Revista Latinoemerica de Poesía

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43. Nilton Santiago



Presentamos para la Revista La Raíz Invertida algunos poemas pertenecientes al libro inédito El equipaje del ángel, con el que Nilton Santiago ha resultado ganador por unanimidad del XXVII Premio Tiflos de Poesía, y que resulta, en palabras de Ángel Luis Prieto de Paula«un libro de poemas muy suelto, verbalista, muy moderno, atrevido y una apuesta por la utilización del versículo. El libro traslada una imagen fuera de toda lógica, pero, precisamente por ello, es una poesía llena de hallazgos que inventa a medida que crece en el texto. Es una poesía rica, luminosa y brillante»

 
 
 

LOVE STORY
 
Anochece,
(o eso parece por la forma en que la luz empaca tu sonrisa)
la luna es una libélula más alrededor de tu corazón
y la melancolía, como el corazón de una fulana, crece desmesurada y bellamente
hasta exiliarse entre tus labios y mis labios,
o entre lo que queda de nosotros y la tristeza de los árboles, mejor dicho.
Hay movimientos obreros bajo el campo lunar de tu cama
hay plazas rojas, hay Tian'anmen, hay Place de la Bastille
y a ti lo único que te preocupa
es que tus pecas cambian de sitio cada vez que te duchas.
Quién diría que a estas alturas del partido estaría tan colado por ti
ahora me lo explico; haces conmigo lo que los pájaros con el aire:
lo seducen para poder volar y no caer a plomo.
Sé que nunca un alquimista tuvo un diente de oro
sé que Gioacometti almuerza cada día en la terraza de tu mirada
y se juega tres gramos de talento por ver de cerca tus lunares,
sé que ahora pasas de mis huesos
porque no me gustan los lentos besos de cinco estrellas
o porque creo que el sindicalismo es una pecera en una casa de citas.
Te echo tanto de menos que no me acuerdo ya ni de tu nombre
y no princesa, no quiero besos de despedida, soy una rana republicana.

 
 

SOBRE PROFECÍAS Y LA INVENCIÓN
DEL NÚMERO CERO
 
Todos creen en el fin del mundo, en el apocalipsis de la manzana estelar
anunciado por Juan de Patmos, el profeta de las estrellas enlatadas
no obstante, ya lo dijo Bernard Shaw, todo esto no es más que la paja del ojo de Dios
“un curioso registro de las visiones de un drogadicto”
yo estoy más de acuerdo con aquellos que inventaron el número cero
con aquellos que escriben tomos enteros para explicaros que, se mire por donde se mire,
el cielo es una gran gotera por donde caen millones de peces solitarios,
sí, humo y más humo nocturno que nos construye e hilvana el corazón.
Es cierto, hablamos de un músculo frágil -como un diamante de saliva-
y he de escribir con cuidado para hablar de él, he de medir los precisos pensamientos
que hay que hornean para que este poema no hable de un hotel para “chicas bien”,
sino de ti al salir de la ducha.
Nada es suficiente, sin embargo, para que la arena de este poema
me devuelva tus huellas bajo las higueras descalzas,
para que el mar deje de ser el equipaje de mano de tus lágrimas lácteas.
Seguro que antes llegará el fin del mundo
que tus labios trayendo el día a la noche de mis labios.
Seguro que hubieses vuelto loco a Juan de Patmos con esas minifaldas
que más bien parecían cinturones para mariposas.
Charles Simic diría que este poema no es más que dejar el corazón de un solitario
como cebo de ratonera para otro solitario,
tú dirías que una chispa de tu mirada
puede ser suficiente para hilvanar el cielo en este preciso momento.
Y es tan cierto
como aquella profecía maya que decía que me dejarías hecho polvo
antes de lo que canta un gallo
o como aquella máxima de las democracias avanzadas:
“el voto en blanco beneficia al ganador”.
Ah qué difícil es predecir el fin del mundo entre tus muslos de gata
o tutear a la poesía cuando no me ve contigo.

 
 

PARA HACER LLORAR A LOS PECES
 
Dylan Thomas decía que la obligación de un ángel es ser bien recibido
en un depósito de cadáveres
arrodillarse toda la noche ante un árbol desahuciado
ponerse las botas / romperse un diente / hacer una huelga de hambre en la imaginación de una libélula.
Esto pensaba Dylan cuando se ganaba la vida como reportero
y no tenía pasta ni para los espaguetis.
Hay quien dice que ellos viven como pueden,
sobornando a editores y columnistas, robándole el queroseno a las estrellas
que aún se están forjando a martillazos.
No es que ahora las libélulas puedan compararse con el ruido de tu corazón
al despertarse,
no es que ahora el capitalismo se haya convertido en un equilibrista
cruzando los edificios de Manhattan
vestido como una hermanita de la caridad
caramba, ya se me vuelve a ir la pinza en este abecedario de agua
y ahora pienso en que a la “izquierda” le cuesta mantener el rumbo
o en la correspondencia que Galileo mantuvo con Kepler
también pienso en Yeats, aquel muchacho de la camisa arrugada
que sustrajo la transparencia de la mirada de los pájaros.
Ya que estamos, tampoco Caitlin, la mujer de Dylan, tenía ni puta idea
de cómo planchar sus camisas
o que sus días de borrachín en el Mermaid Hotel serían su pan de cada día,
pero así es el amor, una lágrima a la que se le ven las costuras.
Unos ojos de hierro y forjados los míos, dice Westphalen,
esto y no otra cosa hace falta para llorar bajo el agua, esto y no otra cosa…
(ya se sabe que es imposible llorar bajo el mar
y que una persona parpadea aproximadamente 25 mil veces por semana)
Dicen que antes de aprender a llorar, Dylan ya sabía que su patria sería una copita de
whisky,
un sorbo del anochecer anterior al nacimiento del mundo,
un platito de berberechos que lo alimentaba cuando sacaba a pasear a su soledad.
En eso creo yo y no en los días que le quedan a las estrellas en las cunetas
también las luciérnagas tienen los días contados,
como los poetas reporteros,
y los sueños de los taxistas que esperan a los pájaros en los aeropuertos,
después de las migraciones de invierno,
es una lástima, Dylan, que también la soledad sea un abrazo sobre las vías de un tren,
inocente,
como un teléfono descolgado,
abandonado a su suerte como un perro después de la temporada de caza,
pero es que no nacen los aviones para transportar a los pájaros,
queridos amigos taxistas, diría Dylan
ni las estatuas para llorar los poemas de Keats, diría el chico judío
que cambió su nombre por el de Bob Dylan.
Es cierto, también las estatuas de Roma tienen anginas y lloran desmesuradas lágrimas
cuando ven caer el párpado de Dios
y entonces los pájaros y los aviones adelgazan hasta ser septiembre
hasta soñar como centauros en las guarderías.
Que nadie se lo tome a mal, pero ningún perro engorda lamiendo
y no, no creo que este poema sea bien recibido en ese depósito de cadáveres
que a veces son los libros,
pero esto ya lo sabíamos
porque también a Dylan, como a este poema de falso amor, se le iba la pinza.

 
 

OTRA   BATALLA   PÉRDIDA   ENTRE   LA   NIEBLA
 
La azafata holandesa -alta y luminosa como un presagio a punto de cumplirse-
me ha dicho, amablemente, “please sit down and fasten your seatbelt”
pero pretendo no haberla escuchado, como pretendo ordenar mi chaqueta
entre mis libros / ah mi absurdo corazón en la maleta de mano.
(Hace varios minutos ya que el otoño pesa en mis parpados,
y leo a dos Eduardos –Chirinos, Eielson-,
pensando en los arboles congelados que me esperan
en el resplandor que nos persigue cuando sales de la ducha
y ocupas, sin saberlo, el lugar del cielo).
Entonces las pesadas alas del Airbus empiezan a agitarse,
como un pelícano a punto de morir,
y me dejan ver a través de la ventanilla mi pobre ciudad,
sus amables luces / como los restos de una batalla perdida entre la niebla
(en este pueblo mío nunca han visto la luna,
pero sí la sonrisa de Dios).
Tres veces me he marchado,
y tres veces ha llegado -a mi nueva ciudad- mi corazón roto,
como una iglesia pobre
de un pueblo más pobre todavía.
Poco sirven las maletas de mano para tan tonto y frágil equipaje.

 
 
 

NILTON SANTIAGO nació en la ciudad de Lima, Perú, donde se licenció en Derecho y Ciencias Políticas. Poco después de la publicación de su primer poemario, El libro de los espejos, segundo Premio de Poesía Premio Copé 2003 (Ediciones Copé, Lima, 2005) se marchó a vivir a Mallorca, España. En el 2012 obtuvo el II Premio Internacional de Poesía Joven de la Fundación Centro de Poesía José Hierro, que mereció la publicación en Madrid de La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad, con el prólogo y varios grabados de Juan Carlos Mestre. Finalmente, acaba de recibir el Premio TIFLOS de poesía por su libro El equipaje del ángel, de próxima aparición en la editorial VISOR. En la actualidad vive en Barcelona.

 



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