Revista Latinoemerica de Poesía

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Poesía chilena: Malú Urriola



 

Selección y nota de Enrique Winter

 

Malú Urriola (Chile, 1967) arroja a la primera persona a la intemperie y nos ofrece sus boqueos y patadas salvajes, de noche y mal acompañada. El habla coloquial va denunciando verdades incómodas, mientras las paladea, cuchillo en mano, casi gozosa. Desde un hastío punk experimenta el orden establecido dentro de los mismos creadores, el lugar sagrado del poeta en urbes que destilan una violencia que no cabe en el formato del verso y, por ello, lo pasa a prosa o a anotación bajo una gráfica. Al desengaño del cuerpo y de la escritura que se vuelve otra, deforme y sutil, cuando, reconocidas las limitaciones del discurso, nos muestra otros físicos: los supuestamente limitados. Cuando esta poesía parece cotidiana, rotos los tabúes, es que ya estamos adentro del misterio.

 

 

De Piedras rodantes


GATOS

IV
Hey, malú, asume la vida de gato
que te toca saltar de techo en techo
porque ni siquiera un poco de sol
los hará volver
porque no nacimos para dar
pero tampoco para recibir
hay que asumir el costo
te estás chalando
nada te llena
y el hastío te agarra de espaldas
por eso le seguimos el juego
a los imbéciles
y corremos en esta carrera de equinos
de mala sangre
cuando el poeta canta su bar cecil
y Dios le guiña un ojo
y por el otro le cae un goterón de tinto
de aburrido tinto.
Hey, malú, nace una estrella
nadie quiere el nobel
pero se mueren de sólo pensarlo
los poetas se odian
toman juntos pero se odian
a quién le importa
que se maten
que se tengan pica hasta la muerte
total, de todas maneras
no tenemos quien nos abrace
porque los gatos se retiran de noche
quién sabe dónde.
Hay que asumir, pendeja
que estás sola
que te bailas un rock
para quitarte las ganas –tú sabes de qué–
porque de tanto perraje patriarcal trompeteado
estás hasta la tusa
y ellos siguen tirándose a partir
prejuiciados
amablemente discrepantes
hey, malú una raja, qué te importa
si ni siquiera encuentras algo que te importe
por eso callas y luego ríes
porque nadie te llena el hoyo,
ni el vino
ni los machitos
ni mirar sus traseros sin forma
no te queda más que caminar borracha
y llegar borracha a tu home
piedrita mendiga.

 

***

 

De Dame tu sucio amor


Todas estas mujeres salen cubiertas de pieles de la ópera, yo escucho a Jessie Norman semidesnuda, bebiendo un poco, escribiendo estas cosas que no sé qué son, ni para lo que podrían servir, salvo para otros que están como yo aburridos, sin hacer más que leer o arrojarse en una butaca a ver un buen film, no intento conmover a nadie, la jubilosa masa de gente recorre el centro, y sus ropas cambian de color bajo los innumerables letreros, yo descanso de ellos en este apartamento sin ninguna compañía. Desde la ventana los veo caminar enmudecidos por el tráfico y la música de los clubes nocturnos, un par de muchachos cantan un viejo bolero a la entrada, una fina lluvia comienza a caer. Este es mi futuro, mi tremenda soledad.

En sus adaptadas caras los años pasan sin perdón, es mi fastidio lo que los mantiene vivos, si no los viera felices cuando el tiempo se invierte, pensaría que la vida ha sucumbido, por suerte ha pasado la hora, mientras la lluvia cae más gruesa, la calle ha quedado sola, cojo del frasco un par de pastillas y me echo a dormir.

 

***

 

De Hija de perra


Cuando no estás me faltas como si me faltara un brazo, daría un brazo por no sentir esta falta... daría un brazo, pero no el brazo con el que escribo. El brazo con el que escribo no se lo doy a nadie, si me deshiciera de este brazo moriría atragantada. Este brazo es el que aprieta mi vientre, el que hunde su mano en mi garganta para que las palabras salgan, porque mi brazo sabe que las pa-labras son como trozos de carne que me atoran, si no tuviera este brazo tampoco podría hablar, porque este brazo es mi lengua, con este brazo puedo decir lo que la lengua se calla, podrían cor-tarme la lengua pero no el brazo, por eso no siento ningún miedo cuando tengo la lengua dentro de tu boca, porque aunque la arrancaras me quedaría este brazo. Con este brazo me sostengo, con este brazo lucho cada día. Cuando me pierdo es este brazo quien me encuentra, cuando me deses-pero es este brazo quien me calma, este brazo es mi memoria, este brazo es quien me saca a flote, quien jala de mí, quien me aturde para arrastrarme hasta la orilla, este brazo se compadece de mí más que nadie, me saca el agua que he tragado, me golpea el corazón para que ande, si no fuera por este brazo no sé qué sería de mí, por eso sigo a mi brazo, porque este brazo es capaz de encon-trar lo que yo no hallo, por eso es él quien escribe, porque si escribiera yo, no encontraría las pala-bras necesarias, en cambio mi brazo es exacto, porque mi brazo sabe que si no soy capaz de resis-tir, que si me agoto de ver todo el tiempo lo mismo, que si me canso de escuchar las mismas pala-bras idiotas, que si me harto de ver a la misma gente como en un cinematógrafo de barrio, que si me aburre ver con mis ojos sus ojos pajes desesperados de fama, de una fama gris de estrella de cinematógrafo de barrio, porque mis ojos se cansan de ver tanto, todo igual, repetido, mi ojos se hartan tanto que se harían sal si vieran que algo nuevo pasara, porque esta ciudad se detuvo antes que llegáramos yo y mi brazo, esta ciudad sombría ya no se desempaña, esta ciudad es inalterable, esta ciudad quisiese ser rubia, esta ciudad quisiese beber whisky cuando se muere de hambre y si este brazo no fuera fuerte nos habrían arrancado medio pedazo, pero a mi brazo nada de esto lo derrumba porque mi brazo es ciego, mi brazo es sordo, mi brazo sólo escucha la sangre de él. Sabe que cuando no dé más deberá tomar la empuñadura y rajar la muñeca de mi otro brazo, sabe que aunque son pares sólo él puede hacerlo, sabe que él será el último en abandonar, lo sabe, como sabe también que será capaz de dejar de escribir porque escribir me daña a veces, mi brazo sabe que escribir daña porque es él quien escribe, cuando mi brazo escribe sabe que está doliendo, quemando, sabe que me revuelvo toda, por eso mi brazo dejaría cualquier cosa para calmarme. Es este brazo quien te olvida, no yo, porque mi brazo sabe que estando juntos somos capaces de re-sistir tu falta, que podemos trazar tu recuerdo, en cambio si me faltara este brazo yo me quedaría muda, me quedaría postrada, no podría resistir, no podría, por eso no te doy este brazo ni se lo daría a nadie, porque este brazo es el único capaz de librarme de mí.

 

***

 

De Nada


Este perro me ve como si mirara a dios, no sabe que soysoysoy un dios de la nada. Pone sus ojos suplicantes en mí, y mueve la cola, mientras le arranco como un diosdiosdios la garrapata que chupa de su cuello. Como si fuese una amante digo fuera, fuera de su cuerpo de perro. Él recuesta su cabeza en mi regazo, como yo pongo estos ojos cuando están hartos sobre el mar y dejo que me meza su danza espumosa, azul, brillante.
En el mar, no hay gentes como nosotros.
No hay sitio en la tierra ni en el mar, para gentes como nosotros.

 

***

 

De Bracea


J.P. Junior

 

 

Junior se inventó el J. P. antes del Junior.
Lo sé porque dejo pasar unos meses y le vuelvo a preguntar y me dice que se llama Juan Pedro, otras, Josef Paul, o Jeremías Prudencio… J. P. dice cualquier cosa.

J. P. tiene piernas sólo hasta las rodillas. Luego lo sostienen unos maderos sin músculos, ni carnes. Ya casi no puede moverse. Por eso se pasa la mayor parte del día sentado contándonos historias, cosas que tal vez ocurrieron pero que la memoria siempre deforma.

Cuando nosotras no lo miramos, él saca unos bastones de debajo de la mesa que tiene a su lado, cubierta con un fino mantel que nuestra madre le bordó. Nosotras sabemos que cuando J. P. quie-re levantarse debemos mirar al techo, o hacia el lado, lo suficiente como para dejarlo sacar sus bastones e incorporarse con la dignidad de no ser observado en su ruina ávida de equilibrio.

J. P. no pudo jamás sobreponerse a la desgracia de haber perdido sus piernas.

El decía que las había olvidado en alguna parte. Que una mañana al levantarse, llegó hasta el ba-ño, se cepilló los dientes y al mirarse la cara al espejo como todas las otras mañanas -esa bienveni-da a la realidad de verse una arruga más, que constata la sobre vivencia de los días recientes y de esos ya tan alejados y poco probables-. Estaba meditando estas cuestiones matutinas cuando se dio cuenta que no tenía las piernas.

Así se pierden las cosas, nos dijo.
Un día, de pronto, ya no están.

 

***

 

Mi hermana y yo

   

 

 

Mi hermana y yo siempre estuvimos unidas.
Era lógico para mí estar a su lado.
Una era parte de la otra.
Jamás pensamos en separarnos hasta que mi hermana me dijo que le había escuchado a nuestro padre entre sollozos, decir que éramos un monstruo.
Entonces lo pensé. Somos un mounstruo.

Arrastramos nuestros bototos hasta el cajón de las fotos. Y nos pusimos a observarlas.
La anterior es cuando estábamos por cumplir un año.
Ésta fue tomada el año pasado. Una tarde que nuestro padre llegó tarareando un bolero de los Cuatro cuartos, y quiso tener un recuerdo de nosotras.

Mi padre decía que mi hermana era dueña de nuestro corazón, porque es la que siempre sonríe en las fotografías.

Yo soy india. Creo que el clic de la cámara me roba algo que no alcanzo a definir.
Lo que siento, pienso, recuerdo, duelo, gozo, en ése momento exacto quedará plasmado en un papel. Una parte mía quedará cautiva para siempre.

No la borroneará el recuerdo, ni la deformará el olvido.

 

***

 

De Cadáver exquisito

 

Después de unas copas de vino,
y de esta vaga sensación de estar zozobrando
entre los días, pagamos la cuenta y salimos del bar.
La luna tenía la burlona sonrisa del gato de Carrol.
Al subir a su auto preguntó ¿Dónde vamos?
Al mismo infierno dantesco -pensé- pero le contesté con otra pregunta.
Así es que después de hablar de su jefe, del mío, y las horas extras regaladas a otros bolsillos de otros aromos -que comenzaban a reventar amarillos en esas muertas calles del barrio alto, cercadas con corriente-
Dejamos que la silueta de la cordillera recostada sobre la noche,
nos colgara en mitad de la boca una sed imposible de saciar.
Y a intervalos dormimos, y nos volvimos a besar infernales
hasta que amaneció.
Fingí dormir hasta que despertó, o fingió despertar,
y entonces -como si fuese a decir aquella palabra
innombrable, pactada en el terror del silencio-
dijo, ojalá que gane González.
Cuando llegué a mi casa, el vecino mientras barría la calle,
me contó que González ganó la medalla de bronce.
Desde esa soleada mañana, jamás volví a saber
qué diablos fue de su vida.
Ni quién, carajos, era González.

 

***

 

Malú Urriola 

(Santiago de Chile, 1967). Poeta y guionista. Es autora de los libros Piedras rodantes (1988), Dame tu sucio amor (1994), Hija de perra (1998, reeditado en Venezuela, Argentina y México), Nada (2003), con el que obtuvo los premios Municipal de Literatura de Santiago y Mejores Obras Literarias del Consejo del Libro, Bracea (2007), La luz que me ciega (con la fotógrafa Paz Errázu-riz, 2010), expuesto en la bienal de Venecia, Las estrellas de Chile para ti (antología, 2015) y Cadáver exquisito (2017). Ha recibido el premio Pablo Neruda y la beca Guggenheim, y es invitada habitual a dar charlas en universidades como Harvard, Princeton y NYU.

 

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