Revista Latinoemerica de Poesía

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Paterson o la trascendencia de lo cotidiano



 

Por Andrés Gómez Morales*

 

Nadie tendría que experimentar nada que no necesite; si no necesitan poesía, mejor para ellos, a mí también me gustan las películas

Frank O’Hara

 

La coincidencia entre una ciudad y un poema, permite a Jim Jarmusch, en su más reciente película Paterson (2016); lograr la convergencia entre el cine y la poesía. Esto, sin adaptar un texto literario a la pantalla, o de presentar un montaje experimental sin guion preestablecido. Jarmusch hace que la imagen poética y la cinematográfica se yuxtapongan, componiendo un universo cerrado y definido que corresponde a su propia mirada de autor.

Entre la ciudad y el poema se sitúa Paterson (Adam Driver), un conductor de bus –poeta– que lejos de ser un vidente, un santo o un monstruo, cumple con una rutina semanal en la que se permite escribir, sin entrar en contacto con fuerzas que lo arrebaten. Al contrario, la ciudad y el poema que también llevan su nombre, le sirven para afirmar la realidad objetiva de las cosas. Sigue a William Carlos Williams, autor del poema, cuando dice: “mantente alerta / ¡ante cualquier detalle! /Cualquier lugar es todo lugar: Puedes aprender de los poemas / que cuando golpeas una cabeza vacía sonará hueco”.

Mientras la recorre, la ciudad situada en el condado de Passiac, New Yersey, se mantiene igual así misma con mínimas variaciones. Paterson despierta cada día de la semana al lado de su esposa Laura (Golshifthe Farahoni) en un plano cenital, no suena el despertador, pero mira el reloj y siempre es la misma hora. Ella también despierta y le cuenta lo que soñó y esto es una revelación que anticipa lo que vendrá a lo largo del día. Sueña que tuvo hijos gemelos. Cuando su esposo sale a conducir el bus, los gemelos se replican en los habitantes de las calles de Paterson. Pero también sueña que monta un elefante de plata en Persia y no pasa nada distinto en las calles.

                   

En su rutina de conductor, el poeta, se distrae con las conversaciones de los pasajeros. Conversaciones evocativas de personajes célebres de la ciudad: dos niños, hablan del boxeador negro “Hurricane” Carter, encarcelado por un homicidio que no cometió. Una pareja de estudiantes habla del periódico anarquista que circuló en la ciudad con el nombre de Gaetano Bresci. Otros amigos hablan sobre mujeres. Luego, Paterson escribe poemas en una libreta que lleva consigo siempre. Jarmusch nos hace participes del acto creador del poeta, partiendo de los objetos a los que se refiere y superponiendo la letra del poema. Afianza así el vínculo espacial entre el poema y su objeto, como lo hace William Carlos Williams y los escritores de la escuela de Nueva York: John Ashbery, Frank O’Hara y Kenneth Koch:

“Tenemos un montón de fósforos en nuestra casa.
Los tenemos a mano, siempre.
Actualmente, nuestra marca favorita es Ohio Blue Tip,
aunque solíamos preferir los Diamond Brand
Eso fue antes de descubrir Ohio Blue Tip”.

Los poemas fueron escritos por Ron Padget (también ligado a la escuela de Nueva York) para la película, y hacen parte de la rutina de Paterson cuando contempla las cataratas de Passaic. El poeta regresa a su casa después de conducir el bus, endereza el buzón que siempre está torcido. Departe con su esposa quien dedica el día a decorar la casa, cocinar y soñar que se convertirá en una importante cantante de música country. La acompaña Marvin, un bulldog inglés, al que Paterson saca cada noche a pasear de camino al bar, donde cada noche se toma una cerveza. La rutina se repite sin ningún conflicto considerable, excepto una discusión de pareja en el bar que termina en psicodrama y una falla mecánica del bus.

El tratamiento que le da Jarmusch al motivo poético, al vínculo del texto con la realidad espacial, encuentra un equilibrio entre lo cotidiano y la creación artística; se integra luego a los largos planos secuencia con escasos movimientos de cámara, dejando predominar la lentitud o el estatismo sobre el contraplano. Logra así una coherencia estilística, conceptual y temática con lo que Paterson escribe:

“Cuando eres niño aprendes que hay tres dimensiones:
Alto, ancho y profundidad.
Como una caja de zapatos.
Luego, escuchas que existe una cuarta dimensión: El tiempo.
Hmm… Entonces, alguien dice
que puede haber un quinto, sexto, séptimo…
Me retiro del trabajo, bebo una cerveza en el bar.
Miro abajo al vaso, y me siento feliz”.

Para integrar el tema poético dentro de la estructura fílmica, Jarmusch presenta lo cotidiano a la manera en que lo hace el director francés Robert Bresson. Por otra parte, se ocupa de lo trascendental siguiendo al director japonés Yasujirō Ozu. No en vano, Jarmusch es considerado el más europeo de los directores americanos, para otros es el más japonés de los mismos.

A lo cotidiano —dice el director Paul Schrader en su ensayo sobre los directores mencionados—, se llega a partir de la celebración de lo trivial, utilizando los procedimientos del cine documental, para exaltar los detalles más mínimos hasta convertirlos en pura superficie. De este modo lo cotidiano se convierte en el lugar donde no pasa nada y potencialmente puede ocurrir todo. Paterson, la ciudad, se convierte así en un lugar místico opuesto al Twin Peaks de David Lynch. Pero este sentimiento de lo estático que también es extático, busca una trascendencia que no interrumpe el placer de palpar la superficie libre de significado.

Lo trascendental, por su parte, se hace visible al final, cuando el poeta se encuentra con su doble japonés (Masatoshi Nagase), luego de la previa interrupción de lo cotidiano, para renovarlo como revelación: una libreta en blanco que abre la posibilidad de volver a escribir el poema y dejar atrás el conflicto de los poemas perdidos. Jarmusch, siguiendo a Ozu, provoca una tensión que se resuelve en un acto emocional propio de la actitud zen. Paterson frente a las cataratas de Passaic, renuncia a renunciar a la poesía en una doble negación que lo sitúa de nuevo en el presente continuo de la superficie. “Ajá”, le dice el doble japonés, devolviendo a Paterson la unidad de la ciudad, el poema y el poeta.

Con este final encontramos un Jarmusch depurado en su estilo, haciendo una elipsis sobre sus dos anteriores películas de acción, Los límites del control y Sólo los amantes sobreviven; para volver a la senda que comenzó con Noche en la tierra y culminó con Flores Rotas. Paterson también sirve como pretexto para entrar en frecuencia con la obra John Ashbery quien falleció hace pocos días.

 

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Andrés Gómez Morales

Profesional en Filosofía de la Universidad del Rosario y Magíster en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia. Colabora desde la crítica en revistas de literatura y música.    

 

 



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