Revista Latinoemerica de Poesía

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Cementerio marino de Paul Valéry



Nota y traducción por Fer de la Cruz*

 

Comparto la concepción de un texto literario como una propuesta inacabada, que prosigue su devenir creativo por parte de quien asuma su lectura y, en este caso, su traducción. Esta versión no sustituye la clásica de Jorge Guillén ni ninguna otra; la complementa. Es una recreación del efecto rítmico y, en general, sonoro del original, en una paráfrasis libre de su contenido. Al ser las palabras de la lengua española más largas que las francesas, los sacrificios léxicos fueron ineludibles para lograr el endecasílabo. Opté por acercar el texto a la estética conversacional, con más encabalgados y menos puntos y signos de exclamación. Es una propuesta, pues, para la cual consulté tanto el texto francés de Valery como traducciones a la lengua inglesa, a manera de puente. Salvo un par de asonancias, logré igualar el esquema de rimas consonantes del original.

                           

 

                             Alma mía, no aspires a la vida inmortal
                     mas dilata el confín de lo posible.
Píndaro, Píticas III.

 

Velamen de palomas sobre el techo
entre pinos y tumbas hacen trecho.
El mediodía invade con su lumbre.
El mar, el mar constante recomienza.
Después del pensamiento, oh recompensa
al contemplar su celestial encumbre.

Que el orfebre relámpago consuma
los diamantes de imperceptible espuma
y tanta paz impregne el pensamiento
cuando el sol abismal halle una pausa.
Obras puras para una eterna causa:
el áureo sueño del conocimiento.

Como santuario digno de Minerva,
atesora su paz y su reserva.
Agua contenedora, ojo porfiado
que tanto sueño con su fuego empalma.
Oh, silencio, edificio de mi alma
con mil hojas de oro en su tejado.

Templo del tiempo que un suspiro abarca.
Sobre esta casta cima dejo marca.
Con la mirada, tomo al mar rehén
y lo dejo a los dioses en ofrenda.
Su resplandor imperturbable siembra
en la cumbre su espléndido desdén.

Como el sabor del fruto permanece
ya sin la pulpa que desaparece
cuando su forma muere en una boca,
inhalo aquí mi emanación postrera
y el cielo canta a mi alma pasajera
que las orillas por rumores troca.

Cielo hermoso, ve cómo me destruyo
luego de tanto asueto y tanto orgullo.
Aun pleno de poder, me veo arrastrado
a este espacio radiante. Mi trayecto
pasa la habitación de cada muerto
por cuyo frágil ser soy subyugado.

Aquí, ante las antorchas del solsticio
mi alma desempeña un nuevo oficio:
Oh, justicia de luz, te deposito
en tu primer lugar, mas devolverte
supone que, en mi deambular inerte,
la mitad de la sombra necesito.

La fuente del poema soy yo mismo
como, del corazón, su gran abismo.
Entre el vacío y el evento puro
el eco espero de mi gloria interna:
una amarga, sonora y cruel cisterna
contiene un hueco siempre en el futuro.

Sabes, falso cautivo de hojarascas,
ensenada reclusa en sus borrascas,
tras mis ojos, secretos hay candentes.
¿Qué cuerpo busca desenlace óseo
y qué frente me atrae al polvo róseo?
Con un destello pienso en mis ausentes.

Sacro, lleno de un fuego que se cierra,
como ofrenda a la luz se da la tierra.
Entre tantas antorchas, el lugar
de tembloroso mármol da placer
y da sus sombras de árbol por doquier.
Las tumbas guardan el sopor del mar.

A los idólatras atemoriza
perra pastora, cuando mi sonrisa
pastorea carneros misteriosos
y rebaños de tumbas como pechos.
Las discretas palomas en los techos
sácalas, y a sus ángeles curiosos.

Aquí, mi porvenir es la pereza
mientras insectos rascan la dehesa.
Bajo el aire está toda consumada
y vencida la rigurosa esencia
de la vida al andar ebrio de ausencia,
con el alma agridulce y despejada.

Al llegar, cada muerto bien reposa.
Sus misterios acaban en la fosa.
El mediodía se detiene aquí.
Se medita en sí mismo y se convierte
al coronarse con diadema inerte.
Soy yo quien cambia sigiloso en ti.

Sólo en mí morirán tus aprensiones
y mis remordimientos, restricciones
y dudas y deseos de diamante,
mas en la densa noche de tus mármoles
un pueblo en las raíces de los árboles
se acerca para ser tu acompañante.

Se disolvieron en su ausencia espesa.
El barro ha consumido su pureza.
Su don de vida se quedó en las flores.
Allí, junto a los muertos y sus voces,
sus gestos y su peculiares poses,
las lágrimas destilan sus albores.

Las muchachas de gritos estridentes
y humedecidos párpados y dientes,
el seno que se arriesga con el fuego,
los labios en el brillo con que chocan,
los dedos que defienden lo que tocan…
Bajo la tierra, todo vuelve al juego.

¿Habrá, gran alma, en ti sueños intrusos
libres de la ilusión de los ilusos?
Ondulada, dorada o lo que fuere,
a tus ojos vendrá, detrás del llanto,
la sensación de que te queda un canto
mas la santa impaciencia también muere.

Magra inmortalidad que habita el suelo,
espantosa dadora de consuelo:
Con oro y noche finges voz materna.
Qué gran ardid de semejante musa
mas quien no te conoce, se rehúsa
al viejo cráneo de sonrisa eterna.

De mis ancestros polvo inhabitado
bajo la arcilla y pasto lapidado,
eres la tierra y su reposo lento.
Ese gusano te mantiene en vilo
mas no te busca ya. Duerme tranquilo.
Es para mí pues yo soy su alimento.

Será el amor o el odio de mí mismo
o el diente de mordaz antagonismo
tan cerca que uno u otro igual lo nombra.
Lo importante es que palpa, sueña, mira,
y le gusta mi carne que se estira
para sólo vivir bajo su sombra.

Zenón de Elea, mira que eres cruel
pues tu saeta traspasó mi piel
entre sus vuelos. A tus flechas diles
que su resuello anima. Ah, y el sol
vierte su sombra como caracol
para mi alma ligera como Aquiles.

No, no. El porvenir no se conforma.
Que se rompan los moldes de la forma.
Que el pecho abreve en la naciente brisa.
Que brote de la sal profunda calma.
Que su frescura nos restaure el alma.
Vivamos, que el oleaje lleva prisa.

Es cierto, mar. Dominas cualquier mapa.
Piel de pantera, desgarrada capa
tuyas son y amuletos como soles
y esta embriaguez de hidra alucinante
que se muerde la cola destellante
por un silencio ahogado en sus alcoholes.

Vivamos pues. El viento se levanta,
abre y cierra mi libro cuando canta
y la ola surge con audaz pertrecho.
Vuelen lejos, mis páginas salvajes
y que lleguen más alto sus oleajes
que esas parcas palomas al acecho.


***

Fer de la Cruz.

Monterrey, Nuevo León, 1971. Escritor yucateco. Máster en Español por Ohio University. Coordina el plantel Centro Histórico del Centro de Idiomas del Sureste y es miembro del consejo directivo de la Merida English Library. En poesía ha recibido dos premios nacionales, dos regionales y dos estatales. C.E. delacrux@hotmail.com.

 



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