antes de contemplar la acabada Criatura
Cuyo infernal deseo nos colma de sollozos.
Hay algunos que nunca conocieron a su ídolo,
Escultores malditos que el oprobio marcó,
Que se golpean con saña en el pecho y la frente,
Sin más que una esperanza, !Capitolio sombrío!
Que la Muerte, cerniéndose como sol renovado,
Logrará, al fin, que estallen las flores de su mente.
EPÍGRAFE PARA UN LIBRO CONDENADO
Lector apacible y bucólico,
Sobrio e ingenuo hombre de bien,
Tira este libro saturnal,
Orgiástico y melancólico.
Si no has estudiado retórica
Con Satán, el astuto decano,
¡tíralo!, no entenderías nada,
o me creerías histérico.
Mas si, sin dejarse hechizar,
Tus ojos saben hundirse en los abismos,
Léeme para aprender a amarme;
Alma singular que sufres
Y vas buscando tu paraíso,
¡compadéceme!... si no, ¡te maldigo!