Revista Latinoemerica de Poesía

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Prólogo o epílogo



La noche es la casa para Daniel Ángel. La noche, sus escombros, su ruido. Todo se destruye y se construye al mismo tiempo. Y es precisamente el tiempo quien toma aire a través de un cigarrillo para decirnos que es mejor la huida, el partir. Prólogo o epílogo de la palabra. Una breve muestra del poeta bogotano.

 

 

NO TODO LO IMPORTANTE ES TAN IMPORTANTE COMO PARECE

 

No todo lo importante
es tan importante como parece…
No estuvimos solos,
Pero estábamos solos.
La última brisa
Que nos visitó
La arrebataron los campos.

Alí Al - Shalah


En ocasiones me he visto
o a mi mano sin su sombra
arrojar piedrecillas al silencio
para comprobar que no hay nadie
al otro lado de la noche.

Y he besado
sin cerrar los ojos,

y me he hartado de pensar
al mundo
y las mejores palabras
para desatarme de él.

No siempre es necesaria
la vida y respirar
para ser libre.
Ya la muerte y el amor
el olvido y la guerra
han atravesado el camino,
han custodiado mi casa.

En ocasiones la lluvia
me ha salvado del naufragio
en mí mismo,

y un día de sol
me ha ayudado a comprender
lo bello que es estar solo
entretanto la gente sonríe.

Un cigarrillo puede
acompañar al solitario
que espera y no esperar
nada más

pero,
¿qué sería de ese hombre
si no tuviese fuego para encender su cigarrillo?
O,
¿qué sería del hombre
que tuviera fuego
y nada que encender con él?
Lo mismo ocurre
Con las palabras y las personas.

Yo mismo
me he visto
deslumbrado al descubrir
en una mirada el infortunio
de quien todo lo tiene
o en una palabra el génesis
en quien todo lo ha perdido.

Bastante hemos tenido
esperando el
artilugio de las monedas en el agua,

bastantes promesas nos
han incumplido mientras
la hogaza de pan
cada día
parece más
pequeña.

También por esto
es necesaria la futilidad:
el vaso de cerveza
que con su espuma
nos arroja a las sirenas,

el edificio que no es hogar,
el cuerpo que no es amante,
las noches que no se apagan,
los días de hambre,
las bandadas que se detienen
a medio camino,
las horas,
los libros
que se marchitan y se olvidan,
las palabras que nos deshacen,
la poesía que borra los límites de las lenguas,
los hombres
y las mujeres
que nos reconstruyen.

 


PRÓLOGO O EPÍLOGO  

Tiene ochenta años.
Es un árbol,
sus ramas
empiezan a resquebrajarse
luego de tantos nidos
que sostuvo
en sus noches.

También fue una niña
que arrancaba
manojos de hierba de su campo
y los llevaba a su rostro
mientras cerraba los ojos
y exhalaba su alma.

Quizás tomaba unas ramitas
caídas
y corría fustigando
el fulgor
de las flores
que reverdecían.

Me ha hablado de su infancia
mientras fuma un cigarrillo
y me ha contado
de su vaca
llamada Mariposa
que salía revoloteando
mientras pacía
por la floresta;

me ha hablado de su abuelo
y de su casa
levantada sobre un río
que cantaba en las noches
arrullando
a las luciérnagas;

me habló de su juventud
del tango,
del aguardiente,
de su novio moreno
que la llevaba a pasear
en una bicicleta roja;

me habla
de lo feliz
que fue junto a su abuela,
de los trenes
que abordó
para buscar el sol,
de sus tíos muertos,
de las manos de su madre
quien la abandonó
cuando era apenas
una niña.

Aspira su cigarrillo,
en ocasiones sonríe,
en otras, llora.

Es mi abuela
y sus ojos
que están custodiados
por un velo vidrioso
de imágenes pasajeras,
son hermosos.

Gesticula con su boca
seca como una uva
y me habla
de mi madre
de mi padre
y narra para mí la historia
de cómo me quedé
para siempre a su lado
y de cómo me enseñó a leer y a escribir.

Cada una de estas letras
y vocales
nacieron en sus manos,
en sus raíces,
en sus ramas.

Eso quiere decir
que todo lo que he dicho
y escrito
tiene su origen
en la lengua
de mi abuela
que ahora canta
un tango
y saborea un aguardiente;

eso quiere decir
que nunca he sido yo,
que siempre ha sido ella
y su mirada de primavera
y sus manos de hoja
precipitándose al otoño.

Se pone de pie
con dificultad y trastabilla
“así como cuando uno aprende a caminar”
me dice
y la veo de nuevo
siendo una niña
con su sonrisa
y corazón perfecto
“porque el tiempo todo lo borra”
concluye
y yo, la tomo de la mano,
camino junto a ella
para que nunca olvide mi nombre,
para que la muerte
se tarde siempre
y a su lado
me siento como un ave
que cansada
emprende de nuevo rumbo.

 

 

6.

Es una sinfonía:
el viento, el crepitar de la hoguera,
una fina llovizna, el río que canta.

Las montañas que detallé
en los libros
se alzan a mi espalda.

Tantos murieron allí,
en aquel cerro.

Pero nadie recuerda
a esos muertos
que ahora cantan con el balido
que desciende de la montaña.

  


7.

Todo cae,
también se derrumban las montañas,
el cielo se viene abajo
y el agua de los mares
busca el fondo.

Los científicos hablarán
de gravedad,
los creyentes
de castigo,
los nihilistas
de la muerte.

Lo cierto es que todo cae:
aviones con cientos de mujeres hermosas,
ciudades enteras
con sus niños,
almas en el tiempo,
cuerpos en sus tumbas.

Por supuesto,
los hombres también caen:
en combate,
humillados por la comida,
entristecidos,
desconsolados,
muertos y vivos
nacen, de igual forma,
cayendo.

 

 

9.

Hasta adentro,
hasta el fondo de tu piel de barro,
socavando cada pliegue
y cada palabra
que te ha custodiado.

Cada paso también
es un sendero a tu desnudez,
llegas a mí como
la vida entre los escombros
y es allí
donde tu cuerpo brilla,

yo lo confundo,
a tu cuerpo,
con una naranja que
ilumina el mundo,
y quisiera beberlo, lamerlo
para quitarme esta sed,
este mal sabor en la boca
que me han dejado tus noches
de lejanía.

Hasta el fondo
de tu cuerpo
que se abre como un bosque
ante la luz del sol,
hasta lo más profundo
de tus piernas,
quizás hasta donde
duermen tus palabras.

Hasta adentro
donde no haya más espacio,
donde no diferenciemos
la oscuridad que allí divide
a la vida
de la muerte.

 

 

10.

Un niño me mira
desde el fondo del río.

Con su mano me señala
la espuma
que cabalga sobre el cauce
donde también se escapan sus sueños.

El niño me mira
como queriéndome preguntar
a dónde ha ido
todo lo que era,

no sé qué responderle,
sólo me inclino sobre las aguas
sumerjo mis brazos
para sacarlo del fondo, en silencio.

Daniel Ángel

 

DANIEL ÁNGEL. Bogotá-Colombia, 1985. Poeta y narrador. Docente de literatura. Artista Formador de IDARTES para el área de literatura. Finalista del premio internacional de la Tercera Edición del Premio «Rrose Sélavy» de Novela Histórica 2017, Madrid, España. Ganador de la convocatoria de novela del Festival Internacional del libro de Saltillo, Coahuila, México (2013). Finalista del premio internacional de novela del Ministerio de Cultura de Colombia (2014). Ha publicado artículos en la revista Casa Tomada (New York), en el diario El país (Colombia); revista El Malpensante (Colombia); mensuario Desde Abajo (Colombia). Autor de las obras Bogotá War (2011), El último lector de Bukowski (2012), Montes de María (2013, ganadora de la convocatoria Internacional del libro de Saltillo, México), País de colores (2015, Colombia – EEUU) y Rifles bajo la lluvia (ediciones desdeabajo Colombia 2016). Sus poemas aparecen en el libro Poetas que hay que morir antes de leer (UANL – México 2014).



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