96. Julio Serrano Echeverría
Publicamos una selección del libro Ser el tiempo (2015) del poeta guatemalteco Julio Serrano Echeverría (Xelajú, 1983) Ha sido becario de la Fundación Carolina en España, de la Residencia para Artistas de Iberoamérica FONCA-AECID en México y de la Fundación Yaxs en Guatemala.
Del libro Ser el tiempo (Catafixia Editorial-Centro Cultural de España, Guatemala, 2015)
A Otto René Castillo
Conozco este espacio.
Acá era la infancia
y algunos de los jardines de los amigos.
Lo conozco de una bicicleta pequeña,
lo conozco de algún balcón,
de una caminata un día cualquiera,
de cualquier tiempo,
digo de un tiempo: el nuestro.
Conozco este lugar
y es posible pensarlo como un cuarto vacío,
vaciado,
el cuarto de los desfiles,
el cuarto de los solados.
Conozco este lugar, me reconozco.
Aquí fui soldado raso
cargando sacos de arena,
cargando sacos de harina,
cargando cuerpos como quintales.
Me reconozco acá soldado
y acá cuerpo,
el cuerpo muerto
enterrado quizá bajo las planchas de cemento
donde cae la lluvia.
Conozco este espacio
y brotan raíces a mis piernas,
ellas conocen la voz bajo la tierra,
saben el grito,
saben el gemido brutal,
la oscuridad subterránea;
lo saben las raíces,
lo saben mis piernas
y llueve sobre las planchas de cemento
donde estarán enterradas las flores del enamorado.
Me reconozco abrazando a esos cuerpos,
corriendo por las paredes,
escalando por los troncos viejos
de los árboles que arrancamos
y no me basta el lugar,
me basta la memoria
y el puño que aprieta el cielo
como la lluvia que insiste,
la lluvia.
No sé qué decir de los agujeros en las ventanas,
no sé que contarles de la manera en que el agua
agrieta los metales en el techo.
No sé bien qué decir de los pequeños charcos
que reflejan el cielo gris,
el cielo más gris que desde este lugar reconocemos.
No sé muy bien qué contarles de las paredes,
de los animales que salen de los pequeños agujeros,
no sé muy bien qué, pero lo reconozco,
pero nos reconozco acá corriendo,
pero nos reconozco acá gritando,
susurrando palabras de amor,
como las flores que enterramos,
reconozco este lugar.
y reconozco su olvido.
Reconozco tu voz cuando me llama
y despiertan de nuevo los cuerpos que corrían apresurados
a tomar el tren.
Dicen, y no me consta,
dicen que acá sonaban las campanillas de los relojes.
Reconozco en realidad algunos cuadros en el suelo,
tumbas quizás,
huertos quizás,
reconozco mis manos sepultadas,
reconozco los pasos firmes que pasan sobre nuestras cabezas,
reconozco una voz,
una que canta suavecito antes de que se apague el fuego.
Podría reconocer el olor de nuestros cuerpos,
podría reconocer el olor de aquellos cuerpos,
los que cargamos como sacos de arena,
como sacos de tiempo que se vacían.
Podría reconocer los cuerpos,
casi podría nombrarlos,
aunque no pueda decirte en realidad como me llamo,
ni sepa decirte el color que me recuerdan estas paredes,
este tiempo,
las palabras con las que me gustaría explicarte
en qué nos hemos convertido,
y qué nos hizo este lugar
Un día te preguntaré sobre los caminos,
sobre el viento y las ventanas de los camiones,
te preguntaré sobre esos adornos raros que ponen en las ventanas
y por ese hábito silencioso que han de tener,
digamos el de ver las piedras salir volando de las carreteras
digamos el de detenerse en medio de la nada
y sentir tan solo el calor de una máquina encendida.
te preguntaré, viejo, por la música que escuchas en el camino
por los puños contra las costillas
por el metal ardiendo
por esos pequeños gestos de animal
que todavía nos siguen salvando la vida.
Te diría que ahora mismo recordáramos alguna aventura de infancia
del patio del colegio
de aquellos otros golpes que se acompañaban de algún chiste malo
de algún chiste pésimo que nadie olvidaría.
Pero bueno, nomás le doy play a la canción esta de James Last,
Biscaya 1981
y pienso que vos y yo nacimos un poco por ese 1981
y en Guatemala nos estábamos matando entre nosotros
y morían más de unos que de otros
y nacían más de unos que de otros
y entre esos unos nacíamos nosotros
y parece que la muerte todavía nos sigue los pasos
pero vos ya sabés algo nuevo de los caminos.
Te busco en algún viaje por ahí, o mejor aún,
avísame si regresás un día.
Puede que seamos nada más palabra, piel y sombra,
el sonido quizá de la lluvia en medio de la noche,
la niebla desesperada del amanecer.
Pero también puede que aquello de “ser”
en realidad esté sobrevalorado,
quizá en realidad somos mucho más silvestres,
el canto de un pájaro,
el viento desarmando un diente de león
que crece entre las ruinas de una casa abandonada,
algo más simple, una gota de sudor que se desliza por la frente,
quizá seamos la suma amorosa de cada una de esas pequeñas partes
como una antología de palabras subrayadas en la historia.
Puede que seamos nomás silencio,
cuerpos discretos que ven al cielo
y trazan dibujos invisibles
con las manos en el aire.
Qué puedo decirte de este país
tuyo,
acá nuestro,
acá el corazón y la tierra,
acá el tiempo.
Camino puedo decirte,
ruta puedo decirte,
la lección enorme de abrazarse en la sombra,
no sé si alguna vez lo has hecho,
totalmente a ciegas,
amar en la incertidumbre,
la caricia en el rostro,
el vacío;
o amar dentro de la brasa,
o amar dentro de la carne que arde,
o amar en el carbón,
amar y ser la hermosa nube blanca cuando se apaga el fuego;
eso también puedo decirte.
Acá enterramos nuestros ombligos
y crecen enormes ceibas,
cuelgan nuestros corazones como un fruto
y caen al suelo,
abonan esta tierra, tuya, acá nuestra,
acá semilla y lluvia,
acá palabras que te llaman por tu nombre.
Lo que puedo decirte
ya lo sabes,
naciste acá
y tu cuerpo siempre lo recuerda,
por eso allá donde vives
cada vez que amanece
piensas en el olor de la tierra mojada
y en cierto tipo de flores silvestres
Mapa también puedo decirte,
volcán.
Una noche en casa de mis padres
descubrí que guardaban
los restos de un antiguo reloj de arena
que durante años estuvo en la cocina.
El reloj ahora quebrado, partido en dos,
era uno los juguetes discretos de mi infancia,
verlo agotarse y darle vuelta
y agotarse de nuevo.
Los descubrí, a los restos,
no sin tristeza,
estaba quebrada ahí
mi primera concepción del tiempo.
Sin embargo, guardan el reloj
aún con la arena blanca
en una de sus partes
y entonces pensé en el amor.
Intenté acercarme sin hacer ruido,
tronaron las ramas, siempre truenan,
crujieron los huesos, siempre crujen,
cantó a lo lejos un ave nocturna
que siempre canta.
Intenté acercarme al fuego,
danzar en círculos ascendentes,
explotar suavecito, como si aquello fuera posible.
Alcanzaron algunas palabras cortas
para hablarte del tiempo.
Intenté acercarme, discretamente,
a tu corazón, como una sombra,
pero caí, caí completo,
caí, caí rendido.
Quise acercarme sin hacer ruido,
desde el suelo puedo asegurarte
que, tarde o temprano,
también habré de amar tu historia.
La vida está ahí
en las esquinas,
en los encuentros fortuitos,
en la penumbra de la tarde,
en las plazas.
En la voz,
en el sonido del grito y del sartén
golpeado una y otra y otra vez
por la necedad esta tan nuestra de la esperanza.
La vida está ahí,
en las manos levantadas,
en las mismas manos
acariciando en silencio, la desnudez,
qué sé yo,
el cabello.
Está ahí de nuevo en las manos,
en las del puñetazo,
las de la piedra y el machete.
Está e insiste ahí la vida,
en la posibilidad diminuta de encontrarnos
y de volver a encontrarnos en medio de la plaza,
y seguirnos encontrando
hasta que eventualmente nos enamoremos,
y sintamos la fuerza y el descaro
de los que aman así,
con fuerza y con descaro,
y que me digás, ahí,
"nunca pensé que así empezaba una revolución",
y vernos a los ojos
pensando en que quizá la revolución
nomás es la vida misma,
así,
a secas,
fértil,
trémula,
extravagante como es,
y entonces seguirla convocando
desde el corazón de la miseria,
del oscuro mirar
en la incertidumbre del regreso,
abandonando finalmente el miedo
y la mierda esta de todos los días
donde también está la vida.
Nosotros somos el amor
o tal vez
nomás somos la rabia/ da igual.
Esta es nuestra historia,
la de las veces que hemos regresado a casa
en medio de la noche y de la niebla.
Bajo los postes de luz
donde han desaparecido hace ratos las luciérnagas,
donde vemos caer vertical la lluvia,
ahí suceden nuestros relatos,
desde ahí nos vamos a contar.
Somos personas sencillas,
pedaleamos,
caminamos,
corremos,
algunas veces con miedo
y otras veces silbando en medio de la total oscuridad.
Nuestra historia es esta,
la del final del día,
la de las esquinas del barrio,
el chisme,
la risa
y el silencio,
cuando toca el silencio.
La historia del día a día,
esa inmensa historia sin libros,
la historia de los cuerpos;
la de las canciones
que se escuchan a lo lejos
cuando apagamos la luz.
Julio Serrano Echeverría (Xelajú, Guatemala, 1983) Poeta y artista multidisciplinario. Estudió Literatura en la Universidad de San Carlos de Guatemala, también ha tenido formación en cine y artes visuales. Ha sido becario de la Fundación Carolina en España, de la Residencia para Artistas de Iberoamérica FONCA-AECID en México y de la Fundación Yaxs en Guatemala. Ha publicado Antes del mar (Metáfora, 2018), Estados de la materia (Catafixia 2017), Central América (Valparaíso, 2015), entre otros libros de poesía; además varios libros de literatura infantil, entre ellos Balam, Lluvia y la casa (Amanuense, 2018) y En botas de astronauta (Amanuense, 2015). Publica periódicamente ensayos, crónicas y reseñas en medios de la región. Parte de su trabajo ha sido traducido al inglés, francés y bengalí. Como realizador audiovisual ha trabajado en diversos registros entre el documental periodístico, el cine ensayo, la ficción y el video arte. Además fue codirector y coguionista del programa de sátira Estado del Estado. Actualmente trabaja en su primer largometraje documental El envoltorio sagrado. También ha participado en varias exposiciones de arte a partir de obra, registros e interpretaciones hacia las artes visuales. Es cofundador y coordinador creativo de Agencia Ocote, un proyecto interdisciplinario de investigación desde el periodismo, el arte y las ciencias sociales.