Revista Latinoemerica de Poesía

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66. Ela Cuavas



Nota y selección por Jenny Bernal

 

Qué música lejana trae en sus acordes las palabras de la noche, cuántas de sus melodías reúnen en la misma habitación a Trakl, Thomas, Plath, Esenin o Woolf, cuántos huesos se juntan en la escritura silenciosa y hacen del dolor un talismán que aleja a la muerte. La poesía de la poeta colombiana Ela Cuavas es música, canción contra el olvido, conjuro y palabra honesta. Con la alegría de quien celebra la apuesta poética de Ela, los invito a su lectura.

 

 

De Músicas lejanas, Ediciones Exilio, 2014

 

Georg Trakl

Soy puntual y perfeccionista en mi trabajo,
es una forma de gobernar mis miedos;
si pudiera vivir solo para el arte
esta ciudad no sería una condena
y mi alma dejaría de ser un girasol ensangrentado
pudriéndose en la mitad del bosque.
Quiero la palabra que me condene o me salve.
Oficiar cada noche como un monje invisible.
Ordenar el mundo en un poema.
Hacer de los gusanos sagrado alimento.
Pero la vida es dura y mi voluntad no me pertenece ya,
tengo un amor culpable de estirpe maldita,
pero sagrado como el viento bajo los robles.
Mi garganta está llena de sangre
y solo busco la oscuridad de las tabernas;
el vino amargo para apaciguar los sedientos caballos del alma.

 

Sylvia Plath

Esta mañana he recorrido las librerías en busca de un libro tuyo; solo hallé el poema que escribiste la víspera de tu suicidio.

Sylvia, que esconde su nombre y resuena en mi cabeza cada vez que las luces de la ciudad se apagan, cada vez que mi padre me recuerda que soy mujer y por tanto he de ser sumisa.

Sylvia Plath, cuánto dolor albergabas en tu corazón para querer anular de una buena vez todos tus pensamientos.

Yo me suicidio cada noche en un poema por temor a cerrar la puerta.

 


Serguei Esenin

La casa paterna
como metida en uno de esos paisajes invernales
       de Bruegel
y un sauce o un ladrido de perro anunciando la fuga.
Este muchacho sabe cantar, pero su voz no se escucha;
entonces decide brindar su concierto a las ratas.
El amor, invisible lepra que lo aniquila,
y el vino, siempre el vino para escapar de lo absurdo.
Goza con el escándalo y la injuria;
si no hiciese tanto frío se desnudaría en la taberna.
Un día en que el mundo ya no le quedó más,
decide salir de lo anodino ajustando el nudo.

 

 

De Juntar los huesos, Ediciones Pluma de Mompox, 2011

 


La estación dolorosa

Vivo en un lugar lleno de árboles y vacas, y mujeres con niños en sus brazos que caminan largos trayectos buscando un poco de leña, un poco de agua, un poco de leche; mujeres hechas de viento, de madera gastada y de sed. Mujeres que amasan el barro del desamparo en sus costillas y encienden sus lámparas con el aceite que brota de sus muslos.

En el verano el lugar que habito se llena de polvo, el sol quiebra el rostro de los animales y Dios se esconde como un niño detrás de los árboles. Todo se transforma en esa estación dolorosa, hay una llaga que acosa el pie izquierdo y un ángel lanzallamas juega con su aburrimiento a las puertas del cielo.

Pero el invierno es lo peor, el barro se pega al alma como una maldición y no hay manera de transportarse, el camino se llena de Cristos con sus cruces a cuestas y sólo caminar nos vuelve mansos.

Me toca vivir aquí, cada día debo ponerme una máscara que oculte las lágrimas; yo que soñaba con una casita frente al mar y pescadores de piel renegrida hablando de sus dulces preocupaciones; hablando del sol, del viento y la marea.
En este lugar hay una montaña donde ayer hubo hombres con la inteligencia de un pequeño dios, el alma blanca y las manos cuarteadas por el trabajo.

Aquí Dios ha olvidado sus zapatos para que recordáramos que no todo es luz en su reino.

Y a mí sólo me ha tocado el viento amenazando con llevarse mi casa, y dentro de poco no seré más que un cristal esparcido después de la estampida.

 


Te sedujo el canto de un pájaro

Tú me esperabas frente a la galería,
con aquella blusa azul casi transparente
y una fina sensualidad en tu labio inferior
que no necesita lápiz,
porque las mujeres como tú
son más que carne.
Yo, al otro lado, en la estación,
viendo partir autobuses,
con la tristeza de un judío
que ve partir el tren en una película nazi,
atravieso la calle; y el agua y sus colores
se desvanecen lentamente en la acera;
los cristales de la galería revelan
las trampas de la luz.
Eres la mujer con la que soñé una noche,
sentada en mi mesa,
bebiendo de mi vaso,
bailando un jazz de John Lee Hooker,
cabello azabache, ojos de pantera.
¿Dónde hubiéramos ido esa tarde
de alucinados demonios
en la que neones y automóviles
nos ocultaban el cielo?
Aquel día que no quisiste seguirme
porque te sedujo el canto de un pájaro
y yo tuve que devolverme ebrio
a mi barrio de hojalata.

 

Lo que ya no podré decir


Sobre mi labio pesaba un silencio tan duro como si caminara con los pies agrietados. Todo lo que quise decir, todo lo que planeé como un papel en el teatro, se diluyó como agua, y volví a ser la niña que a los siete años perdió su paraguas amarillo, porque no fue capaz de decir que ese era el suyo cuando la maestra lo preguntó.


Pesa sobre mí un silencio de uñas mordidas y sangre en las comisuras de los labios; silencio de lluvia sobre la carretera que espera mi muerte. Pesado fardo que sólo me permitió una mano en su hombro para que olvidara la rabia porque el autobús no salió a tiempo.


El silencio de esos días ahora me pesa como un desfile de muertos blancos penetrando por mi boca; y yo sólo quería decir: “caminemos por el muelle y busquemos estrellas en el mar”, para olvidar que la próxima vez tendré que atravesar medio mundo para verte.


Pero mi madre cambió de rostro a mis cinco años y nada dije; de ahí, quizá, esta incapacidad de nombrar lo que quiero, por no haber sido capaz de decir que yo quería a mi madre de antes y desde entonces nada más pude decir.

 

Ciudad de noche

Veinte botellas en el mostrador y tras él, tú; no supe cómo llamarte: Barman no es un nombre adecuado; pájaro triste o papel descolorido te definen mejor. Esa noche la música era la misma y sin embargo distinta, inaugurada por los acordes monótonos de la ciudad. Nos metimos en la noche como dos niños en una confitería, inocentes, curiosos; queriendo agotar los labios en cada semáforo.


No hicimos el amor. Tu deseo de mí era tibio, y el mío estaba extraviado en otros cuerpos, mezcla de sombra y tiempo muerto, animal que se aloja en las entrañas como una caracola petrificada.


Esa noche la luna nos dejaba manchas de sangre en las manos. El viento en los laureles nos habló de olvidos y de esta noche aciaga en que dibujo tu cuerpo.

 

Carta para Arturo B. Deveriux

Para John Carrillo

 

No des más vueltas a la rueda,
estuvimos mucho tiempo
vagando por el bosque.
No nombrar fue nuestra esencia;
la metáfora es más engañosa que el sueño.
Fuimos sangre, fuimos espada.
Lo destruimos todo.
Ahora nos toca juntar los huesos.


***
Ela Cuavas

(Montería, octubre de 1979) poeta y ensayista, Licenciada en Español y Literatura de la Universidad de Córdoba. Ha participado entre otros, en el Festival Internacional de Poesía en el Caribe, PoeMaRio - Barranquilla, Festival Internacional de Poesía de Cali. Sus poemas y ensayos han aparecido en periódicos como: El Universal de Cartagena y El Meridiano Cultural de la ciudad de Montería, así como en revistas de circulación nacional como Puesto de combate y la Revista Clave de la ciudad de Cali entre otros. Hace parte de la Antología de poetas colombianos preparada por Federico Díaz-Granados para la Revista mexicana de literatura Círculo de Poesía. Su primer libro de poesía Juntar los huesos, fue publicado dentro de la colección Voces del fuego - Testigos del Bicentenario, de la Editorial Pluma de Mompox de la ciudad de Cartagena en el 2011. La revista de poesía Exilio de la ciudad de Bogotá publicó en 2014 la Antología Músicas lejanas preparada por Hernán Vargascarreño. Algunos poemas suyos han sido traducidos al alemán por Karina Theurer para la Revista Alba de Berlín.

 



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